La ballena y la liminalidad: la pandemia como un viaje nocturno por el mar – Daniel Ulloa

Daniel Ulloa Quevedo es psicólogo de la Universidad Javeriana, Máster en Psicología Analítica de la Universidad Ramon Llull y Máster en Psicología Clínica y de la Salud de la Universidad de Barcelona. Reside en la ciudad de Barcelona y trabaja como psicoterapeuta principalmente en la modalidad online con latinoamericanos residentes en el exterior. Escribe artículos sobre migración y psicología junguiana en su página www.psicoterapiajung.com.

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El vientre de la ballena o sus equivalentes simbólicos: una gruta sagrada, una celda, el inframundo; son considerados en varias historias míticas —Pinocho, Jonás, Caperucita Roja, Dionisios, Jesucristo, Perséfone—, como un umbral mágico, una especie de  útero simbólico por el que el protagonista se ve compelido a transitar como parte de su proceso de transformación y de maduración.

Para Jung,  la historia del tránsito del héroe por el vientre de la ballena en sus rasgos esenciales “se transforma en multitud de leyendas y cuentos populares que recogen el encierro, la decoración, el encantamiento y la liberación, que aparecen siempre.  Es una suerte de descenso a los infiernos similar a los narrados por Virgilio y Dante, es decir, una inmersión en el inconsciente”.

En este espacio liminal, de tránsito, se sucede una  gestación que le permite al héroe o a la heroína adquirir una nueva perspectiva o actitud, a la vez que se despoja  de un punto de vista que ha dejado de ser funcional. Jung describe este momento como  “una regresión hacia el oscuro estado inicial en el líquido amniótico del útero grávido”.

En el vientre de la ballena el héroe se enfrenta a sus mayores miedos, se expone a la  limitación de su fuerza de voluntad, a la frustración de sus expectativas conscientes. Para superar el apuro en el que se encuentra, le es necesario renunciar a sus antiguas identificaciones. Muere entonces en alguna actitud infantil o egocéntrica, en un punto de vista estrecho o unilateral.

“En el inframundo comprendió Psique cierto tipo de belleza que es invisible, el carácter de Hércules tuvo que ampliarse para aceptar realidades que no son físicas. Inanna prestó atención a cosas desconocidas en el mundo superior” resalta Hillman

Luego de ese viaje nocturno por mar adentro, la heroína, ya renovada, es arrojada nuevamente al mundo con una nueva actitud ante la vida y la muerte; con  la disposición a hacerse cargo de responsabilidades o compromisos que no había estado dispuesta a asumir.   

La pandemia y sus contundentes implicaciones en diferentes ámbitos puede ser leída como un tránsito colectivo de la humanidad por el vientre de la ballena simbólico. Como una iniciación promotora de una profunda transformación. 

Nos hemos confrontado con el poder de la naturaleza. Se nos ha convocado a un encierro que ha trastocado nuestras rutinas, nuestros planes. Hemos estado expuestos inevitablemente al arquetipo de la muerte, cuya aparición sugiere siempre cambios radicales y aporta nuevas luces sobre el sentido de la vida. 

La humanidad en crisis de la mitad de la vida

La imagen del tránsito por el vientre de la ballena se encuentra relacionada con lo que Jung describió como la crisis de la mitad de la vida. Esa etapa en la que se pierden los referentes que le han dado sentido a la vida hasta ese momento y se exige un replanteamiento de prioridades, objetivos y perspectivas de futuro. La pandemia y sus implicaciones puede ser leído como el tránsito por la crisis de la mitad de la vida de manera colectiva, como humanidad.

Se plantea, desde la perspectiva junguiana, que en la primera etapa de la vida es necesario hacernos un lugar en el mundo, forjarnos una identidad, proveernos el sustento, diferenciarnos del hogar paterno y labrar las bases para desplegar nuestro propio camino.

En la primera juventud nos habita entonces una imperiosa necesidad de expresar nuestra identidad, de revelarnos de las normativas parentales; buscamos afanosamente diferenciarnos a través de la vestimenta, de la música que escuchamos, del estilo de vida que elegimos llevar. 

Como parte de una lógica similar en el proceso evolutivo de nuestra psique, hemos  estado colectivamente buscando diferenciarnos de lo que para los pueblos originarios fue la madre naturaleza. Nos relacionamos entonces con el planeta de manera instrumental, considerándolo fuente de recursos para nuestro beneficio o divertimento. Enceguecidos por una lógica depredadora, nos hemos vuelto sordos a las señales de desequilibrio y a los ciclos que necesitan ser contemplados.  

Para Jung “a medida que ha crecido la comprensión científica, nuestro mundo se ha deshumanizado. El hombre se siente aislado en el cosmos, porque ya no está involucrado en la naturaleza y ha perdido su «identidad inconsciente» emocional con los fenómenos naturales. Estos han perdido lentamente sus implicaciones simbólicas. Su contacto con la naturaleza se ha ido, y con él se ha ido la profunda energía emocional que proporcionaba esta conexión simbólica”.

Bajo el ánimo de diferenciación hemos estado construyendo y delimitando fronteras, con grandes ejércitos para defenderlas. Al interior de las fronteras hemos diferenciado ciudadanos de primera, segunda y tercera categoría. Hemos incluso excluido a millones de personas de la comunidad humana, es decir, merecedores de nuestra consideración, reduciendo su existencia a estadísticas o a noticias en los diarios.  

Como adolescentes nos hemos sentido especiales, únicos, tanto que llegamos a olvidar que también hacemos parte de la naturaleza y dependemos de ella para subsistir.   

Jung reflexiona al respecto en una conversación que tuvo con un nativo indígena americano: “Tengo un amigo indio americano, jefe de los Pueblo. En cierta ocasión hablamos en confianza sobre los blancos y él me dijo: «No entendemos a los blancos. Siempre quieren algo, siempre están inquietos, siempre buscan algo. ¿Qué es lo que buscan? No lo sabemos. No podemos entenderlos. Tienen la nariz tan afilada, los labios tan finos y crueles, esas arrugas en la cara. Creemos que están todos locos».  Mi amigo había reconocido, sin poder ponerle nombre, al ave de rapiña aria y su insaciable rapacidad, que le conduce a todos los países donde no se le ha perdido nada, y también nuestra megalomanía, que lleva, por ejemplo, a presumir que el cristianismo es la única verdad y el Cristo blanco el único redentor”

Para la psicología junguiana las psiques individual y colectiva poseen una tendencia intrínseca hacia la totalidad. A partir de mecanismos de autorregulación y compensación se promueve la expresión de los aspectos reprimidos, los que no han sido expresados o vivenciados, procurando así, construir estructuras cada vez más complejas e integrales. Las situaciones vitales o sociales de crisis se consideran promotoras de esa transformación. Los síntomas se abordan metafóricamente como el reclamo furioso de un dios exiliado, de un factor interno que ha sido denostado. 

Cuerpo y naturaleza como catalizadores de la crisis 

La crisis de la mitad de la vida puede emerger como una sensación de desasosiego, como la pérdida de la satisfacción hacia lo que había sido motor en nuestra vida. Puede ser catapultada también por circunstancias vitales que nos impiden continuar con la vida de la manera como la estuvimos viviendo: una enfermedad, una ruptura sentimental, un despido laboral, la muerte de los padres.     

Un elemento catalizador para la crisis de la mitad de la vida es nuestra relación con el cuerpo. Este es un elemento implacable para recordarnos que los años no pasan en vano. Con el paso del tiempo es imposible ignorar que ya no se resisten largas y extenuantes jornadas de trabajo, ni tampoco largas y abundantes jornadas de ocio; los excesos se suelen pagar más caro. Se nos exige entonces un cambio de vida  introduciendo hábitos más equilibrados.

El deterioro del cuerpo es también un  golpe para la vanidad. El percatarse de que cada vez se resulta menos atractivo o atractiva físicamente según los criterios predominantes, nos exige empezar a construir nuevos valores de relación hacia nosotros mismos y con los demás, a despertar la sensibilidad por bellezas más sutiles, menos evidentes.   

En la pandemia también ha sido nuestro cuerpo colectivo, el planeta, la naturaleza, la que se ha hecho notar. Además de la propagación del virus, este periodo ha estado fuertemente afectado por grandes incendios forestales e inundaciones, estos últimos  relacionados con el cambio climático acelerado por los efectos que tiene el modelo de desarrollo predominante. Se nos incita, como sucede en las crisis individuales, a dejar hábitos y actitudes que son fuente del desequilibrio que le subyace  a la crisis. 

La pandemia, las cuarentenas asociadas y otras medidas necesarias para su contención, han puesto en evidencia la inevitable interdependencia de todos los pueblos; han resaltado la noción de comunidad humana. El virus no conoce fronteras nacionales ni de clase social, aunque por supuesto, los sectores más vulnerables son los que resultan más afectados.  

La primera etapa de la vida está relacionada con la fuerza de voluntad, la conquista de la naturaleza, con la luz, con la racionalidad, con el desarrollo lineal, se le asocia  simbólicamente con el Sol y con el padre arquetípicos. La segunda etapa de la vida se encuentra relacionada con la Luna, con las sombras, con las vulnerabilidades, con la intuición, con  los ciclos, con lo femenino arquetípico.  

La fuerte luz del sol nos permite reconocer lo que nos diferencia. Las tenues sombras de la luna nos permiten vislumbrar los hilos que nos vinculan como una  unidad. El Sol representa la verdad equivoca y excluyente. La luna nos invita a asumir la incertidumbre y a abrazar las paradojas.

La consciencia de muerte: del crecimiento a la profundidad

En la juventud nos sentimos eternos, la muerte es algo que solo les sucede a los otros. En esa etapa de la vida el sentido de eternidad nos brinda el ímpetu y la energía para aventurarnos por emprendimientos para los que quizás sea necesaria esa ilusión. Sin embargo, la energía del cuerpo se merma, nos sucede una enfermedad, un accidente  o la muerte de nuestros padres, y emerge la reflexión y la consciencia  de nuestra propia finitud. 

La pandemia nos ha confrontado con la muerte de conocidos, de familiares, de amigos, con la posibilidad incluso de la muerte propia y de la misma humanidad. Desde diferentes perspectivas se ha considerado la conciencia de muerte como la gran maestra; es esta conciencia la que desplaza lo superfluo, el infantilismo, el narcisismo y la enajenación. La conciencia de muerte nos acerca a la experiencia de lo auténtico en nosotros y en los otros.

Como colectivo la ilusión de eternidad y omnipotencia nos ha permitido desarrollos tecnológicos y científicos que han promovido beneficios importantes para  la humanidad, para el bienestar y la salud de las personas. Sin embargo, la embriaguez en la  ilusión de eternidad ha generado que actuáramos como si el agua, los bosques y el aire respirable fueran infinitos. Nos ha conducido también a rechazar la muerte y la enfermedad como parte inherente de la complejidad y autorregulación de la existencia.    

Desde el punto de vista de la evolución de las especies, los virus son, por ejemplo,    un medio importante de transferencia horizontal de genes, lo cual aumenta  la diversidad genética, impulsado así, la evolución biológica. 

Culturalmente hay una fuerte identificación con la juventud, con la negación del paso del tiempo y con el inevitable deterioro y finitud del cuerpo. Proliferan las cirugías estéticas, los productos y servicios que prometen mantenernos eternamente jóvenes. Las redes sociales han intensificado el culto a la imagen, con filtros y efectos para eliminar las señales del paso del tiempo y los aspectos menos atractivos de los lugares que visitamos. 

Continuamente muchas personas literalmente mueren por accidentes relacionados con la búsqueda de la imagen más llamativa. Hay investigaciones que apuntan a que para muchas personas resulta más gratificante la aprobación en términos de “likes” o “followers” en sus fotografías, que la misma experiencia de sus viajes o de los momentos que comparten. Esa aprobación cuantificable se puede volver adictiva.  

El culto a la juventud está relacionado con la identificación con  el crecimiento, la necesidad insaciable de productividad. Incluso en la cuarentena nos sentimos presionados para sacar provecho de ella, a ser creativos, a emprender algo.  

El tránsito por el vientre de la ballena, alude más bien a la incubación, a los cambios que se suceden no gracias a nuestra voluntad sino a pesar de ella. Más que al crecimiento nos conduce hacia la profundidad, a la complejidad. A la capacidad de asumir lo que se encuentra fuera de nuestro margen de incidencia, a la integración de lo misterioso en nuestra vida, lo que trasciende nuestra comprensión racional. 

 El culto al crecimiento indefinido resulta problemático en el individuo no solo a nivel psíquico sino también a nivel biológico. Si hay células que siguen creciendo cuando el cuerpo ha llegado a su tope de crecimiento, sólo pueden considerarse como tumores —cuando no cáncer—. No hay nada positivo en seguir creciendo cuando ya no corresponde.  Colectivamente la identificación con el crecimiento y el progreso está generando estragos imposibles de obviar.  

En la pandemia las personas mayores son las que han resultado más afectadas, son las más vulnerables de tener complicaciones por el contagio del virus. De manera simbólica puede aludir a la necesidad de cuidar, atender y valorar como sociedad esa etapa de la vida que bajo los criterios de eficacia, productividad y velocidad predominantes resulta más desfavorecida. 

El creador de la psicología arquetipal, James Hillman, propone en este sentido, entender la vejez, no sólo como un cúmulo de achaques  y falencias, sino como poseedora de una serie de circunstancias que le permiten a la psique complementar y complejizar la personalidad que ha sido construida en la primera etapa de la vida. A lo anterior alude su magnífico ensayo La Fuerza del Carácter y la larga vida. El alma siente atracción por aspectos relacionados con lo viejo, los libros viejos, las antigüedades, los clásicos de todas las expresiones artísticas. Estos aspectos, resalta Hillman, antes de relacionarse con la muerte evocan más bien la noción de eternidad y profundidad.   

Las restricciones para las ceremonias de velación y entierro de los fallecidos en las primeras fases del confinamiento puso en evidencia que ciertos rituales, tradiciones y prácticas “viejas” son necesarias para la elaboración de los procesos de duelo. Las restricciones para el acompañamiento de los enfermos en los hospitales, así como para las visitas en los centro de mayores, puso en evidencia que el afecto, el contacto físico son aspectos no visibles, no cuantificables, pero fundamentales en la salud  física y emocional de las personas. 

El viaje nocturno por el mar

El paso del héroe por el vientre de la ballena se encuentra relacionado simbólicamente con el tema mítico del viaje nocturno que realiza el sol cada noche, por el mar del inconsciente, para renacer renovado en la mañana. 

Este descenso es interpretado por Jung como una vuelta a la madre, a la fuente de toda renovación. “El viaje nocturno por el mar es una especie de descenso ad inferos: un descenso al Hades y un viaje a la tierra de los fantasmas en algún lugar más allá de este mundo, más allá de la conciencia, por lo tanto, una inmersión en el inconsciente”. 

Las cuarentenas nos promovieron un descenso, un ensimismamiento; la energía que usualmente se encontraba volcada hacia la actividad exterior se dirigió hacia el interior, aumentaron los niveles de ansiedad, de depresión,de reflexión; muchas personas reportaron también una mayor recordación de sueños. 

Uno de los síntomas comunes en las personas que se contagian por el virus es el agotamiento: el cuerpo pide dormir gran parte del día. Quienes tienen que ser ingresados en la UCI se  exponen a días, semanas o meses de profunda introversión mientras su cuerpo lucha por vivir. 

El viaje nocturno por el mar alude a la desorientación que se presenta cuando nos encontramos entre el mundo que no acabo de finalizar y el nuevo que no ha acabado de emerger. Es un momento crítico cuando la posibilidad de la destrucción y la muerte son posibles.  

La transición hacia el mundo venidero implica una muerte simbólica, el sacrificio de hábitos, actitudes, puntos de vistas que resultan insostenibles. Los antiguos dioses piden expiación y los nuevos unos particulares tributos. 

Lo liminal: estar entre mundos 

Cuando se propagó la pandemia y se establecieron fuertes restricciones para su contención, el escenario nos resultó apocalíptico. En muchas personas se precipitó  una sensación de irrealidad, como si se estuviera en medio de una película de ciencia ficción. Se desvanecieron muchos de los referentes y rutinas que le proporcionaban estructura a nuestro mundo habitual.

Lo liminal es una noción desarrollada por el antropólogo Arnold Van Gennep referida a la fase intermedia o de transición que identificó en los ritos de paso o de iniciación  de diferentes culturas. Se refiere a un momento de espacio-tiempo de transición, de estar en un umbral, entre una cosa que se ha ido y otra que está por llegar. Son estados liminales la enfermedad, la adolescencia, la duermevela, los viajes, la medianoche, el fin de año, la crisis de la mitad de la vida. Momentos en los que se considera que las estructuras se subvierten posibilitando la transformación de una condición existencial a otra radicalmente distinta de la anterior.

Espacios que hacen alusión simbólica a lo liminal son los aeropuertos, los lugares de intercambio comercial, los cruces de camino. Estos momentos y lugares se relacionan mitológicamente con Hermes, el mensajero de los dioses. Para la psicología junguiana los momentos liminales son propicios para las sincronicidades, los hechos extraordinarios donde podemos percibir el influjo del mundo arquetípico en nuestra vida.

La sombra colectiva

El analista junguiano Murray Stein propone la imagen de la Umbra Mundi -la “sombra del mundo”- para comprender la situación colectiva que estamos atravesando por la pandemia.  “El futuro está oscurecido. Estábamos a la luz del día, como parecía, y ahora está oscuro y el camino por delante está ensombrecido. Lo notable de este tiempo presente es que es universal. Realmente es un Umbra Mundi. No es un fenómeno local, un estado de ánimo personal o un sentimiento pasajero. Es una realidad objetiva. Estamos en la oscuridad, globalmente… Estamos en el bosque oscuro y la incertidumbre lo ha infectado todo. Quizás aparezca un Virgilio para acompañarnos durante esta noche. Tenemos mucho que aprender en Umbra Mundi”, manifestó. 

La sombra colectiva es la depositaria de las características no asumidas o rechazadas de un grupo determinado. Lo que se rechaza en una cultura o civilización suele ser adjudicado a través del mecanismo de la proyección a colectivos humanos completos como los migrantes, homosexuales, indígenas, mujeres etc.). 

Para Jung, el proceso de desarrollo psíquico tanto individual como colectivo, al igual que en muchas tradiciones espirituales, se acerca a la imagen de la espiral, es decir, no es un crecimiento lineal sino que gira de manera ascendente en torno a un centro. Cada espiral puede entenderse como un ciclo cualitativamente diferente al anterior. Propone que en occidente nos encontramos en una transición cuyos pendientes son la integración del aspecto oscuro y femenino de lo numinoso, que ha sido escindido, denostado y reprimido. El tomo 10 de sus obras completas en español se denomina precisamente civilización en transición. 

La activación de la imaginación y creatividad

En la crisis de la mitad de la vida emerge la necesidad de replantearnos lo que hemos hecho de nuestras vidas hasta ese momento. Ni el trabajo exitoso, ni el dinero, ni la bonita familia que hemos construido nos resultan satisfactorios y emerge la búsqueda “de algo más”,  de un de significado más allá de los criterios y prioridades que hasta ahora han sido los referentes en la vida.

Las etapas de  desconcierto y caos interno suelen ser propicias para la activación de la imaginación y creatividad. Hay personas que en la mitad de la vida consiguen recuperar pasiones o talentos que habían dejado atrás, o se deciden a cambiar de profesión o de pareja, a tener hijos si no lo habían hecho. 

La energía creativa suele estar precedida por una bajada de la energía consciente como lo plantea Jung: “A través de una activación espontánea de contenidos inconscientes, aparecen nuevos intereses y tendencias que hasta ahora no han recibido atención … Durante el período de incubación de tal cambio, a menudo observamos una pérdida de energía consciente, que se ve más claramente antes del inicio de ciertas psicosis y en la quietud vacía que precede al trabajo creativo”. 

Las situaciones de caos, diluyen estructuras y permiten la construcción de unas nuevas. La desintegración posibilita la síntesis, el desorden se constituye en  el germen de un nuevo orden.  

La imaginación oscura

El caos entonces es un estado propicio para  la creatividad pero también genera escisión y polarización. Se puede activar lo que el analista junguiano Donald Kalsched llama la imaginación oscura: “Para algunas personas, esta imaginación oscura recuerda dolorosamente la atmósfera psicológica en la que crecieron en sus hogares saturados de trauma. El aislamiento y la soledad en la cuarentena por el Covid, el miedo a la muerte, la pérdida de un futuro confiable, las ansiedades económicas, todos estos traumas colectivos muy reales ‘desencadenan’ a algunas personas de manera poderosa, activando sus lesiones y experiencias pasadas no recordadas que yacían dormidas por dentro… El terror temprano no recordado, de repente tiene un ‘gancho’ en la realidad presente y una nueva edición del dolor de su infancia ahora regresa rugiendo, adhiriéndose a la amenaza externa, haciéndola sentir aún más aterradora” resalta.

La pandemia ha sido entonces un catalizador de heridas, traumas o temas pendientes de resolver, individualmente, en las parejas o familias y como comunidad humana. 

La imaginación oscura se encuentra relacionada con la proliferación de las llamadas teorías de la conspiración. La desconfianza profunda registrada hacia las figuras parentales puede dar lugar a la suspicacia extrema a autoridades científicas o políticas. Las teorías de la conspiración funcionan como un mito de sentido para los miedos arquetípicos, el pensamiento dicotómico y las paranoias que se activan en situaciones de crisis.   

El mal escindido puede ser proyectado en el virus, en los grupos supuestamente responsables de la pandemia, en las vacunas, etc. Las teorías de la conspiración permiten dar sentido al caos, brindan a su vez un camino de salvación y la pertenencia a la comunidad de los buenos, de los iluminados, los que no hacen parte del rebaño de los ignorantes o malignos. Las teorías de la conspiración se acercan en muchos aspectos a los movimientos fundamentalistas de los sistemas religiosos en donde lo simbólico se interpreta de manera literal.    

 Anhelo de alma y vida.

Para Jung, “uno de los rasgos  invariables del mito del dragón marino consiste en que el héroe sea asaltado por el hambre en el vientre del pez y empiece a cortarse pedazos del animal para aplacarla. Se encuentra, en efecto, en el interior de la madre nutricia. A continuación, enciende un fuego para liberarse. En un mito de los esquimales  del Estrecho de Bering, el héroe encuentra dentro del pez a una mujer, el alma del animal”.

La sobresaturación de lo artificial, de lo mecánico, de lo digital, de la velocidad, de la razón, de lo tecnológico, de lo novedoso, se compensa colectivamente con un  hambre, un anhelo de alma, de vida, de autenticidad, de emoción, de vinculación íntima. Por una atracción por lo clásico, por lo viejo, por lo artesanal, por lo rural, por la comida orgánica, la slow food. También por el interés por la experiencia emocional, por las prácticas  espirituales provenientes de oriente. En las cuarentenas fueron llamativas las imágenes de animales salvajes recorriendo las ciudades. La naturaleza introduciendose en la urbe civilizada.

Jung vio en la fascinación de la conciencia moderna por el alma, por el cuerpo, por la espiritualidad oriental, no sólo como un síntoma de la desconexión y desorientación del hombre contemporáneo  sino también como el germen esperanzador de una posible transformación. “La época quiere experimentar por sí misma el alma. Quiere una experiencia primigenia, rechazando todos los presupuestos y a la vez sirviéndose de ellos como medios para un fin, incluyendo las religiones conocidas y la ciencia propiamente dicha”, argumentó.

El retorno de lo reprimido

En la psique habitan fuerzas que nos promueven al cambio, a la transformación. Estas tendencias entran en tensión con otras igualmente poderosas que procuran la conservación de la posición ya alcanzada. Ambos factores son indispensables para los procesos de autorregulación y evolución de la psiqué. A nivel colectivo entran igualmente en tensión fuerzas progresistas y conservadoras que inciden en la complejización y transformación de las culturas.

La  búsqueda de integralidad y complejidad es una tendencia inapelable tanto de la psique individual como de la colectiva. La inclusión de los aspectos reprimidos es indispensable para la construcción de un nuevo orden más complejo e integral que el anterior.

La crisis de la mitad de la vida promueve una reorganización radical. Las fuerzas de cambio y conservación entran en una especie de “guerra civil” interna. Aspectos y cualidades reprimidas o no desplegadas por no ser consideradas apropiadas bajo la valoración dominante piden un espacio de expresión en la psique. 

No parece entonces casual desde la perspectiva de una crisis de la mitad de la vida colectiva, que la pandemia haya estado acompañada de estallidos sociales. Grupos poblacionales tradicionalmente marginados, excluidos, explotados, maltratados, silenciados —afroamericanos, mujeres víctimas de abusos, jóvenes de barrios populares, personas con orientaciones sexuales diversas—, exigen ser escuchados y tenidos en cuenta en sus intereses y necesidades. Las heridas históricas piden una atención ineludible. 

Lo titánico y  la desmesura.

Los estallidos sociales se han rodeado de grandes escándalos por la desmesura en el uso de la fuerza de los entes policiales. En mayo del 2020 el asesinato del ciudadano afroestadounidense George Floyd en Estados Unidos le dió fuerza al movimiento “Black Lives Matter” traducido al español como “Las vidas negras importan”. En noviembre de 2019 muere en Colombia  Dylan Cruz como consecuencia de la acción policial en una protesta reivindicativa sobre la educación pública. En el paro nacional de mayo 2021 son asesinados más de 80 jóvenes en hechos que involucran también a las fuerzas policiales. Entre octubre de 2019 y marzo de 2020, 34 personas fueron oficialmente reportadas en Chile como fallecidas, producto de  manifestaciones. 

La crisis de la mitad de la vida moviliza la transformación y actualización de nuestros mecanismos de defensa psíquicos ya que estos han dejado de responder a las circunstancias presentes. Los mecanismos de defensa son las instancias que hemos construido para mantener el orden interno, reprimiendo aspectos o heridas que pueden llegar a ser perturbadoras. La crisis nos exige darle atención a lo reprimido, nos es imposible resolver la situaciones presentes con los recursos habituales. 

A nivel colectivo los mecanismos de defensa corresponden a las fuerzas del orden que procuran mantener lo establecido. Los escándalos por la desmesura de las fuerzas policiales han planteado la necesidad de unas reformas en sus protocolos y modos de acción para impedir que se sigan cometiendo los excesos relacionados con la muerte de los manifestantes. Lo anterior puede dar lugar a la reflexión sobre  transformaciones profundas o cambios cosméticos como el cambio del color de los uniformes. 

Se plantea la necesidad de encontrar mecanismos para establecer el orden que no implique el abuso de poder o el sometimiento de los vulnerables. Que permitan un diálogo y una escucha con aquello  que  se había mantenido silenciado.

En Colombia, según fuentes oficiales, entre el 2002 y 2008 fueron asesinados 6402 jóvenes de barrios populares y campesinos, para luego ser presentados por las fuerzas militares como bajas en combate, impulsados por una política de eficacia y consecución de objetivos medida en muerte de guerrilleros. 

El fenómeno de los llamados “falsos positivos” ha estado presente durante todo el conflicto armado interno colombiano pero la intensidad que en la que presentó durante el periodo mencionado permite que se destaque como una de las heridas más profundas y desgarradoras de la historia reciente de Colombia. 

Los “falsos positivos” son la expresión y la combinación de una lógica depredadora que busca obtener resultados y satisfacer sus intereses a costa de lo que sea y la deshumanización e instrumentalización de los grupos poblacionales que se interponen entre esa lógica y sus objetivos. Durante esta pandemia ha sido imputado formalmente el comandante del ejército responsable de las políticas que estuvieron detrás de estas atrocidades. También en este periodo se ordenó la detención, aunque transitoria, del presidente de la época, investigado por sus vínculos en la creación y promoción de fuerzas paramilitares, que con furia titánica arrasaron con todo lo que se les interpuso en su camino para favorecer sus intereses. Puede que sean indicios de que la soberbia del titanismo en nuestra cultura se comienza a hundir por insostenible.  

Las fuerzas del orden también han sido tema en la pandemia a nivel biológico.  Los mecanismos de defensa de nuestro cuerpo, nuestro sistema inmunitario no posee los recursos para poder responder y contener a este nuevo virus. Necesita actualizarse, renovarse, crear nuevas estrategias de actuación que respondan a las circunstancias novedosas presentes. 

Abuso e instrumentalización

Esta pandemia y los años recientes también han estado marcados por escándalos de  abusos sexuales por parte de figuras de autoridad en el ámbito religioso, artístico, político y académico. El abuso sexual hace parte de la misma lógica de sometimieto e instrumentalización de personas en situacion de vulneravilidad. Es una de las heridas colectivas que exigen debates, reflexión y protocolos para que dichas prácticas que han estado silenciadas y normalizadas dejen de suceder. 

También fueron relevantes en los medios de comunicación los casos de abuso de poder en el ámbito laboral. Durante la pandemia en urbanizaciones de personas de clase privilegiada se presionó para que trabajadores se quedaran internos en condiciones precarias e indignas. Han estado presentes también en medios de comunicación otros casos de arribismo y desconsideración por parte de lo que se ha catalogado como “la gente de bien”. 

Las cuarentenas en los países donde la mayor fuente de trabajo es la informalidad, la venta ambulante, etc., evidenciaron que la posibilidad de quedarse en casa para acatar las restricciones son privilegio de una minoría cuyo sustento no se consigue en el día a día. Lo anterior expuso a la luz las enormes desigualdades sociales que ya no pueden ser obviadas por que afectan a todo el colectivo.  

La crisis de la mitad de la vida exige entonces dar atención a los conflictos o temáticas postergados, a atender las heridas no sanadas. Para muchas personas la pandemia ha sido catalizadora de conflictos que se hallaban latentes. La posibilidad de evadirse o anestesiarse con trabajo o entretenimiento disminuyó.

Se nos está incitando entonces a desnaturalizar colectivamente dinámicas de abuso y de sometimiento con el planeta, con las personas en situación de vulnerabilidad, con los animales no humanos.   

Conjunción de opuestos

Para Jung el salto evolutivo de la humanidad implica la integración de lo femenino y  del aspecto oscuro de la divinidad, para que actúen de manera armónica y complementaria con los aspectos desarrollados en la etapa anterior, que han resultado problemáticos por su unilateralidad. De la tensión de los opuestos complementarios surge una síntesis, un tercero, del que se desprende una estructura más compleja e integral que la anterior. 

Para Jung: “Si se va a producir una unión entre opuestos como el espíritu y la materia, consciente e inconsciente, brillante y oscuro, sucederá en una tercera cosa, que representa no un compromiso sino algo nuevo … una entidad que solo puede describirse en paradojas”. La madurez individual y colectiva implica asumir paradojas cada vez más integradoras y menos excluyentes. Soportar la tensión interna de los opuestos complementarios. Con el paso de los años disminuye la necesidad de tener la razón y de imponer la verdad a los otros. Se van asumiendo la propia oscuridad y se proyecta menos en el entorno.

Se nos promueve entonces como humanidad, la expresión de una masculinidad madura que no se relacione con lo femenino de manera instrumental o de sometimiento sino de complementariedad. De igual manera se nos está promoviendo una feminidad madura que no se relacione con los masculino como salvador o verdugo sino como una alteridad que le enriquece desde el reconocimiento de los potenciales y particularidades de cada uno.  

En el proceso de reivindicación, de ser escuchadas y escuchados, de exigir derechos negados o no reconocidos se puede caer por parte de los oprimidos y oprimidas en una  lógica despótica similar a  la que se pretende transformar. Pueda que sea parte del movimiento necesario anterior a la síntesis. Son necesarios puentes, dialogo incesante, símbolos, para que las polaridades puedan afectarse mutuamente.

Lo femenino y lo masculino desde una perspectiva compleja no son equivalentes a hombre y mujer, sino que hacen referencia a fases de un sistema dinámico de complementariedad y equilibrio. Tal como se desprende de la noción china del yin y yang. Cuando yang (lo masculino, el patriarcado) ha llegado a su extremo- se originará el yin (el retorno de lo femenino). Yin y yang, por lo tanto, no son elementos independientes, sino dos fases de un mismo fenómeno, bajo una visión cíclica y relativa del universo.

Para la psicología junguiana ambos sexos poseen psíquicamente a su contrario. Por lo tanto la maduración de lo femenino y de lo masculino, el aprendizaje de la danza creativa de estos aspectos, atañe a hombres y mujeres desde sus particularidades. 

Sueños y pandemia

Para la psicología junguiana los sueños son parte del mecanismo de compensación y autorregulación de la psique. Para Jung, “ocuparse de los sueños es una especie de  autorreconocimiento, en el que la consciencia del yo no se ocupa de sí sino de los hechos oníricos objetivos como manifestación o mensaje del alma humana universal inconsciente y única”.   

Durante la pandemia se llevaron a cabo encuentros virtuales en distintas partes del mundo para reflexionar sobre las imágenes que estaban generando nuestro inconsciente en estas circunstancias tan particulares, y a la vez, funcionar como espacio colectivo de contención y apoyo.  

En los círculos de sueños en los que tuve la oportunidad de participar, así como en los sueños de los pacientes que cotidianamente acompaño en análisis y psicoterapia, han estado presentes durante esta pandemia imágenes relacionadas con las temáticas expuestas anteriormente.  

Sueños de ballenas, de grutas sagradas, de tumbas. De hombres gordos, como masculinos inflados en actitud perseguidora. De cíclopes representantes de puntos de vista estrechos y unilaterales. De personas en periodo de instrucción, de educación en materias pendientes. De miedo, ansiedad, de sacrificios y pagos necesarios para obtener algo a cambio. De algo que se pierde, se estropea o muere pero que se puede recuperar en algún sentido. De hacerse cargo de niños o niñas con alguna dificultad. Del culto a lo viejo y a lo clásico. De anhelo de vida y emoción con imágenes de zombies y vampiros. Con fiestas, bailes y orgías dionisiacas. De ritos de iniciación femenina y masculina. Del reencuentro con amigos o personas del pasado con los que se había tenido una dificultad. De entidades policiales con aspectos luminosos y oscuros. De comunicación extraterrestre o con personas fallecidas, como recursos  benéficos que acuden de nuestro inconsciente para nuestra ayuda. Emergieron también símbolos de conjunción, mandalas, la imagen del jardinero como síntesis entre civilización y naturaleza. De unicornios como símbolos de la función trascendente, de  sincronicidades.  

Para Jung “Cuando contemplamos la historia de la humanidad no vemos sino la superficie exterior de los acontecimientos… el verdadero acontecer histórico discurre profundamente oculto, vivido por todos y no observado por nadie. Lo constituyen la vida y la vivencia  anímicas más privadas, más subjetivas… Lo  esencial  es, en última instancia, la vida subjetiva del individuo. Éste es el único que hace historia, sólo en él  se  producen las grandes transformaciones y todo futuro y toda historia universal proceden al fin y al cabo, como ingente suma, de todas esas ocultas fuentes individuales. En nuestra vida más  privada y subjetiva no sólo padecemos una época,  también la hacemos. ¡Nuestra época somos nosotros!”.

Referencias bibliográficas

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