Marilene Rodrigues Fernandes es Psicóloga brasileña y Analista Miembro de la IAAP (Asociación Internacional de Psicología Analítica). Socia Fundadora de la SCPA (Sociedad Chilena de Psicología Analítica). Supervisora Clínica. Trabaja con niños, adolescentes y adultos. Magister en Psicología Clínica Junguiana de la Universidad Adolfo Ibañez, Chile.
Este documento corresponde a la ponencia presentada por la autora en el XXII Congreso Internacional de Psicología Analítica, celebrado en Buenos Aires, Argentina, del 29 de agosto al 2 de septiembre de 2022. Se publica con autorización de la autora.
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1. Introducción
La Psicología Analítica sigue acompañando las grandes transformaciones sociales y culturales y los fenómenos colectivos, considerando los determinantes arquetípicos y el inconsciente colectivo. A partir del concepto de Joseph Henderson (2004) de “inconsciente cultural” y la ampliación del concepto de “complejo” como leemos en Jung, Thomas Singer y Samuel Kimbles (2004) nos ofrecen un modelo de análisis de estos fenómenos, introduciendo el concepto del complejo cultural y su núcleo traumático, destacando sus efectos en la psicología individual y colectiva.
Identificar el complejo cultural de un grupo, sus características fundantes, efectos autónomos y emocionales, que contaminan la percepción individual y la interacción colectiva, permite aumentar la conciencia e interrumpir la repetición de conductas estandarizadas, resultantes, en general, de memorias históricas traumáticas asociadas al dolor y sufrimiento.
La alta tasa de feminicidios y las denuncias de relaciones abusivas y violentas en la actualidad son síntomas de un complejo cultural que, entendido y elaborado simbólicamente desde una perspectiva prospectiva, puede volver a colocar creativamente a hombres y mujeres en su proceso de individuación. Para ello, es necesario considerar el punto de vista cultural sobre las representaciones de mujer/hombre y feminidad/masculinidad, ampliando nuestra comprensión y para dejar de reproducir prejuicios basados en la discriminación de género.
Nuestra práctica clínica continúa atravesada por los efectos de los complejos culturales, y es importante considerarlos en la psicodinámica de nuestros pacientes, en nuestra actitud como analistas y consecuentes efectos en las relaciones transferenciales.
2. Violencia doméstica contra la mujer – Perspectivas clínicas
La violencia doméstica contra la mujer tiene múltiples facetas, que corresponden aproximadamente a un patrón de comportamiento abusivo utilizado para establecer poder y control sobre el otro. En este trabajo, nos centraremos más en la violencia histórica perpetrada por hombres contra mujeres. Un fenómeno cultural y mortífero que ha suscitado la reflexión y presionado por la investigación interdisciplinaria que promueve una interfaz del diálogo y el intercambio de información entre diferentes áreas del panorama biopsicosocial.
Bell Hooks (2018), aclamada teórica feminista, sugiere el término “violencia patriarcal” que, a diferencia de la expresión violencia doméstica, propone la idea de que la violencia en el hogar está ligada al sexismo y al pensamiento sexista, es decir, a la discriminación basada en cuestiones de género: una dinámica sociocultural en la que prevalece la dominación masculina.
A nivel mundial, 1 de cada 3 mujeres sufre violencia psicológica, física y/o sexual, en la mayoría de los casos por parte de una pareja íntima [1]. Esto ocurre en varios países del mundo y se identifica en todas las clases sociales.
En el escenario doméstico, el daño físico y psíquico no se limita a las mujeres, sino que también implica riesgos para sus hijos. Ser testigo de violencia dentro de la familia aumenta la probabilidad de depresión, ansiedad, trastornos del comportamiento y retraso en el desarrollo cognitivo en los niños. Además, aumenta la posibilidad de que se conviertan en víctimas de abuso o crezcan para convertirse en futuros agresores, perpetuando así el ciclo de violencia.
Nos damos cuenta de que estas relaciones violentas e ininterrumpidas responden a un patrón nocivo de complementariedad entre la pareja, y comprender la psicodinámica de estas relaciones y los factores psicológicos que subyacen en el comportamiento humano es parte de nuestra reflexión. Las marcas visibles y tatuadas y las heridas corporales en los cuerpos femeninos permiten reconocer escenarios de violencia física, registros de un patrón de relaciones de maltrato físico y psicológico que impregna toda su historia.
La violencia psicológica consiste, por ejemplo, en minar la autoestima de una persona mediante críticas constantes, menospreciando sus capacidades, insultando, humillando, aislando y persiguiendo. Pero cuando reconocemos este tipo de violencia, ¿cuál ha sido nuestra escucha y conducta clínica?
¿Cómo entender el fenómeno de la violencia contra la mujer desde una perspectiva clínica que integre las capas arquetípicas y personales de la psique en constante relación con el mundo público, sus aspectos sociales e históricos?
Comenzaremos nuestra reflexión intentando hacer un puente entre los conflictos de género y el complejo cultural.
3. Complejo Cultural de Género
La narrativa femenina, individual y colectiva, está atravesada por la experiencia de abuso y violencia de figuras masculinas significativas, sostenida a lo largo de la historia por la organización patriarcal de la sociedad con su modelo de relaciones jerárquicas, asimétricas y desiguales. Estas experiencias traumáticas se han perpetuado históricamente, sustentadas en modelos estereotipados y estrictos de roles de género. En este contexto, las identidades femenina y masculina fueron confundidas con la personificación de lo femenino y lo masculino, los principios estructurantes de la psique, dos polaridades relacionadas con el Arquetipo de la Gran Madre y el Arquetipo del Padre que fueron reducidas a figuras femeninas y masculinas estereotipadas y rígidas.
Los procesos de humanización de los Arquetipos de la Gran Madre y del Padre están influenciados por las relaciones iniciales con sus cuidadores y por todo el entorno social y cultural. Dentro del modelo social donde lo patriarcal en su dimensión negativa se convirtió en un sistema de dominación, el dinamismo matriarcal en toda su exuberancia fue devaluado defensivamente y depositado exclusivamente en la mujer, quien pasó a ser vista proyectivamente como la encarnación de elementos ocultos y oscuros, siendo así temida, reprimida. y llevada a la hoguera. Como Byington identificó:
Al considerar lo matriarcal igual a lo femenino, y lo patriarcal igual a lo masculino, la cultura en general y la psicología en particular proyectaron defensiva y reductivamente sobre lo masculino y lo femenino los roles históricos jugados por hombres y mujeres durante los más de 10.000 años de dominación patriarcal. (Byington, 2014, pág. XX)
Así, toda experiencia traumática de represión, opresión, deformación y humillación, sufrida por las mujeres en miles de años, resuena en la historia como un complejo transgeneracional de inferioridad femenina, consolidándose como elemento constitutivo de su desarrollo psicológico, movilizando y organizando (también en la psique colectiva), elementos oscuros del complejo cultural de género.
4. Síntomas que anuncian la cura individual y colectiva.
La violencia contra las mujeres suele causar daños psicológicos irreparables, pero generalmente ellas permanecen en relaciones abusivas, sin poder identificarse como víctimas y, en cambio, culpándose y avergonzándose a ellas mismas de la situación vivida. Llegan a los consultorios inicialmente a raíz de sus síntomas, dolores y trastornos psicosomáticos, y luego, a medida que avanza el proceso analítico, confiesan experiencias previas, actuales y recurrentes de maltrato y violencia con sus parejas.
Cuadros clínicos son frecuentes en sus informes, tales como: TEPT, depresión, ansiedad, melancolía y síndrome de pánico. La intensidad de estas vivencias potencialmente traumáticas carece de una forma expresiva y, en la falta de una palabra que las abarque, los cuerpos femeninos, cargados de proyecciones negativas colectivas a lo largo de la historia, siguen siendo portavoces de complejos individuales y culturales.
La comprensión de estos síntomas y trastornos, a la luz de la perspectiva simbólica junguiana, nos ofrece un camino de aproximación y reanimación anímica, posibilitando una reorganización psicológica, entendida aquí como posibilidad de cura, y consecuente cambio de actitud.
Un aspecto intrigante de la violencia doméstica es la alta tasa de mujeres que perpetúan el ciclo de abuso y violencia, permaneciendo cautivas y víctimas de estas relaciones por mucho tiempo, lo que también consideramos un efecto reactivo de los signos traumáticos de una experiencia duradera de silencio y sumisión a la violencia.
Sabemos que las experiencias traumáticas de mediano y largo plazo promueven una disfuncionalidad entre la realidad psíquica y los eventos externos, perjudicando así la capacidad de evaluación y autoprotección, lo que notamos en muchos relatos de estas mujeres.
Para Van der Kolk (1995), el trauma psicológico es lo que constituye la existencia de algo real que involucra la complejidad expresada en el cuerpo-mente de una comunicación de elementos que no se pueden decir, pero que se revelan a través de excitaciones corporales que podríamos a asociar los síntomas manifiestos de complejos activados, llevándonos a considerar el cuerpo y sus reacciones como canal de comunicación y vehículo de expresión simbólica.
5. Mujeres silenciadas y sus heridas invisibles
Como ejemplo de este proceso, hablemos de Berna: una mujer de 40 años que llega al proceso analítico muy deprimida y con muchos dolores en el cuerpo. Con un discurso confuso que reflejaba el estado de profunda impotencia, abandono de sí misma y desesperanza en el que se encontraba.
Berna manifestaba una decepción general con la vida, mucho resentimiento y un constante estado de impotencia. Era una profesional de salud exitosa, una buena madre y dedicada a su familia; casada desde hace 17 años y con dos hijas adolescentes, expresando deseo de separarse, pero también reportando intentos fallidos previos. Se describió a sí misma como alguien sin identidad, incapaz de saber quién era realmente, sintiéndose confundida y “loca”, y encontrándose constantemente sospechosa de su capacidad para evaluar y discriminar la realidad.
Al inicio del trabajo terapéutico, poco a poco fuimos construyendo el hilo de su historia y abrazando su dolor. La relación transferencial, que fue marcadamente maternal, permitió que Berna se sintiera protegida y apoyada, reduciendo su frecuente estado de alerta, pudiendo paulatinamente organizarse mejor.
Berna provenía de una familia tradicional. Había sido una niña y una joven ingenua, educada para ser bonita, “modesta y casera”. Su mayor acto de rebeldía fue estudiar y tener una carrera que le garantizara cierta independencia económica.
Durante su matrimonio con un esposo protector, ella cedió a sus expectativas, permitiéndole concentrar el poder para manejar la vida de la pareja y de ella misma. Con el tiempo, comenzó a despersonalizarse, tratando de cumplir con los valores patriarcales de una familia en perfecta armonía, renunciando a su palabra y a sus derechos. Berna vivía dependiente de la legitimación y sujeta a las reglas dictadas por el otro, reproduciendo el patrón de comportamiento de su familia de origen, y alimentando el resentimiento de su propia sumisión.
La dificultad de expresar con palabras su sufrimiento nos lleva a trabajar con imágenes y analogías. En una sesión le pido a Berna que describa su estado de angustia a través de una imagen. Se describe a sí misma en un campo de nieve, blanco y helado. Congelados, sus pies estaban hundidos en la nieve, atrapados, sin poder salir. Ella relaciona este estado de paralización con un sueño de la noche anterior en el que su marido entra en la habitación y se dirige a ella con acusaciones, levantando la mano para golpearla y ella queda paralizada. Luego él toma una horrible máscara y la coloca sobre la cara de Berna. La máscara le impide hablar, manteniendo la boca cerrada.
Le pido que dibuje la máscara y, amplificando este símbolo, hacemos un paralelismo entre el opresivo silencio individual, bajo el cual vivía, con el silencio colectivo femenino y sus múltiples significados en la historia de las mujeres. Berna asocia la máscara onírica con la máscara de tortura Scold´s Bridle hecha para silenciar y humillar durante la Edad Media. Las “reprendidas o castigadas” eran mujeres cuyo contenido discursivo se consideraba inapropiado y difamatorio que, por tanto, escapaban al estereotipo de la época, de mujer silenciosa y sometida a la autoridad patriarcal. Su uso se registró por primera vez en Inglaterra y Alemania (1550).
6. En un momento de la sesión, Berna dice: “Luego me quito la máscara…”
Berna comienza a describir años de violencia física y psicológica que experimentó bajo el control de su esposo. Relata el inicio, con el descubrimiento de una traición que él niega, quien a partir de entonces comienza a amenazarla y agredirla físicamente. Muestra una cicatriz en la frente, efecto de una caída provocada por su esposo cuando le
pidió el divorcio. Los días fueron muy tensos y Berna estaba en un estado constante de miedo y alerta. Su silencio fue continuo, y los pocos intentos de compartir su situación fueron en vano ya que las reacciones de incredulidad y descreimiento de los demás aumentaron su inseguridad y culpa.
Después de mucho estrés, desarrolló un grave problema en la espalda que la dejó inmóvil durante un año en la cama. Este síntoma la acompañaba, de modo que cada vez que vivía una situación de violencia, “se le trababa la columna” y, a partir de ahí, quedaba paralizada durante días. Buscamos elaborar sus síntomas como efectos traumáticos de la situación de abuso y violencia que vivía y, simbólicamente, la inmovilidad física correspondía a su estado anímico, marcado por una profunda sensación de miedo e impotencia.
Su cuerpo, siempre alerta, reaccionaba a varias advertencias viscerales y nunca se relajaba. En esta etapa del proceso, contábamos con algunas técnicas expresivas corporales, que le permitían aumentar tu conciencia corporal, reconociendo la correspondencia entre sus síntomas, sensaciones y emociones, permitiéndole también sentirse más segura y presente en el propio cuerpo. Lentamente, Berna fue descongelando y encarnando el cuerpo con toda su fuerza y vitalidad y, así, empoderándose.
Su silencio defensivo continuó como un gran símbolo y punto de intersección entre sus complejos individuales y culturales. Apoyado en el sentido común contenido en dichos brasileños como “ropa suja se lava casa” (los problemas del hogar deben tratarse en privado) y “briga de marido e mulher ninguem mete a colher” (problemas entre hombre y mujer no es asunto de nadie). Berna no se permitió exponer su vida íntima hogareña. Al principio, porque la negaba, creyendo que pasaría, apoyándose en su persistente amor, y luego calló por miedo a la reacción de su marido.
Al comprender la influencia de los aspectos sociales y culturales que componían su experiencia, el dolor y el sentimiento de culpa se apaciguaron, lo que finalmente le permitió salir del ostracismo, sintiéndose ahora acompañada de tantas otras mujeres. Berna comenzó a participar en un grupo de mujeres víctimas de violencia donde pudo sentir su dolor legitimada y compartida, fortaleciéndose día tras día.
Con el transcurso del proceso analítico, ella puede legitimar su experiencia y darse cuenta de que el silencio fue el locus para el mantenimiento del abuso y la violencia que experimentó. Pero el resentimiento paralizante persistió, hijo de la ira, hermano de la cobardía y la envidia, y ¿cómo transformarlo?
Según Maria Rita Kehl (2020), psicoanalista brasileña que ha abordado ampliamente el tema del resentimiento, el resentido es alguien que no puede dejar de recordar, no puede olvidar el pasado. Alimentándose del estatus de inocente, castigador y vengativo, permanece apegado a su opresor y, perpetuando la lucha por el poder.
En el caso de Berna, en particular, se asistía a la curación de ciertas heridas narcisistas y al duelo de su ilusión. Con la remoción e integración de las proyecciones externas, Berna pudo confrontar y dialogar con ese otro “opresor” que también la habitaba psíquicamente, manteniéndola cautiva en una lucha de poder que podría costarle la vida.
Su proceso heroico activado comienza con su valentía para hablar y denunciar, dejando el lugar de víctima pasiva por una acción activa de integrar la ira a su poder creativamente, liberando la agresividad como combustible de transformación y movimiento.
El reconocimiento de su vulnerabilidad y el sacrificio de un ego vanidoso, apegado a valores rígidos y perfeccionistas que la enyesaban, la liberaron, permitiéndole experimentar una transformación más profunda.
7.Conclusión
En su polémico texto Mujeres en Europa (1927), el propio Jung considera a la mujer en el contexto sociocultural de la época “La mujer de hoy se enfrenta a la enorme tarea cultural que tal vez signifique el comienzo de una nueva era […]” ((JUNG, par. 275, p. 144, 2013)) Esta tarea continúa hasta el día de hoy y nos alerta para una práctica clínica más activa con los temas actuales de violencia de género, una práctica capaz de integrar la perspectiva sociohistórica, los complejos individuales y culturales que conforman nuestra sombra colectiva.
El proceso analítico de Berna constituyó un nuevo espacio simbólico que le permitió integrar y elaborar simbólicamente sus conflictos, sustentada en un diálogo activo entre diferentes áreas, considerando las dimensiones neurobiológicas, psicológicas y socioculturales en sesión. El abordaje de sus síntomas corporales desde una perspectiva simbólica junguiana permitió una nueva relación con su cuerpo y su identidad femenina, lo que significó simbólicamente volver a sus raíces ya un lugar matriz de vida y seguridad.
A través del proceso de transferencia, fue posible articular la interacción matriarcal-patriarcal, aprovechando la posición de la analista como testigo firme y compasivo que destacó conscientemente la relación, en detrimento del poder. La actitud de la analista, sin eximirse, fue central, al legitimar la experiencia de la paciente como víctima de violencia.
Consideramos que el fenómeno colectivo de la violencia de género anuncia la necesidad emergente del desarrollo de la conciencia de la alteridad, que contempla el encuentro simétrico y dialéctico entre todas las formas de las diferencias. Sólo con la elaboración de la sombra individual y colectiva será posible un encuentro compasivo entre hombres y mujeres en igualdad de derechos.
8. Referências bibliográficas:
BYINGTON, Carlos Amadeu B. A difícil arte de amar: A limitação do conhecimento entre o homem e a mulher. Uma interpretação da Psicologia Simbólica Junguiana. Junguiana: Revista da Sociedade Brasileira de Psicologia Analítica, v. 32, n. 1, p. 63-72, São Paulo, 2014.
CARR, Janet. Scold’s Bridle – Crikey! Janet Carr: This Bugs Life, 2018. Disponível em: <https://www.thisbugslife.com/2018/01/25/scolds-bridle-crikey/>. Acesso em: 10 jul. 2022.
HENDERSON, J. The cultural unconscious. In: Shadow and self: Selected papers in analytical psychology – Aschevile, NC, Chiron Publications, 2013.
HOOKS, B. O feminismo é para todo mundo: Políticas Arrebatadoras. São Paulo: Editora Rosa dos Tempos, 2018.
JUNG, C. G. Civilização em transição. Tradução de Lucia Mathilde Endlich Petrópolis, RJ: Vozes, 2013. (Obras completas de C. G. Jung, v.10/3).
KEHL, Maria Rita. Ressentimento. 3. ed. São Paulo: Boitempo, 2020.
KIMBLES, S. e SINGER, T. The Cultural Complex: contemporary junguean perspectives on psyche and society. New York: Routledge, 2004.
OPAS/OMS. Violência contra as mulheres. [s.d]. Disponível em:
VAN DER KOLK, B., FISSLER, R. Dissociation and the fragmentary nature of traumatic memories: overview and exploratory study. Journal of Traumatic Stress, v.8, n.4, p. 505-525, 1995.
Nota de pie de página
[1] Entre los asesinatos de mujeres, el 38% son cometidos por la pareja íntima, siendo el propio ámbito doméstico uno de los principales escenarios de esta violencia. (OPAS/OMS [s.d.])
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