La fuente oculta del autoconocimiento – Ma Louise von Franz

Marie-Louise von Franz

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M-L von Franz nació en Zurich en 1915, fue alumna y discípula de Jung, se especializó en el estudio del simbolismo, la interpretación de sueños, mitos y leyendas. Fue presidenta honoraria del Instituto Jung de Zurich. Dotada de una especial habilidad para traducir los materiales junguianos simbólicos a la realidad psicológica cotidiana, murió en 1998. Este documento corresponde al primer capítulo de su libro Sonhos: um estudo dos sonhos de Jung, Descartes, Sócrates e outras figuras históricas (2011), Petrópolis: Editora Vozes.

 

Traducido del portugués por Juan Carlos Alonso G.

La expresión délfica gnothi sauton («Conócete a ti mismo»), atribuida a Pitágoras, tiene una larga historia en el mundo occidental. Se hizo famosa a través de las enseñanzas de Sócrates y Platón y, consecuentemente, la búsqueda por la adquisición de autoconocimiento fue, desde entonces, una preocupación más de la filosofía que de la religión. En las religiones, el hombre occidental hizo mayores esfuerzos por comprender la naturaleza y el significado del mundo como un todo y el sentido de la redención del sufrimiento más que el sentido de la comprensión empírica de su propia naturaleza. En la historia de la filosofía, por otro lado, vemos que los pensadores posteriores a Platón se han concentrado más en un entendimiento del pensamiento consciente que en la elucidación del ser humano como un todo. En la historia de la filosofía fueron especialmente los pensadores introvertidos quienes intentaron, por así decirlo, examinar por medio de la reflexión las bases interiores de los procesos mentales en una búsqueda apasionada por sus orígenes. San Agustín, Descartes y Kant son ejemplos instructivos de esa línea de pensamiento. Todos los que profundizaron lo suficiente en el estudio de las bases de la conciencia llegaron, de una forma u otra, a algo irracional que ellos generalmente denominaron «Dios».

Por otro lado, una psicología objetiva en la forma de una observación experimental impersonal de la psique humana comenzó con Aristóteles y llevó a varias teorías sobre la llamada pathé del hombre, las emociones, los sentimientos y desde allí, también sobre sus motivaciones sociales. El resultado de esa dirección en la investigación de la naturaleza humana puede ser visto en el conductismo contemporáneo en sus muchas gradaciones diversas.

Todos estos esfuerzos de explicar la naturaleza humana revelaron diversos aspectos de valor. Sin embargo, en repetidas oportunidades, nos sorprendemos que en este proceso, la fuente del autoconocimiento ha sido notoriamente descuidada o, en la mayoría de los casos, ha sido ignorada. No se ha tenido en cuenta aquello que hoy consideramos el más valioso tesoro de información sobre nosotros el mismo: el inconsciente, principalmente en su manifestación a través de los sueños. Sigmund Freud, como sabemos, llamaba a los sueños la vía regia («el camino real») hacia el inconsciente y usaba los sueños de sus pacientes para ayudarlos a ser conscientes de sus aflicciones sexuales reprimidas, represión que, según su teoría, determinaba la naturaleza de todos los disturbios neuróticos. Los sueños, en su visión, contienen, de forma oculta, alusiones a deseos instintivos que también pueden haber sido conscientes y que Freud creía haber «satisfecho» (en el sentido de «dar una satisfacción» respecto a ellos) sobre la base de su sistema. Jung, por otro lado, no aceptó la teoría de Freud, pero mantuvo el modo de analizar los sueños que él había adoptado cuando comenzaba a estudiarlos, es decir, que ellos contienen algo esencialmente desconocido que emerge creativamente a partir del segundo plano inconsciente y, que debe ser examinado bajo una nueva forma, experimental y objetivamente, en cada caso individual, tanto cuanto sea posible sin prejuicios. Hasta hoy, el sueño permanece como un fenómeno inexplicado de la vida, profundamente enraizado en los procesos fisiológicos de la existencia. Es una manifestación normal y universal en todos los animales más evolucionados. Todos nosotros soñamos aproximadamente cuatro veces por noche y, si alguien nos impide soñar, los resultados son serios trastornos psíquicos y somáticos. C.G. Jung provisionalmente identificó como hechos relativamente ciertos los siguientes aspectos del sueño 1:

El sueño tiene dos raíces, una en los contenidos conscientes y en las impresiones del día anterior y otra en los contenidos constelados del inconsciente. Estos últimos consisten en dos categorías: l) constelaciones que tienen su fuente en los contenidos conscientes; 2) constelaciones originadas a partir de procesos creativos del inconsciente.

El significado de un sueño puede ser formulado como sigue:

1) un sueño representa una reacción inconsciente a una situación consciente;
2) describe una situación que surgió como resultado de algún conflicto entre la conciencia y el inconsciente;
3) representa una tendencia en el inconsciente cuyo objetivo es efectuar un cambio en una actitud consciente;
4) representa procesos inconscientes que no tienen ninguna relación reconocible con la conciencia.

Estos procesos pueden ser determinados somáticamente o pueden surgir a partir de fuerzas creativas en la psique. Finalmente, los procesos pueden también basarse ​​en eventos físicos o psíquicos del ambiente, sean pasados ​​o futuros. Tomando los llamados sueños de impacto (el impacto de una granada, etc.), un sueño nunca simplemente repite una experiencia previa. Normalmente, es después del evento que la persona es capaz de reconocer la relación de un sueño con algún evento ambiental físico o psíquico, o con algún acontecimiento futuro; estos sueños son relativamente más raros que aquellos que contienen una reacción inconsciente a una situación consciente —la representación de un conflicto entre lo consciente y lo inconsciente, o una tendencia dirigida a un cambio en lo consciente. Los últimos tres tipos de sueños describen procesos psíquicos que están más íntimamente relacionados con el tema vivido.

Para nuestra investigación, sólo ese último aspecto del sueño es el más importante.

El sueño como expresión de un drama interior

Podemos comprender todo sueño como un drama en el que somos todo, es decir, el autor, el director, los actores, el escenario y también los espectadores. Si intentamos entender el sueño, el resultado es una comprensión sorprendente para el soñador de lo que está ocurriendo en él físicamente, «a sus espaldas», por así decirlo. La sorpresa puede ser vivenciada como dolorosa, placentera o esclarecedora, dependiendo de cómo él acepta la actividad del sueño en la conciencia. El momento de la sorpresa está en lo que Jung llamó función compensatoria o complementaria del sueño. Esto significa que el sueño casi nunca representa algo que ya es consciente, sino que, en vez de eso, trae contenidos que o equilibran una actitud unilateral de la conciencia (compensatoria), o completan lo que está faltando en aquellos contenidos de la conciencia que son demasiado limitados, o que no se consideran suficientemente valiosos (complementarios). Como ejemplo del primer caso, podemos pensar en alguien que sufre de sentimientos de inseguridad e inferioridad, y que, en un sueño, se ve en el papel de un héroe; en el segundo caso, podemos pensar, por ejemplo, en alguien que sólo alberga una solidaridad superficial por un socio del sexo opuesto y que por la noche sueña con una escena de amor apasionado con esa persona. En el último caso, el sueño complementa la importancia emocional, más fuerte de lo que fue reconocida conscientemente; es decir, una importancia que fue descuidada. La comprensión de tales sueños lleva de inmediato a un cambio en la visión consciente de eventos vividos en el exterior por la persona, así como —y esto es lo que nos interesa— a un cambio en la visión que tenemos de nosotros mismos.

Jung relata el caso de una mujer que era muy conocida por sus prejuicios tontos y por su resistencia obstinada a argumentos juiciosos. Una noche, ella soñó que era invitada a un importante compromiso social. El anfitrión la saludó con las siguientes palabras: «¡Oh, qué bueno que hayas venido! Todos tus amigos ya llegaron y te están esperando.» El anfitrión, entonces, la llevó hacia una puerta, la abrió, y la soñadora entró en un establo. «La mujer no admitió inicialmente la relevancia de un sueño que le hacía doler tan directamente la importancia que ella se daba; pero el mensaje, sin embargo, fue aceptado»2. Muchas otras atracciones y distracciones, como Jung resalta más detalladamente, nos conducen con seducción a seguir caminos que son inapropiados para nuestra individualidad. Esto es especialmente cierto en el caso de personas que tienen una postura extrovertida y enloquecida o que fomentan sentimientos de inferioridad y de duda en relación a ellas mismas; ellas ceden a aquellas mareas de la vida que alteran su naturaleza. Sin embargo, los sueños corrigen esas impresiones falsas y, en consecuencia, llevan a una comprensión de que la persona es, de que está de acuerdo con la naturaleza de ella, y de lo que ella no es y debería por tanto, evitar.

Siendo así, si la persona los toma en serio como dramas subjetivos, los sueños constantemente nos proveen de nuevas ideas hacia nosotros mismos. Algunos oficios intuitivos, como los horóscopos, la grafología, la quiromancia, la frenología y otros, pueden a menudo proporcionarnos porciones sorprendentes de autoconocimiento, pero los sueños tienen una gran ventaja en relación a esas técnicas, ya que nos proporcionan un gran autodiagnóstico dinámico y continuo, y también aclaran fluctuaciones menores, y actitudes momentáneas y equivocadas, o modos específicos de reacción. Por ejemplo, una persona puede, en principio, ser modesta y nunca promocionarse en exceso, pero puede volverse momentáneamente orgullosa como consecuencia de algún éxito. Un sueño lo corrige inmediatamente, y, al hacerlo, informa al soñador que él o ella puede, como regla general, ser de cierta manera, pero que «el día anterior, en lo que se refiere a ese asunto, estuvo actuando de manera equivocada». Cuando constantemente tomamos los sueños en consideración, se produce algo que remite a un continuo diálogo del yo consciente con los antecedentes irracionales de la personalidad, un diálogo por medio del cual el yo es constantemente revelado a partir del otro lado, como si hubiera un espejo, como si él fuera un espejo, en el cual el soñador puede examinar su propia naturaleza.

¿Quién «compone» una serie de imágenes oníricas?

Ahora, vamos a reflexionar sobre el gran prodigio, el hecho impresionante que está detrás de cada sueño examinado de este modo: ¿Quién o qué es ese elemento milagroso que compone una serie de imágenes oníricas? ¿Quién, por ejemplo, es el espíritu tan lleno de buen humor que creó dentro de aquella mujer la escena del establo? En general, ¿quién o qué nos observa más clara e implacablemente de lo que pudiera hacerlo cualquier mejor amigo o cualquier enemigo? Debe de ser un ente de mayor inteligencia, a juzgar por la profundidad y astucia de los sueños. ¿Pero será que es un ser en sí mismo? ¿Tiene una personalidad o es más parecido a un objeto, una luz o a la superficie de un espejo? En Sueños, recuerdos, Pensamientos, Jung llama a ese elemento “Personalidad n° 2”. La conoció primero como un ser de aspecto personal o, cuando menos, semipersonificado. “Siempre hubo, allá bien en el fondo, el sentimiento de que algo que no era yo mismo, estaba presente. Era como si un soplo del gran universo de estrellas y espacio infinito me hubieran tocado, o como si un espíritu hubiera entrado en el recinto, sin haber sido notado — el espíritu de alguien que estaba muerto hace mucho tiempo, pero, aún así, estaba perpetuamente presente en la atemporalidad hasta el futuro lejano»3. Ese ser tiene que ver con la «creación de los sueños», «un espíritu que logra mantener su poder contra el mundo de las tinieblas». Era un tipo de personalidad autónoma, pero que no tenía «ninguna individualidad definida […] La única característica distinta de ese espíritu era su carácter histórico, su prolongación en el tiempo, o mejor, su atemporalidad» 4.

La personalidad n ° 2 es el inconsciente colectivo, que Jung también llamó más adelante «psique objetiva», pues la vivenciamos como si no nos perteneciera. (En el pasado histórico, tales fenómenos eran considerados «poderes espirituales».) Es un «elemento» que es vivido, por el yo sujeto a él, como su opuesto, como un ojo, por así decirlo, que observa a alguien desde las profundidades del alma. En Philosophia meditativa, Gerhard Dorn, un seguidor de Paracelso, dio una descripción muy esclarecedora en varios aspectos de esa experiencia de la psique objetiva y de la transformación de la personalidad resultante de esa experiencia. En su visión, el opus alquímico se basa en un acto de autoconocimiento. Este auto-conocimiento, sin embargo, no es lo que el yo piensa de sí mismo, sino algo muy diferente. Don afirma: «Ningún hombre puede conocerse verdaderamente a menos que primero vea y conozca por medio de celosa meditación […] aquello que, en vez de quién, él es, de quien él depende, de quién él es, con qué propósito él fue hecho y creado, por quien, y por medio de quién»5.

Con el énfasis en «qué» (en vez de «quién»), Don enfatiza un compañero real no subjetivo que busca en su meditación y, en su auto-conocimiento, y con ello se refiere a nada más que la imagen de Dios incrustada en el alma del hombre. Quien quiera que observe esto y libere su mente de todas las preocupaciones y distracciones mundanas, «poco a poco y día tras día, va a percibir con sus ojos mentales y con la mayor alegría algunas chispas de iluminación divina»6. La persona que, de esa manera, reconoce a Dios en ella misma también va a reconocer a su hermano. A aquello que Dorn equipara a la imagen-Dios, Jung lo llamó centro interior, o Sí mismo. Según la visión de Paracelso, el hombre traba contacto con su luz interior por medio de sus sueños: «Como la luz de la naturaleza no puede hablar, produce formas durante el sueño a partir del poder de la palabra»7.

Otros alquimistas compararon esa luz interior con los ojos de un pez —o como un solo ojo de pescado— que empiezan a sobresalir de la prima materia preparada. Nicholas Flamel, un alquimista del siglo XVII, equiparó ese tema con los ojos de Dios mencionados en Zc 4,10: «Estos siete […] son ​​los ojos del Señor, que recorren toda la tierra» (cfr. tb Zc. 3,9: «sobre esa única piedra hay siete ojos», etc.) 8.

El inconsciente colectivo y sus contenidos se expresan por medio de los sueños y cada vez que logramos entender un sueño y asimilar moralmente su mensaje, nosotros «empezamos a ver (la luz)» — y, por lo tanto ¡el tema del ojo! Una persona se ve por un momento a través de los ojos de otra, de algo objetivo que ve a la persona desde el exterior, tal como ella es. Paracelso, Dorn y muchos otros describen entonces muchos ojos gradualmente uniéndose en una gran luz; esta luz única es para ellos la luz de la naturaleza y al mismo tiempo viene de Dios. Dorn afirma, por ejemplo, que «la vida, la luz del hombre, brilla en nosotros, aunque débil; no puede ser retirada de nosotros, y aunque esté dentro de nosotros, no es nuestra, sino de él, a quien ella pertenece, que permite que ella haga de nosotros su morada. […] Él implantó esa luz en nosotros para que veamos en esa luz […] la luz. […] Por lo tanto, la verdad debe ser buscada no en nosotros mismos, sino en la imagen de Dios que está dentro de nosotros. 9 Esa luz interior, según Paracelso, es lo que nos da la fe 10. Yo lo entiendo (Cor 13,12) («En el presente conozco sólo en parte, entonces conoceré como soy conocido.») como una alusión a esa experiencia. Este ojo primero nos ve y por medio de él, entonces, vemos a Dios.

El ojo interior

La equivalencia de esa luz o del ojo del pez que existe en el inconsciente como el ojo de Dios, que nos ve desde dentro, y en cuya luz se encuentra al mismo tiempo la única fuente no subjetiva de autoconocimiento, es una imagen arquetípica muy conocida 11. Ella es descrita como un ojo interior inmaterial en el ser humano, rodeado de luz, o siendo ella misma una luz 12. Platón, y también muchos cristianos místicos, la llaman el ojo del alma 13. Otros la llamaron ojo de la inteligencia, de la intuición de la fe, de la simplicidad de pensamiento, etc. Sólo por medio de ese ojo el hombre puede verse y ver la naturaleza de Dios, que es ella misma un ojo. Sinesio de Cirene (Himno III) hasta habla de Dios como «el ojo de la propia persona» 14, a medida que un hombre abre su ojo interior, toma parte de la luz de Dios. Cuando un hombre cierra sus ojos físicos durante el sueño, su alma «ve» la verdad en el sueño. Esquilo dice que «mientras dormimos, el alma está totalmente iluminada por muchos ojos, con los que podemos ver todo lo que no podíamos ver durante el día» 15. Y un filósofo hermético declara: «El acto de dormir de mi cuerpo creó la iluminación del alma, mis ojos cerrados vieron la verdad» 16.

Este ojo que nos mira desde dentro tiene que ver con lo que solemos llamar la conciencia. Un poema de Victor Hugo describe esto de manera incomparablemente impresionante. 17 Cuando Caín mató a su hermano Abel, se alejó de Dios. Junto con su familia, descansó cerca de una montaña, pero no pudo dormir. «Él vio un ojo bien abierto en la penumbra, mirándolo desde la oscuridad.» «Yo estoy todavía demasiado cerca», gritó, temblando, y continuó su viaje, anduvo rápidamente durante treinta días y treinta noches, hasta llegar al litoral, pero cuando se instaló allí, vio en ojo en los cielos nuevamente. Gritando, imploró a la familia que lo escondiese de Dios, que montaran una tienda para él; pero aún así Caín veía el ojo. finalmente, a pedido de él, la familia cavó una cueva profunda para él en la tierra; se sentó en un taburete dentro de la fosa, y la familia colocó una lápida sobre él. Sin embargo, cuando la cueva fue cerrada y él estaba sentado en la oscuridad, «el ojo estaba dentro de la cueva y miró a Caín» («L’oeil était dans la tombe et regardait Cain»). Ese ojo no siempre es reconocido como el ojo de Dios; también puede ser el «dios de la oscuridad», que nos encara de esa forma. Un obispo —según una Leyenda de San Galo— rompió en una ocasión el ayuno antes de la Pascua. Un mendigo fue hasta él pidiendo su ayuda. Cuando el obispo tocó al mendigo, descubrió un ojo inmenso en el pecho del hombre. En aquel momento, el diablo (pues el mendigo era el diablo) se disolvió en humo y, mientras desaparecía, gritó: «¡Ese ojo te observó de cerca mientras estabas comiendo carne durante la Cuaresma!» Muchos dioses y demonios de varios grupos culturales mitológicos tienen un ojo grande en el pecho; por lo que todo lo que pasa en la tierra 18. Este tema apunta al hecho —que una y otra vez podemos observar en el análisis de los sueños de pacientes— de que el inconsciente en nosotros, muchas veces, parece poseer un conocimiento de las cosas que eran previamente inexplicables y que, desde el punto de vista racional, nosotros no podemos conocer. Términos tales como «telepatía» no explican el fenómeno. Pero somos capaces de reconocer permanentemente que los sueños hablan a las personas de cosas que obviamente no pueden saber. El inconsciente parece tener algo así como un conocimiento intuitivo extenso que alcanza lo que está a nuestro alrededor, y que Jung llamaba «conocimiento absoluto» (ya que está separado de la conciencia) o de «luminosidad» del inconsciente.

A veces, vivimos el inconsciente como si fuésemos activa y siniestramente observados por un ser personificado; otras veces, como si fuésemos observados desde un fondo no personificado, desde un espejo que, sin intención, simplemente refleja nuestra naturaleza. El propio ojo, en el cual, como sabemos, también podemos vernos reflejados, a veces actúa de modo bastante impersonal, no como el ojo de otro ser vivo. Jung afirma, consecuentemente, que el tema del ojo o el del mandala representan un reflejo de insight en relación a nosotros mismos.

Lo que esto significa en términos prácticos puede ser ilustrado de mejor manera con un ejemplo de sueño que Jung cita en El hombre y sus símbolos 19. Un joven muy cauteloso e introvertido soñó que él y otros dos muchachos estaban cabalgando por un vasto campo. El soñador encabeza el grupo, y ellos saltan sobre una fosa llena de agua. Los dos compañeros caen dentro de la zanja, mientras que el soñador consigue saltar sobre ella sin hacerse daño. Este fue exactamente el mismo sueño que tuvo un anciano que estaba enfermo en un hospital y que, debido a su espíritu emprendedor, daba al médico y a las enfermeras mucho trabajo. En el primer caso es más apropiado entender el sueño como un aliento al joven vacilante para que tome el liderazgo y se atreva a tomar tal actitud; en el segundo caso, el sueño muestra al anciano lo que él todavía hace, siendo que él no debería hacerlo más a esa edad.

Rigorosamente hablando, sin embargo, esas son conclusiones que sacamos de la imagen del sueño; pero la imagen por sí sola no anima ni advierte, ella simplemente representa un hecho psíquico — de forma tan impersonal como un espejo. Siendo así, los sueños son simplemente como la naturaleza. Si un médico encuentra azúcar en la orina de un paciente, la naturaleza no decide comentar el hecho de modo alguno; el médico debe tomar la conclusión de que el paciente tiene diabetes, prescribir una dieta y aconsejar al paciente que ejercite su disciplina para seguir esa dieta — de lo contrario, el médico no puede ayudarlo. Lo mismo vale para los sueños. Ellos nos muestran un hecho psíquico; es tarea nuestra interpretarlo correctamente y extraer la conclusión moral de él.

A veces, sin embargo, nos encontramos con lo opuesto, es decir, que un sueño da consejos como lo haría una persona bien intencionada. Yo tenía una analizanda rica y anciana que había sido alcohólica y había dejado de beber. Pero los problemas neuróticos que estaban detrás del alcoholismo de ella, especialmente una desmoralización y una relajación generalizada, todavía necesitaban ser resueltos. Una vez, ella soñó que una voz le decía: «Necesitas usar corsé durante el desayuno». Le pregunté a qué hora tomaba el desayuno, qué tipo de corsé usaba, cuándo ella lo vestía, etc. Descubrí entonces que, por vanidad, ella usaba un corsé bastante justo, pero nunca lo vestía por la mañana; en vez de eso, tomaba el desayuno en bata, vagaba por el apartamento en bata el resto de la mañana y vestía el corsé alrededor del mediodía. Sólo entonces el día de ella realmente empezaba. Después de esa información, el sueño no necesitaba mayor interpretación; nosotras dos reímos con entusiasmo. De vez en cuando, sin embargo, yo le preguntaba: «¿Cómo te está yendo con el corsé durante el desayuno?»

Frente a estos hechos, es comprensible que el inconsciente o espíritu del sueño que crea los sueños, nos parezca a veces, más como un ser consciente lleno de intenciones y, otras, más como un espejo impersonal. El tema del ojo se localiza, de la misma forma, en el medio; es como una persona y al mismo tiempo un espejo. El hecho de que casi todas las religiones de la tierra contienen una imagen de Dios parcialmente personificada o un orden universal no personificado (como el Tao chino) y también el hecho de que, en períodos históricos de la misma cultura, el énfasis, a veces, haya sido dado más sobre una imagen de Dios personal y, otras, sobre un principio universal impersonal, está probablemente ligado a las experiencias citadas anteriormente. En la tradición judeocristiana tenemos una imagen de Dios predominantemente personal, pero la definición de Dios como «una esfera inteligible cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no está en ninguna parte» ejerció un papel fundamental en el pensamiento de muchos grandes teólogos, místicos y teólogos occidentales. En lo que se refiere a esta conexión, me gustaría indicar al lector el excelente libro de Dietrich Mahnke, Unendiiche Sphäre und Allmittelpunkt (Darmstadt, 1966).

El surgimiento de un ser interior personificado, es decir, una imagen de Dios personificada, observándonos o hablando con nosotros, ayuda al desarrollo del sentimiento y comportamiento éticos — en el caso de aquella mujer, había realmente un problema moral. La imagen de un centro del alma impersonal o psicológico cósmico, como Giuseppe Tucci llama el mandala, satisface más el conocimiento o la intuición del hombre como la imagen de un gran centro universal unificado y divino o de un significado suprapersonal detrás del mundo de las apariencias. Sin embargo, no debemos atormentarnos suponiendo que esto proporciona alguna prueba en lo que se refiere a la existencia de Dios; se trata, en cambio, de una cuestión de las imágenes de Dios manifestándose espontáneamente en el alma del hombre, que son, por lo tanto, antropomórficas y no dicen nada definitivo en relación a una existencia metafísica definitiva del alma o de la divinidad. Esas imágenes son siempre las únicas que podemos observar empíricamente en nuestro trabajo diario y cuyo efecto sobre la personalidad de quien sueña puede ser reconocido.

En psicoterapia junguiana usamos los sueños, la mayoría de las veces, para llevar el analizando a ciertos insights o al autoconocimiento, pues no existe cura psíquica ni progreso sin autocohheciniento – autoconocimiento, sin embargo, en el sentido de reconocer lo que la persona es (como describe Gerhard Dorn), no el concepto superficial que el yo tiene de sí o la idea que el analista construye del analizando. Ese es también el motivo por el cual, en la práctica, no damos al analizando un diagnóstico, sino que la mayoría de las veces decimos: «Vamos a ver cómo su propia alma ve la situación» — o sea, lo que los sueños dicen. De este modo, cualquier interferencia personal del analista en la vida del analizando es restringida, al menos lo máximo posible. Una vez tuve un analizando que tuvo que dejar el alcohol, lo que hizo valiente durante algunos meses. Entonces me dijo: «Escucha, no crees que yo podría atreverme ahora a tomar un vaso de cerveza por la noche, en el Hotel Sternen con la Betty? ¿Sólo un vaso? Siempre me siento tan perdido por la noche, tan solitario.» A pesar de saber que no era aconsejable, le dije: «No sé; no quiero ser su niñera. Hágalo y veremos cómo reacciona el inconsciente.» Él lo hizo, bebió el vaso de cerveza y se fue luego a casa. Esa noche, soñó que estaba subiendo una montaña en el coche hasta la cumbre, pero, al llegar hasta allí, él no frenó a tiempo y el coche retrocedió todo el recorrido abajo, hasta llegar de vuelta al punto de partida. Sonriendo, yo sólo dije: «¡Qué confusión!» Inmediatamente, él se dio cuenta de que «sólo un vaso de cerveza» no funcionaría. Su «ojo interior» había visto la situación de la noche anterior de ese modo y no de otro.

El Sí-mismo: el centro del alma en el inconsciente

Jung escogió el término Si-mismo para referirse al centro del alma en el inconsciente, tomándolo prestado de la filosofía oriental de la India. A pesar de la posibilidad de que nosotros confundamos al Sí mismo con el yo, es importante que lo que esté implícito sea su relación con el individuo humano, pues es así como lo encontramos representado en los sueños.

El hijo de un párroco tuvo una pesadilla que se repitió durante toda su vida, pero que se fue modificando a lo largo del tiempo. En ese sueño, él atravesaba un vasto desierto por la noche, cuando oía pasos detrás de él. Con miedo, él caminaba más rápido; los pasos también se aceleraban. Empezaba a correr, con la «cosa» horrible persiguiendo. Llegaba al borde de un abismo profundo y tenia que parar. Mirando hacia abajo, allá lejos, miles de kilómetros abajo, veía el fuego llameante del infierno. Miraba hacia atrás y veía, en la oscuridad, detrás de él, un rostro vagamente demoníaco.

Tiempo después, él tuvo exactamente el mismo sueño, excepto por el hecho de que, en vez de un demonio, veía el rostro de Dios. Entonces, cuando tenía casi cincuenta años, tuvo ese sueño de nuevo. Sin embargo, esta vez, su pánico lo hizo saltar desde el borde del abismo. A medida que caía, miles de pedazos de papel cuadrangulares aparecían en el aire y, en cada uno de ellos, había el diseño en blanco y negro de un mandala diferente. Los pequeños pedazos de papel se juntaban, formando una especie de piso que, preparando un plano sólido en la mitad de la caída, impedían que cayera en el infierno. Él miraba hacia arriba, hacia el borde del abismo, y allí veía su cara.

Las largas naves de nuestras iglesias, lejos de los corredores entre los bancos que se encuentran en el centro y el altar, reflejan el hecho, como Jung mencionó alguna vez en una carta, que, en nuestra cultura, el hombre vive como si estuviera lejos de Dios; Dios es el «enteramente otro» (Barth), y nos olvidamos que Él es al mismo tiempo lo que más íntimamente conocemos dentro del fondo de nuestra alma. Esta paradoja es mejor conocida por los indios orientales; para ellos, el atman-purusha, el Si-mismo, es el núcleo más íntimo del alma del individuo y al mismo tiempo el Todo-Espíritu cósmico y divino. El hombre que tuvo esa repetida pesadilla también fue educado según las visiones occidentales de Dios como el «enteramente otro» — consecuentemente, su sueño llama la atención sobre el aspecto opuesto.

Intenté explicar anteriormente lo que significa interpretar un sueño en un nivel subjetivo, o sea, como un drama interior en el cual todos los objetos o figuras representan aspectos desconocidos del soñador. Por tanto, al interpretar sueños, pedimos al soñador que simplemente nos de una imagen vívida y de tenor emocional de la manera en que la persona que encuentra en un sueño aparece para él. Entonces, nosotros «devolvemos» la misma información al soñador. Lo que él dice sobre X, con quien soñó, va a ser una imagen de algo dentro del propio soñador.

El inconsciente parece tener un talento peculiar para usar imágenes complicadas de la experiencia para transmitir algo desconocido a la conciencia. Sin embargo, podemos observar esto no sólo por medio de los sueños; en estados de vigilia, también, a menudo vemos en otras personas elementos de una naturaleza impusiblemente completa que están realmente presentes en nosotros mismos; a veces, esto puede llegar a una distorsión completa de la imagen de la otra persona. Este es el conocido fenómeno de la proyección que Jung define como una transferencia involuntaria de una parte de la psique que pertenece al sujeto para un objeto exterior. Es el bien conocido caso del haz de luz en nuestro ojo que no hemos visto. Entonces, sin embargo, surgen los problemas prácticos .

Proyección

Probablemente proyectamos todo el tiempo, en todo lo que hacemos; en otras palabras, sumadas a aquellas otras impresiones que se transmiten por los sentidos, siempre hay influencias psicosomáticas del interior, para que tengamos una impresión general de nuestras experiencias; la psicología Gestalt demuestra esto en muchos casos individuales. Siendo así, debemos o bien ampliar nuestro concepto de proyección al punto de hacer, como los indios orientales, que ven todo como si fueran proyecciones; o bien debemos establecer un límite entre lo que consideramos proyección y lo que es una afirmación relativamente objetiva en relación a objetos exteriores. Jung sugirió que el concepto de proyección se aplicara solamente donde hubiera un desorden serio de adaptación, es decir, donde la persona que está proyectando o aquellos inmediatamente próximos, rechacen unánimemente la afirmación en cuestión. Para la común composición de subjetividad en nuestra imagen de la realidad, en la que una composición es ilimitada, Jung utiliza la expresión identidad arcaica; arcaica porque esa era la condición original del hombre, a saber, aquella en que este veía todos los procesos psíquicos en el «exterior» — los pensamientos buenos y malos como espíritus, sus afectos como dioses (Ares, Cupido) y así sucesivamente. Sólo gradualmente algunos procesos psíquicos, que antes eran visualizados como algo exclusivamente «exterior», fueron comprendidos como procesos dentro del propio sujeto viviente, como, por ejemplo, cuando los filósofos estoicos comenzaron a interpretar a la diosa Atenea como el insight, Ares como la pasión agresiva, Afrodita como el deseo erótico; ese fue, por así decirlo, el comienzo de una «encarnación» de los dioses en el hombre.

Hasta qué punto puede ir un proceso —el proceso de un desarrollo cada vez mayor de la conciencia— no es, por lo tanto, fácil de predecir. Todavía sabemos lamentablemente poco sobre el hombre objetivo, como Jung enfatizaba repetidas veces. A pesar de ser perturbadoras y socialmente peligrosas, las proyecciones también tienen un sentido; ya que aparentemente es sólo por medio de las proyecciones que podemos ser conscientes de ciertos procesos inconscientes. Por medio de las proyecciones surgen, en primer lugar, aquellas fascinaciones, afectos y complicaciones que nos forzamos a reflexionar sobre nosotros mismos. No hay como conscientizarse sin la inspiración de la emoción y del sufrimiento. La perturbación de la adaptación que está íntimamente ligada a cada proyección conduce, si todo va bien, a la reflexión (si corre mal, lleva al homicidio y al asesinato). Re-flexio, sin embargo, significa que la imagen que se ha irradiado al exterior sobre otro objeto es «curvada» y vuelve a la persona. Es sólo porque el símbolo del espejo está psicológicamente relacionado con el fenómeno de la proyección que tiene, mitológicamente, un significado mágico tan grande. En un espejo, una persona puede reconocerse o ver una proyección. Un viejo pastor escocés que llevaba una vida de reclusión encontró un día un espejo de bolsillo que un turista había perdido. Él nunca había visto un objeto de aquellos. Se quedó un buen rato mirando al espejo, quedó impresionado, sacudió la cabeza y lo llevó a casa con él. Su esposa se quedó cada vez más celosa, ya que, una y otra vez, él sacaba furtivamente algo del bolsillo, lo miraba, sonreía y lo guardaba de nuevo. Un día, cuando él estaba lejos, ella sacó rápidamente el espejo del bolsillo de la chaqueta. Mirando el espejo, ella exclamó: «¡Ajá, con que entonces esa es la vieja bruja detrás de la que él anda corriendo!»

Este «flujo constante de proyecciones» —es decir, esa actividad en la que los elementos intrapsíquicos en nuestra visión del mundo exterior no perturba la adaptación—, Jung, como se mencionó anteriormente, denominaba identidad arcaica, a partir de la cual el conocimiento genuino y verdadero se origina, ya que se basa en una interacción instintiva y mística con todas las cosas y todas las demás personas. Como Jung describe: «es como si los ojos que están al fondo tradujeran el acto de ver en un acto impersonal de percepción» 20. Esos ojos ven con precisión. La razón del porqué entonces todas aquellas proyecciones que entorpecen la adaptación y que deben ser corregidas por medio de insights conscientes vienen también del mismo fondo inconsciente, está probablemente relacionada con lo que llamamos disociabilidad de la psique. Nuestra psique total parece consistir en complejos separados que se juntan en lo que podemos llamar individualidad psíquica, así como las unidades mendelianas de factores hereditarios se unen para formar una unidad.

Podemos ver claramente en un niño pequeño, que aún posea una conciencia del yo muy lábil, con que desprendimiento  conviven los complejos separados unos con otros, en humores que cambian repentinamente, y por medio de los cuales el infante puede transformarse de un «niño amable» en «demonio» y viceversa; estar en un momento completamente afable y en el minuto siguiente estar totalmente absorto en su juego; un momento después estar en profunda desesperación y dos minutos después estar alegre de nuevo, chupando un dulce. Estas fluctuaciones van disminuyendo lentamente conforme el yo consciente gradualmente se va erigiendo, pero entonces el yo a menudo pasa por choques entre los impulsos-complejos dentro de él y debe aprender a lidiar con ellos y controlarlos. Una vez, cuando yo tenía nueve años, quería hacer un dibujo de mi perro, el cual yo amaba apasionadamente, pero él no se quedaba quieto. Como me enfurecí, lo golpeé y le grité. ¡Nunca me olvidaré de la mirada inocente y ofendida de aquel perro! Yo nunca más lo volví a golpear, pero cuando me senté a terminar mi dibujo, sentí claramente dentro de mí como la furia de mi impaciencia y mi amor por el perro habían chocado de manera dolorosa. Jung conjeturó una vez que la conciencia del yo se desarrolla primero a partir de choques del niño con el mundo exterior y después de choques del yo en desarrollo con los impulsos de su propio mundo interior (como en el ejemplo de mi furia con el perro). El «parlamento de los instintos», como Konrad Lorenz lo habría llamado, no es una organización pacífica dentro de nosotros; por el contrario, es un ambiente violento, y el presidente —el yo— muchas veces tiene dificultades para imponerse. Desde el punto de vista de la práctica, podemos observar que cuando un complejo se vuelve autónomo, siempre surgen proyecciones que perturban la adaptación y oscurecen el «espejo de la verdad interior».

Las personas inmediatamente cercanas a nosotros presencian nuestras proyecciones como exageraciones emocionales. Personalmente, presto atención casi inconscientemente al tono en que el analizando habla de su cónyuge, de sus amigos y de sus enemigos, y yo descubrí que simplemente «me altero» cuando se oye cierta insinuación de exageración histérica  junto con el resto del discurso del paciente. Entonces, no se puede creer más en lo que se está diciendo, sino que, en vez de eso, presto atención a una auto-presentación interesante (inconsciente) del analizando. Si conseguimos en ese momento relacionar esa explosión al tema de un sueño que describa figurativamente lo que se ha dicho, hay una buena oportunidad de que el otro vea que todo lo que él describió con tanto entusiasmo o rabia está dentro de él. La remoción de una proyección, sin embargo, es casi siempre un choque moral. Las personas con yo débil son normalmente incapaces de tolerar esto y se resisten violentamente. Jung, una vez, comparó el yo con una persona que navega su barco, robusto o frágil, por el océano del inconsciente. Él echa peces (los contenidos del inconsciente) dentro del barco, pero no consigue llenar el barco (en otras palabras, integrar los contenidos del inconsciente) con más peces que lo que permite el tamaño del barco; si se llena el barco demasiado, se hunde. Es por eso que la elucidación y la remoción de proyecciones es un asunto crítico. Las personalidades esquizoides e histéricas sólo pueden absorber un poco. Con personas primitivas que tienen yo débil, también es aconsejable que se dejen las proyecciones sin explicación. De acuerdo con mi experiencia, los modos más antiguos e históricos de lidiar con los complejos autónomos, es decir, aquellos a los que nos referimos como «espíritus» que no pertenecen al individuo y en consecuencia ayudan al analizando a resistirse a tal «espíritu», funcionan mejor por medio de alguna práctica ritual o mágica. Esto significa que tomamos en cuenta literalmente lo que fue preservado como figura de lenguaje: «El demonio se apoderó de él» o que estar enamorado es un «hechizo». Sin embargo, cualquier decisión sobre estos insights morales interiores son hechos, no por el yo ni por el analista, sino por el Sí mismo. Siendo así, somos de hecho sólo como el Sí-mismo nos ve con sus ojos interiores, que están siempre abiertos, y todos nuestros propios esfuerzos hacia el autoconocimiento deben llegar a ese punto, antes de ser posible alguna paz interna.

Sin embargo, el mandala (como imagen principal del Sí-mismo) tiene un orden matemático riguroso —como el símbolo del espejo— pues, si se analizan desde el punto de vista físico, sólo son capaces de reflexionar aquellas superficies materiales que no tienen distorsiones, cuyas moléculas están bien ordenadas. Por lo tanto, tenemos la impresión de que la verdad de un ser está reflejada allí, en el núcleo más profundo del alma —de donde vienen nuestros sueños, que nos muestran cómo somos realmente, mientras que las proyecciones distorsionadas vienen de complejos parciales que se han vuelto autónomos. Es por eso que los maestros Zen enseñan a sus discípulos, repetidas veces, que deberían liberar del polvo el «espejo interior» de ellos (la mente del Buda).

Durante toda la vida, nuestra reflexión intenta penetrar en los secretos más profundos de nuestro ser profundo, pero lo que nos compele a ello es el propio Sí-mismo, por lo cual nosotros lo buscamos. Él se busca a sí mismo dentro de nosotros. Creo que ese es el secreto que señala un sueño de Jung, el cual tuvo después de una enfermedad grave en 1944, y que relata en sus memorias. En ese sueño, él está caminando por un paisaje soleado y montañoso cuando llega a una pequeña capilla al margen de la carretera. «La puerta estaba entreabierta, y yo entré; para mi sorpresa, no había ninguna imagen de la Virgen en el altar y ningún crucifijo, sólo un maravilloso arreglo de flores. Luego vi que en el suelo, frente al altar, orientado hacia mí, había un yogui sentado —en la posición de loto, en profunda meditación. Cuando lo miré más de cerca, me di cuenta de que él tenía mi rostro. Quedé sobresaltado, con profundo pavor, y me desperté con el pensamiento: ‘Ajá, entonces, es él quien está meditando dentro de mí. Él tiene un sueño, y yo soy el sueño’. Yo sabía que cuando él despertara, yo no existiría más.» 21

El sueño, Jung prosigue,

es una parábola: Mi Sí-mismo se recoge para meditar e intercede en mi forma terrestre. Visto de otra manera: él asumió mi forma humana para entrar en la existencia tridimensional, como si alguien se pusiera un traje de buceo para sumergirse en el mar. Cuando él renuncie a la existencia en el futuro, el Sí-mismo va a asumir una postura religiosa, como muestra la capilla del sueño. En la forma terrestre, él puede pasar por las experiencias del mundo tridimencional y, con una consciencia mayor, avanzar en términos de realización 22.

La figura del yogui representa, por así decirlo, la totalidad prenatal de Jung cuya meditación «proyecta» la realidad empírica del yo. Siguiendo la regla de analizar esos elementos en sentido inverso, descubrimos mandalas en los productos del inconsciente y expresamos con eso nuestro concepto de totalidad. Nuestra base es la conciencia del yo, un campo de luz centrado en el punto focal del yo. A partir de ese punto observamos un mundo enigmático de oscuridad y no sabemos hasta qué punto sus formas sombrías son causadas por nuestra propia conciencia, y hasta qué punto ellas poseen una realidad propia. La tendencia del sueño, escribe Jung,

es efectuar una inversión de la relación entre la conciencia del yo y el inconsciente, y representar al inconsciente como el generador de la personalidad empírica. Esta inversión sugiere que, en la opinión del «Otro lado», la existencia de nuestro inconsciente es lo real y nuestro mundo consciente es una especie de ilusión, una realidad aparente construida con un propósito específico. […]

La totalidad del inconsciente me parece, por lo tanto, el verdadero spiritus rector de todos los acontecimientos biológicos y psíquicos. Aquí está un principio que lucha por la realización total —que, en el caso del hombre, significa la conquista de la conciencia total. La conquista de la conciencia es la cultura, en el sentido más amplio, y el autoconocimiento es, por tanto, el corazón y la esencia de ese proceso. Los orientales atribuyen una importancia incuestionablemente divina al sí-mismo y, según la visión cristiana antigua, el autoconocimiento es el camino para el conocimiento de Dios.

Por eso, llamé a este capítulo «La fuente oculta del auto-conocimiento»; él está dentro de nosotros y, sin embargo, es un secreto insondable, un completo cosmos que apenas empezamos a explorar.

NOTAS

  1. JUNG, C.G. Kindertraume [Seminario presentado en el Eidgenõssische Techniche Hochschule. Zúrich, 1936/1937, no publicado, p. 6-7].

  2. JUNG, C.G. (Ed.). Man and His Symbols. Nueva York: Doubleday, 1964 [El hombre y sus símbolos. En el caso de las mujeres. 49].

  3. JUNG, C.G. Memorias, Dreams, Refíections. Nueva York: Random House, 1989 [Org. por Aniela Jaffé] [Recuerdos, sueños, pensamientos. En la actualidad, en el caso de las mujeres. 66].

  4. Ibid., P. 89-90.

  5. Apud JUNG, C.G. Mysterium coniunctionis, CW 14, p. 684 [Mysterium coniunctionis. Petrópolis: Voces, 2011 (OC 14/2)].

  1. Ibid, p. 685.

  2. Apud JUNG, C.G. En la naturaleza de Psyche, CW 8, p. 391: Consideraciones teóricas sobre la naturaleza del psíquico [La naturaleza de la psique. Petrópolis: Voces, 2011] (OC 8/2)]. Líber de caducis. Huser, vol. 4, p. 274; o Sudhoff, vol. 7, p. 224.

  3. Cf. JUNG, C.G. En la naturaleza de Psique. Op. Cif, p. 394.

  4. Ibid., P. 389.

  5. Ibid., P. 390.

  6. Ibid., p.394.

  7. Cf. DEONNA, W. Le symbolisme de l’oeil. París: [s.e], 1965, p. 46 ss.

  8. Ibid., P. 47n.

  9. Ibid., P. 49.

  10. Los Eumenides (Euménides), versos 104-105.

  11. DEONNA, W. Lea el simbolismo de l’oeil. Op. Cif, p. 51.

  12. «La consdencia». Cf. SENSINE, H. Chiréstomathie française du XIX siècle. Lausanne: [s.e.], 1899, p. 99s. [originalmente de La légende de los siècles].

  13. Cf. DEONNA, W. Lea simbolismo de l’oeil. Op. Cif, p. 64-65.

  14. Cf. p .. 66.

  15. JUNG, C.G. Memories, Dreams, Reflections. Op. Cit, p. 50.

  16. Ibid., P.323.

  17. Ibid., P. 323-324.

  18. Ibid., P. 324-325 – cursivas añadidas.

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