Terapia de grupo y psicología analítica (Parte 2) – Edward Whitmont

Edward Whitmont

Edward C. Whitmont (1912-1998) fue un psicoanalista junguiano y médico homeópata que introdujo a muchos estadounidenses a los fundamentos de la psicología junguiana. Miembro fundador de la IAAP (Asociación Internacional de Psicología Analítica) y del Instituto CG Jung de Nueva York, fue autor de las obras The Symbolic Quest, Psyche and Substance y de Alchemy of Healing. Fue traducida al español su libro El retorno de la diosa: El aspecto femenino de la personalidad. Nacido en Viena, E. Whitmont recibió su título de médico de la Universidad de esta ciudad en 1934 y luego emigró a los Estados Unidos pocos años después. El siguiente artículo fue tomado de Whitmont, E. (1964). Group Therapy and analytical psychology. Journal of Analytical Psychology, January 1964, Volume 9, Issue 1, Pp. 1–101. Debido a su extensión se publicó en dos partes. Esta es la Parte 2. La Parte 1 se puede encontrar ACÁ.

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Traducido del inglés por Juan Carlos Alonso G.

EL ARQUETIPO GRUPAL

Los siguientes sueños se produjeron ya sea en respuesta a la conveniencia de agregar la terapia grupal al trabajo individual o en el curso de las primeras exposiciones a la terapia grupal real.  

Una paciente soñó que yacía en un estado de estupor y que al principio no podía despertarse para alcanzar y contactar a su analista.  La única forma en que podía ponerse en contacto con él era formando parte de una sesión grupal que tenía lugar en una cueva profunda que se parecía a una catacumba. Se sintió asombrada, aliviada y supo que estaba a salvo.  

Otro paciente soñó que estaba solo por la noche y se encontró mirando un agujero de marmota.  A lo lejos vio un grupo amenazador de figuras oscuras detrás de un árbol. Temía que pudieran dispararle. Una luz roja intermitente que apareció desde el grupo detrás del árbol lo hizo unirse al grupo y, posteriormente, se hizo amigo de ellos.  Entonces se encontró junto con las otras personas en una choza en la oscuridad. El Espíritu Santo entró y lo transformó en una monja; cayó en una especie de incubación del sueño «como la muerte», experimentando una gran paz y tranquilidad. Después de mentir así durante lo que le pareció muchos meses, tuvo la sensación de que se acercaba la primavera y se despertó. Ahora se encontraba en una iglesia observando la confesión, en silencio, «con un sentimiento de benevolencia». La iglesia se vació y se unió a una joven pareja, un niño y una niña, que abandonaban la iglesia. El niño desapareció y el soñador se convirtió nuevamente en hombre y cortejó a la niña, de quien se sintió atraído. Mientras tomaba su mano, asegurando que la vería mucho en el futuro, él despertó.

El primer sueño representa al grupo en la cueva o catacumba, a la que la paciente asoció con las catacumbas que brindaban refugio y protección a los primeros cristianos. El grupo terapéutico se representa aquí como el útero defendido y protector que la salva, le permite contactar al animus en su aspecto psicopompo (el analista) y hace que el análisis funcione.  

En el otro sueño, el grupo se encuentra inicialmente como una amenaza… “detrás del árbol”. El paciente está frente al agujero de la marmota que representa, según su asociación, la tendencia a enterrarse en el aislamiento narcisista. El grupo negativamente constelado (que amenaza con disparar) está “detrás del árbol”, el cual, «como lugar de transformación y renovación, tiene un significado materno femenino» (Jung, 1954, p. 446). El posible significado del grupo todavía está oculto en la oscuridad de la imagen impersonal de la gran madre. La luz roja intermitente se asoció  con la policía de tránsito que se había alcanzado a nuestro paciente varias veces y le había ordenado comparecencia por conducir de manera imprudente y peligrosa. Como él es consciente de su desprecio por las «reglas de carretera» de la vida y de la comunidad, y adopta un enfoque positivo de aceptación de lo que está «detrás del árbol», la entidad hasta ahora amenazante evoluciona desde el árbol y se hace amigo de él. Se convierte en la cabaña protectora en la que recibe el espíritu, y eventualmente en la iglesia madre protectora donde la transformación conduce a la purificación ante Dios (la confesión). Durante esta incubación transformadora dentro del cuerpo social protector, se vuelve receptivo y dedicado (una monja, según su asociación), una actitud muy diferente de su actual «conducción temeraria» habitual.  Finalmente, como resultado de la transformación, el niño se va y así se convierte en un hombre, capaz ahora de una relación madura con el «anima».

Otra paciente soñó después de su primera sesión grupal que estaba en la habitación de un amigo (quien  tuvo dificultades para afirmar sus propios deseos y necesidades) a quien ella tuvo que ayudar a limpiar la casa. Allí conoció a un grupo de personas que procedieron a ayudar, pero de una manera bastante dominante y desconsiderada. No prestaron atención a las necesidades de la soñadora, pero  impusieron sus propias nociones de lo que estaba bien o mal, y debería hacerse de acuerdo con sus ideas más bien convencionales. La soñadora deseó poder deshacerse de este tipo de ayuda, pero se sintió obligada a aceptarla.

La soñadora asociaba este tipo de «ayuda» con la de su propia madre, una mujer abiertamente dominante que siempre instó a las actitudes colectivas hacia la soñadora que supuestamente eran «por su propio bien», pero que no tenían relación con sus reales necesidades y naturaleza. La madre negativa a través de la cual… la propia individualidad de al soñadora había sido efectivamente suprimida se muestra proyectada sobre el grupo en este sueño.  La soñadora lo expresó de la siguiente manera: “Me siento hacia una multitud al igual que hacia mi madre.  Cuando ella se ponga en marcha, mejor mantente fuera de su camino o ella te arrastrará hacia abajo.  Al igual que con ella, también con la multitud, tienes que ir a su ritmo, no al tuyo. O te llevan como héroe o te van a rebajar;  mi madre me decía que era genial y maravilloso o me hacía pedazos si no lo veía a su manera.  Así que, como con ella, haré todo lo posible para evitar los grupos de personas”.  

Esta paciente era actriz. Su problema era con los compañeros actores, directores de escena y el público: sentía resentimiento o sufría una sensación de pánico a ser «tragada».  Por lo tanto, tenía que seguir siendo miembro del coro y no podía arriesgarse a aceptar las partes en solitario que se le habían ofrecido: hacerlo habría sido la expresión de un paso hacia la independencia, lejos de la madre, y no podía arriesgarse a eso. A menudo la asaltaba el pánico y el desmayo en el escenario, sintiendo que su madre la miraba y la censuraba. Este sentimiento de pánico aterrador también lo descubrió en sí misma mientras estaba sentada en su primera reunión de grupo. Ahora descubrió que la amenaza de la madre devoradora se proyectaba y se «transfería» al grupo, que es el polo opuesto del útero defensor y transformador de la comunidad protectora; representaba el aspecto del grupo destructor de la individualidad.  

Nuestro siguiente ejemplo trata de las formas de enfrentar esta amenaza de la muchedumbre.  Hubo una reacción vigorosa por parte del grupo a la actitud de poder en uno de los miembros, que tendía a identificarse con el arquetipo de líder-héroe e intentaba dominar al grupo; cuando el grupo expresó sus sentimientos hacia él, se sintió incomprendido, atacado injustamente y «acosado».  Estuvo de acuerdo en que efectivamente tenía un problema de poder, lo sabía por su análisis individual.  Pero en lo que respecta a la situación en el grupo, sintió que no se aplicaba; no pudo verlo. En ese incidente en particular, insistió en que había sido mal entendido y agraviado; como una turba, saltaron sobre él y no tuvieron en cuenta sus necesidades particulares. Esto lo perturbó y molestó tanto que consideró abandonar el grupo. Su reacción, bastante desproporcionada con respecto al incidente real, le fue señalada como una posible proyección. Estuvo de acuerdo teóricamente, pero todavía no podía «verlo» realmente. Posteriormente tuvo el siguiente sueño: «Mi compañero ha sido acusado en un juicio masivo. No se molestan en escuchar su evidencia, pero como está a punto de entregar su espada, le dicen que la guarde; la necesitará, porque tiene que establecer su inocencia en una prueba de batalla. Tendrá que salir de la multitud corrupta e irreflexiva para unirse a mí”.  

A la «prueba de la batalla», el soñador asoció los mitos de Lohengrin y Parsifal, especialmente el juicio por combate único en la ópera Lohengrin de Wagner, en el que Lohengrin, el caballero del Grial, establece en combate solemne la inocencia de la doncella Elsa contra la falsa acusación de haber asesinado a su hermano por motivos de poder egoístas.

El sueño comienza aparentemente reafirmando la convicción consciente del soñador; su integridad interior está amenazada, la multitud lo acusa injustamente. Pero a través del cambio sutil de la acción sobre el compañero, la sombra positiva, el Lohengrin interno, se hace evidente que lo que se muestra es un evento psíquico interno; así, el sentimiento correspondiente del soñador con respecto a la situación exterior constituye una proyección. No solo la amenaza de integridad, sino también la multitud, está en él.  La turba es esa parte de la psicología de masas aún no redimida en él a través de la cual todavía se identifica con la madre, el grupo y el clan.  Lo domina como el poder de afecto «mágico», el tipo de energía que he descrito como un impulso básico primordial para el poder, la fuerza emocional entusiasta que hace que el mago-dictador se identifique con las masas que sostiene y la afectividad que provoca (Whitmont, 1957, p. 13).  Para la persona impulsada por el poder, los otros no son individuos sino meros objetos, peones, partes de una multitud sin nombre; así como él no está relacionado con su alma, sino que él mismo es un peón indefenso del impulso de la muchedumbre en él.  

Contra esta amenaza siniestra de poder mágico a su individualidad (en la historia de Lohengrin representada por la bruja Ortrud) se invoca el arquetipo de héroe. Sin embargo, a través de su inconsciente, el soñador todavía se identifica con el héroe; siente que tiene que luchar por siempre, defender su independencia y evitar la relación. Y de esta manera él seguramente será víctima de la multitud regresiva a la que él que «no escuchará».  

El contexto mitológico del mito Parsifal-Grial, al que señalaron las asociaciones del soñador, hace evidente que el impase solo puede resolverse encontrando la comunidad del Grial, la transformación del grupo impulsada por el poder en la hermandad de la dedicación al sí-mismo (aquí representado por el Santo Grial, el recipiente protector y nutritivo materno), que constela el lado positivo del arquetipo del grupo.  

Esto se logrará enfrentando a la multitud que no escuchará, en una prueba por la batalla con la espada. La espada es la discriminación masculina que en la prueba no es guiada y dirigida por el yo sino por los valores supra-personales, el sí-mismo. Este motivo de discriminación consciente aparece en el mito de Parsifal como la pregunta que él debería hacer, pero al principio no lo hace debido a su cumplimiento del código de caballería. Le fue enseñado por Gurnemanz, quien le prohíbe hacer preguntas. En otras palabras, la lealtad «incuestionable» a los valores colectivos (posteriormente, su espada se rompe debido a esta identificación grupal).

De este modo, el inconsciente le pide al soñador, como a Parsifal, que luche por la madurez como hombre, al superar el estado mágico de puer aeternus vinculado a la madre (Heyer, 1952). En lugar de renunciar a la capacidad de realización consciente y ceder a sus afectos del grupo que no «escuchará» (entregando su espada), y en lugar de cortar su relación con el grupo que porta la proyección de la colectividad, se le pide que se quede, en adelante, para vivenciar la terrible experiencia del juicio grupal y de la transferencia grupal.  Es la confrontación consciente y la relación individual que transforman a la multitud en la comunidad de individuos. A través de esta forma de encontrar al grupo, la totalidad de su colectividad amorfa se refracta en sus componentes individuales, como el espectro que resulta de la luz que pasa a través de un prisma de vidrio; la individualidad surge así de la totalidad del grupo amenazador.  

Creo que el material anterior proporciona una base adecuada para el postulado de que el elemento determinante en la dinámica de grupo está constituido por el arquetipo de la gran madre. También en sus manifestaciones grupales podemos discernir los aspectos elementales, protectores, transformadores y devoradores que Neumann (1955) describe como característico del arquetipo de la madre. El grupo social, como comunidad, clan y familia, funciona como una matriz de vida individual. «La humanidad no podría haberse hecho humana si no fuera en un entorno social» (Toynbee, 1947, p. 49).  El grupo social que lo contiene es tanto un dato elemental objetivo de la experiencia humana como la naturaleza, el clima o el entorno físico y el cuerpo.  Todos ellos actúan sobre el individuo, pero en el mejor de los casos ceden a su voluntad consciente solo en un grado extremadamente limitado. Como hechos elementales, tendemos a darlos por sentado; lo que significa que permanecemos inconscientes de la forma en que nos afectan, permanecemos en un estado de identidad. Esta identidad adquiere una importancia crítica con respecto al aspecto protector que forma parte del carácter elemental. Este aspecto ya lo hemos descrito en el sentido instintivo de seguridad, al sentirse parte y «pertenecer» a una comunidad (el Gemeinschaftsgefüh de Adler. el sentimiento comunitario). En su aspecto positivo, proporciona fortaleza y seguridad psicológica, pero inconscientemente, identificado con el refugio protector del grupo, el individuo queda atrapado por sus aspectos devoradores, no menos que por la protección de la madre y la familia. El resultado es un detenerse regresivo, evitando que el individuo cumpla con su individualidad. La identificación con lealtades grupales, con ismos, con escuelas de pensamiento, etc. pertenece a la categoría de estos peligros. Como madre devoradora, el grupo destruye la individualidad a través de la compulsión masiva, el conformismo y la obsesión mágica, el éxtasis destructivo y la sed de sangre de la psicología de la masa. Las emociones grupales y los lemas grupales pueden asumir un poder «mágico» en forma de psicosis masivas, barriendo la responsabilidad individual en el encanto de la mística de la participación (Whitmont, op. Cit., p. 13).  Quien busque refugio de las demandas de su modo individual, regresando a la conformidad masiva no gana en individualidad sino que pierde capacidad de relación; se convierte en uno de la «multitud solitaria». Solo aquellos que pueden y están dispuestos a seguir el camino del desarrollo a través de la confrontación consciente con la «madre» pueden ponerse en contacto con el misterio del potencial transformador insinuado en el último sueño.  

El aspecto transformador del arquetipo de la madre, estrechamente relacionado con lo anterior, se extiende desde la experiencia del útero ctónico a través de la transformación espiritual de los misterios. Neumann comenta que «Si bien los misterios masculinos, en la medida en que no son meras usurpaciones de misterios originalmente femeninos, se representan en gran medida en un espacio espiritual abstracto, los misterios primordiales de lo femenino están conectados más con las realidades próximas de la vida cotidiana… En los misterios primordiales, lo femenino, cuya naturaleza hemos intentado discernir en los símbolos y funciones de su carácter elemental y transformador, asume  un papel creativo y se convierte en un factor determinante en la cultura humana temprana…  Los misterios primordiales proyectan un simbolismo psíquico sobre el mundo real y lo transforman así» (Neumann, op, cit., p. 282). El caldero mágico de la transformación está siempre en la mano de la figura femenina del mana (ibid., p. 288)  

Aquí hemos alcanzado la dimensión de la experiencia irracional de «realidad» a la que aludimos anteriormente. Creo que la caracterización anterior en lenguaje simbólico describe con precisión el carácter peculiar de la «concreción» matriarcalmente ctónica propio de la atmósfera de la experiencia analítica grupal. Esto está en contraste con el «espacio espiritual abstracto» comparativamente más frecuente en el análisis individual, que es de un carácter patriarcal más masculino. Y esta misma atmósfera del arquetipo de lo femenino con su numinosidad elemental, protectora y transformadora, que impregna el dinamismo grupal, constituye una poderosa modalidad terapéutica, cuando se entiende y se relaciona adecuadamente.

En el ejemplo de nuestros sueños, el aspecto elemental del arquetipo materno  está representado por la cueva, la tumba, el refugio protector y la cabaña;  iglesia, Espíritu Santo y Grial representan el aspecto positivo y transformador. El grupo amenazador detrás del árbol, la multitud dominante y la turba corresponden al aspecto devorador de la terrible madre.  

Podría ser de gran importancia práctica para la comprensión de la sociología y la psicología dinámica de los grupos darse cuenta de que, por lo general, los mismos elementos arquetípicos son determinantes en la relación de uno con la madre personal y con la sociedad. También es razonable asumir que ese efecto mental afecta la relación de uno con la sociedad. El siguiente sueño es una ilustración práctica de esta interrelación:

«Estoy con mi grupo, pero no como miembro del grupo, sino como terapeuta. Se reúnen en la casa de la abuela.  Hay demasiadas personas para caber en la sala de estar. No sé cómo manejar y abordar la situación del grupo. Finalmente lo hago diciendo: ‘Esta es la casa donde mi madre creció o vivía’.  La escena cambia y estoy en un teatro en el desierto; el grupo (ahora unas 150 personas o más) se sientan en los niveles superiores al mío.  Luego estoy en un acantilado alto y solitario, estrecho, que apenas los veo debajo de mí.  

Este sueño coloca al grupo en la casa de la abuela, es decir, en la esfera (el «campo de fuerza») de la madre arquetípica. Las asociaciones del paciente, así como el desarrollo del sueño, mostraron que no podía aceptar el papel de miembro del grupo, tenía que identificarse con el héroe, con el terapeuta. En las sesiones grupales reales su participación fue mínima. Él no pudo participar excepto a través del control y la dirección; tampoco en la relación interpersonal se comunicaba a menos que pudiera mantener el control. Del mismo modo, en su infancia como el único niño, el hijo de la madre, tuvo una especie de posición de control como el pequeño héroe de la madre. Pero ahora descubre que lo que se compromete a controlar, el colectivo social que se coloca en la sala de estar de los padres, es demasiado grande para adaptarse más a su forma acostumbrada de adaptarse a la madre. Su enfoque de la demanda social en términos de la manera de relacionarse que la madre le ha enseñado («este es el lugar donde creció la madre») es inadecuado. Sus propias asociaciones dejan muy claro el paralelismo: «Con la madre siempre tuve que actuar dramatizando en exceso mis logros para impresionarla y satisfacer sus expectativas, o la menospreciaba, ya que me hizo sentir que era una persona tan superior, diferente de otras personas, y que ella era una persona muy provinciana».  El sueño le muestra que ahora también con respecto a la sociedad, actúa o dramatiza (en el teatro) o se aísla en una inflación solitaria, siempre, como el puer aeternus, esperando satisfacer sus necesidades y negándose a interactuar excepto en el papel del héroe.  

Este problema había sido ampliamente discutido en análisis individual con él antes en términos de la relación con su madre y con las mujeres. Lo que este sueño logra es ampliar el alcance del problema de la madre. Expresamente coloca el problema del grupo en el recinto materno. En lugar de madre, el grupo es ahora el espectador de sus dramáticas excentricidades en el teatro y, como se identifica con su poder en la roca maternal (Neumann, p. 44), el objeto de su desprecio inflado. Se nos muestra que su adaptación o mala adaptación a la madre determina también su adaptación social.  

Se puede esperar que la rebelión permanente frustrada contra la madre se exprese en actitudes antisociales fundamentales: tener que desafiar a la sociedad, encontrarse con el organismo social solo donde uno puede dominar y liderar. El puer aeternus, a su vez, siempre se identificará con la inflación de tener que llevar a cabo alguna misión en nombre de la «madre». Es llamado por el papel de caballero del Santo Grial y tiene que llevar la bandera de su iglesia especial, grupo o «ismo».  

A su vez, el Auseinandersetzung fundamental, llegando a un acuerdo con el arquetipo de la gran madre que es indispensable para el proceso de individuación, no puede considerarse adecuadamente tratado hasta que su proyección también se haya cumplido y elaborado a nivel de la confrontación con el grupo analítico concreto. A esta proyección del arquetipo de la madre sobre el grupo analítico —de hecho, su epifanía en cualquier grupo o situación comunitaria— la llamamos transferencia de grupo.  

LA TRANSFERENCIA GRUPAL

La experiencia con la transferencia individual ya nos ha dejado en claro que las ilusiones que pone de relieve están formadas por los mismos problemas y dificultades para las cuales el paciente busca análisis en primer lugar. Por lo tanto, solo cuando las ilusiones contenidas en la raíz de estas dificultades de la vida se «viven en la transferencia y en ningún otro lugar, se puede encontrar una solución» (Fordham, 1957. p. 72). Eso significa que las dificultades deben ser experimentadas, vividas como concretamente presentes en el encuentro muy concreto del análisis, y no simplemente referidas como los eventos del ayer. El trabajo sobre la transferencia tiene que ocurrir en una especie de laboratorio de relaciones que en el análisis individual está compuesto por analista y analizando. Ambos tienen que comprometerse a trabajar concretamente y reaccionar a la proyección de ilusiones y las dificultades de relación que se producen en su muy cercano encuentro.  

Pero, paradójicamente, si bien fue el análisis individual el que nos enseñó esta lección, también es el análisis individual el que más restringe nuestra capacidad de cumplirla, debido a la limitación de la personalidad de un analista individual en comparación con la situación grupal, como he demostrado anteriormente (supra., p. 5).  Por lo tanto, los requisitos anteriores no solo se aplican con la misma necesidad al grupo, sino que merecen aún mayor énfasis allí, porque es en el grupo donde pueden llevarse a la implementación completa.  

Del mismo modo que en la integración de la transferencia individual se deben cumplir tres requisitos básicos, también con respecto a la transferencia grupal: el arquetipo proyectado se debe enfrentar en un encuentro real, real y humanamente válido. Debe buscarse y capturarse como contenido proyectado. Al final, debe realizarse una relación de sentimiento en cuanto a la unidad interna y al antiguo soporte de proyección externo. En el caso del grupo, esto significa relacionarse con personas que constituyen el grupo como individuos, que además de su singularidad, también están unidos por el vínculo mutuo de la conexión y el esfuerzo grupal común.  

La realidad de la experiencia de la proyección, la retirada de la proyección y la integración requiere la presencia real de escrutinio analítico. El solo hecho de mezclarse con grupos, sin analizar con los miembros del grupo las reacciones y contra-reacciones mientras la situación aún está «caliente», no sirve al proceso de transformación con la misma adecuación, porque las condiciones dos y tres no se cumplen.  

Tampoco se cumple el propósito de manera adecuada simplemente discutiendo con el analista fuera del grupo, en la sesión individual, las reacciones de uno ante el grupo.  Analista, analizado y los «otros» deben estar «en» él.  De lo contrario, se arriesga a que, ante el impase con el que frecuentemente se encuentra, el inconsciente continúe señalando actitudes defectuosas, pero el analizando no podrá «verlas», a pesar de que él «comprende». Cuando «ocurren», él no ve que «esto es» a lo que, en términos generales, se ha referido el sueño. Para unir «comprender» y «ver», el deslizamiento inconsciente debe ser señalado concretamente en la situación definida por el socio concreto, un individuo en una situación particular, un grupo en una situación colectiva.  La elaboración de la transferencia individual requiere la presencia real del individuo;  la transferencia grupal requiere la actividad del grupo.  

Teóricamente, al menos, me parece probable que el arquetipo de la madre tampoco se considere adecuadamente tratado a menos que se enfrente en la transferencia grupal. Por lo tanto, el análisis grupal no puede ser reemplazado por ningún proceso analítico individual. Debido a la transferencia grupal, constituye una modalidad única y específica K.  

COMPLEMENTARIDAD

Como se constelan diferentes aspectos transferenciales, los análisis grupales e individuales no son convenientemente intercambiables, sino que constituyen modalidades complementarias claramente diferentes. El análisis individual opera en una dimensión cuasi patriarcal con énfasis en la comprensión relativamente abstracta, en comparación con el grupo, como hemos demostrado anteriormente. Predominan los arquetipos de sabiduría y se proyectan sobre el analista según su sexo. Con esto no se pretende decir, por supuesto, que otros elementos arquetípicos no están constelados; de hecho, todos sabemos la gran variedad de experiencias arquetípicas que ocurren en el análisis individual. Pero se puede decir que el arquetipo de la sabiduría, el del líder espiritual, los psicopompos, establecen el matiz, el elemento dominante en la atmósfera, en el cual la personalidad del analista transmite el proceso de curación a través de la enseñanza y la dirección. Incluso con la analista mujer prevalece este tipo de atmósfera. La resolución de la transferencia conduce predominantemente a la integración del aspecto de la sabiduría.  

El grupo, a su vez, lo comparamos con una experiencia más matriarcal con la prevalencia de la experiencia de concreción irracional ctónica. La autoridad directiva del analista tiende a retroceder en la interacción más «democrática» de la atmósfera grupal. La resolución de la transferencia conduce aquí a la integración de la demanda terrenal ctónica de vivir y de «conectarse con el reino femenino de las realidades próximas de la vida cotidiana».  

El análisis individual constela la dimensión mitológica, el grupo mágico. El análisis individual hunde raíces en la comprensión profunda, establece una comprensión del ego, la sombra y el inconsciente colectivo como una orientación psíquica significativa que establece el orden en el caos de la confusión emocional. De este modo crea una posición fundamental de individualidad. El entorno grupal somete esta posición al desafío de la realidad concreta y los encuentros colectivos mágicos; muestra sus debilidades y aspectos ilusorios cuando es el caso.  

Debido a su complementariedad, el análisis grupal y el individual darán mejores resultados cuando puedan apoyarse mutuamente a través de la realización simultánea. En mi propia experiencia, comenzar con el análisis individual prepara el analizando dándole una primera comprensión de la dinámica del inconsciente. El efecto relativo de fortalecimiento del yo de esta comprensión le permite utilizar de manera más adecuada el impacto irracional del encuentro grupal y defenderse ante el impacto potencialmente insoportable y amenazante del yo del arquetipo grupal de la madre. A veces, sin embargo, se puede solicitar el procedimiento contrario. Comenzar con la terapia grupal o con ambas modalidades simultáneamente puede estar indicado, especialmente en personas con fuertes defensas intelectuales o actitudes impersonales, cuando el análisis individual se empantana desde el principio, frente a una resistencia que pretende comprender todo menos las experiencias y ni los sentimientos. A su vez, una cierta fuerza mínima del yo es un requisito indispensable para una exposición grupal segura. La falta de esto hace que el participante sea incapaz de defenderse incluso en los intercambios iniciales de encuentros cargados de afecto; el poderoso impacto emocional puede provocar serias reacciones. Antes de la exposición grupal, dicho paciente, en mi opinión, se beneficiaría de una terapia individual suficiente para prepararlo para su posición inicial.  

LA TRANSFERENCIA GRUPAL DEL ANALISTA

Un aspecto interesante y bastante importante de la transferencia grupal, al que solo se puede aludir brevemente aquí, es la reacción del analista al grupo. Un estudio reciente sobre factores emocionales en las actitudes de los analistas hacia el psicoanálisis grupal (Locke, 1961) enumera los factores emocionales encontrados con más frecuencia detrás de la resistencia del analista a la terapia grupal. Estos son: la necesidad de dominar, el miedo a la participación, el miedo a la espontaneidad, el miedo a la pérdida de importancia y el miedo a la falta de orden. Entre las razones emocionales para preferir la terapia grupal destacan la necesidad de una participación indirecta, la necesidad de exhibirse, el miedo a la transferencia individual y nuevamente, la necesidad de dominar un grupo. La propia relación del analista con el arquetipo de la madre –tratando de evadir su poder o intentando conquistarla– se refleja, en mi opinión, en estas reacciones. Cuanto menos haya enfrentado conscientemente el analista estos impulsos en sí mismo en los encuentros terapéuticos grupales reales, más estará sujeto a su determinación inconsciente.  

«Para conducir un grupo, el analista debe haber logrado un mayor grado de tolerancia al escrutinio de su propia persona que el requerido en la terapia individual. El psicoanálisis grupal es un desafío y a menudo produce o subraya la ansiedad en el analista. El analista  desprevenido y los conflictos emocionales previamente encapsulados pueden abrirse paso. En este caso, es comprensible que el analista pueda levantar defensas contra el psicoanálisis» (Locke, op. cit., p. 440).  

Mis propias experiencias respaldan plenamente este punto de vista: descubrí que la exposición al proceso grupal reactivaba y reconstituía aspectos no resueltos de mis propios problemas de relación con la madre a pesar de que habían sido tratados en mi análisis individual. Al realizar el análisis grupal me di cuenta de las ansiedades, los sentimientos de amenaza por la forma como el grupo me consideraría, y si podría ser confirmado por mí el grado apropiado de liderazgo directivo. Fue a través de la confrontación consciente de estas emociones que obtuve una mayor confianza en el proceso autónomo que se afirma en la dinámica de grupo, no menos que en el trabajo individual, cuando uno aprende a confiar en uno mismo para guiar su proceso. Por lo tanto, la conjunctio opositorum del individuo versus el grupo se convierte en una experiencia genuina.  

Para que el grupo funcione adecuadamente, el analista debe prescindir de sus defensas personales y reaccionar desde su realidad humana aún más que en el trabajo individual. El grupo ve fácilmente a través de tales defensas y reaccionará negativamente contra ellas. A su vez, en el grupo, el analista también puede permitirse reaccionar de manera más segura de forma espontánea y no necesita observar sus reacciones de sombra y anima con tanto cuidado, ya que el grupo tiende a amortiguar sus impactos e incluso si es necesario para hacerle frente más fácilmente que el paciente individual.  

CONCLUSIÓN

Ya Jung y Wolff se han dado cuenta de la relativa insuficiencia del encuentro analítico meramente individual, debido al hecho de que «en un grupo ocurren eventos que la persona individual nunca puede constelar y, de hecho, con frecuencia incluso tiende a reprimir» (Jung, 1959, p  7).  Esta comprensión condujo a la fundación de clubes de psicología analítica como organizaciones grupales.  

Sin embargo, creo que, con el propósito de una adecuada elaboración analítica, este paso es insuficiente. Los clubes, así como nuestras organizaciones profesionales, son situaciones sociales, esencialmente no diferentes de otros lugares de reunión puramente sociales en los que no se intenta ni se puede evaluar in situ el material inconsciente en términos de la caracterización de Fordham (1957, p. 71).  Si se va a analizar por completo, se le deberá luego informar a un analista en términos, nuevamente, de lo que sucedió el ayer.  Tampoco se pueden examinar las resistencias a las proyecciones y contra-proyecciones de los participantes en nuestro club o reuniones profesionales.  Así, la mayor parte de la energía constelada en estos «grupos» permanece inconsciente e inanalizable.  De hecho, el club y las organizaciones profesionales pueden incluso conducir a problemas y dificultades entre sus miembros y los propios analistas, como consecuencia de la relativa inaccesibilidad a la realización consciente de las transferencias y las entidades arquetípicas consteladas en estos encuentros.  Encontramos estas dificultades en forma de lealtades grupales no resueltas y divisiones cismáticas.  

Sin embargo, en el análisis grupal, el «sentimiento comunitario», el sentimiento de pertenencia al grupo, la cuestión del conformismo grupal y las lealtades grupales, se experimentan inmediata y fácilmente como protección o amenaza;  de hecho, su experiencia no puede ser evadida.  La tendencia a identificarse con estos valores, la experiencia de proyecciones, contra-proyecciones y las demandas posesivas del grupo despiertan reacciones que están sujetas a análisis, forzando así el asunto directamente a la conciencia.  

Por lo tanto, la experiencia analítica grupal en realidad permite al individuo encontrar su propia posición consciente y mantener la suya frente a demandas grupales injustificadas al tiempo que reconoce sus propias obligaciones con el colectivo y con su grupo contenedor. Los analistas que participaron en el trabajo grupal experimental quedaron tan impresionados con sus resultados, en términos de su propia mayor capacidad para relacionarse y para cooperar entre sí con franqueza mutua y aceptación amistosa de críticas y desacuerdos expresados ​​abiertamente, y de  la mejora resultante de sus relaciones personales y profesionales, que les gustaría ver una experiencia de taller grupal analítico incluida en nuestros requisitos de capacitación.  

Quizás los experimentos analíticos con la dinámica de grupo podrían proporcionar un paso a tientas en la dirección de nuestra tarea cultural más urgente, la de transformar la amenaza a la individualidad contenida en el cuerpo social actual.  Ahora, a través de la inconsciencia de su dinámica autónoma, estamos cada vez más amenazados por la compulsividad conformista. Este cuerpo podría transformarse en una fuente de protección y crecimiento;  la sociedad y el individuo eventualmente pueden acercarse a una conjunctio opositorum.  

RESUMEN

Se discute la psicodinámica grupal, el arquetipo grupal y la transferencia grupal. Se propone que, lejos de ser ajeno al enfoque de la psicología analítica, la confrontación del arquetipo grupal y la resolución de la transferencia grupal a través del análisis grupal constituyen una modalidad terapéutica que es complementaria a la terapia individual a la que estamos acostumbrados.  

REFERENCIAS

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