La Muerte y la Inmortalidad, desde la Psicología Analítica – Felipe Banderas

FELIPE BANDERAS

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Felipe Banderas Grandela, psicólogo clínico, docente, supervisor, magíster C G Jung. Routers formación analista. Participa como profesor en el Magíster C G Jung Chile. Escritor de las novelas El Éxodo de Mariana, La Voluntad de los Muertos y del poemario (en trámite de publicación) Los Hijos del Ocaso. La siguiente es la ponencia del autor en el VIII Congreso Latinoamericano de Psicología Junguiana, realizado del 11 al 14 de julio de 2018, en la ciudad de Bogotá, Colombia. Su publicación fue autorizada por el autor.

“Viajero, no dejes de fijarte en este epigrama; párate para leerlo y conocerlo antes de
marcharte. En el hades no hay barca, ni barquero Caronte… todos nosotros, los de
abajo, los muertos, nos hemos convertido en huesos y cenizas y nada más. Te he
dicho todo lo que he tenido que decirte… cuando tú me cubras de
tierra, di: he vuelto a ser lo que era cuando no era”.

Epitafio romano del siglo primero

 

La presente ponencia se basa en dos textos, el primero es de Antonio Bentué, “Muerte y búsqueda de inmortalidad” (del cual se desprende el título de la ponencia) y el segundo es un texto anónimo denominado “Los arcanos mayores del tarot”. Pretendo realizar un primer paso o acercamiento, a un tema que hace bastante tiempo vengo trabajando en forma intuitiva, y que actualmente decidido llamarle  “La Individuación de la Sombra”. Para ello, hoy, pretendo hablar de un hecho psicológico que resulta fundamental en la experiencia que nos hace ser humanos: la temática de la muerte.

De forma introductoria, cabe destacar que desde una perspectiva psicológica y psicoterapéutica, la muerte responde a la experiencia psíquica de la separación. Hablar de muerte es hablar de separación. Y para lograr dicha empresa, requerimos constelar el funcionamiento del Logos, no el Aristotélico, ligado a la razón y el intelecto, sino el de Heráclito, el Logos Oscuro, que luego los poetas tratarán como la palabra poética, la palabra que se toma la palabra, la palabra que habla por sí misma y aloja en su seno, en su interioridad, lo negativo, la muerte, pues palabra y la muerte son las dos experiencias constitutivas que hacen al ser humano como tal, y nos diferencian. Junto con lo anterior, y también desde esta mirada introductoria, debemos recordar que la muerte nos enfrenta al conocimiento de lo trágico, ese esplendor de la cultura occidental, que nos recuerda las fuerzas caóticas originales que fundamentan y son base de todo ordenamiento. Por tanto, hablar de la muerte es en sí misma una experiencia de catábasis, y a pesar de nuestras resistencias frente a tal empresa, se hace necesaria la pregunta acerca de la muerte (no sólo porque nos acercará a una futura reflexión hablar acerca del tema de la Individuación de la Sombra) sino también porque, desde una perspectiva actual (y terapéutica) hablar de la muerte es hablar simbólicamente del tema de la depresión.

Al comenzar, tomando las ideas de Antonio Bentué, debemos tener en cuenta que la muerte es un hecho que forma parte del proceso lógico de la vida, y en ese sentido, no constituye problema alguno. Lo extraño y falto de lógica sería que alguien viviente no muriera. El ser humano, sin embargo, experimenta temor producto de su conciencia ante el enfrentamiento de la nada, pues la muerte se presenta como aniquilación del yo personal, de la identidad. La aniquilación del propio yo constituye la experiencia prototípica de la angustia, y la angustia surge debido a la conciencia del absurdo, en el hecho de que mi yo terminará en la nada (esta idea puede ser presentada como un postulado básico de la filosofía existencial). Solo hay angustia donde hay conciencia, por lo mismo, a mayor conciencia, mayor posibilidad de angustia. Por lo tanto, el interés nos convoca a enfrentar lucidamente el horizonte que acompaña a la vida, mientras como sujetos peregrinamos “habitando el ser” y considerando que la nada pareciera siempre imponerse en definitiva. Sabemos que la “casa del ser” no es realmente nuestra casa.

Cualquiera de nosotros, aquí presentes, encontrándonos en la ciudad de Bogotá, pudimos tener la fortuna de visitar el hermoso Museo del Oro, y sentir, con un poco de emoción, la implicada conexión entre esos antiguos pueblos, su arte y la temática de la trascendencia, la inmortalidad. Impresiona cómo la temática de la muerte puebla el arte de aquellos antepasados (y lo arquetípico en cierta estética específica). Impresiona, también, la diferencia entre esa perspectiva trascendente y la del hombre del siglo XX, a quien la mortalidad y la inmortalidad, parece presentársele como algo lejano, inaccesible. En mi opinión, nadie mejor que uno de los escritores más importantes de occidente para simbolizarnos el enfrentamiento del hombre con la trascendencia. Aquí una versión editada de una narración que aconsejo leer en su completitud:

Ante la Ley, de Franz Kafka.

“Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.

-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puede mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades… (y) decide que le conviene más esperar… espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar…

Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián… Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.

-¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-. Eres insaciable.

-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?

El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:

-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla”.

Es un impactante relato, con múltiples interpretaciones, pero hay aspectos que destacan. Por ejemplo, que ante la vejez del campesino, por el guardián el tiempo no transcurre, lo que enfrenta irremediablemente al campesino con su finitud. Según Pablo Oyarzun, filósofo chileno, en su nota respecto Kafka y el escepticismo, del libro de aforismos “El Camino verdadero”, el atisbo de la ley enseña que la trascendencia es inaccesible, aunque el campesino (el hombre) esté destinado a ella, y el guardián le enseña que es inaccesible, aunque esté determinada para él. Me pregunto, ¿no es ésta acaso la experiencia por excelencia del hombre ante el misterio de la muerte en la época que nos toca vivir? Según Oyarzun, la trascendencia es sentido, no hermenéutico, sino inmediato. Pero no existe como propósito una liberación de la intranquilidad, pues todo conocimiento que aquieta la duda es vulnerable. La duda no se extingue. No puede hacerse de lo indestructible (el sí mismo Kafkiano) un motivo de vida En este relato, Kafka hace sentir el desasosiego como una parte del espíritu de la época.

Y a pesar de todo, Jung creía en una cierta trascendencia de lo psíquico ante la muerte corporal. De hecho, nos presenta su observación fenomenológica respecto a sus pacientes enfrentados a la muerte física, y nos describe cómo en ellos, sus sueños, parecieran no mostrar preocupación por una interrupción de la existencia de la psique.

Enfrentados a este punto, los invito a la siguiente vivencia interpretativa, corazón de mi actual presentación:

Respondió la mujer a la serpiente: “Podemos comer de los frutos de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en el medio del jardín Dios ha dicho: No comáis de él, so pena de muerte”. Replicó la serpiente a la mujer: “En modo alguno moriréis; pues Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gén 3, 2-5).

La presente exposición pretende llamar la atención sobre los dos modos distintos en que Dios y la serpiente interpretan la muerte en el Génesis acerca de la caída original. Dios dice “no comeréis del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día en que comeréis de él morirás”. Y la serpiente dice: “En modo alguno moriréis”. Dios es categórico en este punto, la serpiente también.

¿Mintió la serpiente?

¿Se trata de un error por su parte?

¿Su afirmación es una verdad que pertenece a la esfera de la serpiente y mentira en la esfera de la verdad de Dios?

¿Hay dos inmortalidades y dos muertes distintas?

¿La serpiente entiende por muerte lo que Dios por vida, y considera como vida lo que Dios por muerte?

La interpretación, basada en nuestro libro anónimo respecto a “Los arcanos mayores del tarot” nos dice que la inmortalidad de la serpiente se produce como resultado de la cristalización en el cuerpo físico de un nuevo cuerpo, que puede resistir a la muerte y sobrevivir a la destrucción del primero. Estamos hablando de la transformación de lo psíquico y espiritual en cuerpo. Esa sería la promesa de la serpiente, es decir, vencer a la muerte  logrando la inmortalidad corporal.

Así, la promesa de la serpiente es la cristalización, es decir, la transformación de lo espiritual en “cuerpo”: el fuego de la electricidad, la reencarnación por vía del fantasma.

No podemos detenernos, en este momento, en las implicancias colectivas de la anterior afirmación, sobre todo pensando en las actuales y nuevas generaciones, pero resulta llamativa esta postura, tomando en consideración cómo la idea de la reencarnación toma fuerza en nuestra cultura occidental, y a momentos, parece reemplazar o acompañar a los relatos cristianos al respecto. Eso sí, al menos desde la perspectiva de la serpiente, la reencarnación por vía del fantasma evita el contacto de la psique con la totalidad, y por tanto, se aleja de la mirada alquímica de la individuación jungiana. Así, la existencia de una trascendencia con las anteriores características de la promesa de la serpiente, pero sin perder el contacto con la otredad, y menos aún con el alma, es el postulado que me acerca a lo que denomino el proceso de la Individuación de la Sombra. Como he dicho, las presentes ideas sirven tan sólo como introducción para ese tema a futuro.

Retomando lo anterior, y pensando en el plano de la psicoterapia, podemos decir que nuestra experiencia de la muerte consiste en percibir como desaparecen del plano físico los seres vivos. La desaparición se experimenta también interiormente, en el plano de la conciencia, con imágenes y representaciones que desaparecen. Es lo que llamamos olvido, que no es sólo intelectual, sino psíquico. Y este olvido se extiende cada noche a la totalidad de nuestra memoria, haciendo que nos olvidemos a nosotros mismos, en lo que llamamos sueño. Olvido, sueño y muerte podrían ser tres manifestaciones de aquello que hace desaparecer (así podemos decir, que el insomnio se debe a la incapacidad de olvidar). Se olvida, se duerme y se muere, pero también se recuerda, se despierta y se nace. Y esto último, ¿cómo?

La memoria es la que actualiza el pasado

Recuperando la afirmación de James Hillman, podemos decir que en la infancia del alma se encuentra inmersa la memoria, o, las fantasías de la memoria son el primer discurso del alma.

La psicología jungiana es básicamente una psicología con alma que nos habla respecto del volver a nacer. La idea del nacer de nuevo es una metáfora universal, que representa el aspecto principal de la psicología analítica y, según el extenso trabajo de Mario Saiz al respecto, también del fenómeno de lo depresivo. El “Sube a nacer conmigo hermano” de Pablo Neruda, se realiza física y simbólicamente; las experiencias traumáticas de las cuales necesitamos renacer, liberando nuestra alma encerrada. En psicoterapia la memoria hace alma e implica renacer, pero no como mera acumulación obsesiva de hechos, sino como un momento de meditatio.

Al finalizar esta ponencia, me gustaría mencionar, con la limitación propia que implica, una breve reflexión final acerca del “alma de la muerte”, que en mi opinión, hoy se acerca llamativamente al “alma del mundo”. Como dichas cosas sólo pueden ser bien expresadas desde lo poético, creo que la presente idea queda mucho mejor establecida en los arduos trabajos de los grandes poetas, en mi pequeño aporte, en el poemario “Los Hijos del Ocaso”, pero aquí va algo de ese postulado. Mi observación radica en la intuición de que el alma del mundo se está enlutando, haciendo sombría, y que eso posee una clara influencia en la psique individual de los sujetos de nuestra cultura. Como no existe justificación para tal afirmación, insisto que remitir la presente observación al trabajo poético, no obstante, me gustaría dejar establecido un simbolismo mítico que a los jungianos nos resulta familiar: el caso de Perséfone y la intuición Tremenda de que la generación y fecundidad están indisolublemente ligados a la muerte. Todo lo que nace y tiene que morir no está ligado sólo a una potencia adversa. Por W. Otto sabemos que la intimidad con la diosa implica sentir su presencia, tal como en el libro Rojo lo inconsciente colectivo implica la presencia de los antepasados, nuestros muertos, lo oculto. Tomando a Kerenyi en su trabajo respecto a Eleusis, recordamos que la interpretación correcta del secreto es que se vive en la descendencia, pero que ese misterio al traducirlo a palabras queda empobrecido, pues se quebranta el misterio. Kerenyi alude a la diferencia fundamental del “mero saber algo” a el “saberlo y serlo”, y según él:

“… tener la vivencia del retorno, de la reconstrucción de la vida ancestral de tal modo que, por el puente de la vida actual del individuo, aquella se prolongue en las generaciones futuras. Un conocimiento que tiene por contenido la vivencia de la existencia en la muerte, no resulta de modo alguno despreciable”.

 

 

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