¿Depresión o catábasis? – Sylvia Baptista

 SYLVIA MELLO SILVIA BAPTISTA

Sylvia Baptista

Sylvia Baptista es Psicóloga y Analista junguianapermanecer, miembro de Sociedad Brasileña de Psicología Analítica (SBPA) y de la IAAP (International Association for Analytical Psychology), Maestría en Psicologia Clínica por la PUC-SP, docente, supervisora clínica y coordinadora del Núcleo de Mitología y Psicología Analítica (MiPA) de la SBPA, miembro del Núcleo de Mitologia de la Areté (Centro de Estudios Helênicos). Autora de varios libros. La siguiente es la ponencia que la autora presentó en el VIII Congreso Latinoamericano de Psicología Junguiana, realizado del 11 al 14 de julio de 2018, en la ciudad de Bogotá, Colombia. Su publicación fue autorizada por la autora.

____________________________________

¿Depresión o catábasis? Reflexionando sobre las profundidades de la psique desde la perspectiva de los mitos de Deméter, Core/Perséfone y Hécate.

Resumen

Se trata de una reflexión que busca en las narrativas de Deméter, Core/ Perséfone y Hécate fundamentos míticos para la idea de la depresión como catábasis necesaria en el entendimiento y la experiencia de las transformaciones cíclicas de la naturaleza humana. Se propone que la idea de infirmitas contenida en las manifestaciones arquetípicas de las diosas, entendidas como pares, puedan ser consideradas y asociadas a un pharmacon correspondiente, resultando en un nuevo equilibrio.

Palabras-chave: Deméter, Core/Perséfone, Hécate, pharmaconinfirmitas, depresión.

 ___________________________________

En el año 2012 escribí un artículo para la Revista Junguiana editada por la Sociedad Brasileña de Psicología Analítica (SBPA-SP) -número 30/1- que he dado el título «Ex-madre, ex-padre, ex-hijo: la fecha de validez de las relaciones» donde exploré la cuestión de las relaciones parentales que se fijan en sus papeles y, así, no se transforman y asfixian.

Las reflexiones que ocurrieron a partir de ahí fueron innumerables y me hicieron querer arrojar luz en el mito de Deméter y Perséfone más allá de la parte por todos más conocida, a saber, la relación (super) protectora de la diosa con su hija, la joven Core. Deseo aquí reflexionar un poco más cómo la relación de ambas fue transformada por la ida a los ínferos que cada una sufrió: Deméter, en su depresión tras la desaparición de su hija, y Core, en su ida al Hades y el cambio de identidad hacia Perséfone. Incluyo el término catábasis pues significa justamente el movimiento de descenso al territorio de las almas, al mundo ínfero, sin que la palabra, sin embargo, cargue un juicio o clasificación. Todo héroe que se precie, hace una catábasis; es decir, es capaz de ir y volver (anábase, o subida) del mundo de las tinieblas, morir y renacer.

Esta perspectiva, por sí sola, ya trae para mí una forma nueva de considerar ambos arquetipos: realidades arquetípicas conjugadas. He encontrado en Karl Kerényi fundamento a ese pensamiento. Dice que en Eleusis «las diosas», como eran llamadas, eran concebidas como una figura doble, con semejanza de ideas, que se complementaban y se justificaban.

James Hillman, el poeta de las imágenes psíquicas, nos regala con la imagen del tándem, una bicicleta de dos ejes, metáfora de doble de patrones de relaciones entre complejos ocurriendo intrapsíquicamente. (Hillman, 1995)

Así, no se puede pensar en Deméter sin tener en cuenta Core/Perséfone; no se puede pensar en Core/Perséfone sin tener en cuenta Deméter. Vamos a considerar a este dúo: madre e hija divinas. Subrayo que las dos divinidades no estarán vinculadas para siempre en una relación materno- filial -y esto será fundamental-, pero, antes, su identidad estará marcada por su aparcería, cada una de ellas trillando su camino.

El mito

Cuenta el mito que Core estaba recogiendo narcisos cuando Hades hizo abrirse el suelo y la cargó hacia el abismo del mundo inferior. Sólo los gritos de Core fueron oídos por Hécate, la diosa de la oscuridad, la que todo ve.

Deméter, la diosa de la tierra cultivada, madre por excelencia, quedó completamente trastornada al darse cuenta de la desaparición de la hija y deambuló por la tierra a su búsqueda, inconformada. Su vida era pautada por el cuidado y la protección. Core era el tesoro de Deméter, la razón de su existencia. Por su parte, Deméter era el modelo de femenino para Core, que comenzaba a dar los primeros pasos en el mundo de la juventud.

Deméter, desorientada con el vacío de la ausencia, pasa a no cuidar – función primera donde posa su identidad- de sí, de su apariencia, de su alimentación. Abandona igualmente su entorno, la naturaleza, la tierra productiva. Se sienta en una piedra – denominada, no por casualidad, de piedra de la tristeza -, y allí permanece inmovilizada por la desesperanza. Está claro que Deméter entra en lo que la psiquiatría moderna clasificaría como “un proceso depresivo”, o “un cuadro depresivo”, desencadenado por la pérdida de su hija. O podríamos decir que la diosa adentra en lo que Thomas Moore, parafraseando a San Juan de la Cruz (1542-1591), llamó «noche oscura del alma». La separación de la hija le trae dolores agudos y un deseo intenso de morir, única posibilidad de reencontrarla, en el mundo de las almas.

Tomada por su autoabandono, la diosa es sorprendida por una figura cómica: una mujer de mediana edad que baila en su frente, levantando la falda y mostrando sus genitales, provocando en la diosa la quiebra del estado catatónico a través de la risa. Baubo (o Iambo), con su comportamiento inusitado, retira Deméter de su tristeza profunda, demostrando que el humor es un solvente posible en esta situación dramática. Tal vez no sólo el humor, sino esa cualidad ligada al erótico, al juego, al inesperado, al catártico.

Deméter ríe de la otra y de sí misma, y cuenta una historia fantasiosa de que fue asaltada por piratas y que escapó por poco de aquellos hombres que iban a violentarla o incluso matarla. ¿Se habría imaginado raptada, como la hija, en un intento de igualarse a ella?

Las muchachas eran hijas de Metanira, la reina de Eleusis, región cercana a Atenas, y preguntan si Deméter estaría disponible para cuidar de su hermano recién nacido, Demofonte. ¿No sería ésta una casualidad providencial? ¿Una situación que daría a la diosa la oportunidad de vivir nuevamente el lugar de la madre, de la cuidadora, de la que provee amor y protección? Ella agarra la oportunidad pero aún apegada en su papel materno, intenta inmortalizar al bebé untándolo en ambrosia y exponiéndolo al fuego todas las noches.

La reina sorprende a la diosa en ese ritual y su grito rompe el encanto. Metanira imagina al hijo en riesgo y no desea perderlo, ni para el Hades -mundo de los muertos-, ni para el Olimpo – lugar de los inmortales. La ira de Deméter es enorme y ella se hace conocer como diosa, y exige que se construya un templo en su honor allí, en Eleusis. Interrumpe los ciclos de la naturaleza, impidiendo que cualquier planta o cría nazca hasta poder ver nuevamente la pequeña Core.

Mientras tanto, Core se hizo reina de los ínferos al lado del dios de las riquezas profundas. Pasó a llamarse Perséfone, una vez que su identidad se transformó.

Zeus, que todo ve y sobre todo rige, se preocupa por la negativa a la vida de su hermana Deméter, y le pide que reconsidere su actitud. Pero la diosa está herida y resentida, y no tiene oídos a llamamientos, incluso del dios mayor del Olimpo. ¿No es así que nos quedamos cuando nos encontramos en un estado de alma semejante? Pues bien, Zeus envía Hermes, su fiel escudero, su leal portavoz para convencer a Hades, «el no visto», el invisible según Kerényi (2000, p.179), a permitir la vuelta de Core/Perséfone al encuentro con la madre.

¿Estaría el mito diciéndonos que es en el diálogo con lo invisible que se construye el puente para el restablecimiento de esos dos femeninos transformados? ¿Qué también Hermes, aquel que pone en movimiento y restablece el flujo, fue al mundo de las almas para liberar a un nuevo femenino?

¿Que la catábasis es la dirección necesaria para que los ciclos vuelvan a pulsar?

Hades concede el pedido, pero antes de la partida, da a su esposa algunos granos de granada. Metafóricamente, Hades al darle la semilla, la insemina, y Perséfone llega al encuentro con Deméter ya llevando en su vientre el pequeño Dioniso.

Desde mi punto de vista la escena es mágica porque marca el cambio de estatus de la hija, a ser asimilada por la madre. Cuando una joven está embarazada, ella pasa a formar parte de una comunidad universal de mujeres que comulgan uno de los más poderosos secretos de la vida; experimenta el proceso de maduración de lo femenino como un rito.

Es imposible hacer una catábasis, un descenso a los ínferos, sin que se vuelva transformado. Y Deméter lo sabe. Pregunta, así mismo, si la hija comió algo en aquel mundo, y la afirmativa confirma: Perséfone ya no es su hija; es una mujer que experimentó algo que no vino de ella, Deméter; es una ex-hija. La joven salió del territorio de poder de la madre (o ex-madre). La relación ahora necesita otro campo para suceder, a saber el campo de Eros. Ambas tendrán que reconocerse.

Se sabe que Perséfone quedará una parte del año con Hades y dos partes con Deméter, enseñando a todos la experiencia cíclica del femenino. Podemos pensar también en la necesidad de la introversión y de ir al mundo de las almas para equilibrar el tiempo de extroversión y acción en el mundo de la superficie. Tal situación hablaría de un equilibrio psíquico ocurriendo en consonancia con el equilibrio de la naturaleza. Hay que recoger al silencio, a la oscuridad, al anímico para que la vida pulse y se reanime, para que el grano / semilla / Core brote y florezca.

Esta enseñanza del mito es de especial valor en tiempos actuales cuando nos negamos a hacer ese recorrido hacia dentro, cuando el colectivo nos tira hacia fuera incesantemente a través de las redes sociales, del exceso de informaciones, de opiniones o de demandas de acción, o de las toneladas de antidepresivos prescritos por los más diversos médicos. Tiempos de características hercúleas, marcados por la interminable lista de tareas que nos imponemos a realizar para … ¿ser felices?, ¿tener éxito?, ¿no deprimir?

Una   sociedad   que   no   permite   a   sus   individuos ‘deprimirse’ no puede encontrar su profundidad y debe permanecer  continuamente  inflada en una perturbación maniaca disfrazada de ‘crecimiento’. (…)La depresión es esencial para el sentido trágico de la vida. (…) La verdadera  revolución  (en lo que toca el alma) comienza en aquel individuo que puede ser honesto con su depresión. (Hillman, 1995, pp. 73,74)

Subrayo que la forma en que estamos tratando las depresiones, como si no pudieran ocurrir, patologizando – no en el sentido hillmaniano sino en el sentido médico – sus características y medicando sus síntomas, evitando las catábasis, como si, en cuanto colectivo, desearíamos que sólo hubiera superficie, nada de profundidad, esa forma de pensar y actuar lleva a una violencia invisible que subvierte la idea de ciclos y hiere mortalmente lo femenino y todo lo que él representa. Pero continuemos con el mito.

¿Y después?

¿Y qué viene después de ese encuentro? Otro encuentro, sólo que en diferentes moldes. Deméter y Perséfone son figuras centrales en los llamados Misterios de Eleusis. Estos tratan de cultos dedicados a las diosas, donde había toda una preparación para la comprensión y aceptación de la muerte.

Si antes el encuentro de madre e hija estaba basado en una jerarquía de poder, donde la madre pretendidamente poseía siempre la sabiduría de la vida, la separación de las dos apunta a una muerte de esa forma de vínculo y el renacimiento de otra calidad de relación, ahora de asociación, donde las diosas se reúnen para dos situaciones que se completan en una nueva totalidad:

La primera es cuando Deméter da a Triptólemo, – rey de Eleusis, o aún hijo de Metanira y Céleo, y por lo tanto hermano de Demofonte-, la tarea de esparcir por el mundo el grano del trigo y enseñar a los hombres a hacer el pan, alimento universal. Vean cómo ese hecho denota una actitud extrovertida y de desprendimiento de la diosa, que al principio del mito retenía el grano/Core consigo y sólo para sí. El grano de trigo es metáfora simbólica de la propia Core/Perséfone, y Deméter, tras su depresión y elaboración de la pérdida de la hija, puede dividir con el mundo su producto.

La segunda está en el polo introvertido representado por Perséfone, donde la diosa surge, al final del camino de los Misterios, en una aparición relatada por los iniciados, con Dioniso, el niño divino, en su regazo. No más madre e hija, sino diosas, Deméter y Perséfone, cada cual con sus características y sabidurías, comparten lo sagrado.

A la maternidad se añade, así, el alimento (el cereal) y el conocimiento del misterio muerte-vida, experiencia viva de cuerpo y espíritu.

Se une a eso el hecho de que ambas hayan tenido relaciones amorosas con Zeus, el mayor de entre los divinos. Perséfone sería fruto del encuentro de Zeus con Deméter cuando los hermanos copularon en forma de serpientes; y Perséfone, se habría unido a Hades, también considerado como Zeus ctonio – Zeus en su forma telúrica. Hay versiones que sostienen que los tres hermanos – Zeus, Hades y Posidon- representarían tres aspectos de una única y compleja divinidad. Por lo tanto, ambas diosas habrían sido visitadas por el dios del Olimpo, el regente mayor de los dioses, y también aquel que renunció a su regencia sin violencia, castración o deglución en favor de su hijo Dioniso, inaugurando en la mítica una sucesión no por la deposición sino por la donación amorosa – un desplazamiento del eje del Poder hacia el de Eros.

Esto es muy significativo porque estas tres divinidades, Zeus, Deméter y Perséfone, coronadas con la venida de Dioniso, inauguran un nuevo modo de relación. Estamos, por lo tanto, en el campo de las transformaciones. Deméter y Perséfone serían expresiones extrovertida e introvertida de un mismo campo propicio para la fecundación de Zeus ctonio y nacimiento del brote Dioniso, precursor de lo nuevo.

Infirmitas y pharmacon

Patricia Berry trae una idea – ya tocada por Hillman en su formulación de la patología en las figuras míticas: la infirmita del arquetipo-, que traduce como «en un y mismo patrón arquetípico recae tanto la patología como su terapia» (2014, p.35) .

De esta forma, podemos pensar que si en el mito de Deméter la depresión la enferma, será la depresión que la salvará. Lo mismo sobre Perséfone: si la permanencia en la polaridad hija la priva de crecer y conocerse, será justamente la proximidad de la flor de narciso que la hará ir hacia si. Deméter necesita perder a la hija, aprender a desapegarse, verse de otra perspectiva más allá del cuidado del otro, mientras que Core/Perséfone necesita darse regazo, acogerse en sus elecciones, percibirse como singular, sumergirse en lo profundo de si misma. Esto para que ambas existan como individualidades (ex-madre, ex-hija).

Reflexionando acerca de esos equilibrios a través de la idea homeopática del semejante curando lo semejante, y mirando hacia el propio mito con la intención de caminar hacia abajo y hacia dentro como propone Berry, enfatizo la idea formulando lo que sería, a mi juicio, el pharmacon para a la infirmitas del arquetipo. Así, si pensamos en el polo Deméter de ese dúo, podemos atribuir la infirmitas de esa expresión arquetípica a la dificultad de separación entre madre e hija, de dejar morir la flor para que el grano reaparezca como brote, de abandonar o desapegarse de la función del cuidado con el otro. El símil curativo sería, por lo tanto, el cuidar de sí y asumir su majestad, o, como hizo su hija, parte de sí misma, inclinarse sobre el narciso y dejarse encantar por la belleza. Para ello, necesita practicar el desapego (de la hija, del papel de madre, de su pasado de abusada, de la desconfianza en las relaciones etc.).

En el polo Core de la pareja, el pharmacon para la infirmitas de permanencia en la posición puer, dependiente y tragada por la madre, acomodada en la posición protegida de la filiación, es dejarse conducir no más por el modelo conocido, sino por lo inesperado y nuevo, expresado por la sabiduría profunda de Hades; no temer la angustia de la catábasis -como experimentó su madre-, y accionar la curiosidad soterrada por el exceso de protección para volver a aprender con el otro en su riqueza y diversidad. El símil curativo está en permanecer tiempo suficiente en el territorio senex para transformarse y ganar nueva identidad.

Pero además del par Deméter-Perséfone, propongo que Hécate sea considerada. La diosa que escuchó los gritos de Core al ser secuestrada podría ser de gran ayuda en el proceso de buceo de Deméter hacia usted, así como de Perséfone en la incorporación de su nueva identidad. En realidad, la diosa triple como es conocida, compartía de la tierra, del mar y del cielo estrellado. De ascendencia titánica, según Hesíodo, era hija de Perses y Astéria, prima hermana por parte de madre de Apolo y Artemis. Su cercanía con la luna la hace también cerca de la diosa cazadora. Y así como Perséfone, era identificada como señora del Mundo Subterráneo.

Como pharmacon de la infirmitas de Deméter-Perséfone, la diosa puede apuntar a la necesidad de una conciencia lunar, iluminada apenas por las antorchas, y el dejarse guiar por la intuición.

Hécate es la vieja sabia que testifica Deméter en el campo del poder-en su ejercicio y en su pérdida. Confirma el secuestro. Nieta de Euribia y bisnieta de Geia, está íntimamente ligada a la tierra. Y representaría la tercera cara de las dos diosas, formando un quaternium de lo femenino: Core -la joven virgen-, Perséfone -la joven reina-, Deméter -la señora madura- y Hécate -la vieja señora. Hécate, hija de Perses, trae en sí el mundo subterráneo que Deméter teme y odia por haber sacado de ella su bien más precioso, su hija Core.

Hécate es el símil capaz de curar a Deméter de la reactiva extroversión excesiva e invitarla a buscar su Perséfone interior en las propias profundidades. Por otra faceta, representa el símil curativo de Perséfone, ampliando los caminos de la diosa de los ínferos en lo que enseña como diosa de las encrucijadas que deambula por la tierra. Forman, a mi juicio, una tríada incorruptible, un trípode femenino.

Consideraciones finales

No es posible mirar la forma en que la depresión está siendo definida, diagnosticada, demonizada y medicada, y simplemente creer que se trata de un mal de nuestros tiempos. En realidad, la enfermedad del alma es un mal de nuestros tiempos y la depresión es el símil que busca la curación. Esto queda claro cuando volvemos a contemplar los mitos y vemos allí formas de expresión del alma humana que no dejan dudas sobre el camino de las transformaciones.

Lo que de hecho cura, en mi perspectiva, es el encuentro. Y este tiene un importante adjetivo: amoroso. Repito, lo que cura es el encuentro amoroso, donde, es bueno que se resalte: «curar» no significa  “volver a la estaca cero», «ser como era antes», “quedar nuevo en hoja», sino madurar, madurar en el sentido no teleológico, sino vivencial. Yo maduro en la medida que incorporo en mí mis experiencias, las ligeras y las pesadas, las de alegría y las de tristeza y dolor, las de sanidad y las de locura. Lo que cura, por lo tanto, es Deméter con Demofonte, es Deméter con Baubo, es Core con Hades, es Perséfone con las eidola de los héroes, es la reunión de Core-Perséfone, Deméter y Hécate.

¿Depresión o catábasis? Otra octava en la música del camino. Las tres diosas separadas con el rapto se unen al final, y permanecen juntas respetando los ciclos e incluyendo a Hades.

Para vivir la depresión, o para hacer la catábasis, hay que incluir a Hécate y lo que ella representa, hay que no excluir a Hades y lo que él representa. ¿Qué significa eso? Salir de la negación y lamentación del secuestro (Deméter), escuchar y sintonizar con la oscuridad, con el sufrimiento, sosteniendo las antorchas de la intuición (Hécate), vivir el descenso, entregarse, aceptar el nuevo contenido en las tinieblas (Perséfone), y respetar y acoger lo que se recibe de lo diferente (Hades).

En otras palabras, y eso ya está dicho por Jung en sus estudios con la alquimia, la putrefatio es absolutamente necesaria como parte integrante del proceso de transformación, y el mito de Deméter-Perséfone-Hécate nos apunta un camino de cómo vivir esa muerte, esa catábasis de modo fructífero. Una nueva y fértil relación fue posible más allá de los papeles que encarnaron al inicio de su historia. De los rituales de Eleusis, los Pequeños y Grandes Misterios, poco sabemos, casi nada; pero lo que nos llega da cuenta de un venir a la luz de Dioniso, coronando el proceso de aprendizaje profundo sobre el morir y el renacer; Dioniso, el cuarto regente, tal vez el dios que más supo expresar la diversidad, la multiplicidad, la complejidad de la naturaleza divina y humana, por sus pasajes por innumerables ciclos.

Concluyo esos pensamientos con las palabras del poeta brasileño Paulo Leminsky, que tal vez pueda regarnos con sensaciones provocadas por esa imagen poética.

O novo
não me choca mais Nada de novo sob o sol Apenas o mesmo
ovo de sempre
choca o mesmo novo.

(Lo nuevo
no me choca más
Nada nuevo bajo el sol
Sólo el mismo huevo de siempre
choca lo mismo nuevo)

Referencias bibliográficas

BAPTISTA, Sylvia M. S.  Ex-mãe,  ex-pai,  ex-filho:  a  data  de validade das relações. Junguiana: São Paulo, n.30/1, 2012.

BERRY, Patricia.  O corpo sutil de Eco. Petrópolis: Vozes, 2014.

BRANDÃO, Junito, Dicionário Mítico-etimológico. Petrópolis: Vozes, 2000.

HILLMAN, James. Psicologia Arquetípica. SãoPaulo: Cultrix, 1995.

JUNG, C. G. & KERÉNYI, Karl. Introducción a la esencia de la mitologia. Madrid: Ediciones Siruela, 2004.

KERÉNYI, Karl. Os deuses gregos. São Paulo: Cultrix, 2000.

__________ Arquétipos da religião grega. Petrópolis: Vozes, 2015.

__________ Eleusis: Archetypal image of mother and daughter. Princeton: Princeton University Press, 1991.

LEMINSKY, Paulo. Toda Poesia. São Paulo: Companhia das Letras, 2013, p.56.

MOORE, Thomas. As noites escuras da alma. São Paulo: Verus, 2009.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.