Alma, Mito y Cosmovisión en un Mundo Cambiante. Esenciales de la Psicología Analítica y del Camino descendente. – Margarita Ovalle

El mito de Añañuca

Margarita Ovalle es Psicóloga Clínica de la Pontificia Universidad Católica de Chile, con una Maestría en Fenomenología y Existencialismo y Religiones Comparadas de la Universidad de Knoxville, Estados Unidos. Miembro de The Round Tables, Fundación Joseph Campbell. Autora de los siguientes libros, entre otros: Mitos Comparados, Chile-Grecia, Chile Mitológico y Mitofísica: Caos y Orden del Universo. Profesora de cursos de posgrado en Mitologías Comparadas. Tiene su práctica privada como Psicóloga Clínica de Adultos. Con experiencia en Análisis de Sueños y Simbolismo.

Este documento corresponde a la plenaria presentada por la autora en el XXII Congreso Internacional de Psicología Analítica, celebrado en Buenos Aires, Argentina, del 29 de agosto al 2 de septiembre de 2022, con el título de Soul, Myth and Cosmovision in a Changing World. Essentials of Analytical Psychology and the Descendent Path. La traducción al español fue hecha por la autora y se publica acá con autorización de ella.

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“Con el arquetipo del anima entramos en el reino de los dioses (…)
Todo lo que el anima toca se vuelve numinoso, es decir, incondicionado,
peligroso, tabú, mágico.” C. G. Jung (AEIC)

El mito de Añañuca

Añañuca es niña aún. No conoce lo que hay detrás del atardecer en el desierto… Se desplaza por el seco paisaje con libertad, como si su liviana inocencia fuera suficiente para vestirlo de color y primavera.

Un día, lleno todavía del ensueño de la dulce mañana, y desprevenida la niña ante la roja tarde que se aproxima, pasa por su lado un joven minero con la vista puesta en minas y riquezas. Pero apenas advierte a la niña morena, el joven se olvida de su anterior empresa y, sin pensarlo siquiera, ambos deciden pasar juntos los días largos y soleados en aquel árido valle.

Transcurren tres años en completa y delicada compañía hasta que una mañana el minero enamorado se levanta decidido a partir. Tiene ansias de alcanzar nuevas tierras y aventuras desconocidas. Envuelto en un trance, el joven se aleja en busca de mayores riquezas. Semidormida, Añañuca se estremece al ver que su minero ha partido… Por primera vez, percibe la aridez del paisaje a su alrededor. Recién ahora, lo comprende. Añañuca sólo quiere volver a arrullarse sobre su cama terrosa y despertar cuando la pesadilla haya pasado. Sin embargo, el tiempo, sobre la superficie nada hace. El joven minero no regresa y muy pronto Añañuca muere sobre el lugar en que él la miró un día. La niña es ahora una intensa flor roja…

Añañuca, se llama, hasta nuestros días.

Mundo en constante situación de cambio

Según aparece en el libro ‹‹ Chile Mitológico. Un viaje a la esencia de nuestra tierra ›› (Ovalle, 2012), el mito de Añañuca es originario del norte de Chile y habla de la transformación de la mujer en la flor de Añañuca. Me parece que este mito abre el espacio psíquico necesario para reflexionar acerca de la psicología analítica y nuestro mundo cambiante.

Carl Gustav Jung dice: “La vida es desatinada y significativa.” (AEIC) Efectivamente, la vida es desatinada y significativa con Añañuca. La vida llega sin anuncios previos. El amor también llega de la misma manera. Luego, ocurre la separación inesperada y, por último, la muerte de la niña enamorada.

Cada desatino de la vida implica un cambio. Cada cambio vivido por Añañuca es significativo para su vida y su mito personal.

Todos estos elementos se revelan en un solo símbolo, cargado de significados contrarios y paradójicos: Vida y Muerte; decaimiento y renacimiento; abandono y llegada.

La vida es, sin duda, como revela Jung, desatinada y significativa y en los tiempos que estamos viviendo, estas cualidades se han manifestado de manera especialmente intensa. Los actuales escenarios del mundo son justamente de máximo cambio y el impacto que han tenido sobre la Humanidad ha desencadenado una suma de abrumadores estados interiores, tales como la sorpresa, el aislamiento, la soledad, el desconocimiento, el descontrol, la pobreza, el miedo, la fatiga, el dolor, la angustia, la separación, el misterio, la Muerte y la transformación.

La Humanidad se ha visto completamente remecida. Todos nos hemos movilizado, en mayor o menor medida. Todos hemos notado cuán desatinada es la vida.

Los cambios drásticos y las alteraciones han sucedido sin aviso aparente y de modo avasallador. No obstante, este escenario devastador, nos ha enseñado, al mismo tiempo, a vivir de muchos e insospechados modos. Aunque en algunos se observe mayor resistencia que en otros, de cualquier forma, estas nuevas experiencias se han tornado vitales y se han incorporado como propias. Sin embargo, para que sean realmente transformadoras y significativas, es decir, llenas de significado interior, no basta con soportar y aceptar los movimientos exteriores si se están, por otra parte, afirmando defensivamente los diques que internamente hemos construido.

Los cambios originados por fuerzas externas no van a tener una influencia de largo alcance si no se convierten en un movimiento profundo en nuestra casa psíquica. Es imprescindible un trabajo psíquico que atienda la voz interior más profunda. Es en este punto crucial donde la psicología analítica se convierte en puente y vía al momento de atender los remecedores sucesos ya vividos, así como los que inminentemente han de llegar. Este cometido es un gran trabajo gnóstico al servicio del sí-mismo; implica atravesar el límite de lo externo y de lo teórico para ingresar de lleno a la experiencia de la vida y a su centro diamantino, esencial y perenne.

Con el fin de acercarnos a una identificación cósmica de la psique, es fundamental ampliar los márgenes de nuestra cosmovisión actual y, para ello, es necesario contar con una visión de mundo que se aleje de una comprensión rígida, exterior y visible. Es imperioso, de este modo, integrar la visión de lo dinámico, interior e invisible. Volviendo al mito de Añañuca, una visión centrada solamente en la vida de la niña/mujer, con sus abundancias y dolencias, sería parcial. Del mismo modo, sería parcial una visión centrada solamente en la maravillosa flor de tan sólo tres días de germinación. La pérdida de la antigua forma humana para recibir la forma renovada de la flor roja fundamenta, a nivel simbólico, la interna y dinámica transformación germinal que experimenta Añañuca de mujer a flor.

La integración de experiencias, en este caso, mujer/flor, exterior/interior, diurno/nocturno, Muerte/Vida, promueve una cosmovisión total, y no parcial. Es esta cosmovisión total la que a su vez garantiza una adaptación al maravilloso mundo que, aun cuando no lo advirtamos, está siempre en situación de cambio.

Una cosmovisión que también abarca los 180 grados inferiores

Dada la cualidad cambiante de nuestros tiempos, la psicología analítica percibe el encargo de ampliar la visión de mundo de la Humanidad y también recepciona el llamado a trabajar para que cada individuo abarque una visión de mundo que incluya los 180 grados descendentes, nocturnos, oníricos y sombríos del gran círculo cósmico, el cual conforma en su totalidad un imaginario de 360 grados de existencia. Lo anterior demanda desarrollar una cosmovisión que incluya la fuente inconsciente, oscura, misteriosa, abismal, germinativa y, por ende, generadora de cambios y transmutaciones constantes.

En ‹‹Dinamismo de lo Inconsciente››, Jung dice: “Una consciencia superior implica una cosmovisión (…) Todo aumento de experiencia y conocimiento supone un paso más en el desarrollo de la cosmovisión.” (OC8, pár.696).

Siendo así, se puede decir que tan solo una consciencia alumbrada logra amplificar su cosmovisión. Al profundizar la experiencia de mundo se ahonda también en el conocimiento del mundo. La cosmovisión percibe tanto lo luminoso como lo sombrío, lo caótico como lo ya cosmificado, y gracias a la capacidad de renovar su imagen, la criatura sensata se descubre y se recrea a sí misma. Jung dice: “Y con la imagen que el hombre pensante crea del mundo se transforma también él mismo”. (OC8, párr. 696).

Si damos un paso hacia adelante, podemos decir que quienes se hayan imaginado a sí mismos de acuerdo a una cosmovisión comprensiva de la totalidad, podrán seguramente sobrellevar los imponderables en forma acoplada y flexible, movilizando la energía hacia lo venidero. Desde este lugar, lo nuevo o recién llegado, aunque es nuevo para la experiencia, ha sido ya pre-pensado por la intuición y representado por la imaginación. Estas son las cualidades del espíritu de la profundidad.

Todo lo contrario es lo que ocurre cuando nuestra visión de mundo imperante se focaliza únicamente en lo ya conocido, en lo ya ordenado; cada nuevo elemento en el escenario, cualquier mínimo cambio que llegue a modificar la imagen conocida de lo creado y su orden establecido, se vive con resistencia, dolor e incluso con espanto, desconociendo la fuente primordial que contiene lo germinal y creativo, lo que está fuera de control y lo inconsciente.

Por último, lo que es realmente sorprendente de la cosmovisión comprensiva es que reconoce el dinamismo del “giro sobre su propio eje”. Este es el punto decisivo en donde todo cambia de dirección y se reorienta hacia lo inesperado. En el mito de Añañuca, por ejemplo, debe suceder la muerte de la joven enamorada para que emerja una preciosa flor roja en el desierto. Su decaimiento y Muerte son parte de la rotación de sentido o, mejor dicho, es justamente ahí donde comienza el giramiento para que luego continúe su proceso nocturno, propio del principio de la Nigredo, hasta alcanzar la renovación total de su forma. En definitiva, se debe considerar al giro como el punto crucial para que la transformación sea efectiva.

El inframundo en la mitología comparada

En la mitología egipcia se pueden encontrar referentes afines al mitologema —o despliegue de la narración mítica— de Añañuca. Por ejemplo, en el mito de Osiris es necesario el principio seco, cortante y destructivo de Seth sobre su hermano Osiris para que este último realice su principio germinativo a cabalidad. Seth da muerte a su hermano y este doloroso acontecimiento desencadena una serie de transformaciones nocturnas en Osiris hasta que comienza su renacimiento en la hipóstasis de Kephri (sol naciente) y luego en la de su hijo Horus (sol refulgente del mediodía). Seth así representa Separación y Osiris, por su parte, representa Vida y Renovación.

De acuerdo a la mitología griega arcaica, podemos decir que es necesario el rapto, el decaimiento, la Muerte y, por último, el hallazgo de la Koré, la doncella divina o Perséfone, para que aquí comience a establecerse el ciclo de la Naturaleza y el renacimiento de la Primavera.

En el mito de Dionisios, por otra parte, se evidencia lo que, según Karl Kerényi (1998), se denomina “la raíz de la vida indestructible”, considerada como expresión de la Vida inquebrantable, aquella que los griegos conocen con el nombre de Zoe. Aquí Muerte y Vida se complementan y animan mutuamente en un continuo y perpetuo ciclo compuesto por nacimiento, Muerte y renacimiento. Dionisios es expresión y epifanía de la Zoe. En el mundo de la mitología arcaica se le conoce como aquel que ha nacido dos veces. Su primer nacimiento se da en medio del lecho del inframundo, como hijo de Ariadna, La Señora del Laberinto. Luego la Diosa de la Luz en el Reino de la Sombra alumbra por segunda vez a la misma criatura y emerge en la superficie un retoño de sarmiento, un toro estrellado (Asterio) o un Niño divino… Dionisios, el dos veces nacido. Es precisamente este misterioso nacimiento de Dionisios en el lecho de la Muerte, lo que lo remite a esta propiedad esencial de la Zoe, la de ser inquebrantable incluso luego del quiebre al dar vida en el mismo lecho de la Muerte. Esta es la característica central del mitologema que comparte con Osiris, Perséfone y también con Añanuca.

Un alumbramiento en el lecho infernal es la imagen que posiblemente más dista de nuestra visión de mundo actual. Pero una vez superado el impacto y la resistencia a la paradoja, la espectacular representación simbólica da cuenta de las riquezas creativas propias de lo abismal. Solamente una lectura literal de la imagen, es decir, una lectura no simbólica —aquella que se apega demasiado al terror de lo caótico—, logra rigidizarla y hacerla inerte. En cambio, si se considera la sabiduría embebida en su mitologema, se puede apreciar que en la fase de máxima saturación de oscuridad emerge la primera luz germinativa afirmando la posibilidad de que en el reino de la Muerte haya también belleza, pureza y vida.

De este modo, lo que tienen en común los mitos hasta aquí expuestos, así como los que veremos a continuación, es que en todos ellos es posible reconocer, en el despliegue de su mitologema, la continua danza Vida/Muerte/Vida que, al igual que el símbolo del meandro, sube y baja sin descontinuar nunca su trama.

El llamado hacia el camino del descenso

Si bien es cierto que en el relato propio del mito se ha podido ahondar en la más absoluta realidad abismal con su imbricado núcleo arquetípico Muerte/Vida, no sucede de igual manera con la propuesta de nuestra visión de mundo occidental y su relato

desarrollado a partir de la razón y el rendimiento. Aquí, estos dos modos de existencia, Vida y Muerte, son contrarios y excluyentes. No obstante, Vida y Muerte son grandes opuestos sólo en apariencia, ya que la Muerte representa la otra mitad desconocida de la Vida que debemos aprehender. Aunque no se tenga conciencia de su eminente verdad, tarde o temprano esta realidad misteriosa se revelará en la vida de cada individuo. Dice Jung: “A partir de la mitad de la vida sólo permanece vivo aquel que quiere morir con la vida. Pues lo que sucede en la hora secreta de la mitad de la vida es la inversión de la parábola, el nacimiento de la muerte. La vida de esta segunda mitad no significa ascenso, despliegue, multiplicación ni exaltación de la vida, sino muerte, pues su objetivo es el final (…) No querer vivir significa lo mismo que no querer morir. Nacer y morir forman la misma curva.” (OC8, pár.800). Un poco más adelante, Jung agrega: “Al ascenso de la vida le concedemos un objetivo y un sentido; ¿por qué no al descenso?” (OC8, pár.803)

Si invertimos esta crucial pregunta (con el único objetivo de prestarle mayor atención) y la reescribimos de la siguiente manera: ¿Por qué no le concedemos al descenso de la vida un sentido y un objetivo, tal como lo hemos hecho ya con el ascenso? Entonces probablemente la escuchemos como una llamada de atención, donde destaca lo que justamente se echa en falta a nuestra cosmovisión actual: la capacidad de poder visualizar la representación del ciclo completo de nuestra existencia y no sólo la mitad del proceso… esa mitad que se refiere exclusivamente al ascenso.

Si volvemos a Jung cuando dice que “A partir de la mitad de la vida sólo permanece vivo quien quiere morir con la vida”, se escucha una fuerte instigación a considerar los 180 grados nocturnos de la gran esfera de la existencia. Nos invita, por ende, a acondicionar nuestro paso por el camino descendente y no sólo a concentrar nuestra vida en el camino del ascenso. El siglo pasado Jung nos animó a realizar una preparación para el descenso de nuestras vidas. ¡Cuán elocuente y atrevida invitación! Y, a su vez ¡cuán inadvertida o desatendida invitación! Pocas veces nuestra psicología humana extiende su dinámica psíquica a una realidad de mundo y menos aún lo hace a esa realidad de mundo que se hunde hasta topar su nadir.

La experiencia de existir en el mundo siempre arroja en forma espontánea una visión, vale decir, una percepción interna de mundo o cosmovisión. Naturalmente, surge una imagen de mundo de la superficie y otra de los confines. Sin embargo, si bien se observan grandes avances en la psicología de lo inconsciente, es poco lo que se ha profundizado en la imago microcosmos/macrocosmos y en la imagen especular, ascendente/descendente de mundo. Por lo mismo es prudente y necesario avanzar hacia la visualización de una cosmovisión que incluya lo superior y lo inferior de la gran esfera de la realidad. Esta visualización debe comprender lo que vemos en la superficie del mundo, con sus hitos necesarios para el ascenso, como también la profundidad del mundo, con sus hitos necesarios para el descenso, Muerte y retorno.

Al parecer, la vía necesaria, si no la única, para alcanzar esta visión más comprensiva es la del lenguaje mito-poético, construido a partir de imágenes, símbolos y arquetipos.

Los mitos de Añañuca, Osiris, Dionisios y Deméter/Perséfone ponen en valor el camino descendente y en la mitología sumeria también encontramos esta valoración del mundo abismal, propia de lo desconocido. Un claro ejemplo es el descenso de Inanna al inframundo.

Inanna, diosa de los cielos, decide visitar por vez primera el inframundo, donde vive Ereshkigal, Señora y Soberana de las Profundidades. Ereshkigal, por leyes infernales inquebrantables, fija los ojos de la Muerte sobre su hermana celestial. Tres días después, la Diosa del Cielo es rescatada por su visir, el pájaro Ninshubur, pero, a cambio del rescate de Inanna de las profundidades debe ingresar, en su lugar, a su consorte Dumuzi. De aquí en adelante, Dumuzi muere y retorna anualmente como fruto de dátil, como niño divino, como eterno consorte de Inanna.

Otro ejemplo es la antiquísima epopeya de Gilgamesh, donde se percibe a la Humanidad de todos los tiempos de un modo atemporal. Gilgamesh emprende una travesía a tierras lejanas, desconocidas, atravesando las aguas de la Muerte, todo para visitar a su antepasado, un rey antediluviano llamado Utanapishti, El Distante. Grande es el pesar que Gilgamesh siente en su corazón desde la muerte de su amigo Enkidu, con quien realizó importantes aventuras heroicas. A lo largo de su reinado, Gilgamesh había presenciado innumerables muertes, pero únicamente la de Enkidu lo enfrenta con la Muerte arquetípica.

A partir de ese momento, Gilgamesh da vueltas en búsqueda de respuestas que atiendan sus preguntas existenciales en relación con la Muerte y sus leyes irrenunciables. Gracias a los secretos que le confía Utanapishti, Gilgamesh se dirige al fondo de un profundo pozo de agua con el fin de encontrar la planta de la vida. Pero ya exhausto, se queda dormido, descuida la planta de la vida y esta es devorada por la Serpiente. Así, el destino de renovación física será para la Serpiente y la renovación espiritual para

Gilgamesh y la Humanidad.

Palpable y cierto es que estos mitos ponen en valor el camino descendente que, de forma onírica y simbólica, conceden significado y sentido a la Muerte y su continua transformación. Escribió Nietzsche: “Un vendaval arrastra todo lo muerto, podrido, roto y decaído, lo envuelve en el remolino de una nube de polvo rojo y se lo lleva como un buitre a los aires. Desconcertadas nuestras miradas buscan al desaparecido: pues lo que ven parece haber emergido de las honduras a la luz dorada, tan pleno y verde es, tan exuberante y vivo, tan inconmensurable y lleno de anhelo.” (DRVI, p.102)

Añañuca es constante renovación. No es sólo flor, no es sólo mujer; es ambas. Añañuca no es sólo belleza y vida; es transformación que conlleva sufrimiento, pérdida, Muerte, oscuridad, inconsciencia, misterio, cambio, giro, germinación, pureza, luz, ascenso, Vida, forma, renacimiento, crecimiento, abundancia, saturación, retorno, consciencia. Entonces, lo esencial en el mito de Añañuca es su origen misterioso, fundado en su Muerte. Amplificando esta idea, podemos decir que al interior del mitologema aparece un núcleo denso donde se yuxtaponen el plano superior, con su ascenso, Vida y belleza, el plano inferior, con su descenso, Muerte y consecuente pérdida de la forma antigua, y el plano del giro, que simboliza la transformación en sí.

El giro se refiere al cambio brusco de dirección y, al mismo tiempo, perfila los albores de la nueva forma. En el mito de Añañuca permite que emerja una preciosa flor en vez de la preciosa joven. Sin embargo, desde acá, desde esta plataforma observable, el giro es invisible a nuestros ojos. Lo que vemos es la llegada de la flor, su temprana partida… y su cíclico retorno. Es gracias al reconocimiento de su situación simbólica, generada principalmente por el retorno, que logramos introyectar la mirada, ahondar en nuestra alma humana, imaginarlo y así descubrir su presencia en nosotros.

Justamente a través de este gesto, el de visualizar simbólicamente a Añañuca en nuestro interior, es como seremos capaces de ampliar nuestra cosmovisión, sin olvidar que todo lo que conocemos de la niña-mujer es su presente de flor: bella, singular y de vida efímera. Esta condición humana, la de lo efímero, es posiblemente la que llegamos o no a comprender. Cuando no comprendemos, nos resistimos a que lo bello y lo logrado deje de serlo. Nos resistimos a que lo que ya se ha cosmificado, sea absorbido otra vez por el Caos.

Caos, cosmos, origen y fundamentación

Cuando una flor bella del desierto dura sólo tres días y nos preguntamos cómo es que esta belleza decae tan rápido, no somos capaces de comprenderlo, es decir, la razón no logra revertir el estado de no conocimiento y es el lenguaje mito-poético el que intenta interpretar esta realidad simbólica.

Según Carl Jung, “El hombre ha despertado en un mundo que no comprende, y por eso trata de interpretarlo” (AEIC). Por otra parte, Karl Kerényi dice: “La mitología fundamenta. No contesta en realidad a la pregunta ‘¿por qué?’, sino más bien ‘de dónde?’” (2004, p.21). Volviendo al ejemplo de Añañuca, el lenguaje mito-poético es el que ofrece una interpretación simbólica, una imagen, a la bella flor del desierto que representa el arquetipo de la transformación. La interpretación es, a su vez, su fundamentación.

El mito busca fundamentar un mundo todavía indiferenciado y desconocido. El mito es, por lo tanto, etiológico; busca el origen. Cada mito cosmogónico comienza, en su relato mítico, por fundamentar la creación desde un vacío/plenum que contiene la simiente de la Humanidad. Es muy atractiva la idea de que el Caos, mucho más que un vacío inicial, es un plenum y que es desde este lugar de donde emerge cada una de las criaturas palpables en la superficie. Justamente, a este acto de la criatura de emerger desde lo abismal hacia la superficie, lo llamamos Creación.

La Creación es lo que reconocemos como armonía, cosmos, orden y, por último, como mundo conocido y estable. La Humanidad hace enormes esfuerzos por atesorar sus avances cósmicos y construimos poderosos diques con el fin de protegerlos de la voracidad abismal e inconsciente hasta el punto de rigidizarnos completamente en nuestra misión de guardianes centinelas. Pero, al actuar así, si bien nos aseguramos, al mismo tiempo nos rigidizamos. La rigidez se debe, entonces, a la obstinación por celar los límites de las comarcas conocidas que, con gran esfuerzo, hemos erigido.

En estos tiempos de cambio reemerge un llamado interior y colectivo a reconsiderar una visión de mundo más amplia, donde vuelva a incorporarse esa gran porción del mundo abismal de la que, desde hace milenios, hemos intentado mantenernos desidentificados. Con la intención de traer de vuelta a nuestra visión de mundo esa parte esencial ya olvidada, es necesario preguntarse por el origen, aquel modelo ejemplar que nos llena de sentido. El origen no es un viaje al pasado, es un viaje a la esencia.

El fundamento siempre se levanta sobre las bases de su propio abismo. Según Kerényi, “Aquel que busca el fundamento, que se sumergió hasta lo más profundo de sí mismo, fundamenta así su universo. Lo edifica para sí mismo sobre una base en la que todo emana, brota y salta: donde todo es primordial y espontáneo en el más pleno sentido de la palabra. Y consecuentemente también es divino.” (2004, p.24)

Es realmente maravilloso el hecho de que al buscar fundamentar el mundo que se experiencia cotidianamente, se ingrese al interior de sí mismo y luego, ya internado en las honduras de sí mismo, se encuentre una interpretación a lo que hasta ese punto no se comprendía. Este hallazgo se da a la base del mito personal.

Mito personal: imagen y narración que proviene del interior

Si regresamos al análisis del mito de Añañuca, observamos que luego de la partida del minero, ella vuelve al punto de arranque, al origen, “al lugar en donde él la miró un día”.

Es importante no perder de vista que la mujer enamorada no viaja al pasado sino que retorna a su axis… a la esencia. Ella busca respuesta en su interior y este le ofrece un relato sagrado, una imagen y una fundamentación. En definitiva, descubre su mito personal… hermoso y germinal como la flor roja de tres días del desierto.

Junto con experienciar el mundo, encontramos el relato que le da sentido. Emerge una imagen, un símbolo redentor que provee de forma a los tonos anímicos de la trayectoria siempre circular del mito personal, y esa imagen representa su modelo ejemplar.

Por supuesto, este ejercicio gnóstico dista mucho del acto de elegir, a modo de menú, el mito preferido, ya que alternativas y opciones de este tipo corresponden al mundo exterior y pre-fijado. La narración del mito personal no es la construcción de una propuesta, sino que, muy por el contrario, es la revelación de una verdad interior obtenida gracias a la experiencia, y con esta deviene el símbolo conciliador.

La eventual respuesta a esta interrogante existencial se encuentra en lo más profundo de nuestra psique, allí donde reside la morada del alma, y el sendero para dar con ella es tan complejo y sinuoso como lo es el camino de individuación. Ambos procesos (si es que no son uno solo) están guiados por el sí-mismo.

El mito personal es la narración simbólica que emana de la función trascendente y que circunvala al arquetipo de orientación. Es una vía sacra que demanda renunciar a los requerimientos del mundo exterior, y exige someterse a los llamados de la voz interior.

Gracias a este relato mito-poético, cesa la disputa entre los polos contrarios llamados también sentido y contrasentido por Jung.

Grande es el bienestar psíquico que responde a este alivio de tensión entre polos que se han acercado, incluso unificado gracias al símbolo redentor. Su lenguaje metafórico es una vía al Sí-mismo y este destino arquetípico sólo se alcanza mediante el acto de vivir la paradoja, es decir, posiblemente solo se encuentra una vez que el neófito se aleja de la búsqueda racional y se acerca a un estado errante propio del no saber, tal como lo hace Deméter.

En los Misterios de Eleusis, Deméter entra en un estado de vagabundeo luego de no conocer lo que ha sucedido con su Koré. Y los neófitos, tanto hombres como mujeres que buscan ser iniciados en Eleusis, emulan este estado errante de la diosa, propio del proceso gnóstico de buscar respuesta a lo que no se conoce. Es probablemente gracias a este transitar retirado del objetivo que se hace posible adentrarse en el Misterio y vivir su revelación. Este es el ámbito idóneo para que en forma cándida y espontánea emerja lo que en términos propios de la mitología griega arcaica se denomina Visión, y en términos arquetipales se denomina imagen simbólica. Ambas se refieren a una representación de la realidad interior.

En la profundidad del análisis, la imagen simbólica siempre conlleva vivir la paradoja. Deméter ha dado con el paradero interior de su Perséfone, pero esta imagen revela un estado dual de su doncella divina: Ser y No -Ser, algo que solamente puede ser abrazado desde el Misterio y nunca entendido desde la razón.

Es, sin duda, una paradoja, ya que el símbolo representa, al mismo tiempo, lo uno y su contrario. Una vía sacra que seguir, la vía del mito personal. La vía de la individuación.

En lenguaje de Jung y su ‹‹Liber Novus››, el Camino Venidero, el del Supra sentido (ELRLN).

Alma, mito y cosmovisión: una posta esencial

El alma es el “órgano psíquico” encargado de representar las imágenes del macrocosmos y del microcosmos. Ella cumple la maravillosa misión de otorgarnos una representación de mundo. Como dice Jung, “(…) el alma es la única manifestación directa del mundo y, por lo tanto, también la condición indispensable para toda experiencia general del mundo.” (OC, pár.283)

Lo anterior no es algo novedoso, pero sí quizás olvidado. Como Humanidad hemos olvidado que nuestro crisol interior se revela gracias al alma y su enorme capacidad de imaginar, y que si tenemos la capacidad de experenciar el mundo es debido al alma (aun cuando lleguemos a calificar su impacto como desatinado).

La función del alma es inmensamente significativa al momento de representar una visión de mundo completa, ya que sólo cuando el alma participa podemos imaginar el aspecto tanto descendente como luminoso de mundo, y si el anima no participa entonces su representación es un esquema mecánico y aparente.

Jung dice: “Es mi alma, rica en imágenes, la que proporciona al mundo sonido y color, y lo que llamo la experiencia más real de todas, incluso en su forma más simple, sigue siendo un complicadísimo edificio de imágenes psíquicas: Así pues, en cierto modo, no hay nada que sea de experiencia inmediata, salvo lo propiamente anímico”. (OC, pár.623)

Con estas premisas a favor del alma, podemos asegurar su rol esencial en el gran cometido de suscitar una visión de mundo completa o total, esa que también considera los 180 grados descendentes, nocturnos y misteriosos. Con el alma activa garantizamos una cosmovisión que arroja la imago de la porción inconsciente y abismal, en su lenguaje propio, el arquetípico, oriundo del reino mito-poético.

Sin embargo, y pese a su crucial condición, por estos días hemos vivido la lamentable experiencia de observar cómo el alma deja de participar en la vida del ser humano y este se rigidiza y el alma, por su parte, se paraliza. Con esta pérdida de protagonismo del alma, ya la visión de mundo se resquebraja y empobrece, reduciéndose solo a una parte, en definitiva, polarizándose.

En esta eminente devaluación del alma, su “posta anímica” se desvanece y sólo subsiste como representación de mundo una cosmovisión basada en el objeto, en lo exterior y en lo conocido. Todo vuelve a esa inercia característica de nuestra visión de mundo actual, en donde de manera pobre y equivocada, buscamos insistentemente el antídoto en el camino del ascenso, en la porción superior de la gran esfera cósmica, y olvidamos por completo el camino del descenso y su posta simbólica, la que tiene por destino el centro diamantino, sede del mito personal.

Revertir esta situación de inercia humana es posible en tanto se vuelva a otorgar valor al alma como imagen y cuenco receptor de la voz interior. En palabras de Jung, “Si no fuera por la vivacidad y la irisación del alma, el hombre se hubiera detenido dominado por su mayor pasión, la inercia.” (AEIC)

Goethe, siglos antes, le contesta y reafirma la invitación a salir de este estado de movimiento cero diciendo: “¡Atrévete a forzar las puertas/ ante las que todos prefieren pasar furtivos de largo!” (2010, p.71)

La invitación, entonces, es a abrir las puertas al camino descendente, a ese modesto y solitario camino inferior que revivifica el alma, y ella agradecida se anima a tender el puente de la representación simbólica, desplegando una imagen que nos enseña la maravilla de la paradoja y la dialéctica de su análisis.

Esta posta anímica es la vía regia y serpentina que nos conduce a la comprensión de la cosmovisión total, allí donde se enlaza el mito personal con la dinámica de los opuestos… Suprasentido de la criatura humana y su potencial devenir… esa sagrada y profunda oportunidad de llegar a Ser humano.

Bibliografía

–    Goethe, Johann Wolfgang von. (2010). Fausto. Una tragedia de Johann Wolfgangn von Goethe (Elena Cortés Gabaudan, Ed. Bil.). Madrid: Abada.

–    Jung, C. G. (1972). Arquetipos e inconsciente colectivo. (Miguel Murmis, Trad.). Barcelona: Paidós.

–    Jung, C. G. (2021). El libro rojo. Liber Novus (Romina Scheuschner y Valentín Romero, Trads., Bernardo Nante, Ed. Castellana). Buenos Aires: El Hilo de Ariadna.

–    Jung, C. G. (2015). La Dinámica de lo Inconsciente. Carl Gustav Jung. Obra Completa. (Dolores Ábalos, Trad.). Madrid: Editorial Trotta.

–    Jung, C. G. y Kerényi, K. (2004). Introducción a la esencia de la mitología. El mito del niño divino y los misterios eleusinos. (Brigitte Kiemann y Carmen Gauger, Trads.). Madrid: Siruela

–    Kerényi, K. (1998). Dionisios. Raíz de la vida indestructible. (Adan Kovacksics, Trad.; Magda Kerényi, Ed.). Barcelona: Herder.

–    Kerényi, K. (2006). En el laberinto. (Brigitte Kiemann y María Condor, Trads.). Madrid: Siruela.

–    Kramer, S. N. (1962). La historia empieza en Sumer. Barcelona: Ayma.

–    Ovalle Vergara, M. (2012). Chile Mitológico. Un viaje a la esencia de nuestra tierra. Santiago: Sofía del Sur.

–    Ovalle Vergara, M. (2011). Mitos comparados. Chile-Grecia. Santiago: Sofía del Sur.

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