Carisma y Poder: bases psicológicas

GERTRUDIS OSTFELD DE BENDAYÁN

Trudy de Bendayán es una Analista Junguiana, Magister en Filosofia, con un Doctorado en Estudios Psicoanalíticos. Reside en Caracas, Venezuela, es miembro de la IAAP (International Association for Analytical Psychology) y de la AVPA (Asociación Venezolana de Psicología Analítica). Autora de dos libros: Anima Mundi y Ecce Mulier: Nietzsche and the Eternal Feminine en proceso de publicacion por Chiron Publishing. Dedicada a la practica privada y a la enseñanza. Este artículo corresponde a la conferencia del mismo nombre presentada por la autora en el V Congreso Latinoamericano de Psicología Junguiana, celebrado en Santiago de Chile, del 4 al 8 de septiembre de 2009. Su e-mail es: ughj@hotmail.com.

El poder es un afrodisíaco.
Henry Kissinger

Dónde yo encuentre a una criatura viviente,
allí también encuentro la voluntad de poderío.
F. Nietzsche

La “voluntad de poder” es un instinto inherente a toda naturaleza viviente. El modelo del animal-alfa se sostiene en una noción dominante de poder. Con respecto a la humana conditio, cabe destacar que si bien podemos vivenciar la fenomenología del poder en todos los ámbitos de interacción, no obstante, donde la idea de poder aparece de forma más sintomáticamente verificable, para bien o para mal, es en el campo de la política y de la religión. Bajo su aspecto aberrado, el poder se manifiesta en estas últimas áreas de manera notablemente disruptiva debido a la gran magnitud de daño y sentimientos de impotencia capaces de generar sobre los afectados.

El empleo maligno de poder exige la subordinación del otro a través de diversos medios, tales como la fuerza, la persuasión, el engaño, la lógica argumentativa, la conversión por fe, la convicción por razón, las amenazas, la manipulación o las torturas. En general, el poder ejercido desde la sombra empleará cualquier método capaz de capitalizar a su favor ya sea la incondicionalidad o la desesperanza de los individuos bajo su mandato a fin de arrear el castrado rebano hacia su redil. Bajo un régimen tiránico, se engloban aspectos tales como la subyugación, el despotismo, la megalomanía, la dominación y la explotación. Las descripciones de tiranía usualmente incluyen el ejercicio de la soberanía absoluta, la justicia arbitraria y las regulaciones persecutorias y crueles. Contra todo aquello que se le oponga o resista, la estrategia más productiva para lograr los oscuros fines siempre será el temor. El ejercicio del poder a través del temor logra objetivos que otras formas de poder no pueden. La habilidad de instilar temor pertenece a la ejecución total del poder. El miedo es capaz de sostener imperios unidos tal como lo logra el lenguaje, la idiosincrasia, la economía o la geografía. La idea de instilar miedo es la causa del sostenimiento de la tiranía. El miedo pertenece mitológicamente al mundo de Ares, amo de las batallas, siendo uno de sus hijos Fobos (miedo) de donde procede la palabra “fóbico”. Sólo un tonto o un inconsciente no es capaz de sentir miedo: desconoce el alcance real de la maldad. En fin, cualquiera que sea el método empleado, el complejo de poder anhela frenéticamente subordinar todas las fuerzas disponibles a fin de permanecer en el tope.

Existen diferentes estilos de poder y los mismos cubren un amplio espectro que va desde el ejercicio beneficioso del mismo a la despótica malignidad. Tales estilos de poderío pueden manifestarse a través del liderazgo, influencia, resistencia, autoridad, tiranía, prestigio, necesidad de control, ambición, etc. Todas estas facetas constituyen los componentes del poder, los aspectos que reunidos constituyen su fuerza, su habilidad de actuar, de tener y mantener o de esclavizar y destruir. Si bien seria de suma utilidad desarrollar y diferenciar cada una de las máscaras tras las cuales se agazapa el poder, por razones de tiempo, me limitaré a referirme a dos expresiones siniestras del mismo: el poder carismático sombrío y el fundamentalismo.

LIDERES CARISMATICOS

Estimo relevante destacar la notable diferencia existente entre el liderazgo y el carisma. El don de liderazgo es innato: no es algo que se adquiere a través de un saber o un poder. Es posible que los líderes no porten medallas, no tengan premios ni diplomas sobre la pared. Sin embargo, con la espontaneidad del instinto animal, aparece el líder cuando las circunstancias son propicias. La voluntad de poder adquiere así la forma de una saludable asertividad: el líder actúa resolviendo los problemas o crisis comunitarias. Los líderes están encarnados en las ideas. Ni la bendición ni la maldición, ni el carisma ni la seguridad instintiva aseguran un líder. Lo que le confiere poder en último lugar es la capacidad de encarnar ideas visionarias y de no tener temor a los ideales. Los rasgos de personalidad fuertes son dados a muchos, pero la representación y expresión de ideales les es dado a pocos. Es precisamente por ello que la idea de liderazgo trasciende su fundamento animal a través de la acción reflexiva y afirma su fundamento espiritual sobre la necesidad que tiene la psique de idealizar y de ser cautivada por una visión. El idealismo por sí es un poder inmenso capaz de movilizar no sólo todo un grupo o comunidad sino, además, todo un continente y cuando se encarna en figuras tales como Simón Bolívar o Mahatma Gandhi, el liderazgo llega a convertirse en instrumento de la historia.

El carisma, por otra parte, es una habilidad magnética que poseen ciertas personas para inspirar y conducir a otros. El significado original de la palabra “carisma” era empleado para referirse a aquella persona bendecida con la “gracia dada por los dioses”. Como regalo de los dioses, no obstante, es una cualidad que no pertenece a la estructura innata de la personalidad: esa cualidad “animal” con la cual se describe el liderazgo. El carisma puede surgir en cualquiera, incluso en personas cuya habilidad de conducir y tener autoridad se encuentra totalmente ausente. Por ello, puede terminar por frustrar a aquellos seguidores incapaces de distinguir entre la maestría y el charlatanismo. Ni el dinero ni la publicidad pueden conferir carisma. Es una gracia independiente de la fama, celebridad, de logros ejemplares, de sangre real, etc. Si el liderazgo surge a partir de una base instintiva y la autoridad del carácter, el carisma depende, en parte, de las situaciones. Una situación requiere la presencia de una persona capaz de simbolizar y articular su dinámica. La persona carismática ejemplifica aquello que está teniendo lugar. La historia está plagada de estas personificaciones arquetipales que representan al espíritu de la época y no de un momento singular de la historia. Las figuras carismáticas usualmente no son aquellas que van elevándose de rango sino que, más bien, surgen sorpresivamente. Sin embargo, cuando aparecen se espera que los problemas desaparezcan mágicamente pues ellos ofrecen una indiscutible certeza de ser la fuente de revelación: “Cuando Hitler habla acerca de la política, la Idea, o de la organización lo hace de forma mística y profunda. Su palabra es un Evangelio. Uno tiembla de emoción cuando se acerca al abismo de la vida junto a un hombre como él”, confiesa Goebbels, el Ministro de Propaganda de Partido Nazi, en su diario (Louis O. Lochner, The Goebbels Diaries. 1948. New York: Doubleday & Co.). Este idealismo maligno se hace eco de una certeza argumentativa surgida de una acérrima posición unilateral que impide abrir espacio para la duda. Ejemplo de la trasmisión de una certeza acérrima queda ilustrada en el relato hecho por el periodista Lochner, editor y traductor de los diarios de Goebbles, quien narra que en una ocasión a fin de entretener a los invitados de una fiesta, el nefasto Ministro ofreció sucesivamente diferentes discursos: uno a favor de la restauración de la monarquía, otro en favor del restablecimiento de la república de Weimar. Uno tercero a favor de la alianza entre el comunismo y el Reich y finalmente exaltó las bondades del nacional-socialismo. Yo te aseguro -describió el asistente a la fiesta al periodista – que al final de cada discurso yo estaba decidido a unirme a cada una de las causas abogadas por Goebbels pues los argumentos ofrecidos para cada una de las cuatro formas de gobierno resultaron ser extremadamente convincentes” (Ibíd. P. 16).

Esa certeza puede tener un fin constructivo pero también uno destructivo. Pues un hombre carismático capaz de hacer surgir las pasiones a sus seguidores, puede canalizar las mismas para tanto para el bien como para el mal. Si la persona carismática carece de autoridad entonces estamos ante un emperador sin ropa: no hay forma de que la carga simbólica pueda ser descargada. Si la figura carece de liderazgo innato, entonces la multitud ennoblece a un tonto y se deja conducir hacia la propia ruina por un carisma negativo o, en palabras de Macbeth, seremos testigos y víctimas de la “historia contada por un idiota, llena de ruido y de furia pero carente de sentido alguno”. En cambio, teniendo autoridad, don de liderazgo y fines destinados al bien común, como lo mencioné anteriormente, las personas carismáticas son capaces de cambiar la historia como lo han hecho Moisés, Jesús, Mahatma Gandhi, Juana de Arco, Winston Churchill, Martín Luther King y Charles de Gaulle entre otros notables.

Sin embargo, otros líderes carismáticos patológicos (dictadores, tiranos, terroristas y genocidas) cambiaron la historia hacia los derroteros más sombríos como es el caso de Hitler, Mussolini, Pol Pot (Camboya), entre muchos otros. Tales embajadores del mal han mostrados estar posesos por sentimientos mesiánicos e irracionalidad. Han evidenciado carecer de poder analítico y han mostrado una capacidad de exaltación directa de las emociones capaz de hacer surgir del inconsciente cultural los mitos autóctonos a fin de ser re-editados simbólicamente en la psique de los ciudadanos. Tal es el caso de la emergencia del caballero teutónico encarnado en Hitler quien, cual poseso por el temible dios Wotan, promulgó la redención de la raza aria.

El “carisma” es un poder daimónico tan antiguo como la humanidad, aunque su uso moderno proviene del sociólogo Max Weber quien lo utilizó para describir a aquel líder que inmediatamente impresiona, influencia y atrae seguidores y que representa una ideología despojada de moralidad, más allá de la razón y del auto-control que revoluciona a los hombres desde adentro al liberar una energía vital que es completamente contraria a la constrictiva jaula de hierro, representada por la tradición. De tal forma, encontramos una masa indiferenciada –aunque “masa” es precisamente lo que los diferencia – sumisa siguiendo ciega y alucinatoriamente a un hombre inflado y demenciado: con rasgos marcadamente paranoides y narcisistas que promueve, a través de la propaganda, una tendencia a la disociación primitiva. (el eje-narcisista-paranoide) en la masa y despertando, como resultado, altos niveles exteriorizados de agresividad. “La propaganda tiene un sentido”, escribe Goebbles, “conquistar a las masas… La propaganda tiene que ser primitiva pues la masa piensa primitivamente y tenemos que hablar un lenguaje capaz de ser entendido por ellos. Las masas, en las manos de los artistas políticos, pueden ser convertidas en nación…nuestra nación.” Esta organización de la masa alrededor de una identificación común con un líder tiránico que detenta una forma de narcisismo maligno, moldea a la masa hacia una dirección paranoide que busca destruir los enemigos señalados por el liderazgo psicopático con el afán de lograr un mundo ideal tras el cual sólo subyace la idea de perpetuarse en el poder. (cf. psicología de las masas de Freud). Todos los organismos autónomos son desnaturalizados o radicalmente extirpados. La palabra misma “autonomía” es extirpada” de la sociedad. La Ley recae en el Líder, Comandante, Führer o como se quiera llamar a la encarnación temporal del poder psicopático arquetipal. Desde la perspectiva de Nietzsche, el poder carismático es inverso al grado cultural de una nación. Al respecto señala: “Mientras más incondicionalmente pueda actuar un individuo o el pensamiento de individuo, más vulgar y más homogénea ha de ser la masa sobre la que allí se actúa… A la inversa, uno siempre ha de concluir que se ha alcanzado una cima real de cultura cuando naturalezas poderosas y ávidas de dominio sólo logran efectos menguados y de sectas…. En donde se llegue a dominar, allí hay masas: donde hay masas, existe una menesterosidad de esclavitud. Dónde hay esclavitud, sólo son escasos los individuos, y éstos tienen en contra suya el instinto de rebaño.” (CJ 149).

Eileen Barker, una experta en sociología de las religiones, escribe: “Casi por definición, los líderes carismáticos son impredecibles y emocionalmente inestables pues no están atados a ninguna tradición ni tampoco a las reglas” (“New Religions Movements”, 1992, London: HMSO). Su influencia emerge de su poder extrañamente hipnótico que emana de la constelización o activación del arquetipo del héroe-salvador cuyo rostro sombrío es el embaucador, tirano y tramposo. También de la fuerza de la rapidez con que cambian de emociones, de la excelente capacidad de oratoria pese al discurso bizarro que puedan manejar, de la capacidad de entrar en un estado de disociación y de abandonarlo a su antojo, de ponerse en cercano contacto con el inconsciente colectivo y de articular sus contenidos de tal manera que convencen a sus seguidores de es que su misión es de orden divino. En el caso de los líderes carismáticos patológicos, sus seguidores suelen estar entre el detritus de las clases sociales decimonónicas: hombres desmoralizados, alienados de la sociedad, humillados, fracasados y depresivos. En general de aquellos quienes poseen la baja auto-estima característica de los excluidos. Por ello, podemos decir que si existe una ideología en este tipo de movimientos separatistas y obscurantistas es la ideología del resentimiento el cual mantiene con la envidia estrechísimas relaciones. La militancia del resentimiento juzgar opresor al mundo externo y es incapaz de aceptar la alteridad ni la diversidad. La moral de los esclavos “- escribe Nietzsche – “opone desde el principio un ‘no’ a lo que no forma parte de ella, a lo que es ‘diferente’ de ella, a su ‘no yo’: y su único acto creador se reduce a este no.” Estos seres resentidos o hambrientos de poder, siguen las convicciones ofrecidas por el líder carismático, empezando por la convicción de su propia grandiosidad, y que subvierte dramáticamente el orden establecido y exige de sus seguidores un “ajuste de cuentas” con sus antagonistas: en eso se basa su proyecto de futuro. Cegados e impermeables a la razón como suelen serlo los enamorados infatuados, acaban posesos por las más absurdas convicciones y “las convicciones son enemigas más peligrosas de la verdad que las mentiras”, nos recuerda Nietzsche.

En un estudio sobre los líderes carismáticos realizado por los psiquiatras ingleses Anthony Stevens, John Price (Prophets, Cults and Madness. London: Duckwoprd, 2000) y Anthony Storr (Feet of Clay: A Study of Gurus. Free Press Paperback, 1993), basados en numerosos ejemplos históricos, han concluido que los líderes carismáticos resultan, por lo general, individuos deprivados emocionalmente durante su niñez o aquellos que poseen el convencimiento irrealista que si “no soy dios, mami no me quiere”. Tales circunstancias pueden desembocar en el desarrollo de personalidades patológicas guiadas por su hostilidad y resentimiento. El líder carismático se auto-proclama Dios o declara ser el elegido, por extraños medios, de algún héroe nacional. Suele ser egocéntrico, antisocial aunque seductor, es inestable, sus “verdades” son cambiadas acorde a su conveniencia y anula las leyes de acuerdo a justificaciones arbitrarias. El reconocimiento (amor u odio) es su energía vital y promueve la corrupción y violencia como justificación de su propia amoralidad y oportunismo.

Los líderes más peligrosos aquellos que tienen una personalidad esquizotípica con una fuerte dosis de paranoia y narcisismo. En el “Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales” más conocido como el DSM editado por la Sociedad Psiquiátrica Americana se describe la esquizotipia un trastorno que presenta un patrón pervasivo de extrañas peculiaridades en cuanto a la ideación, apariencia y comportamiento, poseen un temperamento mercurial caracterizado por cambios abruptos en el humor. También presentan un déficit en cuanto a las relaciones interpersonales: los esquizotípicos carecen de amigos o de confidentes con la excepción de familiares de primer grado, se sienten relativamente ansiosos en situaciones sociales en las cuales están rodeados de gente ajena a su círculo. No conciben la simetría humana sino el mando o el control. Necesita definir la realidad acorde a sus propios términos a fin de demostrar que siempre tiene la razón. No se compromete con nadie ni acepta críticas y no perdona a quien lo ha visto en algún momento de vulnerabilidad.

Por su parte, Anthony Storr señala que los líderes mesiánicos, los profetas, los Mesías y los gurús son elitistas y anti-democráticos: ellos dominan a sus seguidores o discípulos, no se amistan con los mismos. En cuanto al trastorno de pensamiento puede incluir ideaciones paranoicas, sospecha permanente, ideas de auto-referencia, creencias irracionales y pensamiento mágico. Cuando reúnen esas características se convierten en embajadores del mal. Ven al enemigo por doquier y terminan armándose “hasta los dientes” y dispuestos al ataque más bestial y psicopático (líderes seculares) o a anuncios catastróficos como la inminente llegada del Apocalipsis y el Armagedon en caso de líderes de sectas religiosas.

“No puedo controlar los poderes que he desatado”, es el grito de impotencia surgido de la boca del Aprendiz de Mago de Goethe. Por ende, siempre ha sido una mayor señal de cultura la evolución de cualquier sistema y nunca la revolución. Al respecto señala Nietzsche: “Para que una transformación pueda extenderse todo lo posible y llegar a la profundo, es necesario administrar el remedio en pequeñas dosis, aunque sin interrupción, en un espacio de tiempo prudente. ¿Qué cosa grande se puede crear de una sola vez? Debemos, más bien, resguardarnos de intentar cambiar [cualquier situación] de forma precipitada y violenta…. Hemos aprendido esta lección particularmente de las consideradas grandes revoluciones políticas que ahora y siempre resultan ser un gran charlatanismo que busca engañar a los crédulos prometiendo curaciones súbitas. Las pequeñas dosis nos irán permitiendo crear una nueva [visión].”

Con todo, la historia que ha mostrado que la revolución, como el implacable Saturno, siempre termina por devorar a sus propios hijos.

FUNDAMENTALISMO

Paralelamente, podemos observar otra situación que está teniendo lugar en la actualidad: en un intento por protegerse de la angustia traída por la diversidad y pluralidad de discursos, saberes y valores inherentes al postmodernismo y a la globalización, la conciencia condicionada culturalmente al pensamiento monoteísta, al borde del colapso, adopta reglas rígidas e inflexibles traducidas en un fundamentalismo que no es otra cosa más que la afirmación de la “absolutización de lo relativo.” La relevancia de la situación intra-psíquica en el re-surgimiento del fundamentalismo queda ilustrada por la evaluación realizada por la historiadora escocesa Malise Ruthven, quien en referencia a la tragedia acontecida en Septiembre 11 señala: “El jihad (lucha) contra turf (infieles) a la que aludieron los terroristas no es tanto una ‘guerra entre civilizaciones’, mas bien, es como un combate librado entre identidades que luchan dentro del self individual” (A Fury for God: The Islamist Attack on America. 2002 Oxford: Oxford University Press., p. 18).

Si bien la tolerancia es el distintivo de una sociedad civilizada, la intolerancia lo es de la barbarie. Sin embargo, como consecuencia de la ausencia de mediaciones dialécticas y de un mundo predominantemente narcisista, surge la sombra del poder y, con la misma, la moral maniqueísta enraizada en la escisión y polarización entre el bien y el mal; entre lo religioso y lo secular; entre los elegidos y los parias; entre la redención y la condena; entre los creyentes e infieles con sus conocidas (y experimentadas) nefastas consecuencias: la historia universal (y local) reciente ha sido ejecutor y testigo del resultado de este estado de unilateralidad, de sectarismo. Hoy, más que nunca, las “grandes narrativas” que declaramos inoperantes en el postmodernismo vuelven a levantarse de las cenizas y los textos sagrados buscan recobrar un lugar regente a fin de determinar el curso del desarrollo y las metas del hombre. “El dictum de Mateo (12:30) “Aquel que no está conmigo está contra mí” vuelve revitalizado en la actualidad. Pese a que el fundamentalismo religioso es el ejemplo más claro de la reafirmación de las grandes narrativas frente a las tendencias culturales inaceptables (relativismo moral) no es la única forma de fundamentalismo: podemos hablar también de un fundamentalismo político, ecológico, moral-secular, etc. Las ansiedades paranoicas son despertadas bajo el clima de terror y sospecha imperante en la era del terrorismo. En consecuencia surge una paradoja: aunque el individuo postmoderno muestra un marcado cinismo frente a las instituciones oficiales, al mismo tiempo, cree firmemente en la existencia de conspiraciones por parte organizaciones secretas políticas, militares, industriales, etc. que imagina controlan no sólo las instituciones significantes (gobierno, prensa, mercados) sino la existencia misma de los ciudadanos.

Si tuviera que hacer distinción declararía que mientras los líderes carismáticos se apegan al mhytos (naturaleza matriarcal), los fundamentalistas al logos (a la palabra, al verbo o a la naturaleza patriarcal). Los primeros actúan bajo la posesión del Nombre de la Madre mientras que los segundos, aberradamente ventean el Nombre del Padre a modo de grito de guerra.

Para concluir quisiera advertir la conveniencia en reconocer que cada uno de nosotros contiene en su naturaleza una inferioridad psicopática capaz de irrumpir cuando nuestro “precio” es alcanzado: sea este precio traducido en poder, prestigio, dinero o placer. El analista junguiano Guggenbuhl-Craig, describe la psicopatía como una invalidez psíquica caracterizada principalmente por la pérdida de Eros (principio de relación) y la pérdida o deficiencia de sentido moral. En su relevante obra Eros on Crutches, nos advierte acerca de las consecuencias del exilio de Eros. Al respecto declara que si bien, un guerrero con Eros lucha en defensa de los valores que le son importantes y está presto a entregar su vida por salvar la de otros o por sus elevados ideales, un guerrero sin Eros, en cambio, es un mercenario brutal, un asesino en masa, un exterminador demoníaco. Por ello, debemos estar conscientes de que cuando se activan esos aspectos sombríos, las lealtades y principios se desmoronan ante el brillo del oro y la racionalización siempre nos permite justificar satisfactoriamente hasta los actos más aberrantes. Mi madre, sobreviviente del campo de concentración, me contó que los primeros en denunciarlos como judíos ante los nazis fueron sus propios vecinos, los padres de sus mas intimas amiguitas (ella tenía entonces 9 años), pues a cambio, los alemanes premiaban su lealtad a la causa permitiéndoles saquear las casas de los hebreos. “Solo estamos cuidando sus pertenencias hasta que pase la guerra para que los alemanes no se los roben”, les dijeron consoladoramente los “considerados” vecinos a mis abuelos.

Quisiera finalizar señalando que C. G. Jung nos recuerda que cada individuo de por sí tiene un peso especifico en la historia y que basta uno solo para transformar al mundo: “Si algo malo sucede con el mundo esto es debido a que algo malo sucede con el individuo y si algo malo sucede con el individuo algo debe andar mal en mi. Por ello, si soy sensible debo ponerme yo en primer plano a fin revisar que es lo que anda mal en mi”. De tal manera, debemos revisarnos a fin de reconocer que hemos experimentado nuestros propios aspectos psicopáticos en algún momento de nuestra existencia y los de aquellos que nos rodean. Solo así podremos alcanzar la posición ética de reconocer esos terrenos baldíos como parte de la geografía del alma. Reconocerlos es relacionarnos y relacionarnos es traer a Eros de vuelta del exilio a fin de restaurar el matrimonio sagrado entre Eros y Psique y cuyo fruto es la diosa Placer.

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