Brigit Soubrouillard actualmente vive y trabaja en Alsacia, Francia, junto a Alemania y Suiza. Tiene un doctorado en Psicología Clínica del Pacifica Graduate Institute en California. En el Instituto C.G. Jung en Küsnacht se graduó en el programa doble para Adultos y Niños y Adolescentes. Es expresidenta de la SFPA, la Sociedad Francesa de Psicología Analítica, y actualmente cumple su segundo mandato en el Comité Ejecutivo de la IAAP. Ha estado enseñando y dando conferencias en muchos países. Ella es la persona de enlace actual para el Grupo de Desarrollo de Hong Kong de la IAAP. Documento tomado la la página web de la IAAP. Traducido del inglés por Juan Carlos Alonso.
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Si el psicoanálisis freudiano se centra en las palabras como representación de las experiencias conscientes e inconscientes, el enfoque junguiano considera las imágenes como el principal acceso al inconsciente. En ese sentido, las imágenes constituyen una forma de lenguaje que, en el proceso de análisis (o trabajo personal), nos esforzamos por relacionar y comprender.
Producir, relacionarse e interactuar con imágenes es peculiar del ser humano, el único animal creador de arte desde los albores de la humanidad. Nuestra psique está hecha de imágenes a las que podemos tener acceso parcial en nuestros sueños, a través de la imaginación activa o al observar expresiones espontáneas de la psique. Al mismo tiempo, el encuentro con las imágenes externas también puede servir como espejo o caja de resonancia para revelar e iluminar nuestras imágenes internas.
Jung notó la recurrencia de ciertas imágenes que observó en sí mismo, en sus pacientes, en el arte antiguo y en mitos y cuentos de hadas. Postuló que todos tenemos una experiencia común de imágenes universales, compartidas desde tiempos primordiales (denominadas “Urbild” en alemán), a las que llamó imágenes arquetípicas.
Para Jung, estas imágenes son la expresión de patrones universales que denomina “Arquetipos” (“Archetypus an sich” en alemán). Estos arquetipos estructuran la psique.
No podemos acceder a los arquetipos directamente, pero es a través de las imágenes arquetípicas que podemos discernir la dinámica de los arquetipos. Por ejemplo, un bebé indefenso pero numinoso en un sueño podría ser la expresión de la activación en la psique del arquetipo del Niño Divino, un motivo que se encuentra en muchos mitos y cuentos de hadas.
Jung notó muy pronto, que entre todos los múltiples tipos y formas de imágenes observadas en la psique, algunas se refieren a la percepción inconsciente que tiene el sujeto de su entorno íntimo como Madre, Padre, Maestro, Dios… Acuñó el término IMAGO para designar estas imágenes seminales (“Vorbild” en alemán).
Por ejemplo, la experiencia de la maternidad que recibimos de nuestra madre personal (y/u otros cuidadores) dará forma a la representación que tenemos del arquetipo de la Madre. Otros factores como nuestro entorno cultural y social también influirán en esa representación. Jung usó el término “Madre Imago” para designar una representación intrapsíquica tan importante.
Cuando contemplamos nuestras imágenes internas (como en el trabajo de los sueños, la imaginación activa, los juegos de arena, la producción artística, etc.), nuestro yo puede darse cuenta de lo que yace en la psique. Entonces, el segundo paso es entrar en una relación e interactuar con estas imágenes y estos sectores de la psique. En última instancia, este movimiento dialéctico entre el yo y el inconsciente y los sectores remotos de la psique producido por la confrontación con las imágenes internas, conducirá al proceso de individuación.
Es de esperar que tal consciencia y confrontación con las imágenes internas ayuden a transformar los contenidos internos de la psique. Y con el tiempo, las imágenes internas evolucionarán, reflejando esta transformación.
Cuando una persona no puede acceder a sus imágenes internas (por ejemplo, si la persona no sueña o no está lista para otras formas de trabajo simbólico), comenzar con las imágenes externas puede traer un cierto nivel de conciencia de su mundo interior. Por ejemplo, cuando las imágenes de los anuncios provocan reacciones en nosotros, cuando una película o una novela desencadenan emociones fuertes, o cuando las imágenes de las noticias producen un efecto considerable, podemos postular que reflejan nuestra situación interior. En ese sentido, ser consciente del efecto de las imágenes externas puede facilitar la toma de conciencia y el acceso a nuestro mundo intrapsíquico.
Los autores posjungianos han señalado que los enfoques junguianos clásicos se han centrado excesivamente en las “grandes imágenes”, en imágenes que apuntan a esas grandes figuras arquetípicas descritas por Jung. Al hacerlo, es posible que hayamos descuidado otras imágenes de la psique. A medida que la psicología junguiana se expande globalmente, debemos tener cuidado de no abordar las imágenes de una manera occidental, centrada en lo patriarcal, y asegurarnos de invitar, evaluar y valorar todas las imágenes que se manifiestan en la psique.
Otra limitación sería reducir el concepto de imágenes a sus manifestaciones pictóricas o visuales. Para Jung, la imagen es una representación más amplia y más grande que abarca dimensiones visuales, auditivas, olfativas y cenestésicas.
Por lo tanto, también debemos considerar otras formas de imágenes, como las imágenes auditivas (en la música o la poesía, por ejemplo), o las imágenes sensoriales (como en la danza y otras artes escénicas).
Otro sesgo occidental al trabajar con imágenes es el énfasis excesivo en la narrativa transmitida por la imagen y el descuido del «sabor» o la «atmósfera» que rodea o subyace a la imagen. Por ejemplo, al recordar y anotar un sueño, el ambiente general dado por la luz, el ritmo, el tempo, los colores, etc., no son menos importantes que la narración del sueño en sí, ya que forman una totalidad con la narración.
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