Jung y la serpiente (Parte 1)

JUNG Y LA SERPIENTE (PARTE 1)

Raúl Ortega 

Raúl Ortega es terapeuta analista de orientación junguiana. Tallerista y conferencista del enfoque junguiano. De 1998 a 2001 colaboró estrechamente con personas y organizaciones junguianas de Argentina y México. Fundador y actual Secretario de la Asociación de Psicología Analítica de Sevilla, España. Creador del sitio en InternetOdisea del Alma. El tema que trata en este ensayo le ha preocupado siempre y aunque lo escribió hace ya unos años, sigue trabajando en él. El E-mail de Raúl es:odisea@odiseadelalma.com.


Raúl Ortega

«Cada mil años nace un Buda. En mi sueño el Buda nace en plena noche. Una estrella brilla en el cielo para anunciar el nacimiento del Buda. Yo estoy allí y tengo la misma edad durante todo el sueño.

Observo el nacimiento del Buda y le veo crecer ante mis ojos hasta que se convierte en un joven, como yo, y somos eternos compañeros. Somos buenos amigos (la temeridad de una idea así). Somos felices estando juntos y existe un gran compañerismo y alegría.

Un buen día llegamos a un río que fluye en ambas direcciones a la vez. Medio río corre en una dirección y el otro medio en la otra, donde las dos corrientes se encuentran, en el centro del río, hay unos torbellinos muy grandes. Yo cruzo nadando hasta el otro lado, pero el Buda queda atrapado en un remolino y se ahoga.

Me siento desconsolado; mi compañero se ha ido. Así que espero mil años, otra vez brilla una estrella en el cielo nocturno y de nuevo nace un Buda en plena noche. Paso otro largo período como su compañero.

Aquí se pierden los detalles, pero por algún motivo tengo que aguardar otros mil años para el nacimiento de un tercer Buda. De nuevo brilla una estrella y el Buda nace en medio de la noche y yo soy su compañero hasta que crece. Somos amigos y me siento feliz. Entonces tengo que esperar una vez más mil años, hasta la época actual, para que el Buda nazca por cuarta vez. No obstante, esta vez las circunstancias son diferentes y más concretas. La estrella brillará en el cielo anunciando el nacimiento del Buda, pero el nacerá esta vez al alba. Y nacerá del agujero que forma un nudo en el árbol cuando los primeros rayos de luz solar incidan sobre él al amanecer. Estoy lleno de dicha y expectación, porque he esperado mil años para que mi querido compañero renazca.

Aparecen los primeros rayos de sol. Tocan primero la copa del árbol y van descendiendo al ir subiendo el sol (algo que no ocurría en la vida real). Cuando los primeros rayos de sol tocan el nudo del árbol, sale una enorme serpiente. La serpiente es gigantesca, tiene unos treinta metros de largo, ¡y va directamente hacia mí!

Estoy tan aterrorizado que me caigo de espaldas. Entonces me pongo en pie y corro con todas mis fuerzas. Cuando creo que ya he ido suficientemente lejos, miro hacia atrás y veo que la serpiente está corriendo detrás de mí, ¡y que mantiene su plana cabeza exactamente sobre la mía!

Así que, lleno de pánico, corro dos veces más rápido. Pero cuando me giro a mirar, allí está la cabeza de la serpiente: ¡todavía exactamente sobre mi cabeza! Corro aún más y miro, y la serpiente sigue allí, y sé que no hay esperanza. Entonces, por alguna intuición, formo un círculo tocando la cadera derecha con el brazo derecho. Sigo corriendo y la serpiente introduce lo que puede de su cabeza por el círculo, y entonces sé que el peligro ha pasado.

Cuando termina el sueño seguimos corriendo por el bosque, pero ahora la serpiente y yo estamos hablando y el peligro ha disminuido».

Robert Johnson, El Equilibrio Entre el cielo y la Tierra (1)

Robert Johnson, el analista junguiano mundialmente conocido en la actualidad por éxitos literarios de la talla de We, La Llave del Reino Interior o la obra ya citada, entre muchos otros, tenía 24 años cuando fue visitado por este sueño. Había llegado “casualmente” a Suiza desde Estados Unidos, en un vagabundeo bohemio que lo condujo a estudiar unos meses en el recién fundado Instituto Jung de Zurich. Corría el año 1938. El mundo civilizado sufría una grave crisis cuyo desenlace posterior todos conocemos, y Robert se analizaba, de bastante mala gana por cierto, con una de las discípulas más íntimas del mismísimo Carl Gustav: Jolande Jacobi.

Este sueño tomó por sorpresa a la analista: le pareció un simbolismo demasiado “viejo” para un muchacho aún tierno y lozano. Sin embargo, fue grande su curiosidad y lo puso en manos de Jung, al margen de la terapia. El viejo profesor se sintió conmovido por una visión tan profunda, e hizo llamar a su presencia a Robert. Le interpretó el sueño como si fuera la condensación de toda su vida, la esencia de todo su destino y del sentido de su existencia. Técnicamente, se trataba de la diferenciación de todas y cada una de las cuatro funciones psíquicas, con el punto más crítico y el problema más álgido en justo la última, la más oculta, la más peligrosa: la inferior, la cuarta.

Técnicamente, dicho de esta manera tan matemáticamente fría, se resume en “sólo” eso la esencia de lo que queremos decir con Individuación, realmente.

Pero resulta demasiado simplista, demasiado abstracto, ¿verdad?, para hacernos una idea de lo que en la práctica eso implica en una vida humana. Dicho así, son impensables las complejas implicaciones y el alcance que, por ejemplo, Jung extrajo y desglosó para Robert aquella tarde en referencia a lo que aquel sueño con ese proceso cuatripartito significaban para su paso por la Tierra (Recomiendo la lectura del libro referenciado si se quiere abundar en estos detalles).

Para intentar comprender en una medida más cercana, concreta y, por ello, seguramente más justa, el significado de este esquema simbólico, vamos a adentrarnos hasta donde nuestra tenue lámpara permita en la manifestación de tal Arquetipo en el meollo de una biografía personal, y nos vamos a tomar la atribución de elegir para un análisis al respecto una vida suficientemente completa y complicada: la del mismo C. G. Jung.

Análisis Funcional. Las siglas del carácter.

No es nada difícil, ni siquiera para un lego, percatarse de qué funciones se encontraban en Jung punteramente desarrolladas. Obviamente, era un pensador intuitivo. Si afinamos un poco más, podemos decir que era un pensador introvertido con una también muy desarrollada capacidad intuitiva, por ley de opuestos, preponderantemente extravertida. Digamos que su ego, su conciencia, tenía estos dos “Budas” como fieles compañeros de nacimiento, que fueron creciendo y desarrollándose a la par que él, y que constituían los valores principales que su carácter consideraba más fiables y sólidos. Empleando la árida nomenclatura del test tipológico junguiano por excelencia, el MBTI, caben pocas dudas al adscribir a Jung el carácter INTP, es decir: pensador introvertido, intuitivo extravertido, sensitivo introvertido y, finalmente, como cuarta función inferior, sentimiento extravertido. Sin embargo, tal y como el sueño previno que le ocurriría a Robert, la maestría de estos caballeros consiste en haber superado las limitaciones de su tipo básico y haberse adentrado en el cultivo y complementación de las funciones inferiores al mismo tiempo que en el perfeccionamiento y diferenciación cada vez más profundo de las superiores, y del conjunto completo en general. Por ejemplo, en su proceso, Jung adquirió un mayor peso de su aparato intuitivo, que además se introvirtió, otorgándole a su carácter un toque profético, allende lo filosófico, que es más preponderantemente intelectual.

Volviendo una vez más a ese sueño paradigmático, vemos con nitidez que la madurez psicológica consiste en desarrollar una función lo suficiente para que entre en contacto íntimo con la lucidez del Sí- mismo (el Buda), tras lo cual se produce su sacrificio para dejar pasar a la siguiente a primer plano y centrar la energía psíquica en pos de su desarrollo consiguiente, y así hasta haber completado el ciclo completo. Recuerden los mitos solares, y podrán parangonar sin ningún esfuerzo aquel simbolismo que expresa lo que acontece una vez llegado a su cenit el sol, tras lo cual comienza a declinar hasta adentrarse en el útero de la noche y la tierra, de regreso al caos de su Madre Inconsciente, para después renacer renovado y diferente, cíclicamente, con este mito onírico que cuenta como los Budas van creciendo y madurando, muriendo después y renaciendo de nuevo. Estamos delante del mismo mitema, con total evidencia.

Los griegos, conmovidos por la apreciación de esta terrible maldición que hace suceder inapelablemente una caída a un éxito, una condena a una consecución heroica, achacaron la postrera derrota del héroe al pecado de Hybris, al insulto al orgullo divino que significa quererse un hombre equiparar a un Dios (“la temeridad de una idea así”), pagado con un martirio, una muerte, un sacrificio. Sin embargo, en su mismo mito Prometeico podemos entrever qué necesaria es esa temeridad, aún con ese costo, para que los seres humanos lleguen a ser lo que están destinados a ser, hombres con la lucidez que les corresponde por naturaleza. Es decir, que les corresponde como mandato de Dios. Prometeo el héroe fue encadenado a la roca por cometer la grave Hybris de ayudar a los humanos a alcanzar un grado más alto de diferenciación, de individualidad, por lo tanto de semejanza con el Sí mismo, pues lograron ese nuevo status gracias a un robado fuego divino.

Fue encadenado por los dioses que estaban por encima de él y su temeridad. Pero, al fin y a la postre, su heroísmo y la consecuencia de éste…¿no fueron amañados seguramente por un Dios superior que está por encima de estos otros dioses? Un Dios que sabe que ser Humano implica esa hybris y su castigo consecuente, y apaña las cosas entre los dioses inferiores, los héroes y los hombres para que suceda así, una y otra vez.

Una escena similar se produjo en el Paraíso cuando los primeros humanos pecaron otra vez dehybris, y pagaron también con su expulsión ese nuevo estado de lucidez que les procuró la tentación del “seréis como dioses, conocedores del bien y el mal”. Ya en otro lugar he esbozado una comparativa entre éstos y otros mitos genésicos fundamentales de nuestra cultura (2), y he mostrado cuán íntima es la conexión entre la diferenciación, el desarrollo, la perfección y la totalización de la conciencia (es decir, de lo humano) con el asunto luciferino de la rebelión…y su condena.

En el mito genésico masón La muerte de Hiram, al arquitecto sabio Hiram, una encarnación divina en la Tierra, un gran Maestro, que se encargaba de la construcción del Templo de Salomón, tres compañeros albañiles le dieron muerte, intentando robarle la sabiduría, ciertas palabras maestras, cosa que no consiguieron. Luego escondieron su cadáver. Las Palabras Sagradas y de Paso originales, que sólo conocía Hiram, se perdieron de esta forma para el mundo. Pero de todos modos el Maestro finalmente resucitó y pasó a mejor vida, quedando como ejemplo de transformación y purificación. Al mismo tiempo, a través de las peripecias en la recuperación de su cadáver (un verdadero camino iniciático), se desveló y recuperó un conocimiento que, aunque fragmentario, empezaba a estar a disposición de los iniciandos y es el basamento sobre el que se construye la Orden desde entonces, según esta leyenda. La mayoría de las Logias contemplan a Hiram como el fundador, según un mito de estilo heroico cristiano, bastante clásico, como vemos.

Creo que es fácil distinguir entre todo ésto los mitemas básicos de los que estamos hablando: el ser cuasi perfecto, el héroe en muchos puntos semejante a Dios que sin embargo necesita del sacrificio máximo para seguir evolucionando, y, justo a su lado, íntimamente implicada, esa rebelión luciferina, ávida de conocimiento, que roba una sabiduría divina a través incluso del mal y la traición, pero que acaba otorgando el bien de colocarla finalmente un poco más cerca, más a disposición de lo común humano, es decir, a disposición de la conciencia.

Claro, no nos es difícil entender lo punible que es aquel pecado que los griegos llamaronHybris y que nosotros llamamos inflación, y por lo tanto en qué gran medida es aconsejable intentar apartarse lo más posible de esta patología de arrogancia, que parte de un complejo de superioridad que hace creerse héroe al que no lo es y omnipotente al héroe. La inflación se arroga cualidades colectivas impersonales que están más allá del valor del ser individual, y le hacen al individuo desdibujarse de sus límites. Suele ocurrirle a menudo al Puer, y una arremetida de Saturno será la consecuencia de esta extrapolación de sus fronteras personales, que probará la valía o no del supuesto acerbo de cualidades extraordinarias del joven y exaltado aspirante. Recordemos los personajes y el argumento del mito de Icaro. También en una historia ahora tan popular como el Señor de los Anillos, se nos hace ver qué significa identificarse con el Sí-mismo, y qué significa investirse infladamente de su omnipotencia y omnisciencia; cuál es la virtud de renuncia y modestia que provoca la redención de ese estado y en qué consiste realmente ser héroe en contacto y armonía con el Anillo (Sí- mismo).

Pero lo que intento mostrar ahora es lo consustancial al instinto de perfección y de superación de la conciencia, lo consustancial al instinto heroico genuino, que es llegar a un punto que es un cenit, excederse, y acabar cayendo en picado desde lo alto. Ese exceso siempre significa un monto de inflación, de arrogancia y de presunción, pero es un monto deHybris al fin y al cabo inevitable.

Me permito hacer en este punto una digresión dentro de la digresión. Muchas son las acepciones de lo diabólico, pero en este contexto la que más nos interesa es la soberbia de Lucifer, que quería ascender en el Cielo, hasta llegar a la semejanza del Altísimo, y su consiguiente draconiano castigo. Sí, lo diabólico es entre otras cosas lo imitador de Dios, el “mono” de Dios. Pero entonces ¿es que no existe en su impulso la misma sustancia que la Iglesia adopta como una de las virtudes capitales, en la Imitatio Christi? ¿No es la misma arrogancia del alquimista, que quería fabricar un redentor en la retorta, y la misma que late en la esencia del impulso individuatorio: encarnar en nosotros al Sí-mismo, la imagen de Dios?

No seré yo el primero que hable del camino de Individuación como una vía luciferina, ni el primero que diga que la enseñanza que recoge la psicología junguiana sigue una estirpe de sabiduría luciférica cainita.

Vemos como en mitad de estas cosas un pecado obvio de soberbia y una virtud quizás no tan obvia de valentía y audacia se entrelazan. Que una entidad se arrogue consustancialidad con los dioses hasta querer usurpar un poder que no le corresponde, es fácil calificarlo como diabólico. Que una parte intente detentar el poder y la jerarquía sobre un todo, como cuando una función se emancipa de la democracia psíquica y empieza a ejercer el mandato propio de un dictador sobre el resto de la economía anímica, como cuando el yo se erige mefistofélicamente en emperador del sistema psíquico y se intenta desembarazar del Inconsciente, es claramente un mal.

Pero existe algo tan noble en la ambición luciférica, que una de las definiciones del divino Grial es la de ser la piedra caída de la corona de Lucifer cuando fue derribado al inframundo desde su lugar en los Cielos. La maldad de Lucifer se convierte en heroismo prometeico que coloca, aunque en un lugar remoto y prácticamente inaccesible, un pedazo del Ser de Dios al alcance de los hombres. Que quizás sólo los más soberbios humanos quieran perder su tiempo en buscar.

En palabras de Jose Antonio Delgado:

«(…) Pero, así como el Diablo es la figura despiadada y malvada, que trasunta por entre las fisuras del entendimiento humano más excelso, para traicionarlo y abocarlo a sus inflados dominios, es la parodia de Dios, que advierte de los peligros que corre aquel que utilice las energías (y la sabiduría luciferina) por él conferidas, a favor del propio y exclusivo provecho. Solo Lucifer aporta la luz y se convierte en el Príncipe de las Tinieblas. El demonio luciferino, el ángel caído por el pecado de Hybris, simboliza la iluminación superior a las normas habituales. El confiere una especie de presciencia que permite ver más lejos y con más seguridad. Autoriza a romper las normas de la pura racionalidad en nombre de una luz trascendente, que es tanto del orden del conocimiento, cuanto lo es del Destino. Pero los dominios del Diablo son extensos y sus disfraces multifacéticos engañan a la conciencia que trata de descubrir sus ardides, y lucha por alejarse del verdadero peligro que supone el pecado de Hybris. Como símbolo de todas las fuerzas que debilitan, oscurecen, obnubilan y turban la conciencia, determina el regreso (y la caída) hacia lo ambivalente, lo dúplex y lo indeterminado: al centro de Lux Aeterna que yace en el mundo de Vulcano» (2a)

En efecto, con la caída del Lucero, nos encontramos con otra de las definiciones de lo diabólico: un contenido espiritual, una imagen arquetípica que debía empujar a la conciencia desde arriba, usando sus alas angélicas, se ha despeñado hasta el suelo y aún más abajo, desde donde es percibido como una picazón tentadora en el cuerpo, hipnótica, que empuja desde los pisos inferiores al Yo con todo el poder de una compulsiva tentación.

El que ascendió a lo más alto acaba encontrándose en lo más bajo, pues los opuestos se tocan en los lugares de su exaltación, y así quien está cerca de Dios está cerca del fuego, léase siempre infernal. Cuando El está tan alto que nuestros ojos y nuestros más audaces vuelos de pensamiento no lo divisan, entonces suele escuchar su arcaica llamada el animal en nosotros, con su fino oído genital.

Regresando a nuestro discurso central, decimos que todo este hiperdesarrollo parcial del que estamos hablando, se convierte en un exceso, que lo es a partir de la creación de un desequilibrio, un desequilibrio que es necesario que ocurra para después volverse a compensar ya veremos en qué manera. Justo cuando en una persona se alcanza un verdaderamente alto grado de diferenciación en su faceta favorita de adaptación, es cuando más en peligro está de que sus aspectos ocultos más primitivos e indiferenciados entren en disputa agresiva y amenacen a la conciencia con una oposición que típicamente produce un período de neurosis. Se trata de un conflicto inherente a la naturaleza humana entre el impulso hacia la mayor diferenciación, hacia la perfección y el más alto logro, y el instinto hacia la armonía de la totalidad, hacia la complementación, que sólo es aliviado en un proceso cíclico de ascensión, superación y posterior caída. A la vez, de un conflicto entre la adaptación de la conciencia al mundo exterior y la adaptación al mundo interior. Y también de un conflicto entre la voluntad y la independencia del yo y sus herramientas y su origen colectivo arquetípico, un conflicto entre la libertad y la capacidad de elección y el destino y el instinto determinantes. Entre el yo que uno “elige” ser en un trecho de la vida y la identidad verdadera que siempre espera en el siguiente.

El psicoanálisis ha puesto de moda considerar los conflictos con el inconsciente como resultantes de un yo débil e infantil que sólo ha tenido fuerza para enfrentar sus dilemas y problemas emocionales haciendo uso de la represión. Sin embargo, mi experiencia me dicta que precisamente en individuos de gran maduración y aptitud, cuando han llegado a un determinando punto crucial de agudeza y profundidad en su desarrollo (diferente para cada uno), es muy esperable que se de ese conflicto interior que amenaza cambiarles de dirección la vida, incluso con la virulencia de una neurosis. Por eso hablamos de proceso de Individuación a partir de la mitad de la existencia, en un momento que nos cuenta más de madurez que de infantilismo, cuando el pensamiento ha obtenido formación y aplicación en las carreras y el trabajo, cuando el sentimiento ha formado familias y traído al mundo hijos. Y entonces queda un largo camino más allá.

Recordemos la leyenda del doctor Fausto, aquel eminente médico sabio que en el cúlmen de su profesión, se dejó tentar por su alma para volver a empezar de nuevo.

Si dejamos de lado la metáfora mítica y nos ocupamos de otras metáforas, como por ejemplo la psicológica, podríamos explicarnos de un modo muy gráfico y creo que más comprensible: las funciones psíquicas son como cuatro árboles que hincan sus raíces en el Inconsciente Colectivo psicoideo y yerguen su tallo y sus ramas hacia la luz de la conciencia personal, donde incluso en un punto de su desarrollo hasta se instrumentalizan. Cada carácter “riega y abona” en especial dos de esas cuatro funciones, que son las que alcanzan más frondosidad y altura y son las que dan apoyo, cobijo y sombra fundamentales a esa persona en particular. El principio que las rige a cada una es el de crecimiento, desarrollo, altura y diferenciación; en una palabra, perfeccionamiento.

Entender qué significa este perfeccionamiento es fácil si se compara por ejemplo la diferencia de sofisticación del pensamiento en las tribus primitivas con el pensamiento heleno, o, mejor aún (estoy seguro de que hubieron Neandertales con un pensamiento más refinado no ya que el griego medio, sino más que muchos de nosotros, ciudadanos modernos y cultos del mundo occidental), si comparamos un griego común con un Sócrates.

En determinados individuos esas funciones principales alcanzan grados de desarrollo tan elevados que podemos llamar heroicos. Conocemos héroes del pensamiento, héroes del sentimiento, héroes de la clarividencia y también héroes estéticos y gimnásticos, así como también en más de una o incluso en todas las funciones a la vez, los más grandes Maestros de la Humanidad. No creo necesario ejemplificar.

Podríamos decir que una función llega a grado verdaderamente heroico, en sentido individuatorio, cuando logra su fin último, que es expresar a través de ella su fundamento, producir en sus más altas ramas el nacimiento del fruto arquetípico que es la parte de Sí mismo que está llamada por naturaleza a dar a luz. Además, expresado de acuerdo al momento y nivel cultural histórico que sirve de terreno de crecimiento a esa función, es decir, expresado de manera actualizada. Una maduración que incluye un logro creativo, y que arquetípicamente coloca en un “trono”, en una maestría y por consiguiente frente a un discipulado, a su portador. Claro que el desarrollo verdaderamente heroico, el logro con respecto al Sí mismo, no a la sociedad o lo colectivo, sólo se consigue tras sucesivas muertes y renacimientos que renueven, afilen, completen y diferencien suficientemente a las funciones. No hay verdadero perfeccionamiento que no sea a la vez un completamiento, ni verdadero crecimiento que no sea también una profundización hacia la raíz, como veremos más abajo.

En el sueño de Robert este desarrollo heroico de sus funciones se expresa con la bella imagen del nacimiento y maduración de los Budas.

Este impulso de perfección es un aspecto Yang del proceso individuatorio. Está en connivencia con todo lo masculino que mide y selecciona acorde a jerarquías y tan finas como tajantes comparaciones. Para los chicos en la escuela es importantísimo saber “quién mea más lejos”, y el tamaño del pene sigue siendo durante toda la vida un asunto capital. Para un atleta, una diferencia de décimas de segundo puede ser lo decisivo entre sentirse fracasado y ser el rutilante ganador. Para el aspecto masculino del Sí mismo, “la naturaleza es aristocrática, y alguien valioso es de tanto peso como diez de los otros” (3). La preocupación acerca de dónde se encuentra la más profunda verdad, el más grande amor, forma parte de todo este instinto de perfección, crecimiento y progreso que es propio de la naturaleza de las funciones, y por consiguiente del alma y la conciencia.

Pero este instinto de progreso lineal se ve compensado por otro impulso igualmente consustancial del proceso individuatorio, un aspecto Yin que reclama armonía, equilibrio, complementación; en una palabra, totalidad.

Posiblemente no exista suficiente energía psíquica como para emplearse en el desarrollo y perfeccionamiento de las cuatro funciones a la vez; el afinamiento de cada herramienta reclama suprema consideración y atención y no es dable ocuparse en el cultivo de los cuatro “árboles” al mismo tiempo. Para el instinto de perfección eso sería dispersión y por lo tanto fuente de mediocridad, primitivismo. Las conciencias donde destacan los desarrollos armoniosos sobre los diferenciados funcionalmente son las primitivas y podríamos decir también las infantiles. Pero aún más importante que esa de todos modos hipotética falta de energía, es el verosímil obstáculo al crecimiento en paralelo que representa la oposición por pares de las funciones psíquicas, su rechazo recíproco dos a dos, no más se elevan hacia la conciencia desde la profundidad del Sí mismo. En efecto, en el inconsciente, en el magma primordial paradójico, las funciones coexisten con mucha más solidaridad que en la luz de la discriminación, y por eso las conciencias crepusculares que apenas despuntan en su lucidez y diferenciación desde allí pueden permitirse cierta arcaica armonía; siempre señalando que se trata de un equilibrio relativo, pues la básica naturaleza psíquica humana presupone que allí donde despunte una conciencia, con mayor o menor unilateralidad dos funciones queden cercanas a la luz y las otras dos cercanas a la sombra (dejando aparte lo que cambia en ese estado primigenio de cosas el proceso de Individuación). Mas en los individuos donde está despierto el llamado vehemente a la maduración y al crecimiento de la conciencia por encima de lo colectivo primitivo es donde mejor advertimos que el proceso comienza solidario con el desarrollo de sólo sus dos funciones favoritas, aquellas donde en principio se expresan mejor sus dones y que se apoyan mutuamente. Si no fuera así, y pretendiera su psique crecer desde todos los flancos opuestos, el progreso quedaría varado desde el mismo principio porque la hostilidad entre las partes se negaría a sí mismo todo crecimiento. Sería como querer caminar hacia la derecha y la izquierda a la vez.

En culturas de alta exigencia educativa y adaptativa como la nuestra, donde además prima la especialización –hermana del perfeccionismo-, el individuo se demora aún menos en intentar complementar sus aptitudes a través del corolario completo de funciones. Rápidamente y con fruición se abandona a sus cualidades punteras, aquellas que van a proporcionarle la más profunda e inmediata adaptación y éxito. Sólo un impulso a la totalidad individuatorio le hará a un hombre moderno sacrificar tan necesaria especialización y afinación en sus áreas favoritas, para marginarse y entorpecerse cultivando sus puntos débiles, que de momento no van a proporcionarle ninguna satisfacción, sino todo lo contrario.

De este modo, una o dos funciones crecen altas y frondosas hacia el Sol que es la conciencia acaparando casi todo el agua y el abono psíquico que el yo es capaz de entregar. Se convierten en puentes seguros al mundo, y el individuo valorará y construirá su vida a través de ellas. La más introvertida, en su crecimiento solar no perderá nunca del todo la conexión con su origen, el Inconsciente; la más extravertida seguramente se despiste un poco más. Este crecimiento dual no es tampoco exactamente paralelo, pues ya de entrada no sólo es que las diferencias funcionales son siempre aunque no lleguen a opuestas, excluyentes en cierto grado, sino que fundamentalmente ya la introversión y la extraversión de cada una impiden un desarrollo al unísono.

En la vida de Jung, observamos este desarrollo oscilante entre sus dos funciones principales cuando comparamos al Senex en su torreón apartado del mundo con aquel Puer viajero y aventurero que también fue (intelecto introvertido frente a la intuición extravertida), aspecto de su personalidad vivido en toda su extensión por uno de sus amigos más íntimos: el explorador Laurens van der Post.

Esas funciones altivas, aún en un desarrollo muy consecuente y por lo tanto en ciertos puntos genuinamente heroico, como ya sabemos, producen un desequilibrio entre la altura solar de la conciencia y el suelo húmedo y oscuro que es su raíz, el inconsciente. Cuanto mayores son sus éxitos asentados en sus frondosas copas, más recelo y envidia cargan contra ellas las dos funciones reprimidas y raquíticas que quedaron atrás, a ras del suelo. Por esta cercanía a la raíz primigenia, las funciones inferiores y especialmente la más reprimida se convierten en representantes del inconsciente que entabla batalla contra la conciencia representada en las funciones superiores. El instinto hacia la totalidad y el equilibrio no soporta esa diferencia de crecimiento y plenitud entre unas y otras, que al fin y a la postre es un desequilibrio entre los valores ineludiblemente unilaterales de la conciencia en esta parte del proceso y los valores opuestos del inconsciente. La aversión de las funciones inferiores hacia las sobrealimentadas superiores esgrime el estandarte de la lucha de la Luna contra el Sol.

Es entonces cuando la conciencia que había primado el camino hacia la derecha y la luz de la adaptación, tiene que acomodarse en pos del principio de totalidad en un camino hacia la izquierda, hacia la oscuridad y la profundización. Ya señalamos que es imposible el camino a la vez en dos direcciones. Hay que elegir. Pero existe un modo en que pueden hacerse compromisos entre ambos sentidos y que es la única manera en que el desarrollo psíquico, la Individuación, puede expresarse: inscribiendo un desarrollo circular, la Circumambulatio. De este modo, extendidos en un tiempo lineal que oscila a la vez entre los opuestos, alternadamente, y dibuja ese círculo, el perfeccionamiento y la totalidad intentan hacerse mutuamente justicia. En los puntos de giro se produce la enantiodromía; llega el momento de la merma, en que lo superior y superdesarrollado tiene que ceder su altura en pos de aumentar lo inferior y salvar las distancias. Llega el momento de la declinación del Sol, la caída del héroe; la muerte del Buda, en ese sueño que hemos tomado como inicial referencia.

Con la esperanza de renacimiento posterior no se espera sólo una compensación a favor de las funciones inferiores, sino una renovación más profundamente vinculante de las funciones superiores con su raíces arquetípicas. Es decir, una renovación vinculante del carácter de la conciencia con el Inconsciente y la matriz arquetipal, que significa una ganancia tanto en completamiento como también en afinamiento y profundidad.

Las biografías que no dibujan estos movimientos oscilatorios, son propias de individuos colectivos donde no se han perfilado más que los movimientos iniciales del desarrollo psíquico, estadios previos a los procesos individuatorios propiamente dichos. (3a)

Las funciones superiores, por el mero hecho de afirmar la conciencia, abierta al mundo y a la luz, se adscriben a un carácter solar también en las mujeres. El ego basa su fundamento en la lucidez, la diferenciación y la instrumentación, y esas son cualidades masculinas, aunque sean portadas desde funciones típicamente femeninas como ocurre en general en la conciencia de la mujer. Las inferiores que quedan en el inconsciente, en lo oscuro, sombrío, húmedo de la matriz primordial, adscriben pues las cualidades lunares, femeninas, de esta posición. En hombres y mujeres, conciencia es sol e inconsciente luna (por ejemplo: el lado derecho en ambos sexos es masculino y el izquierdo femenino), aunque desde el inconsciente de la mujer pujen funciones general y típicamente masculinas (desde luego siempre teniendo en cuenta que dentro de esa similitud las diferencias y los matices se vuelven a la vez fundamentales). Esto complica un poco las cosas a la hora de analizar en este sentido el encuentro entre la mujer y su lunar interior, su inconsciente, pues éste adquiere en un punto más bien la forma y modos de un sol negro, un sol nocturno que llamamos animus, así como su conciencia brilla con cualidades luminosas de albor y crepúsculo, más cercanas a la noche lunar que al mediodía (generalizando siempre demasiado, por supuesto).

Hechas estas explicaciones, podemos entender por qué el siguiente dicho de Jung que pone colofón a lo expuesto hasta ahora sobre el conflicto entre los impulsos de perfección y totalidad de la libido, es aplicable tanto a hombres como a mujeres por igual:

“La inconsciencia es para el Logos el pecado primordial, el mal mismo. Pero su acto creador del mundo es matricidio, y el espíritu que se aventuró en todas las alturas y todas las profundidades, también debe sufrir, como dijo Synesius, el encadenamiento a la roca del Cáucaso. Pues nada debe existir sin lo otro, porque fueron uno en el comienzo y han de volver a ser uno al final. Sólo puede existir conciencia si se reconoce y se tiene en cuenta permanentemente lo inconsciente, así como toda vida debe pasar por muchas muertes” (4)

En hombres asentados en funciones típicamente masculinas, el carácter lunar del anima por ser un contenido inconsciente, se redobla por adscribirse a ésta una funcionalidad típicamente femenina. Ese es el caso de Jung: a sus funciones de sesgo racional y clarividente, intelecto e intuición respectivamente, en donde se asienta su “solaridad”, su masculinidad consciente, se opone desde la “lunaridad” inconsciente un carácter puramente femenino del anima: sentimiento y sensación. En un caso así, nos encontramos inmersos en el encuentro entre lo masculino y lo femenino en una forma muy contrastada de expresión originaria. Logos frente a Eros, en estado esencial.

Seguro que algo les ha parecido chocante: que adscriba sin más intuición a masculinidad. Hablando con más profundidad, intuición al ser un puente entre inconsciente y conciencia, en su aspecto receptivo e instintivo es verdaderamente nocturna, lunar, femenina. Cuando la intuición toma el mando de un carácter, lo hace especialmente dúctil, maleable y sumiso ante el destino, receptáculo de visiones. De hecho, y este punto es muy importante, los individuos con una función racional dominante introvertida y una irracional dominante extravertida, tienen todos en su manera de afrontar la vida un sesgo marcadamente femenino, por el peso que en sus biografías se comprueba adquiere lo inconsciente, lo irracional, lo lunar. Es el caso de Jung, y además en este sentido se trata de un caso paradigmático. Su función racional, típicamente masculina, el pensamiento, es introvertida, y su función puente al mundo es la irracional (léase a-racional) intuición visionaria. En un caso así es esperable una influencia masiva de lo lunar, incluido en ello una influencia decisiva de la relación con las mujeres. Este contacto íntimo, siempre problemático, entre un Logos poderoso y una Luna absolutamente subyugante desde el fondo, es el que hizo a los filósofos alquimistas medievales llamarse“hijos prístinos de la Madre”.

Pero no es gratuito que se le adscriba a ella, la intuición, el elemento fuego arquetípicamente, y se considere pues que su aspecto luminoso, creativo, su lado Logos, sea finalmente el más definitorio. En efecto, es una alumbradora de oscuridades cuya finalidad es ser psicopompo que empuja a la creación, un esclarecedor de sentidos que funciona a menudo exactamente como un razonamiento inconsciente, por lo tanto representante de un Logos interior y autónomo, y es un estandarte de idealismo siempre. Estas razones creo nos son suficientes para avalar su adscripción hacia el lado de cualidades masculinas, hacia ese fuego de la necesidad de iluminar la oscuridad, siempre y cuando no olvidemos al mismo tiempo su paradójica humedad mercurial. Esta “ambigüedad sexual”, de la que también participa (desde otros ángulos) su hermana opuesta la sensación (la sensualidad terrenal en astrología se adjudica a Tauro, el toro, regentado al mismo tiempo por Venus) es la que hace que, al contrario que el pensamiento y el sentimiento, que se reparten de manera mucho más excluyente entre las conciencias de hombres y mujeres, sensación e intuición sean dos funciones que se distribuyen “genéticamente” entre los sexos de una manera más, digamos, imparcial. La intuición como función principal en una mujer, cosa que como digo no es nada rara, la capacita para lo ideal, espiritual y abstracto, así como la sensación en un hombre lo capacita para el sentido de lo real, terrenal y práctico.

En definitiva, esa confrontación tan íntima y cercana entre Logos y Eros, se traduce en que en la biografía de un hombre de tales condicionantes, los encuentros con la mujer real en su aspecto más profundamente femenino van a ser de mucho peso, decisivos en la interacción de su ego con lo más oculto, incomprensible, misterioso y peligroso de su propio inconsciente. El anima no va a encontrar ninguna dificultad en vivir cómodamente proyectada en la figura de ciertas mujeres relevantes de feminidad conspicua, y todo lo que ocurra con ella, el anima, en estos casos, será inmediatamente significativo para las relaciones con la mujer correspondiente. Viceversa, también.

Tenemos pues que una de las llaves principales de encuentro para un hombre como Jung con el Inconsciente Colectivo es una mujer interior cuyo interés principal es el amor y lo erótico. No es difícil colegir la tipología correspondiente de este anima, justo el reverso opuesto de la conciencia: sentimiento extravertido, sensación introvertida como funciones principales; intuición extravertida e intelecto introvertido como las más arcaicas. En terminología de MBTI, ESFJ.

Vamos a hacer una breve descripción de ambos caracteres contrapuestos. En mis propios comentarios al respecto, recogiendo impresiones desde diversas fuentes y complementándolas con mis propias experiencias, he dicho en otros lugares (5) de aquel carácter, fundamentalmente masculino (INTP):

«(…) Son gente volcada en reflexiones sobre los por qué, los por qué no y sobre todo los para qué de las cosas. A menudo aislados, en su mundo de búsqueda de las verdades y principios universales, del contexto que los rodea. Piensan rápido, con claridad, y en los temas que les preocupan su concentración es intensa. Pueden llegar a ser muy tozudos en la defensa de sus verdades, que a menudo son distintas de las del resto (…) Prefieren la discreción en todo lo externo. Les aburre e impacienta ocuparse de cosas obvias y de verdades de Perogrullo; su interés es siempre la verdad que está más allá de las apariencias y lo evidente.

La belleza y la elegancia de la vida para ellos está en los procesos de pensamiento, la contundencia de la lógica, y la exactitud y gracia de su expresión por medio del lenguaje. Matemático filosóficos por esencia (…) La verdad es buscada por sí misma, no para obtener ninguna meta ni satisfacer ningún proyecto. La meta es la verdad en sí, y esa verdad buscada con ahínco es un modelo universal de entendimiento de la vida y el cosmos, original, completo y complejo. Cogito ergo sum es una expresión que sólo podría salir de un tipo similar a éste. No tienen interés especial en demostrar con pruebas y hechos sus ideas, ni en indagar su comprobación experimentalmente. Para que la verdad sea válida, les basta con que tenga suprema coherencia interna y perfección lógica, pues su última referencia de contrastación no es con el mundo de los hechos, sino con el mundo interno de las visiones y patrones arquetípicos (…)».

Jordan en su ensayo de 1896 sobre caracterología citado por Jung en Tipos Psicológicos (6), esboza ciertos rasgos de un carácter masculino que él llama “apasionado” que encajan con nuestro perfil de pensador introvertido:

«Sus diversiones no cambian de hora en hora, y sus entretenimientos son genuinos y no formas de huir del desasosiego. Si ocupa un puesto público, es por capacitación precisa, pero no le importaría que su causa fuera llevada por otras manos, si en las suyas tuviera menos oportunidad de éxito. Cuando su trabajo termina, se marcha de buen grado. Con facilidad sobreestima los éxitos de los colaboradores. Se desarrolla con lentitud, duda mucho de sí mismo. Sólo si tiene talento, su entorno lo empujará a escena, pero no por gusto propio.»

El mismo Jung, a la hora de comentar sobre el mismo género de caracteres, dice:

«(…) Seguirá sus ideas, pero (…) no hacia fuera, sino hacia adentro. [La referencia al objeto] le falta a veces casi totalmente (…). Si el objeto es un ser humano, entontes éste tiene el claro sentimiento de que él cuenta propiamente sólo de manera negativa, esto es, en los casos menos graves cobra consciencia de su superfluidad, en los casos más graves tiene el sentimiento de ser directamente rechazado (…) En la persecución de sus ideas es casi siempre testarudo, obstinado e ininfluenciable. (…) Su aparición externa es con frecuencia poco hábil, penosamente preocupada, por ejemplo, de evitar llamar la atención, o también notablemente despreocupada, de una ingenuidad pueril (6)«

Daryl Sharp, en su libro Tipos Psicológicos Junguianos (7), hace una caricatura muy ilustrativa de él en el capítulo Cena con los Tipos:

«(…) Ha llegado un nuevo huésped. Es profesor de medicina (…) Es muy conocido por sus aburridas conferencias y por nuevos descubrimientos en su campo. No tiene contacto con sus alumnos y le desagrada compartir sus ideas. Ni siquiera sus pacientes le interesan, siendo para él sólo “casos” que necesita para continuar sus investigaciones (…) Jamás se ve al profesor con su esposa (…) se rumorea que ella es inculta y que alguna vez fue su criada.»

Contrastemos todo ésto con los comentarios sobre el respectivo carácter femenino:

«(…) Amantes de las celebraciones, los festejos y las reuniones cálidas, sobre todo si son dentro de un marco tradicional y colectivo. Gregarios. No pocas veces histriónicos, les encanta que sus emociones sean reconocidas por el público y convertirse en el centro de atención. El sentido de sus vidas gira en torno al servicio y la ayuda al prójimo que le resulta interesante, intentando crear siempre para la gente que aman un entorno armonioso. Profundamente empáticos, necesitan ser necesitados y son muy orgullosos de dar (…) Su entorno favorito es un medio estructurado y convencionalmente seguro donde prime el valor de la simpatía y la compasión (…) Es uno de los tipos que más se funde “neptunianamente” con los sentimientos de los demás (…)» (5)

Otro pequeño resumen de lo escrito por Jordan, hablando de la que él llamaba “mujer no apasionada”:

«Presteza y don de la oportunidad, más que perseverancia y coherencia. Vida llena de multitud de pequeñas cosas. Muy útil en los movimientos sociales. Gusta ocupar posiciones dirigentes si tiene talento. Es bondadosa y hospitalaria con todos. Amar es preferir, odio es una mera aversión y los celos orgullo ofendido. No investiga y no duda. En asuntos importantes se pone en manos de la autoridad y en los pequeños saca conclusiones precipitadas. Se muestra muy distinta en la casa que en sociedad. En el matrimonio suele estar muy influida por razones sociales, convencionales, estabilidad y expansión. En el círculo doméstico es donde sale a relucir lo desagradable. La casa es invierno, la sociedad verano. La transformación se opera nada más llega una visita. Ama la distracción» (6)

Jung en sus comentarios sobre la sentimental extravertida:

«(…) Los sentimientos corresponden a las situaciones objetivas y a los valores generalmente válidos (…) Tales mujeres son buenas compañeras de sus maridos y buenas madres siempre que sus maridos o sus hijos posean la constitución psíquica corriente en el país (…) quizás piense mucho y muy inteligentemente, pero su pensar no es nunca sui generis, sino que es un apéndice epimeteico de su sentir (…) Cuando el significado del objeto alcanza un grado todavía más elevado (…) la personalidad se diluye completamente en el sentimiento del momento (…) Una vez se es una cosa, otra vez se es algo completamente diferente» (6)

Daryl Sharp:

«(…) Es una mujer encantadora, cálida y voluptuosa como una pintura de Renoir, una maravillosa ama de casa, liberal, servicial, mundana. Es muy atractiva y hospitalaria (…) Su hogar demuestra un gusto refinado (…) Su conversación no es particularmente excitante. A veces, sus opiniones son las de (…) conocidas figuras de su comunidad (…), ella las expresa con la mayor convicción, como si nacieran de ella (…) Está casada con un [hombre] que concede gran valor a vivir en un recatado lujo»(7)

Pasmosa la exacta oposición ¿no es cierto? Así como el carácter masculino que estamos describiendo podría ser en nomenclatura psicoanalítica un obsesivo, la contraparte femenina tendería siempre a caer en la histeria.

Ahora hay que señalar que el carácter de Jung es, obviamente, el carácter del animus de esta señora, recíprocamente a como ella representa el carácter de su anima.

Por supuesto, hay que tener también muy presente que el talante del anima en este tipo masculino no va a tener ese regusto y esa diferenciación que vemos al comentar esta tipología femenina en referencia a mujeres, maduras en sentido psicológico, de carne y hueso. Está adscrito a sectores inconscientes y subdesarrollados, por eso en la caricatura del profesor no encontramos sin más una esposa refinada y de modales cultivados, sino una “inculta que quizás fuera su criada”. Sólo después de sucesivos encuentros con el anima, el “profesor” logrará diferenciar tanto su anima que llegue a enamorarse y sentirse a gusto con una mujer más diferenciada; al principio, cuando él no sabe nada de estas cosas, su pasión tenderá siempre a escoger mujeres de talante primitivo, tal y como él percibe oscuramente su anima. Como en la elección de amor el “profesor” pierde toda noción de conveniencia y sólo se va a dejar guiar por el deseo y la pasión, incapaz de criticar el objeto (así como es capaz con infinita sagacidad de criticar las más complejas ideas), en su biografía aparece este matrimonio tan “descompensado”. Von Franz, citada por Daryl en su libro, dice al respecto:

«Tal persona es, por supuesto, muy vulnerable al objeto de su amor. En el film el Ángel Azul, un profesor de edad madura se enamora de una joven bailarina de cabaret, una cálida vampiresa que lo transforma en un payaso que incorpora a su rutina artística. El la ama tanto que renuncia a su vida académica y se arruina totalmente. Este es un buen ejemplo de la lealtad del sentimiento inferior, pero también de su mal gusto».

El amor es ciertamente ciego, cuando la elección se basa en la pura pasión. Esto contrasta mucho con la elección marital del tipo femenino que estamos tratando, pues su mayor cualidad es precisamente la capacidad de obviar el objeto que despierta su mayor pasión subjetiva (con todo lo subjetivo se siente ciertamente incómoda), que sería seguramente alguien con este talante taciturno, cavilante y descuidado, y aplicar su profunda capacidad crítica del objeto en elegir uno para el matrimonio que sea en lo práctico y cotidiano lo más conveniente. Lo que es ceguera en un tipo, en el otro es agudo buen ojo.

Bien es cierto que la criada o la bailarina “seducidas” por el profesor de estos ejemplos se ven de ese modo puestas en contacto a su vez con un representante de su animus oculto, como ya hemos señalado. Pero pasarán muchos años y muchas crisis hasta que puedan valorar qué significa eso más allá de haber obtenido por la boda el status social de ser la esposa de un catedrático. Los mismos años que tardará el “profesor” en entender a su anima, por lo tanto también a la mujer, y por sobre todo a sí mismo.

Finalmente, entendamos aquella ruina y aquel abandono de la academia en su aspecto más profundamente arquetípico: las funciones superiores han sucumbido bajo la presión de las inferiores e inconscientes. Un par de Budas han muerto.

La Visión Interior del Paraíso

El 18 de diciembre de 1913, Jung tiene un sueño crucial. Sobre una bella cadena montañosa bajo el sol del poniente resuena el cuerno de Sigfrido, y luego aparece su figura majestuosa intentando correr hacia el valle. Jung, acompañado de un hombre de piel oscura, desconocido, sabe que tiene que disparar sobre el héroe y convertirse en su traidor. Así lo hace, y la culpa lo inunda. Acaba de destruir algo muy grande y muy bello. Siente asco de sí. Al despertar, una imperiosa necesidad interna le obliga a descifrar inmediatamente el sueño; sabe que si no lo hace, muy posiblemente tendrá que usar el revólver guardado en su mesilla para efectivamente darse muerte. El arquetipo del sacrificio del héroe, este ocaso de los Dioses del que venimos hablando, ha descendido a su vida y lo ha poseído: si no hubiera sido capaz de entender en ese momento ésto mismo, si no hubiera sido capaz de comprender que lo que el Inconsciente requería de él era que debía imponer un sacrificio a sus actitudes heroicas y a su impulso solar sustentado sobre sus funciones superiores, un sacrificio de lo más alto y perfeccionado de su ego, en pos de la sombra y de su lado primitivo y oscuro (el negro acompañante), seguramente esa falta de comprensión lo hubiera conducido a una muerte efectiva real. Ocurre mucho en la vida ordinaria; cuando un destino no es vivido en el plano interno y superior que le corresponde, entonces el “síntoma” del destino no vivido se somatiza, se corporiza, y conduce a desenlaces que ya no tienen remedio, pues en el Espíritu se dan soluciones que en la carne y la Materia no se pueden al ser su energía concreta y carecer de aquella flexibilidad. Escapar de la Heiemarmene que tanto interesaba a los gnósticos y desde siempre a los más grandes sabios, significa este escurrirse del destino compulsivo e irreparable en lo concreto, del “síntoma psicosomático”, para acceder a la consecución del destino correcto en el camino y el nivel espiritual apropiados.

Este camino correcto significó para Jung no dispararse un tiro en la sien pero sí renunciar, por ejemplo, a su carrera académica en ciertos puntos muy claros. 1913 anunció como ya vemos (a los que gusten de la numerología simbólica no va a resultarles casual) una claudicación en el área de logros egoicos, y en abril de 1914 Jung el profesor ya tenía abandonados su puesto como docente en la Universidad de Zurich, la secretaría de redacción del Jahrbuch, y su puesto como presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional.

El héroe ario, como Sigfrido, en el que se había convertido Jung a la mitad de su vida, había muerto, asesinado por sí mismo. El rito de paso que significó aquel sacrificio explicitado en el sueño, dejaba a Jung a expensas de un oscuro camino en pos de la noche caótica de lo desconocido del Mundo y de su Psique misma. El negro, su sombra, cercano a las praderas y selvas primigenias y a la sabiduría tribal chamánica, tan lejanas del progreso civilizador de Occidente, lo acompañó en ese descenso, y la siguiente visión, a los pocos días, del panorama interior lo puso en contacto con todo aquello que lo esperaba en sus adentros, cerca de las raíces de su conciencia misma, en aquellos lugares donde ya sabemos que habitan las funciones inferiores que son puente estrecho de paso al contacto con el Inconsciente Colectivo:

«Al pie de un elevado peñasco vi dos figuras: un hombre anciano y una bella muchacha. Me llené de valor y me presenté ante ellos como ante seres humanos reales. Atentamente escuché lo que me decían. El anciano me dijo que era Elías, y ello me produjo una conmoción. La muchacha me desconcertó casi aún más, ¡pues dijo ser Salomé! Era ciega. ¡Qué extraña pareja, Salomé y Elías! Pero Elías me aseguró que él y Salomé estaban relacionados entre sí desde la eternidad, cosa que me confundió por completo. Con ellos vivía una serpiente negra que manifestaba abiertamente un gran cariño por mi. Me dirigí a Elías, pues parecía ser el más razonable de los tres y disponer de un buen entendimiento. Respecto de Salomé yo sentía desconfianza. Elías y yo mantuvimos una larga conversación cuyo sentido, sin embargo, no lograba captar» (8)

Jung seguidamente interpreta estas figuras como personificaciones de los principios arquetípicos de Logos y Eros. En último término, como tales Eros y Logos, forman la imagen ancestral de la sicigia Dios y Diosa que late en el centro de la estructura del Sí mismo humano, pero en una psicología particularmente masculina hemos de diferenciar la figura del anciano sabio Elías como la representativa propiamente del Sí mismo, o imagen ejemplar última para el ego, en este caso de Jung, y a la pareja Salomé como una caracterización de su Anima.

A fin de cuentas, claro, ese matrimonio hace de ambos Uno, el Andrógino, el verdadero Sí mismo. Pero antes de unir y celebrar la boda demasiado aprisa, es preciso hacer unas diferenciaciones. En cierto modo esperaríamos encontrar al lado de una figura tan incuestionablemente elevada como Elías una esposa de una talla divina, una imagen femenina también de incuestionable superioridad. Esperaríamos quizás una visión Shiva – Shakti, Hera – Zeus; una sicigia más, digamos, compensada. Una figura de la significancia por ejemplo de una Virgen María, ya que andamos con lo judeocristiano (aunque sinceramente, eso hubiera sido por otras razones, obvias, aún más chocante). Pero no. Aparece Salomé la casquivana, la cortesana, la femme fatal. Un ídolo para nada moral, sino todo lo contrario. Una mujer peligrosa, y, especialmente, para hombres como Elías. Sin embargo, el profeta parece estar por encima del Bien y del Mal, incluso de los suyos propios, y no siente para nada peligrar la cabeza junto a su joven novia. Un hermoso alegato a favor de esa atracción tozuda, que no se detiene ante obstáculos como son las diferencias morales y de concepción del mundo más abismales, entre el principio del Espíritu y el de la Carne. Una atracción que entre ellos parece haber zanjado, por fin, su ancestral ponzoña. Ciertamente están ahí desde siempre, los dos oficios más viejos del mundo: la prostitución y la profecía. Y desde siempre, amándose y necesitándose mutuamente, por más que ésto sea escandaloso, por más que haya sido siempre acá en la Tierra, a la luz de los egos y las conciencias, un amor trágico e imposible.

En lo más luminoso de esa unión mágica, queda dibujada la grandeza del Unus Mundus donde todas las cosas importantes, grandes y pequeñas, celestiales y terrenas, van de la mano y se aman y se gozan. En lo más chocante y oscuro, podemos decir que así como la superioridad de Elías se corresponde con la diferenciación y capacidad del Logos de Jung, la elección de pareja del profeta lo hace con ese “mal gusto” que nos recuerda instantáneamente a aquel profesor con su ángel azul y su amor trágico. En efecto: Salomé, con su sensualidad y erotismo al lado de su odio, su sed de venganza y su ceguera, es una excelente representante del sentimiento extravertido, la calidez humana interpersonal, en mal estado como función reprimida, olvidada y mal criada en los confines de las sombras de una psique dominada fundamentalmente por el pensamiento, como es la de nuestro doctor Jung a la edad de 38 años. Su Guía le mostró tal imagen, una imagen especular de él mismo como posibilidad futura, a la espera que comprendiera la importancia de entender aún mejor y más profundo las cosas de la vida, como Elías, y la importancia a la vez de valorar su sentimiento escondido y denostado, traerlo a la vida, enriquecerlo de luz y desposarlo (condición además sine qua non para lo anterior) como el mismo profeta le mostraba que había hecho. El sentimiento inferior, aún ciego, se acompaña de la serpiente que es la perdición de los hombres cabales y el instrumento usado por el Inc. Colectivo para cortarles la cabeza. Por eso cuando Jung “se pegó el tiro”, al morder el polvo, vio en su propio suelo a la histérica Salomé, ascendida al rango de esposa divina, que allá abajo le esperaba. Con la cercanía de la serpiente tenemos claro que estamos internándonos en lugares donde la civilización consciente ya no sirve y donde el conocimiento y el amor arquetípicos se inoculan a través de la mordedura de lo instintivo, a ras de suelo.

Hay que decir que si bien como él mismo señala estas parejas de corte un tanto chocante y de significado especialmente profundo y numinoso translucen su profunda arquetipicidad en la universalidad de su aparición (Lao Tse y la bailarina, Simon Magus y Helena, Merlín y Viviana), yo señalaría que es también muy común, incluso quizás un poco más frecuente, encontrar por sobre todo en cuentos y leyendas, esta sicigia representada en una relación de parentesco distinta, no ya como esposos, sino como Anima hija – Sí mismo padre, donde queda más clara la posición jerárquica dentro de la psique y la posición con respecto a la conciencia masculina de estas figuras arquetípicas. De todos modos eso casi queda insinuado en la visión de Jung: Elías perfectamente podría haber sido no esposo, sino padre de Salomé, y así el Anima haberse presentado propiamente como hermana-amante del ego masculino, mientras que el Anciano Sabio haberlo hecho como Padre de ambos. Seguramente así habría ocurrido, si Jung hubiera sido capaz prematuramente de entender que frente a aquella visión, no era meramente espectador, sino activo participante, unido íntimamente a esas figuras por lazos de profundo y verdadero parentesco, de sangre y de espíritu. Tal y como Jung las encontró, fue como mirar en un espejo mágico donde se le presentó la posibilidad, aún inciertamente aprehendida, de su propia identidad futura.

Así que ya tenemos reconocidos fundamentales aspectos del “alma gemela” de Jung, al menos en la mitad de su vida. Su anima Salomé, una sentimental extravertida cargada de seducción, erotismo (todo el que falta en la conciencia), y tanto rencor como amor a los filósofos y profetas, que goza de bastantes prerrogativas al lado de la figura del Sí mismo.

Ciertamente, los aspectos adscritos a la función inferior extravertida no totalizan el inventario de facultades del anima en la psique de un hombre como Jung. Hay otra faz. Salomé representa lo concreto, la atracción entre los opuestos así como su enemistad, pues es el contrario que fascina, atrae y repele a la conciencia, y por ello y por su carga eminentemente sensual y sentimental, acompañada de una tendencia preponderantemente exogámica, es el puente decisivo a las relaciones de pareja reales. Es la emisaria, como puente al Sí mismo, de los retos de éste en el terreno de lo concreto (más que de sus dones). Es amiga de la serpiente, amante exigente y no madre cuidadora. Es morena, morena de nigredo, porque corta cabezas a veces aún con la mejor de las intenciones, y a través de su ceguera histérica trama historias de amor a menudo trágicas. Es Turandot, Kundry, hija emisaria del padre oscuro, el Saturno enemigo y probador del héroe. Un paso angosto e infernal de camino a los altos cielos: la Luna nueva.

Pero la misma Luna, la misma anima (como arquetipo, más allá de ese carácter adscrito a las funciones reprimidas, que es de índole personal), tiene otra faz, luminosa y llena. Es madre, cuidadora de la conciencia, del yo, al que trata como hijo predilecto, una especie de hada madrina. Su tendencia es preponderantemente endógama. Puente de dones y de ayudas del Sí mismo como padre bondadoso, dadora de apoyos y de ánimos, de inspiración; es musa. Se aparece figurada como rubia, de piel clara. Introvertida, espiritual, compasiva y maga, aunque madre, es madre casta, y acompaña al filósofo en sus soledades de pensamiento, al artista en su creación solitaria. Instruye y forma, no como rígida institutriz, sino como profesora delicada. Es Beatriz para Dante, Sofía para Novalis, la Madre Celeste del Dr. Marianus.

Por supuesto, el cuadro tan negativo que he adjudicado al encuentro entre la Luna nueva y el Sol se desvanece ante el espectacular aspecto positivo que supone un Hieros gamos tal que la tradición judeocristiana ha ensalzado en el encuentro entre Salomón y la Reina de Saba, o entre el novio y la novia morena del Cantar de los Cantares. Y el aspecto positivo de la tutela del anima luminosa se convierta en oscura tenebrosidad cuando lo confrontamos con su sombra, la paralización de la vida en brazos de la Madre sobreprotectora, la Medusa que convierte el fluir de la vida hacia su madurez en puerilidad estancada, de piedra.

Sin embargo nosotros en este artículo sólo nos vamos a ocupar del encuentro con esa energía femenina que representa la amante, y no la madre, la “morena ctónica” y no la “rubia espiritual”, aunque separar en el encuentro con el anima y la mujer ambas polaridades es en la práctica artificioso, pues ambos opuestos viven según el balance entre uno y otro, entremezclados y presentes, aunque en distinta proporción, en las mismas figuras. Hecha la salvedad y pidiendo disculpas por esa parcialidad de entrada errónea, nos vamos a ocupar del encuentro con esa mujer, de la que ya conocemos su perfil interno, su forma de anima en el alma de Jung, de la que él mismo dice:

“La mujer de [este] tipo dirige la cálida corriente de su Eros sobre un hombre cubierto por la sombra de lo materno y suscita de ese modo un conflicto moral . Pero sin tal conflicto no se da la conciencia de la personalidad” (4)

FIN DE LA PRIMERA PARTE

(1) El equilibrio entre el Cielo y la Tierra, Robert Johnson, Paidós,1999

(2) De nuevo Edipo, o la actualidad de una ilusión, Raúl Ortega, 2002

(2a) Jose Antonio Delgado, diario de conversaciones privadas, 2002

(3) Las relaciones entre el yo y el inconsciente, C.G. Jung, Paidós, 1990

(3a) Teoría del sistema psíquico, Jose Antonio Delgado, 2001

(4) Arquetipos e Inconsciente Colectivo, C.G. Jung, Paidós, 1994

(5) Colección de fichas de personalidad para talleres de tipología, Raúl Ortega

(6) Tipos Psicológicos. C.G. Jung, Edhasa, 1994

(7) Tipos Psicológicos Junguianos, Daryl Sharp, 4 Vientos, 2002

(8) Recuerdos, Sueños, Pensamientos, C.G. Jung, Seix Barral, 1992

Tomado con autorización, de: http://www.odiseadelalma.com/Ensayos/Jungylaserpiente.htm

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