La función de los sueños

CARL GUSTAV JUNG

Carl Gustav Jung (1875-1961), médico psiquiatra y psicólogo, figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis. Posteriormente fue el fundador de la escuela de Psicología Analítica. Pionero de la psicología profunda y uno de los estudiosos de esta disciplina más ampliamente leídos en el siglo XX, su abordaje teórico y clínico enfatizó la conexión funcional entre la estructura de la psique y sus manifestaciones culturales. Esto le impulsó a incorporar en su metodología nociones procedentes de la antropología, la alquimia, los sueños, el arte, la mitología, la religión y la filosofía. Aunque Jung no fue el primero en dedicarse al estudio de la actividad onírica, no obstante, sus contribuciones al análisis de los sueños fueron extensivas y altamente influyentes. Este escrito es un aparte del capítulo «Acercamiento al inconsciente» de la obra El hombre y sus símbolos, escrito por él en compañía con otros(as) de sus más destacados seguidores. Fue tomado de la página web Scribd.

He llegado hasta ciertos detalles acerca de nuestra vida onírica porque es el suelo desde el cual se desarrollan originariamente la ‘mayoría de los símbolos. Por desgracia, los sueños son difíciles de entender. Como ya señalé, el sueño no es nada parecido a una historia contada por la mente consciente. En la vida diaria se piensa lo que se desea decir, se escogen las formas más eficaces para decirlo y se intenta que los comentarios tengan coherencia lógica. Por ejemplo, una persona culta tratará de evitar el empleo de una metáfora confusa porque daría una impresión equívoca de su punto de vista. Pero los sueños tienen una estructura diferente. Imágenes que parecen contradictorias y ridículas se apiñan sobre el soñante, se pierde el normal sentido del tiempo y las cosas corrientes pueden asumir un aspecto fascinante o amenazador. Puede parecer extraño que el inconsciente ordene su material de manera tan diferente a la forma, tan disciplinada en apariencia, que podemos imponer a nuestros pensamientos en la vida despierta. Sin embargo, todo el que se detenga un momento a recordar un sueño, se dará cuenta de ese contraste que, de hecho, es una de las razones principales por las que la persona corriente encuentra tan difícil entender los sueños. No les encuentra sentido ateniéndose a su experiencia normal de cuando está despierta, y, por tanto, se inclina a desentenderse de ellos o a confesar que se siente confusa.

Quizá resulte más fácil de comprender este punto si, en primer lugar, nos percatamos del hecho de que las ideas manejadas en nuestra aparentemente disciplinada vida despierta no son, en modo alguno, tan precisas como nos gusta creer. Por el contrario, su significado (y su significancia emotiva para nosotros) se hace más impreciso cuanto más de cerca las examinamos. La causa de esto es que todo lo que hemos oído o experimentado puede convertirse en subliminal, es decir, puede pasar al inconsciente. Y aun lo que retenemos en nuestra mente consciente y podemos reproducir a voluntad, ha adquirido un tono bajo inconsciente que matizará la idea cada vez que la recordemos. Nuestras impresiones conscientes, en realidad, asumen rápidamente un elemento de significado inconsciente que es de importancia’ psíquica para nosotros, aunque no nos damos cuenta consciente de la existencia de ese significado subliminal o de la forma en que, a la vez, extiende y confunde el significado corriente.

Desde luego que, tales tonos bajos, varían de una persona a otra. Cada uno de nosotros recibe toda noción abstracta o general en el conjunto de su mente individual y, por tanto, lo entendemos y aplicamos en nuestra forma individual. Cuando, al conversar, utilizo palabras tales como «estado», «dinero», «salud» o «sociedad», supongo que mis oyentes entienden, más o menos, lo mismo que yo. Pero la frase «más o menos» es el punto que me interesa. Cada palabra significa algo ligeramente distinto para cada persona, aun entre las que comparten los mismos antecedentes culturales. La causa de esa variación es que una noción general es recibida en un conjunto individual y, por tanto, entendida y aplicada en forma ligeramente individual. Y la diferencia de significado es naturalmente mayor cuando la gente difiere mucho en experiencias sociales, políticas, religiosas o psicológicas. Mientras como conceptos son idénticos a meras palabras, la variación es casi imperceptible y no desempeña ningún papel práctico. Pero cuando se necesita una definición exacta o una explicación minuciosa, se pueden descubrir, por casualidad, las más asombrosas variaciones no solo en la comprensión puramente intelectual del término sino en especial, en su tono emotivo y su aplicación. Por regla general, estas variaciones son subliminales y, por tanto, jamás advertidas. Se puede tender a prescindir de tales diferencias como matices de significado superfluos o desperdiciables que tienen poca importancia en las necesidades diarias. Pero el hecho de que existan demuestra que aun los contenidos de consciencia más realistas tienen en torno una penumbra de incertidumbre. Hasta el concepto filosófico o matemático más cuidadosamente definido, del que estamos .seguros que no contiene más de lo que hemos puesto en él, es, no obstante, más de lo que suponemos.

Es un hecho psíquico y, como tal, incognoscible en parte. Los mismos números que utilizamos al contar son más de lo que pensamos que son. Son, al mismo tiempo, elementos mitológicos (para los pitagóricos eran, incluso, divinos); pero no nos damos cuenta de eso cuando utilizamos los números con un fin práctico. En resumen: todo concepto de nuestra mente consciente tiene sus propias asociaciones psíquicas. Mientras tales asociaciones pueden variar en intensidad (de acuerdo con la importancia relativa del concepto para toda nuestra personalidad, o de acuerdo con otras ideas y aun complejos a los que están asociadas en nuestro inconsciente), son capaces de cambiar el carácter «normal» de ese concepto. Incluso puede convertirse en algo totalmente distinto mientras es arrastrado bajo el nivel de la consciencia.

Estos aspectos subliminales de todo lo que nos ocurre puede parecer que desempeñan escaso papel en nuestra vida diaria. Pero en el análisis de los sueños, donde el psicólogo maneja expresiones del inconsciente, son muy importantes porque son las raíces casi invisibles de nuestros pensamientos conscientes. De ahí que los objetos o ideas comunes puedan asumir tan poderosa significancia psíquica en un sueño del que podemos despertar gravemente confusos, a pesar de haber soñado con nada peor que una habitación cerrada con llave o un tren que hemos perdido. Las imágenes producidas en sueños son mucho más pintorescas y vivaces que los conceptos y experiencias que son su contrapartida cuando se está despierto. Una de las causas de esto es que, en un sueño, tales conceptos pueden expresar su significado inconsciente. En nuestros pensamientos conscientes, nos constreñimos a los límites de las expresiones racionales, expresiones que son mucho menos coloreadas porque las hemos despojado de la mayoría de sus asociaciones psíquicas. Recuerdo un sueño que tuve y que me fue difícil de interpretar. En ese sueño, cierto individuo trataba de ponerse tras de mí y saltar sobre mi espalda. Nada sabía yo de ese hombre excepto que me daba cuenta de que él, de algún modo, había escogido cierta observación hecha por mí y la tergiversó alterando grotescamente su significado. Pero yo no podía ver la relación entre este hecho y su intento, en el sueño, de saltar sobre mí. Sin embargo, en mi vida profesional ha ocurrido con frecuencia que alguien haya falseado lo que dije, tan frecuentemente que apenas me molesté en preguntarme si esa clase de falseamiento me irritaba.

Ahora bien, hay cierto valor en mantener un dominio consciente de las reacciones emotivas ; pronto me di cuenta de que ese era el punto importante de mi sueño. Había tomado un coloquialismo austríaco y lo había convertido en una imagen pictórica. Esa frase, muy corriente en el habla común es Du kannst mir auf den Buckel steigen (puedes saltar sobre mi espalda), que significa: «No me importa lo que digas de mí.» Un equivalente norteamericano, que fácilmente podría aparecer en un sueño análogo, sería «Vete a saltar al lago», (Go jump in the lake). Podría decirse que el cuadro de ese sueño era simbólico porque no establecía directamente la situación, sino que la expresaba indirectamente por medio de una metáfora que, al principio, no pude comprender. Cuando ocurre eso (como es frecuente) no está deliberadamente «disfrazada» por el sueño; simplemente refleja las deficiencias de nuestra comprensión del lenguaje pintoresco cargado de emotividad. Porque en nuestra experiencia diaria necesitamos decir cosas con la mayor exactitud posible, y hemos aprendido a prescindir de los adornos de la fantasía en el lenguaje y en los pensamientos, perdiendo así una cualidad que es aún característica de la mente primitiva. La mayoría de-nosotros hemos transferido al inconsciente todas las asociaciones psíquicas fantásticas que posee todo objeto o idea.

Por otra parte, el primitivo sigue dándose cuenta de esas propiedades psíquicas; dota a animales, plantas o piedras con poderes que nosotros encontramos extraños e inaceptables. Un habitante de la selva africana, por ejemplo, ve durante el día un animal nocturno y sabe que es un hechicero que, temporalmente, ha adoptado ese aspecto. O puede considerarlo como el alma selvática o espíritu ancestral de alguno de su tribu. Un árbol puede desempeñar un papel vital en la vida de un primitivo, poseyendo, de forma evidente para él, su propia alma y voz, y ese hombre sentirá que comparte con el árbol su destino. Hay ciertos indios en Sudamérica que asegurarán que ellos son papagayos ara, aunque se dan cuenta de que carecen de plumas, alas y pico. Porque, en el mundo del hombre primitivo, las cosas no tienen los mismos límites tajantes que tienen en nuestras sociedades «racionales». Lo que los psicólogos llaman identidad psíquica o «participación mística», ha sido eliminado de nuestro mundo de cosas. Pero es precisamente ese halo de asociaciones inconscientes el que da un aspecto coloreado y fantástico al mundo del primitivo. Lo hemos perdido hasta tal extremo que no lo reconocemos cuando nos lo volvemos a encontrar. Para nosotros, tales cosas quedan guardadas bajo el umbral; cuando reaparecen ocasionalmente, hasta nos empeñamos en que algo está equivocado.

Más de una vez me han consultado personas cultas e inteligentes acerca de sueños característicos, fantasías e, incluso, visiones que les habían conmovido profundamente. Suponían que nadie que tuviera buena salud mental podía padecer tales cosas y que todo el que, realmente, tenga visiones ha de tener una alteración patológica. Un teólogo me dijo una vez que las visiones de Ezequiel no eran más que síntomas mórbidos y que, cuando Moisés y otros profetas oían «voces» que les hablaban, estaban sufriendo alucinaciones. Se puede imaginar el pánico que sintió al experimentar «espontáneamente» algo parecido a eso. Estamos tan acostumbrados a la evidente naturaleza de nuestro mundo que apenas podemos imaginar suceda algo que no se puede explicar por el sentido común. El hombre primitivo enfrentado con una conmoción de ese tipo no dudaría de su salud mental; pensaría en fetiches, espíritus o dioses. Sin embargo, las emociones que nos afectan son las mismas. De hecho, los terrores que proceden de nuestra complicada civilización pueden ser mucho más amenazadores que los que el hombre primitivo atribuye a los demonios. La actitud del hombre moderno civilizado me recuerda, a veces, a un paciente psicópata de mi clínica que también era médico. Una mañana le pregunté qué tal estaba. Me contestó que había pasado una noche maravillosa desinfectando todo el cielo con cloruro mercurioso, pero que durante toda esa tarea sanitaria no había encontrado rastro alguno de Dios. Aquí tenemos una neurosis o algo peor.

En vez de Dios o el «miedo a Dios» hay una ansiedad neurótica o alguna clase de fobia. La emoción continuó siendo la misma, pero su objeto cambió tanto de nombre como de naturaleza para empeorar. Recuerdo a un profesor de filosofía que una vez me consultó acerca de su fobia al cáncer. Padecía la convicción forzosa de que tenía un tumor maligno, aunque nada de eso se halló en docenas de radiografías. «Sé que no hay nada—diría—-, pero tiene que haber algo.» ¿Qué es lo que le producía esa idea? Evidentemente procedía de un temor que no dimanaba por deliberación consciente. El pensamiento mórbido se apoderó de él de repente y tenía una fuerza propia que no pudo dominar. Era mucho más difícil para este hombre culto aceptar una cosa así que lo hubiera sido para un hombre primitivo decir que estaba atormentado._por- un-espír-itu. La influencia maligna de los malos espíritus es, por lo menos, una hipótesis admisible en una cultura primitiva, pero para una persona civilizada resulta una experiencia desoladora tener que admitir que sus dolencias no son más que una travesura insensata de su imaginación. El primitivo fenómeno de la obsesión no ha desaparecido; es el mismo de siempre. Solo que se interpreta de una forma distinta y más desagradable.

He hecho varias comparaciones de esa clase entre el hombre primitivo y el moderno. Tales comparaciones, como mostraré después, son esenciales para comprender la propensión del hombre a crear símbolos y del papel que desempeñan los sueños para expresarlos. Porque nos encontramos que muchos sueños presentan imágenes y asociaciones que son análogas a las ideas, mitos y ritos primitivos. Estas imágenes soñadas fueron llamadas por Freud «remanentes arcaicos»; la frase sugiere que son elementos psíquicos supervivientes en la mente humana desde lejanas edades. Este punto de vista es característico de quienes consideran el inconsciente como un mero apéndice de la consciencia (o, más pintorescamente, un cubo de la basura que recoge todos los desperdicios de la mente consciente). Investigaciones posteriores me sugirieron que esa idea es insostenible y debe ser desechada. Hallé que las asociaciones e imágenes de esa clase son parte integrante del inconsciente y que pueden observarse en todas partes, tanto si el soñante es culto, como analfabeto, inteligente o estúpido. No hay, en. sentido alguno, «remanentes» sin vida o sin significado. Siguen funcionando y son especialmente valiosos (como demuestra el Dr. Henderson en el capítulo siguiente de este libro) precisamente a causa de su naturaleza «histórica». Forman un puente entre las formas con que expresamos conscientemente nuestros pensamientos y una forma de expresión más primitiva, más coloreada y pintoresca. Esta forma es tambiéfria que conmueve directamente al sentimiento y la emoción. Estas asociaciones «históricas» son el vínculo entre el mundo racional de la consciencia y el mundo del instinto.

Ya he tratado del interesante contraste entre los pensamientos «controlados» que tenemos mientras estamos despiertos y la riqueza de imágenes producida en los sueños. Ahora podemos ver otra razón para esa diferencia. Como en nuestra vida civilizada hemos desposeído a tantísimas ideas de su energía emotiva, en realidad, ya no respondemos más a ellas. Utilizamos esas ideas al hablar y mostramos una reacción usual cuando otros las emplean, pero no nos producen una impresión muy profunda. Algo más se necesita para que ciertas cosas nos convenzan lo bastante para hacernos cambiar de actitud y de conducta. Eso es lo que hace el «lenguaje onírico»; su simbolismo tiene tanta energía psíquica que nos vemos obligados a prestarle atención. Por ejemplo, había una señora que era muy conocida por sus prejuicios estúpidos y su terca resistencia a los razonamientos. Podría uno pasarse toda la noche tratando de convencerla sin resultado alguno; ella ni se habría dado por enterada. Sin embargo, sus sueños tomaron un camino distinto de acceso. Una noche soñó que asistía a una reunión social importante. La anfitriona la saludó con estas palabras: «Qué agradable que haya podido venir.

Todos sus amigos están aquí y la están esperando.» Luego la anfitriona la condujo hasta la puerta, la abrió, y la soñante entró… ¡en un establo de vacas! Este lenguaje onírico era lo bastante sencillo para que lo comprendiera hasta un lerdo. La mujer no admitía al principio un detalle del sueño que afectaba tan directamente a su altivez; sin embargo, su mensaje la convenció y después de algún tiempo lo tuvo que aceptar porque no pudo menos de ver la chanza que ella misma se gastó. Tales mensajes del inconsciente son más importantes de lo que piensa la mayoría de la gente. En nuestra vida consciente estamos expuestos a toda clase de influencias. Hay personas que nos estimulan o deprimen, los acaecimientos en nuestro puesto de trabajo o en nuestra vida social nos perturban. Tales cosas nos llevan por caminos inadecuados a nuestra individualidad. Démonos cuenta o no del efecto que tienen en nuestra consciencia, se perturba con ellas y a ellas está expuesta casi sin defensa. Especialmente, ese es el .caso de la persona cuya actitud mental extravertida pone todo el énfasis en los objetos externos o que alberga sentimientos de inferioridad y duda respecto a su más íntima personalidad. Cuanto más influida está la consciencia por prejuicios, errores, fantasías y deseos infantiles, más se ensanchará la brecha ya existente haciéndose una disociación neurótica que conduzca a una vida más o menos artificial, muy alejada de los instintos sanos, la naturaleza y la verdad.

La función general de los sueños es intentar restablecer nuestro equilibrio psicológico produciendo material onírico que restablezca, de forma sutil, el total equilibrio psíquico. Eso es lo que llamo el papel complementario (o compensador) de los sueños en nuestra organización psíquica. Eso explica por qué gente que tiene ideas nada realistas o un concepto demasiado elevado de sí misma o que hace planes grandiosos y desproporcionados con sus verdaderas posibilidades, tiene sueños de volar o caer. El sueño compensa las deficiencias de su personalidad y, al mismo tiempo, le advierte los peligros de su vida presente. Si se desdeñan las advertencias de los sueños, pueden ocurrir verdaderos accidentes. La víctima puede caerse por las escaleras o tener un accidente automovilístico. Recuerdo el caso de un hombre que estaba inextricablemente envuelto en ciertos negocios oscuros. Se le desarrolló una pasión casi mórbida por las ascensiones peligrosas de montaña, como una especie de compensación. Buscaba «llegar más arriba de sí mismo». En un sueño, por la noche, se vio escalando la cumbre de una alta montaña en el vacío. Cuando me con tó su sueño, vi inmediatamente el peligro y traté de recalcar la advertencia y convencerle de que se contuviera. Incluso le dije que el sueño le prevenía su muerte en un accidente de montaña. Fue en vano. Seis meses después «escaló en el vacío». Un guía montañero le vio a él y a un amigo descender por una cuerda en un sitio peligroso. El amigo había encontrado un saliente donde apoyar el pie y el soñante le iba siguiendo. De repente, soltó la cuerda, según el guía, «como si fuera a saltar en el aire». Cayó sobre su amigo y ambos se precipitaron y se mataron.

Otro caso típico era el de una señora que llevaba una vida superior a lo que le correspondía. Su posición era elevada y poderosa en su vida diaria, pero tenía sueños chocantes que le recordaban toda clase de cosas desagradables. Cuando se las descubrí, se negó indignada a reconocerlas. Entonces los sueños se hicieron amenazadores y llenos de alusiones a los paseos que solía dar por el bosque donde ella se permitía fantasías sentimentales. Vi el peligro que corría, pero no escuchó mis insistentes advertencias. Muy poco tiempo después, fue salvajemente atacada en el bosque por un pervertido sexual; a no ser por la intervención de algunas personas que oyeron sus gritos, hubiera sido asesinada. No hubo magia en esto. Lo que sus sueños me dijeron es que esta mujer tenía el secreto anhelo de una aventura de ese tipo, al igual que el escalador de montaña buscaba inconscientemente la satisfacción de encontrar una salida definitiva a sus dificultades. Evidentemente ninguno de los dos se esperaba el elevado precio que pagarían: ella la rotura de varios huesos y él la propia vida.

Por tanto, los sueños, a veces, pueden anunciar ciertos sucesos mucho antes de que ocurran en la realidad. Esto no es un milagro o una forma de precognición. Muchas crisis de nuestra vida tienen una larga historia inconsciente. Vamos hacia ellas paso a paso sin darnos cuenta de los peligros que se van acumulando. Pero lo que no conseguimos ver conscientemente, con frecuencia lo ve nuestro inconsciente que nos transmite la información por medio de los sueños. Los sueños pueden, muchas veces, advertirnos de ese modo; pero igualmente, muchas veces, parece que no pueden. Por tanto, toda suposición acerca de una mano benévola que nos detiene a tiempo es dudosa. O, diciéndolo en forma más concreta, parece que cierta intervención benévola unas veces actúa y otras no.

La mano misteriosa puede, incluso, señalar el camino de la perdición; los sueños demuestran que son trampas o que parecen serlo. A veces se comportan como el oráculo deifico que dijo al rey Creso que si cruzaba el río Halis, destruiría un gran reino. Solo después de haber sido derrotado completamente en una batalla, después de cruzar el río, fue cuando se dio cuenta de que el reino aludido por el oráculo era su propio reino. No podemos permitirnos ser ingenuos al tratar de los sueños. Se originan en un espíritu que no es totalmente humano sino más bien una bocanada de naturaleza, un espíritu de diosas bellas y generosas pero también crueles. Si queremos caracterizar ese espíritu, tendremos que acercarnos más a él, en el ámbito de las mitologías antiguas o las fábulas de los bosques primitivos, que en la consciencia del hombre moderno. No niego que se’han obtenido grandes ganancias con la evolución de la sociedad civilizada. Pero esas ganancias se han hecho al precio de enormes pérdidas cuyo alcance apenas hemos comenzado a calcular.

Parte del propósito de mis comparaciones entre los estados primitivo y civilizado del hombre ha sido mostrar el balance de esas pérdidas y ganancias. El hombre primitivo estaba mucho más gobernado por sus instintos que sus modernos descendientes «racionales» los cuales han aprendido a «dominarse». En este proceso civilizador hemos ido separando progresivamente nuestra consciencia de los profundos estratos instintivos de la psique humana y, en definitiva, hasta de la base somática del fenómeno psíquico. Afortunadamente, no hemos perdido esos estratos instintivos básicos; continúan siendo parte del inconsciente aun cuando solo pueden expresarse por medio de imágenes soñadas. Esos fenómenos instintivos—aunque, incidentalmente, no siempre podemos reconocerlos por lo que son, porque su carácter es simbólico—desempeñan un papel vital en lo que llamé la función compensadora de los sueños. En beneficio de la estabilidad mental y aun de la salud fisiológica, el inconsciente y la consciencia deben estar integralmente conectados y, por tanto, moverse en líneas paralelas. Si están separados o «disociados», se derivará alteración psicológica. A este respecto, los símbolos oníricos son los mensajeros esenciales de la parte instintiva enviados a la parte racional de la mente humana, y su interpretación enriquece la pobreza de la consciencia de tal modo que aprende a entender de nuevo el olvidado lenguaje de los instintos.

Por supuesto, la gente puede poner en duda esa función ya que sus símbolos pasan, con tanta frecuencia, inadvertidos o sin comprenderse. En la vida normal, la comprensión de los sueños con frecuencia se considera superflua. Puedo poner un ejemplo de esto por mi experiencia con una tribu primitiva del África oriental. Para asombro mío, esos hombres tribuales negaban que tuvieran ningún sueño. Pero con paciencia, en charlas indirectas con ellos pronto comprobé que tenían sueños como todos los demás, pero que estaban convencidos de que sus sueños carecían de significado. «Los sueños de los hombres corrientes no significan nada», me dijeron. Creían que los únicos sueños que importaban eran los de los jefes y los hechiceros; de estos, los que concernían al bienestar de la tribu, eran muy apreciados. El único inconveniente era que el jefe y el hechicero decían que ellos habían dejado de tener sueños significativos. Databan ese cambio en el tiempo en que los ingleses llegaron al país. El comisario del distrito—el funcionario inglés encargado de ellos—había ocupado la función de los «grandes sueños» que hasta entonces guiaban la conducta de la tribu. Cuando estos tribuales admitían que ellos no tenían sueños, salvo los que carecían de significado, pensaban como el hombre moderno que cree que un sueño no tiene significado para él simplemente porque no lo entiende.

Pero aun un hombre civilizado puede observar, a veces, que un sueño (del cual, incluso, no se acuerda), puede alterar su humor mejorándolo o empeorándolo. El sueño ha sido «comprendido» pero solo en forma subliminal. Y esto es lo que ocurre por lo general. Solo cuando, en raras ocasiones, un sueño produce una impresión especial o se repite a intervalos regulares, la mayoría de la gente considera deseable una interpretación. Debería añadir una palabra de advertencia contra el análisis torpe o incompetente de los sueños. Hay algunas personas cuyo estado mental está tan desequilibrado que la interpretación de sus sueños tiene que ser extremadamente arriesgada; en tal caso, una consciencia muy unilateral está separada de su correspondiente inconsciente irracional o «quebrantado», y no deben juntarse los dos sin tomar precauciones especiales. Y, hablando más en general, es una simple bobada creer en guías sistemáticas ya preparadas, para la interpretación de sueños, como si se pudiera comprar, sencillamente, un libro de consulta y buscar en él un símbolo determinado. Ningún símbolo onírico puede separarse del individuo que lo sueña y no hay interpretación definida o sencilla de todo sueño. Cada individuo varía tanto en la forma en que su inconsciente complementa o compensa su mente consciente que es imposible estar seguro de hasta qué punto pueden clasificarse los sueños y sus símbolos.

Es verdad que hay sueños y símbolos aislados (preferiría llamarlos «motivos») que son típicos y se producen con frecuencia. Entre tales motivos están las caídas, los vuelos, ser perseguido por animales peligrosos u hombres hostiles, estar poco o absurdamente vestido en lugares públicos, tener prisa o estar perdido entre las apreturas de una multitud, luchar con armas inútiles o estar completamente indefenso, correr mucho sin llegar a ninguna parte. Un típico motivo infantil es soñar que se crece o se disminuye infinitamente o que se transforma en otro como, por ejemplo, se lee en Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carrol. Pero debo insistir en que esos son motivos que han de considerarse en el contexto del propio sueño, no como cifras que se explican por sí mismas. El sueño repetido es un fenómeno digno de nota. Hay casos en que la gente tiene el mismo sueño desde la infancia hasta los últimos años de su vida adulta. Un sueño de esa clase suele ser un intento para compensar un defecto particular de la actitud del soñante hacia la vida; o puede datar de un momento traumático que dejó tras de sí cierto perjuicio específico. A veces, también puede presagiar un futuro suceso importante. Yo soñé cierto motivo durante varios años, acerca de que yo «descubría» una parte de mi casa cuya existencia desconocía. Unas veces se trataba de las habitaciones donde vivieron mis padres, ya hacía tiempo fallecidos, y donde mi padre, para sorpresa mía, tenía un laboratorio en el que estudiaba la anatomía comparada de los peces, y mi madre tenía un hotel para visitantes fantasmales. Usualmente esa ala desconocida del edificio destinada a los huéspedes era un edificio viejo e histórico, olvidado hacía mucho tiempo, pero de mi propiedad heredada. Contenía interesante mobiliario antiguo, y hacia el final de esa serie de sueños, descubrí una vieja biblioteca cuyos libros me eran desconocidos. Finalmente, en el último sueño, abrí uno de los libros y hallé en él una profusión de ilustraciones del más maravilloso simbolismo. Cuando desperté, mi corazón palpitaba excitado.

Poco tiempo antes de tener ese último y particular sueño de la serie, había enviado un encargo a un librero de viejo acerca de una de las compilaciones clásicas de los alquimistas medievales. Había hallado una cita literaria y pensé que podría tener cierta relación con la primitiva alquimia bizantina y deseé comprobarla. Varias semanas después de tener el sueño del libro desconocido, recibí un paquete del librero. Dentro había un volumen en pergamino que databa del siglo xvi. Estaba ilustrado con deliciosos dibujos simbólicos que inmediatamente me recordaron los que había visto en el sueño. Como el redescubrimiento de los principios de la alquimia llegó a ser parte importante de mi trabajo como precursor de la psicología, el motivo de mi reiterado sueño puede comprenderse fácilmente. La casa, desde luego, era un símbolo de mi personalidad y su consciente campo de intereses; y el anexo desconocido representaba el presagio de un nuevo campo de interés e investigación del que mi mente consciente no se dio cuenta por entonces. Desde aquel momento, hace treinta años, no volví a tener ese sueño.

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