El niño sustituto: donde coinciden la vida y la muerte – Patrycja Jackson

Patrycja Jackson es analista junguiana, psicoterapeuta y psicóloga clínica (máster en Psicología Clínica). Miembro de la Asociación de Analistas Junguianos (AJA) y de la Asociación Internacional de Psicología Analítica (IAAP), así como miembro registrado del Consejo de Psicoterapia del Reino Unido (UKCP) y del Consejo Psicoanalítico Británico (BPC). Este artículo fue tomado de la web de la AJA.

___________________________________________

El fenómeno del niño de reemplazo posee un profundo significado psicológico y simbólico. Según la definición de la analista junguiana Kristina Schellinski, la condición de reemplazo en la psique surge cuando se espera inconscientemente que un niño sustituya a un hermano o familiar fallecido. En estos casos, el niño no es visto plenamente como realmente es, sino que se ve envuelto en el duelo no resuelto y las expectativas insatisfechas de la familia. Esta carga puede distorsionar la formación de la identidad, colocando al niño en un espacio liminal, entre los vivos y los muertos. Crecen con una inquietante sensación de dualidad: a la vez vivo y atado a una presencia psíquica que ya no vive.

La propia vida de Carl Gustav Jung comenzó a la sombra de la muerte. Nació en una familia marcada por el dolor: su madre había llorado la pérdida de tres hijos antes de su llegada: dos hijas que nacieron muertas y un hijo llamado Paul, que falleció cinco días después de nacer. Jung llegó a la vida como el primer hijo superviviente. Como junguianos, deberíamos tomar en serio la posibilidad de que esta difícil herencia ancestral moldeara los cimientos de la psicología analítica, influyendo en la profunda sintonía de Jung con los opuestos psíquicos, su experiencia de dos personalidades (n.º 1 y n.º 2) y su énfasis permanente en la individuación: el proceso de convertirse en el verdadero yo.

En El Libro Rojo y Los Siete Sermones a los Muertos, Jung dio voz simbólica a estas profundidades arquetípicas. En el sermón final, presenta la paradójica y numinosa figura de Abraxas, que «brilla con la luz de la creación y la negrura de la destrucción», un símbolo de totalidad que une las fuerzas más contradictorias: el bien y el mal, la luz y la oscuridad, la vida y la muerte.

Jung escribe:

“Abraxas es el dios difícil de conocer. Su poder es máximo, porque el hombre no lo ve. Del sol extrae el bien supremo; del diablo, el peor mal. Pero Abraxas es la vida, el eterno devenir, la eterna creación, el eterno fallecimiento”.

Abraxas vive donde el vacío y la existencia coinciden: es una fuerza paradójica que trasciende las dualidades morales y mantiene unidos todos los opuestos en el crisol de la plenitud psíquica. Encontrarse con Abraxas es permanecer en la tormenta de estas tensiones y permanecer íntegro. Desde esta perspectiva, el niño sustituto puede ser visto como portador de la huella de Abraxas, habitando un reino liminal donde coexisten el duelo y el significado, la ausencia y la presencia, la vida y la muerte. Su individuación implica despertar de las proyecciones heredadas, confrontar los fantasmas ancestrales y transformar un destino en un destino. El camino hacia la sanación es el valiente trabajo de convertirse en uno mismo, no en ausencia de pérdida, sino a través de ella.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.