Carolina Mora Vargas es Psicóloga Clínica de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Trabajó en distintos organismos del servicio público durante 15 años. Actualmengte está deicada a la consulta particular. Es Magíster en Psicología Clínica Junguiana de la Universidad Adolfo Ibáñez. Miembro de la IAAP, reconocida en Kyoto, 2016. Posteriormente se formó como especialista en Mitología Comparada. Secretaria y tesorera de la Sociedad Chilena de Psicología Analítica (2014 a 2021). Docente del Magíster de la Universidad Mayor y en la actualidad es docente en la formación de analistas de la SCPA.
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EL CORAZÓN Y SU CUALIDAD VISIONARIA
El corazón: el primer órgano en formarse en un individuo y el último en apagarse con la muerte; asimilado al sol como centro del universo; el lugar al que aludimos cuando nos referimos a nosotros mismos. Su raíz une una serie de significados en nuestra lengua: concordia, coraje, recordar, misericordia, acordar, cordura. Es indudable la cantidad de resonancias que surgen en nosotros cuando hablamos del corazón: si tenemos una pena de amor, hablamos de nuestro “corazón roto”, si queremos tener apertura a una experiencia “abrimos nuestro corazón”, y si hacemos algo sinceramente, lo “hacemos de corazón”. De una u otra forma, en todo lo que hacemos y que consideramos esencial, nuestro corazón está presente…y si no, hablamos del “corazón frío” como aquel que no logra comprometerse por completo. O de su ausencia cuando no existe la capacidad para empatizar o para conmoverse. Estar descorazonado tiene resonancias distintas que estar o ser desalmado. Nuestro lenguaje también lo señala como una especie de brújula certera para los momentos de confusión… y no es raro expresar “hay que hacerle caso al corazón” o “escucha a tu corazón” cuando quieres tener una guía certera. Se dice que el camino más largo que se recorre en la vida es de la cabeza al corazón; en otras palabras, lo trabajoso que puede ser abandonar el predominio de nuestro intelecto. Algunos avances en neurociencias presentan evidencias de las sutiles capacidades que se encuentran en este órgano. Desde hace treinta años se sabe que el corazón cambia su bombeo de acuerdo con lo que sentimos o pensamos.
El neurocardiólogo J. Andrew Armour (2007) acuñó el concepto Heart-Brain (cerebro del corazón), al descubrir un sistema nervioso cardiaco con neuronas, neurotransmisores, proteínas y células de apoyo, que permiten que el corazón aprenda, recuerde, sienta y perciba de forma autónoma. Estudios recientes, de menos de dos años atrás, han determinado que percibimos sólo cuando el corazón y el cerebro se comunican, lo que hace pensar en el corazón como la puerta de la percepción. Otra investigación reciente demostró que cuando meditadores expertos meditaban (monjes tibetanos), el corazón bombeaba y disminuía la actividad cerebral en las zonas del lenguaje, lo cual podría significar, en opinión de las neurociencias, que nuestro corazón intenta silenciar a nuestro cerebro (Castellanos, 2022). El corazón es capaz de ver, como dice Henry Corbin, o de pensar, como dice James Hillman (2017). Y esta capacidad no tiene sólo que ver con las emociones o los sentimientos.
Mi trabajo tiene el propósito de explorar este importante símbolo en dos tradiciones de Oriente medio, el antiguo Egipto y la tradición Sufí vista a través de la obra de Henry Corbin. Las he elegido, entre otras, por el lugar de importancia que le dan al corazón como órgano de percepción sutil. Proseguiré con una revisión de las referencias centrales que hace C. G. Jung respecto al corazón en su obra, para finalizar con los principales aportes de James Hillman (2017) a su comprensión.
El corazón en la mitología y religión del antiguo Egipto
El corazón ocupaba un lugar central en la mitología egipcia, en su cultura y religión. En ellas, toda la creación era concebida como una proyección del corazón del dios primigenio Atúm, el punto de conexión entre lo manifiesto y lo inmanifiesto, ya que todo emerge de él. El corazón era considerado el centro espiritual de la persona, el lugar donde se estaría más cerca del ka o espíritu vital.
Según Naydler (2019), el corazón era también la sede de la memoria y de la intención. Una especie de dios interior, como una persona dentro de la persona, una especie de santuario: el núcleo incorruptible del ser. Esencialmente puro. Era concebido, además, como un órgano contemplativo o base para la contemplación, ya que desde el corazón una persona se abría a Maat, la diosa de la armonía. Maat representa tanto la conciencia individual (que cada uno lleva en su corazón) como la conciencia cósmica: el orden y rectitud que reinan desde el principio de las cosas. Dicho orden es instaurado en el sagrado tiempo de los comienzos, el tiempo mitológico, el tiempo de lo eterno. Sin embargo, en el tiempo profano, lo eterno parece romperse en fragmentos. Se percibe una cierta fragilidad en los lazos que nos unen a lo eterno y a esa verdad primordial, que opera como armonía u orden cósmico. Al parecer, nuestras coordenadas humanas nos llevan continuamente a la desintegración personal y social (olvido de nuestro origen). Es por esto que la Maat necesita continuamente ser restablecida y ello ocurre en el corazón humano. El corazón era uno de los principios o elementos fundamentales del ser, configuraban la identidad de un individuo. El ritual funerario estaba destinado a impedir, mágicamente, que estos elementos se disgregaran producto de la muerte, preservando así el ser esencial del difunto. Por ello, al morir, el egipcio es preparado para el viaje por la Duat (inframundo) y para la siguiente vida. Durante la preparación del cadáver del difunto, en el proceso de la momificación, todos sus órganos son extraídos y depositados en vasos canopes (vasos ceremoniales). Todos, excepto el corazón, el cual es devuelto al cuerpo del difunto para que pueda ser sometido al juicio de Maat.
En el punto culmine del viaje ocurre el juicio del corazón o psicostasia. El viajero llega a un portal custodiado por Anubis, el dios chacal/perro, en su forma de Upuaut “revelador del camino”, “el que abre los caminos”, quien es el encargado de abrir la puerta a la sala de Maat. Una vez que el difunto cruza el umbral, el corazón del viajero es puesto en un lado de la balanza, mientras que, al otro lado, hay una pluma de Maat. Sus actos y muy especialmente sus intenciones, son pesados en la balanza, que regula el propio Anubis, mientras el escriba divino Toth toma nota del resultado. Si el difunto obtiene un veredicto de culpabilidad, su corazón es entregado a Ammyt, una criatura híbrida, mezcla de cocodrilo, hipopótamo y león, que devorará su corazón impidiéndole alcanzar la inmortalidad. Pero si obtiene un veredicto de inocencia, el difunto se convierte en un hombre Justo de Voz o de “palabra verdadera”, un ser cuya existencia esta en armonía con la regla de Maat. (Vilar, 2018, p. 71).
Lo que se pesa no son los actos propiamente tales, como en la idea cristiana, respecto de un bien o mal absolutos. Los egipcios valoraban que la conciencia del corazón fuese sutil, que estuviese en armonía con la Maat, que fuese verdadera en el sentido de una conciencia más elevada y menos presa de las pasiones. En síntesis, para los egipcios, el corazón era esencialmente puro. El corazón sabe, testifica y se desarrolla. Es “otro” al que uno tiene que escuchar para estar en coherencia con el cosmos. Es el lugar desde el cual se toma contacto con la divinidad y con su corriente vital. Implica el desarrollo de un tipo particular de conciencia que escucha, ve y percibe, que cuando es considerada, atendida y dignificada, potencia cualidades que, a su vez, nos vuelven más humanos y transforman nuestra experiencia del mundo.
El corazón en la tradición Sufí
Según el destacado filósofo e islamólogo Henry Corbin (1903-1978), el corazón es un órgano sutil, mediante el cual se produce el verdadero conocimiento, la intuición comprehensiva, la gnosis de Dios y los misterios divinos. (Corbin, 1993, pág. 257).
El corazón equivale al ojo de dios, mediante el cual la divinidad se contempla a sí misma, revelándose en sus múltiples epifanías, y conlleva experiencia y gusto íntimo. Esto significa que el corazón es considerado un órgano de percepción que permite acceder a un conocimiento distinto al de los órganos de percepción común. Implica “revelación”, palabra asociada al acto de manifestar aquello que se encontraba oculto, retirar los velos. Destaca, además, la idea de ser una experiencia interna, lo cual la aleja de la comprensión sólo intelectual.
“Corazón” es asociado también a “Intelecto”, en el sentido del latín intellectus, nombre de la facultad que permite percibir lo trascendente y, según la perspectiva del Islam, es lo que mantiene al hombre en el camino recto y le impide andar descarriado. De acuerdo a Corbin (1993), Ibn Arabi compara el corazón con la luna, como el que recibe la revelación de la Esencia divina. Y agrega que de la misma manera que este reflejo cambia de acuerdo a la fase lunar, el corazón también cambia de acuerdo a las distintas verdades esenciales que se reflejan él y que dejan su huella. Por tanto, el corazón no se queda fijado en una sola forma, sino que danza en las distintas manifestaciones de la Verdad. La capacidad de visión del corazón está dada por el himma, la capacidad teofánica de “hacer visible el rostro divino”. Alude a una “fuerza o energía” que convoca al ser interior a manifestarse (un llamado), haciéndolo creativo; y que permite a cada quien reconocer su origen o raíz.
Es así que, para despertar la facultad de la visión en el corazón, es necesario realizar un trabajo interior que es descrito como “pulir el espejo del corazón”. Si el corazón es un espejo de la luz divina, entonces tendría que encontrarse en condiciones de reflejar y no tener “velos” o “herrumbre”. A medida que el espejo se limpia, podemos comprender mejor que la existencia consiste en distintos niveles que se superponen, niveles más cercanos a la materia son más restrictivos, se tiene menos libertad; en cambio, niveles más cercanos al espíritu, contarían con mayor libertad y mayor conciencia. El corazón sería el que percibe estos distintos niveles de existencia. Esta afirmación se comprende mejor con el siguiente proverbio: Dos piedras no pueden ocupar el mismo espacio, pero sí dos fragancias. (Helminski, p.201).
Según Corbin (1993), una de las maneras fundamentales de acercarse a la divinidad en la tradición Sufí, es a través del constante recuerdo. A través de la repetición de uno de los nombres de Dios, de manera constante y sincera, se produciría la apertura del corazón, necesaria para poder mantener la conexión con el Ser esencial. Cabe señalar que la palabra “recordar” viene del bajo latín recordare, que se compone del prefijo re- (de nuevo) y el elemento cordare, formado a partir del nombre cor, cordis (corazón). De modo que nuestra lengua conserva la noción de que la memoria o una forma de esta radica en el corazón. No sólo respecto a que todo lo que está asociado a una emoción es más fácilmente aprendido y archivado en nuestra memoria, sino que, para recordar, tenemos que recurrir a nuestro corazón. El recuerdo tiene que ver con la memoria profunda, con el reconocimiento de quiénes somos en realidad, quiénes somos esencialmente como parte de una Unidad y con la particularidad de esta centella divina.
La imagen del corazón en la obra de Carl Gustav Jung (2012).
las dos referencias más importantes en las que Jung hace alusión al corazón, se encuentran en Recuerdos, sueños, pensamientos; y en el Liber Primus. La experiencia relatada en Recuerdos, sueños, pensamientos aparece en varias de sus obras completas e, incluso, vuelve a ella en la entrevista que sostiene con Miguel Serrano poco antes de morir (Encuentros con Jung, págs. 380-381). La persistencia de este recuerdo indica su importancia para Jung. Durante su viaje a Nuevo México, Jung tomó contacto con los indios Pueblo y sostuvo la siguiente conversación con el cacique Lago de Montaña,
“Mira… lo crueles que parecen los blancos. Sus labios son finos, su nariz puntiaguda, sus rostros los desfiguran y surcan las arrugas, sus ojos tienen duro mirar, siempre buscan algo. ¿Qué buscan? Los blancos siempre quieren algo, están inquietos y desasosegados. No sabemos lo que quieren. No les comprendemos. Creemos que están locos” “Le pregunté por qué creía que todos los blancos están locos. Me respondió: «Dicen que piensan con la cabeza.» «¡Pues claro! ¿Con qué piensas tú?», le pregunté. «Nosotros pensamos aquí», dijo señalando su corazón. Quedé sumido en largas reflexiones. Por vez primera en mi vida me pareció que alguien me había trazado un retrato del auténtico hombre blanco. Era como si hasta entonces sólo hubiera recibido impresiones teñidas de sentimentalismo. Este indio había acertado en nuestro punto vulnerable y señalado algo para lo que estamos ciegos. Sentí nacer en mí como una niebla difusa, algo desconocido y, sin embargo, entrañablemente íntimo. (MDR, p.292).
Si tomamos las referencias mitológicas que señalamos al comienzo de este trabajo, podemos leer el impacto que esta experiencia causa en el corazón de Jung: la admisión de su propia ceguera (como ciega es su Salomé) y la aparición de algo nuevo en él que es íntimo. Más adelante, en posteriores elaboraciones de la experiencia, Jung señala que el pensamiento psicológicamente correcto siempre va unido al corazón, a las profundidades del alma, a nuestras raíces. (OC8)
En El libro rojo se encuentra la referencia explícita más extensa que Jung hace respecto del corazón. Específicamente en el capítulo 2 del Liber Primus, Alma y Dios. Luego que Jung en el capítulo 1 declara a sí mismo la pérdida de su alma y clama por reencontrarse con ella, señala: El hambre, sin embargo, convierte al alma en bestia que devora lo malsano y se envenena con ello. Amigos míos es sabio alimentar el alma, de lo contrario estaréis criando dragones y diablos en vuestro corazón [1]. (Jung, 2012: 154-155).
Alimentar el alma para que no se desarrollen dragones en nuestro corazón, evidencia una tendencia involutiva cuando no existe vida simbólica y/o trascendente, el himma se vuelve literal o queda fijado, siendo la expresión de un corazón cautivo (como señala Hillman, 2017) o preso en el mito de la materia, como diría Jung (OC 16).
Luego, en el capítulo 2, relata el encuentro con su alma y dice: “Te habías anunciado por anticipado en mis sueños, ellos ardían en mi corazón…” y “Tengo que aprender que la escoria de mi pensar, mis sueños, son el lenguaje de mi alma. Debo llevarlos en mi corazón y moverlos una y otra vez en mi sentido, como las palabras del hombre más preciado…” (p.176).
Añade, más adelante: Pues la erudición solamente no alcanza; hay un saber del corazón que da explicaciones más profundas. El saber del corazón no puede encontrarse en ningún libro ni en la boca de ningún profesor, sino que crece desde ti, como el grano verde de la tierra negra. (p.176).
Y continúa: Mas, ¿Cómo puedo obtener el saber del corazón? Sólo puedes obtener este saber si vives tu vida por completo. Vives tu vida por completo cuando vives también lo que nunca has vivido aún y que hasta ahora sólo dejaste vivir o pensar a otros (p.176). La descripción de Jung sobre esta experiencia nos permite hacer varias observaciones, pero me centraré en las siguientes: Los sueños arden en el corazón, es decir, en el lugar de la imaginación o de la visión; indica que requiere darlos “vuelta en mi corazón” haciendo referencia a esta “danza” de perspectivas; señala que el saber del corazón no es erudito, es profundo, y enfatiza la necesidad de vivir por completo, abrazar la totalidad de la existencia.
La imagen del corazón en James Hillman.
Uno de los aportes más interesantes de Hillman (2017) respecto al corazón dice relación con la aiesthesis, la facultad que tiene para percibir la belleza, entendiendo la belleza como la propiedad de cada ser de expresar o manifestar su esencia. Mediante las reacciones espontáneas del corazón podemos percibir lo bello o lo feo. Esta facultad está íntimamente relacionada con la imaginación, puesto que lo que se ve es “el rostro de Dios”. Lo bello no es sólo una lindeza, es esencial y es trascendente. En este sentido, el corazón se asimilaría al arquetipo de orientación, una brújula interior. Otro aporte, entre muchos, dice relación con la asimilación que hace de las cualidades del corazón con el león como símbolo, y con las transformaciones alquímicas de este, necesarias para salir de su “cautiverio” o del desconocimiento de su potencial “imaginal” (Corbin, 1995)[2]. El león debe darse cuenta de que piensa más que de lo que siente; debe advertir que ese pensar es imaginal; que tiene una naturaleza arquetípica más que personal; que gracias a él es posible que nuestra percepción transite los distintos niveles de existencia. Hillman (2017) también señala que es necesaria la ira del león para despertar nuestra conciencia y que, posteriormente, es necesario que se produzca un “blanqueamiento del corazón” para que nuestra conciencia no sea devorada por su fuego. El blanqueamiento ocurre de la mano de Afrodita, diosa del amor y la belleza, quien, con sus cualidades, como la compasión, la intimidad, e incluso a través de sus artificios, conduce a una necesidad de encanto, a un deseo de gracia más que de codicia, de honor como satisfacción final. (Hillman, 2017, p. 68).
Imagen. Folios 153-154. Libro rojo de Carl G. Jung (2007). Fuente: elaboración propia
Conclusiones y reflexiones.
De acuerdo con lo expuesto, es posible concluir que el corazón es la sede del alma y de la visión. No la visión profana, sino aquella de carácter sagrado (Eliade, 1992). Aquella que nos permite “ver en lo profundo” y adentrarnos en lo esencial. El corazón como sede del alma implica que es la puerta de entrada a esta. Significa que tenemos que pasar por aquello que nos toca el corazón para distinguir las experiencias que caen en la absoluta disgregación y aquellas que recordamos y preservamos del olvido, lo esencial que mantenemos vivo dentro de nosotros.
Considerar a nuestro corazón implica contar con una guía respecto de la “acción correcta”, de coherencia con la totalidad de la existencia, que trasciende nuestra conciencia personal, nuestro yo, y se extiende hacia el anima mundi.
Para ello es necesario reconocer la naturaleza visionaria de nuestro corazón, permitirle desarrollarse y revelarnos la esencia detrás de todas las cosas, movernos en distintos niveles (más cercanos a la materia o al espíritu) y no quedarnos fijados en uno solamente.
Finalmente, enunciar que este tema se extiende exponencialmente y que abarca muchas perspectivas, cada una amerita un tratamiento en profundidad. Por lo que la gran invitación para nosotros es a ahondar en este saber del corazón y a desarrollar su visión.
Notas
[1] : Se identifica en El libro rojo de Jung, como los folios 154-155.
[2] : Este concepto es propuesto por Henry Corbin (1995), a fin de diferenciar el mundo simbólico como horizonte de realidad psíquica, de una acepción común de la palabra imaginario, en relación a algo irreal o no real, incluso utópico. Según este autor, en una conferencia pronunciada en el Colloque du Symbolisme, París, 1964, titulada: “Mundus Imaginalis: Lo imaginario y lo imaginal”, señala que:
Me propongo desarrollar a lo largo de esta conferencia un orden de realidad preciso, que corresponde a un modo de percepción igualmente preciso, y que designo por la expresión latina mundus imaginalis; la terminología latina tiene la ventaja de proporcionarnos un punto de referencia fijo, con el que poder comparar y calibrar los equivalentes, más o menos fluctuantes, que nos sugieren nuestras lenguas occidentales modernas.
Se hace necesaria una justificación inicial. La elección de estas dos palabras se me impuso como ineludible, desde hace ya tiempo, pues no podía servirme de la palabra «imaginario» para expresar lo que tenía que traducir o lo que quería decir. Esto no es una crítica a quienes entre nosotros recurren a este término, obligados por los usos de la lengua, puesto que, al mismo tiempo, cabe la posibilidad de intentar, con toda justicia, revalorizarla en un sentido positivo. No obstante, por más que nos esforcemos, no podemos impedir que, en el uso corriente y no premeditado, el término «imaginario» equivalga a «irreal», designando algo que está fuera del ser y del existir, en suma, lo utópico. Y si tenía una necesidad absoluta de encontrar otro término es porque desde hace ya buen número de años he sido, por vocación y por profesión, intérprete de unos textos árabes y persas, cuyo sentido habría sin duda ninguna traicionado si para su traducción me hubiese servido pura y simplemente -y aunque lo hubiese hecho con todas las precauciones posibles- de la palabra «imaginario». Necesitaba imperiosamente encontrar otro término si no quería inducir a error al lector occidental, al que es preciso sustraer a ciertos hábitos de pensamiento hace tiempo adquiridos, para despertarle a otro orden de cosas al que nuestros sentidos deben despertar, misión que es precisamente la que se propone nuestra «Sociedad de simbolismo».
Dicho de otro modo, el que corrientemente nos refiramos a lo imaginario como lo irreal o utópico, es síntoma de algo. Un algo en contraste con lo cual podríamos examinar, aunque fuera brevemente, el orden de realidad que yo designo como mundusimaginalis, y que es lo que los teósofos del Islam denominan el «octavo clima»; examinaremos después el órgano que percibe esta realidad, a saber, la conciencia imaginativa, la Imaginación cognitiva; y finalmente propondremos algunos ejemplos, entre los muchos, ciertamente, que nos ofrece la topografía de estos intermundos, como los han contemplado quienes realmente han estado ahí.
Lamy, L. 1993. Misterios egipcios. Nueva luz sobre conocimientos antiguos. Ediciones del Prado, España.
Naydler, J. 2019. El templo del cosmos. La experiencia de lo sagrado en el antiguo Egipto. Traducción María Tabuyo y Agustín López. Editorial Atalanta, España.
Esta imagen fue tallada por Jung en su casa de Bollingen, Suiza, en 1950, con motivo de su 75 cumpleaños. En el centro está Telésforo, un homúnculo provisto de una linterna y vistiendo una capa con capucha, rodeado por un mandala alquímico y con una inscripción griega que dice: El tiempo es un niño, jugando como tal, en un tablero que es el reino del niño. Éste es Telésforo que vaga por las regiones oscuras de este cosmos y brilla como una estrella en las profundidades. Él señala el camino a las puertas del sol y a las tierras de los sueños.
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