Adolescencia y Narcisismo en la Psicopatología Simbólica – Consuelo Martínez V.

CONSUELO MARTÍNEZ V.

narciso
Narciso (Oleo de Caravaggio)

Consuelo Martínez es Psicóloga Clínica, Pontificia Universidad Católica de Chile. Magister Psicología Clínica Junguiana, Universidad Adolfo Ibañez. Acreditada como especialista en Psicoterapia y Supervisora Clínica. Docente pregrado U. Pacífico. Especialidad: Clínica infanto juvenil. Este documento fue tomado de la Revista Encuentros, No. 3, 2011, págs. 64 – 80, con autorización del editor. La revista es una iniciativa de difusión de la Fundación Chilena de Psicología Analítica y ofrece un espacio para promover ideas e investigaciones en el ámbito de la Psicología Analítica.

Resumen

La  adolescencia  es  una  etapa  crítica,  en  la  que  el  adolescente  habrá  de realizar un viaje heroico, guiado por la emergente fuerza diferenciadora del arquetipo de Alteridad, para hacer el camino de construcción de una nueva identidad. El presenta artículo revisa el trabajo heroico de la individuación adolescente,   a   la   luz   los   planteamientos   de   la   psicología   Simbólica Junguiana   sobre   la   polaridad   narcisismo-ecoismo,   en   sus   dimensiones creativas y defensivas. Se detiene particularmente a examinar el trastorno del   desarrollo   de   la   personalidad   narcisista,   entendiéndolo   como   un problema   en   el   desarrollo   de   la   relación   ego-Self,   producto   de   una cronificación de la defensa ante un sentimiento de identidad muy débil del joven,  precariamente  construido  desde la  falta de  reflejo  empático  en  los vínculos  tempranos,  y  la  propia  debilidad  de  identidad  de  las  figuras parentales.  Se  ilustra  con  una  viñeta  clínica,  en  la  que  se  aplican  los conceptos señalados.

Palabras  claves:  adolescencia,  identidad,  psicología  simbólica  Junguiana, polaridad narcisismo-ecoismo, desarrollo de la personalidad.

Introducción

Asociar narcisismo a adolescencia es un tópico recurrente en el hablar cotidiano. Esto parece normal desde algunas de las características que, si bien son en parte propias de la etapa, en aquel contexto se les añade cierta carga peyorativa: los adolescentes son egocéntricos, desconsiderados, omnipotentes,  se  sienten  invulnerables,  son  vanidosos  o  demasiado  atentos  a  los  atributos  de belleza corporal, etc. Y no resulta extraño que ocurra esta asociación, en cuanto el narcisismo es primero un problema en la identidad, identidad que será el tema central y la finalidad de todo el proceso adolescente.

Ahora  bien,  tratándose  la  adolescencia  de  una  etapa  normal  y  necesaria,  se  hace  importante discriminar  entre  los  aspectos  narcisistas  que  podemos  detectar  o  reconocer  en  el  desarrollo normal de un joven, y que estarían en el ámbito creativo de la polaridad normalidad/ patología, versus  un  trastorno   del  desarrollo   de  la  personalidad,   tipo   narcisista,  que  pudiera   estarse desarrollando en otro adolescente.

Este trabajo pretende revisar en conjunto los conceptos de adolescencia, psicopatología simbólica y la polaridad narcisismo-ecoismo.

Adolescencia

Es a la vez una etapa de la vida y un conjunto de procesos bio-psico-sociales, que comienza con los cambios biológicos asociados a la maduración sexual y termina con el logro de la independencia psicológica, social, afectiva y económica.

Como  proceso,  implica  una  gran  cantidad  de  cambios  y  transformaciones,  las  que  conmueven profundamente    las    estructuras    biológicas,    psicológicas    (cognitivas,    afectivas,    morales    y espirituales) y los asentamientos psicosociales, es decir, la vida de relación del individuo.

El advenimiento del pensamiento hipotético-deductivo –que permite reflexionar sobre el mundo y sobre  sí  mismo  como  objeto  de  auto-examen–,  los  cambios  morfológicos  y  fisiológicos  que experimenta el cuerpo –que exigen una nueva adaptación tanto a sí mismo y a su nueva imagen corporal   (no   pocas   veces   generadora   de   tensiones   y   ansiedades),   así   como   también   una redefinición  en  la  relación  con  los  demás–,    las  transformaciones  afectivas  del  experimentar sentimientos y emociones nuevos e inesperados, la necesidad de conocer, integrar y aprender a expresar constructivamente nuevos impulsos y motivaciones, sumado todo ello a los cambios en las reacciones y los modos de relacionamiento que el mundo externo empieza a tener hacia ellos, todo esto determina profundos movimientos en todas las capas del ser.

La meta de la etapa será la definición de la identidad personal y la formulación de un plan de vida, basado este en una definición de su rol en la sociedad y en sus concepciones del mundo y de sí mismo (Kimelman, en Almonte 2003).

Esta nueva identidad pasará, entre otras cosas, por redefinir sus relaciones no solo consigo mismo, sino  de  modo  importante  con  la  familia:  aceptar  los  vínculos  familiares  y,  a  la  vez,  vivir  con autonomía de ellos. Esto supone según Stevens (1994) una cierta atenuación del vínculo parental, la  que  es  posible  gracias  a  que  los  arquetipos  parentales  parecen  -en  este  período-  perder  su preeminencia;  los  jóvenes  retiran  de  sus  padres  las  proyecciones  arquetípicas,  con  lo  cual  se tornan más objetivos en  la  percepción  de  aquellos. En  la  relación, esto  generalmente  cruza  por una  serie  más  o  menos  intensas  de  tensiones  oposicionistas,  vividas  en  el  plano  ideativo  y/o conductual, que hacen parte del proceso de diferenciación de la identidad juvenil.

Adolescencia como tiempo de crisis

Distintos  autores miran  con  mayor  o  menor  alarma  los  riesgos  de  tantas  de  estas  vivencias. M. Kimelman (en Almonte, 2003, pág 35), por ejemplo, señala: “Lo habitual es una disminución de la autoestima,   una   labilidad   emocional   y   conductual   y   una   gran   capacidad   de   ensoñación”.

Montellano, por su parte, plantea que “la adolescencia es  una de las fases más peligrosas de  la vida…puesto que la carga emocional que el Yo debe soportar en la separación de la familia y en el encuentro con el mundo, puede desencadenar cuadros psicopatológicos graves” (1996, pág 89)

Para Stevens (1994, p.148) “en la adolescencia se libra una batalla en dos frentes: en uno de ellos se lucha por establecer un sentido de identidad y de competencia social como personalidad con derecho propio, y en el otro se lucha por superar los deseos regresivos hacia la madre y el pasado. Nadie escapa a este conflicto”

Byington  (2002,  pag  96-97)  desde  la  perspectiva  de  la  Psicología  Simbólica,  también  analiza  el impacto  transformador  del  proceso.  “La  crisis  de  la  adolescencia  somete  las  identificaciones insulares y parentales y los complejos (del joven), a una nueva presión transformadora, en función de  la  entrada  en  escena  del  arquetipo  de  la  Alteridad  (Anima,  Animus),  el  que  lanzará  en  la personalidad la semilla de la convocación para la campaña de construcción de la identidad única y profunda”…De este modo, “la identidad del Ego  y  del Otro y  de  toda la personalidad entran en crisis  en  la  adolescencia,  porque  el  llamado  para  la  construcción  de  la  identidad  individual profunda, entra en choque con las identificaciones primarias y parentales establecidas durante la infancia”…  En  este  proceso,  “el  arquetipo  de  la  Alteridad  actuará  como  guía  para  diferenciar  al joven de su familia y de su identidad infantil”. Esta diferenciación no siempre es fácil.

En  los  mitos,  la  figura  del  héroe  va  a  representar  justamente  ese  impulso  humano,  vivido  tan propiamente  en  la  adolescencia,  que  lleva  a  abandonar  la  seguridad  cálida  y  acogedora  de  la familia,  para  aventurarse  en  territorios  nuevos,  desconocidos,  a  veces  peligrosos  y  tantas  veces amenazantes.  El  héroe  va a  mostrar  al  joven  cómo, para  descubrirse  a  sí mismo,  ha  de  pasar a través del peligro y/o la adversidad.

Ahora bien en este punto, Byington (2002, pag 97)subraya otro hecho central a la vivencia de la adolescencia como crisis: la adolescencia ‘le ocurre’ al joven, es algo que ‘le pasa’, de modo que este se ve obligado a experimentarla en todo su presión transformadora, sin posibilidad de opción, ni de graduar la intensidad de los fenómenos que experimenta: “La adolescencia experimentará el predominio del Arquetipo de la Alteridad en actitud pasiva, porque el joven, sin percibirlo, se verá envuelto  por  una  dimensión  social  heroica, sexual, tentadora, desafiante  y  fascinante  que  él  no escogió”. Constelar el héroe será entonces ardua tarea.

En  tal  sentido,  Montellano  añade  que  las  conductas  de  riesgo  del  adolescente  pueden  ser comprendidas como el desequilibrio del Yo ante la enorme carga heroica que se le impone con la constelación del arquetipo del Anima y el Animus.

En  su  visión  de  la  crisis  adolescente,  Byington  (2002)  agrega  a  esto,  la  presión  ejercida  en  esta etapa por el predominio de la posición dialéctica en la relación Ego-Otro, que implica un patrón cuaternario,  en  el  que  todos  los  opuestos  pueden  descomponerse  en  nuevas  polaridades,  cuyo encuentro o desencuentro genera altos niveles de tensión, por cuanto demanda un mayor grado de  abstracción  y  tienta  incluso  los  límites  de  la  lógica  profunda  de  la  paradoja,  con  los  que  el adolescente, por su desarrollo cognitivo, probablemente recién está empezando a contactar.

No es de extrañar entonces que tantos cuadros psicopatológicos inicien en medio de esta época. Irribarne -por su parte- va a señalar que, si bien el proceso adolescente cursa con momentos de desorganización  y  otros  de  mayor organización, a consecuencia  de  los abundantes  cambios  que deben de ser integrados en una imagen coherente de sí mismo, “el grado en que estos cambios afecten a la vida personal y social del joven, dependen de las habilidades y experiencias adquiridas durante la infancia y de las actitudes de quienes lo rodean en ese momento” (en Almonte, 2003, pag 37).

Ello nos invita a considerar no solo el tiempo presente de los cambios de un joven adolescente y el contexto en que se producen, sino también los inicios de su desarrollo. ¿Qué eventos o situaciones en   la   vida,   han   facilitado   que   un   joven   curse   su   adolescencia   y   construya   su   identidad creativamente, en relativa armonía, o defensivamente, en profundo sufrimiento?

Psicopatología y Psicología Simbólica

Jung declaró en varios de sus escritos que consideraba que “la enfermedad es una variación de lo normal”  (Jung,  CW  18,  #1738),  o  bien  una  perturbación  de  procesos  normales.  Más  tarde  C. Byington, al desarrollar su Psicología Simbólica, profundizó esta concepción, en un esfuerzo tanto por  separar  con  claridad  lo  normal  de  lo  patológico  (confundidos  o  entremezclados  en  el psicoanálisis),  como  por  “situar  la  psicopatología  como  una  variante  del  desarrollo  simbólico- arquetípico normal” (en Saiz, 2006,p.15)

La Psicología Simbólica constituye  un marco  teórico-práctico, desarrollado  como  una ampliación de los conceptos formulados por el Psicoanálisis y por la Psicología Analítica, buscando preservar y reunir coherentemente los aportes de cada uno de ellos.

Propone mantener en mente las nociones interactuantes de identidad óntica (identidad del ser en su particular expresión, la personalidad en sus aspectos más propios) y ontológica (la identidad en sus   aspectos   propiamente   humanos,   no   particulares);   con   lo   cual,   desde   esta   perspectiva simbólica, la psicopatología es considerada una variante de lo normal: “un esfuerzo de desarrollo del ser, diferente, pero paralelo al desarrollo normal” (Byington,1987, pag 6). La patología, en esta visión,  resulta  del  ser  heridos  por  ciertas  experiencias  ónticas,  de  modo  tal,  que  el  proceso ontológico queda irremediablemente fijado y mutilado por esos acontecimientos.

Para  Byington,  “toda  cultura  y  todo  ser  humano  es  normal,  creativo  y  enfermo  de  muchas diferentes maneras, en función de la inmensa malla de símbolos, en los más variados grados de elaboración,  entre  funciones  estructurantes  normales  y  defensivas.  Cuando  enfocamos  así  la patología,  nos  damos  cuenta  de  que  cada  función  estructurante  normal,  tiene  su  variante patológica.  Por  eso,  delante  un  cuadro  patológico,  es  más  importante  descubrir  la  función  del símbolo en cuestión, en el proceso simbólico de desarrollo de la conciencia individual y colectiva, no importa a través de qué defensa esté siendo expresado. Solamente a partir de allí podremos realmente comprender su patología”. (Byington, 1987, pag 3)

Para la Psicología Simbólica, “todo en la psique es simbólico y el símbolo se vuelve esencialmente el  factor  esencial  estructurante  de  la  Conciencia”  (Byington 1987,  pag 6). Desde  esta mirada,  la totalidad  de  la  actividad  psíquica  está  centrada  en  el  proceso  de  elaboración  simbólica:  toda  y cualquier vivencia existencial será sometida -en mayor o menor grado a la elaboración simbólica- ya que, a través de esta, el significado de los símbolos se integra a la Conciencia y de este modo se forma y transforma en ella la identidad del Ego y del Otro. Para ello, los símbolos estructurantes y funciones  psíquicas  estructurantes,  son  coordinadas  por  los  arquetipos  regentes:  matriarcal, patriarcal,  de  alteridad  (Anima/Animus)  y  de  totalidad,  operando  todos  ellos  alrededor  del arquetipo central. (Byington, 2002, 2005)

Describe  5  posiciones  Ego-Otro,  por  las  cuales  pasa  –en  menor  o  mayor  grado-  la  elaboración simbólica. Serían las posiciones indiferenciada, insular, polarizada, dialéctica y contemplativa.

Ahora  bien,  cuando  sucede  una  fijación  en  el  proceso  de  elaboración  simbólica,  los  mismos símbolos, funciones y sistemas estructurantes dejan de operar creativamente y su funcionamiento se torna defensivo: se fijan, el poder prospectivo de los símbolos queda reducido, literalizándose o limitando su elaboración a uno o poco más significados específicos, con lo cual impiden el acceso a la elaboración de esos símbolos en la Conciencia, y mantienen dicho proceso de elaboración bajo el  dominio  inconsciente  de  la  Sombra  y  de  la  compulsión  a  la  repetición.  Los  símbolos  así resultantes   expresan   una   elaboración   simbólica   defectuosa,   incompleta   o   existencialmente inadecuada de la Conciencia. (Byington, 2002) La fijación los ha patologizado, llevándolos a formar parte de la Sombra y del inconsciente reprimido.

Así, la Sombra es concebida por este autor, como la gran responsable de la conducta inconsciente, por  cuanto  ella  expresa  de  un  modo  fijo  e  indiscriminado,  los  símbolos  que  no  pudieron  ser elaborados directamente por la conciencia (Byington, 1987, p.14). La describe entonces como el conjunto  de  todas  las  funciones  estructurantes  defensivas  que  mantienen  símbolos  en  ella, impidiendo  su  acceso  a  la  conciencia.  Incluye  también  la  polaridad  Yo-Otro  fijada  en  los  varios estadios del desarrollo simbólico. Todo ello resulta en una elaboración simbólica defectuosa: los símbolos  son  expresados,  con  diversos  grados  de  adecuación  (es  decir,  de  preservación  de  la persona)  pero  de  un  modo  fijo,  y  no  acceden  a  la  elaboración  simbólica.  ¿De  qué  modo  esa expresión   es   defectuosa?,   Byington   señala   que   “la   psicodinámica   de la   Sombra   de   un individuo…solo  puede  ser  comprendida  dentro  de  la  historia  de  distorsiones  y  fijaciones  del proceso de elaboración simbólica de esta persona” (2002, p. 70)

Acuña  los  términos  de  Sombra  Circunstancial  y  Sombra  Cronificada,  si  bien  ambas  patológicas porque en las dos la realidad se encuentra deformada por defensas, la primera sería transitoria, la segunda   “una   reacción   defensiva   a   un   contexto   pasado,   después   del   cual   las   estructuras defensivas  se  tornaron  crónicas  y  empedernidas,  inconscientemente  atrincheradas  y  que  en  el presente ofrecen gran resistencia para ser confrontadas por el Ego de la Conciencia” (2002, p. 70)

Sin embargo, según Byington, “la existencia de la sombra puede ser vista como una imperfección humana  estructurada  (constitucional  y  arquetípica),  pero  también  puede  ser  vista  como  un esfuerzo de la psique para expresarse, aunque sea de forma inadecuada, esto es, imperfecta. Este hecho trae grandes problemas para la adaptación y para la convivencia existencial, pues condena a los otros a convivir con nuestras inadecuaciones. Lo máximo que podemos hacer es permanecer creativamente   abiertos   a   nuestra   actuación   de   los   símbolos   sombríos,   para   continuar   su elaboración buscando su adecuación. Se inicia la psicopatología cuando las defensas impiden esa actividad” (Byington, 1987,p. 14)

La polaridad Narcisismo-Ecoismo : aspectos defensivos y creativos

Narcisismo  y  Ecoismo  refieren  a  Narciso  y  Eco,  personajes  de  la mitología  griega:  ella  una ninfa enamorada  que  no  puede  hablar,  salvo  para  repetir  lo  que  otro  diga,  y  él  un  adolescente  que desprecia el amor de ella, para más tarde sucumbir enamorado de su propio reflejo en el agua de un estanque.

Desde un punto  de  vista analítico  y  simbólico, Eco  es la imagen de  la extroversión, del volcarse hacia fuera; ella concentra toda su atención y energía psíquica en otro; Narciso sólo lo hace en él mismo, introversivamente.

R. Montellano señala  al  respecto:  “Narciso  y  Eco  están  en  una  relación  dialéctica  de  opuestos complementarios, no solo de lo femenino y lo masculino, sino también como símbolos de aquel que  permanece  en  sí  mismo  y  aquel  que  permanece  en  el  otro”  (1996,p.90).  Para  ella,  el  mito representa la paralización del proceso de individuación en dos jóvenes adolescentes, de modo tal que quedan separados y fijados, fuera del encuentro Ego-Otro, detenidos en su camino hacia la alteridad.

En ese sentido, habla de fijación defensiva.

“Eco expresa en su patología la fijación inicialmente neurótica de la función ecoista: Solo se puede expresar  a  través  de  otro”  (Montellano,1996,  p.88)  del  que  es  dependiente.  Tal  fijación  puede avanzar  en  su  patologización,  configurando  una  conducta  seriamente  masoquista,  hasta  llegar incluso a una dimensión defensiva psicótica.

Esta misma autora interpreta simbólicamente a Narciso, mirando en el estanque la imagen no de su ego, sino la imagen del Self.

De  la  numinosidad  de  este  se  desprende  el  poder  y  la  fascinación  con  que  tal  imagen  atrae  y mantiene a Narciso defensivamente fijado, “entre la reverencia, el espanto y el gozo(…)el miedo de ser sumergido por las energías arquetípicas y de ser tomado por una voluntad mayor que la del ego  derrotado(…),  el  miedo  al  abandono:  ‘seré  poderoso  y  todos  me  evitarán’  (…),el  miedo  de asumir el control de las energías del Si mismo, porque son tan atrayentes y bellas, que tenemos la certeza que nos volveremos objeto de envidia” de los demás (Schwartz-Salant, 1988, p4) .

Miedo, poder, envidia, deseo, son algunas de las funciones estructurantes que participan, y que en la dimensión narcisista patológica, actúan defensivamente y se fijan, distorsionando la elaboración simbólica.

De este modo, “el querer (compulsiva y repetitivamente) tocar la imagen del Self como si fuese real  y  concreta,  es  decir  el  intento  de  literalizar  lo  simbólico,  es  lo  que  lleva  a  Narciso  a  una patologización  progresiva, llegando  a la  defensa  psicótica, la  angustia delirante  y  el  ataque  a su propio cuerpo ” (Montellano, 1996, p.90)

Ahora bien, la misma autora plantea también una dimensión creativa para la polaridad narcisista- ecoista. En ella, “el desarrollo creativo de la polaridad narcisista posibilitará la formación de una imagen del yo integrada, una autoestima positiva, autónoma, capaz de expresar su individualidad en la lucha por la realización de sus ideales. La polaridad ecoista, en su funcionamiento creativo, permitirá  la  imagen  integrada  del  otro,  sentimientos  de  empatía  y  compasión  y  capacidad  para reconocer la necesidad y la importancia del otro” (Montellano, en Saiz, 2006, p.192).

La polaridad Narcisismo-Ecoismo y el desarrollo humano

De  acuerdo  a  Neumann,  el  desarrollo  humano  comienza  a  evolucionar  a  partir  de  un  período inicial de indiferenciación sujeto-objeto, psique-cuerpo, yo-tu.

La diferenciación se va construyendo progresivamente desde la díada madre-hijo. Inicialmente en esta, la dimensión narcisista-ecoista está polarizada: el polo narcisista está predominantemente en el niño, el ecoista ha de ser actuado particularmente por la madre, quien será la encargada de dar el apropiado reflejo empático y comprensivo, imprescindible para el desarrollo.

Schwartz-Salant señala al respecto que “la estabilidad del ego depende de un sentimiento interno de ser reflejado por el Si Mismo” (1988, p. 25) En la historia personal, la madre es, justamente, el primer portador de la imagen arquetípica del Si Mismo, y por ello su reflejo apropiado será capaz de equilibrar las vivencias placenteras y displacenteras, de absorber la ansiedad que inunda al niño ante  el  desconcierto  y  el  temor  que  resulta  de  la  experiencia  de  su  conciencia  emergente, diferenciándose del mundo.

Esa necesidad de reflejo se expresará –en el desarrollo- como la necesidad del niño de “mírenme a mí”: es la necesidad de ser visto y oído, para poder verse y oírse en el otro. Ese exhibicionismo responde entonces básicamente a una profunda y saludable necesidad, cuya satisfacción permitirá que se forme una relación ego-Self flexible y sólida.

Más  tarde,  ser  reflejado  será  una  necesidad  parcial,  pero  de  toda  la  vida.  El  reflejo  del  otro completa,  acompaña  el  crecimiento,  por  cuanto  externaliza  una  realidad  psíquica,  interna,  y permite verla fuera para luego interiorizarla, reconocerla dentro. Necesitamos el reflejo empático en  cada  nuevo  desafío  que  encontramos  en  la  vida.  El  nos  ayuda  a  constelar  –como  realidad interna- un Sí Mismo positivo.

En el desarrollo, a medida que nuestras necesidades más básicas de reflejo se ven satisfechas, el polo ecoista de la polaridad narcisista-ecoista, se va activando y desplegando. Especialmente en la adolescencia, probablemente por la plasticidad y amplitud de transformaciones que experimentan los jóvenes, se observa fácilmente en ellos una inestabilidad y alternancia de ambos aspectos de la polaridad   (Montellano,   en   Saiz   2006),   alternancia   que   no   necesariamente   cae   fuera   de   la normalidad, en tanto no se fije el proceso de elaboración simbólica.

Así,  desde  la  dimensión  narcisista  normal,  los  adolescentes  se  pueden  mostrar  autoconfiados, marcados por la fe en sí mismos (se sienten héroes, conquistadores o expertos), lejos del alcance de  las  heridas  o  los  accidentes,  audaces  y  arrojados,  ambiciosos  en  la  búsqueda  de  metas, entusiastas  y  líderes.  Tienen  un  sentimiento  de  grandeza  personal  y  desde  él  pueden  buscar,  y disfrutar, el ser vistos por los demás, se dejan ir en fantasías de poder, éxito, belleza o inteligencia ilimitados; se sienten únicos y especiales. A veces de sobrevaloran y desde allí esperan que se les reconozca y se les trate con respeto, o se irritan cuando son contrariados. Viven desde sí mismos y de sus necesidades, y pueden pasan sin darse cuenta de que están pisando al del lado.

Desde la dimensión ecoista normal, muestran preocupación por el otro, capacidad de compromiso y  solidaridad;  se  entusiasman  por  ayudar  en  tanto  reconocen y  empatizan  con  la  necesidad  del otro.  Vulnerables  al  otro,  se  dejan  guiar  por  aquellos  a  quienes  admiran.  Si  se  insegurizan,  les cuesta dar su propia opinión, de modo  que  repiten como Eco, lo  que otros dicen. Se enamoran perdidamente, ahogándose en el otro, quien –por un tiempo- pasa a ser el todo, de cuya mirada sienten que depende completamente su felicidad.

Trastorno de personalidad versus trastorno del desarrollo de la personalidad

Se hace relevante en este punto incluir un breve comentario al respecto. Tal como señala Almonte (2003), no existen acuerdos definitivos, desde el punto de vista nosográfico, respecto al concepto de trastorno de la personalidad en edad evolutiva.

Ya que  la personalidad es  una organización dinámica y  evolutiva, especialmente  en movimiento durante el período adolescente, el acuerdo generalizado es hablar de “trastornos del desarrollo de la  personalidad,  para  referirse  a  rasgos,  o  grupos  de  rasgos,  que  no  evolucionan  en  forma adaptativa con relación a la edad, repercutiendo en la relación del individuo consigo mismo, y con los  demás.  El  desarrollo  de  la  personalidad  puede  perturbarse  cuando  los  factores  biológicos, psicológicos y sociales, o la integración de estos, no sigue un curso adaptativo. En estos casos, el destino del rasgo o del grupo de rasgos, podrá ser la fijación o la acentuación, lo que se expresará en el adulto como un trastorno de la personalidad” (Almonte, 2003, p.324).

Este acuerdo busca proteger a niños y adolescentes, de modo de no catalogar externamente, ni fijar diagnósticamente, conductas y/o procesos que pueden ser experimentales, que se hallan en evolución y por tanto son sujetos de cambio y transformación.

Esto, desde otro  ángulo, se  afirma en reconocer  la plasticidad del desarrollo y  la noción de  que pueden darse en él distintos grados de elaboración, o de fijación defensiva. Refiere también a los conceptos de Sombra Circuntancial o Cronificada, tal como Byington las describe, dependiendo del grado de fijación y la persistencia de la misma.

Desde esta óptica, en un adolescente el interés ansioso por la figura o el atractivo físico, puede ser transitorio   o   claramente   contextualizado,   limitado   en   el   tiempo   y   finalmente   corregido (circunstancialmente  sombrío)  o  puede fijarse  en un trastorno  dismórfico  corporal o  bien en un trastorno alimentario (sombra cronificada).

Narcisismo-ecoismo defensivo-patológico

El narcisismo en cuanto trastorno de la personalidad, durante mucho tiempo ha sido considerado grave y de mal pronóstico, visto como un modo de amor propio patológico, resguardado por una fuerte  defensa y  por tanto terapéuticamente  impenetrable. En tanto trastorno de  personalidad, sería una categoría aplicable a mayores de 18 años, desde los criterios DSM IV y similares. En tanto trastorno  del  desarrollo  de  la  personalidad,  se  puede  preanunciar  en  diversos  grados  en  un adolescente.

Desde   la   descripción   psicoanalítica,   Kernberg   (en   Schwartz   –Salant,   1988)   presenta   en   el narcisismo  un  si  mismo  autoreferente,  con  enormes  necesidades  de  ser  amado  y  admirado, dependiente del tributo externo, hambriento y voraz, al que no le queda espacio para la empatía, incapaz  de  experimentar  tristeza  o  pesar  y  que  por  tanto  lleva  una  vida  emocional  hueca, desasosegada,  presa  del  vacío  y  el  aburrimiento;  capturado  por  la  envidia  de  lo  que  no  tiene  y siente que le quitaron, se llena de rabia, resentimiento y deseos de venganza y control sobre el otro. En él la grandiosidad sirve como defensa: desvalorizando al otro, aplasta la envidia y así los objetos ya no le aparecen investidos de enormes y amenazantes poderes.

Kernberg, presenta así la pobreza, el vacío y la voraz necesidad que determinan un ego precario: la estructura de si mismo del carácter narcisista, una regresión fusional marcada por distorsiones patológicas, donde el Ego es inflado, grandioso, exhibicionista y frágil.

Ahora   bien,   desde  la   particular   óptica   analítica,   marcada   profundamente   por   el   sentido prospectivo de la enfermedad y de los síntomas, es posible ver que “todo el complejo sistema de defensas  narcisistas-ecoistas  busca  mantener  algún  equilibrio  en  la  personalidad.  Defiende  al individuo  contra  intensos  sentimientos  de  inferioridad,  impotencia,  vacío  y  falta  de  significado. Principalmente, en el espectro más grave de la patología, busca prevenir la pérdida de las ilusiones y  la  angustia  de  aniquilamiento.  Es  como  si  el  individuo  no  confiase  en  la  posibilidad  de  una vivencia integrada de identidad y de relaciones creativas” (Montellano, en Saiz, 2006, p.195)

En ese sentido, “la actitud defensiva especial del desorden de carácter narcisista constituye una defensa contra los daños a un sentimiento de identidad ya muy pobre”. (Schwartz-Salant (1988, p. 10)  Esa  pobreza  en  el  sentimiento  de  identidad  tiene  su  historia  en  la  persona  que  sufre  el trastorno.

De acuerdo a este autor, la envidia juega un rol muy importante en la patología narcisista: estas personalidades carecerían crónicamente de reflejo empático adecuado, esto a consecuencia de la envidia de los padres. Ellos, por su propia identidad frágil, no habrían reflejado apropiadamente al niño, por el contrario habrían esperado que él les reforzara la propia autoestima, que los hiciera sentir valiosos o bien que a través de él se haga evidente el valor de ellos.

En  este  panorama,  es  el  niño  es  quien  ha  de  dar  seguridad  a  sus  padres  y  hacerlos  sentir competentes. Si no logra crearles la identidad que les hace falta, experimentará el afecto negativo de  sus  padres,  y  este  odio  será  su  odio.  El  desarrollo  quedará  bloqueado  en  una  estructura defensiva   urobórica:   una   estructura   de   fusión   que,   aunque   contiene   las   semillas   para   el crecimiento  de  la  personalidad,  está  encerrada  y  fijada  en  un  caparazón  protector  –la  defensa narcisista- que niega las necesidades, en vez de procurar su atención y satisfacción.

Para este autor, la rabia y la envidia son cruciales. La envidia “se configura como el lado sombrío del narcisista”, y es una de las experiencias que más le cuesta experimentar e integrar, tanto por la ‘humillación’  que  le  significa  reconocerla,  como  porque  lo  hace  contactar  con  la  experiencia  de haber  sido  objeto  de  la  envidia  (rabia/odio)  de  los  propios  padres.  Recuperar  este  hecho, atemorizante  y  doloroso,  es  esencial  en  el  análisis  -según  Schwartz-Salant  (1988)-  para  que  las emociones negativas salgan de la represión, se vean las necesidades a la bases y la grandiosidad pueda transformar su carácter defensivo.

Byington (2205) aporta en la misma dirección: Por ser una función estructurante, la envidia podría ser usada creativa o defensivamente, en la polaridad narcisista-ecoista.

En   el   trastorno   de   personalidad   narcisista,   la   envidia   fijada   en   la   Sombra,   no   elaborada simbólicamente,  se  ha  tornado  destructiva.  Así,  para  este  autor,  la  envidia  que  más  profundo sufrimiento causa, sería justamente la que más claramente intenta expresar aquello que le resulta imprescindible al envidioso.

En la personalidad sana, la envidia se expresa creativamente, porque es  atendida, no  negada ni patriarcalmente  considerada  indebida  ni  expulsada  represivamente  a  la  Sombra;  gracias  a  ello, puede ser elaborada dentro del mecanismo creativo, normal, y de este modo el deseo por lo que el otro tiene se hace admiración, receptividad a su influencia, reconocimiento y colaboración.

En   cuanto   a   la   polaridad   ecoista,   cuando   la   personalidad   se   fija   en   ella,   muestra   rasgos dependientes y/o masoquistas, los que se expresarán en diversos grados de psicopatología, según sea defensiva en dimensiones neuróticas, psicopáticas, borderline o psicóticas (Byington, 2005).

Montellano  (en  Saiz,  2006)  describe  al  respecto:  una  excesiva  dependencia  del  amor  y  la aceptación del otro, al que idealizan; son personas a las que les cuesta expresar sus sentimientos, sus ideas, y las proyectan en otros. No aceptan sentir rabias, y si no pueden evitarlas, los viven con culpa, o depresivamente, o bien la dirigen hacia sí mismos, en crítica, en exigencia o en agresión abierta.  Siempre  disponibles,  se  terminan  sintiendo  maltratados,  y  martirizando  a  otros  con reproches o sentimientos de culpa, más o menos indirectos.

Aplicación clínica. Presentación de un caso

Miguel tiene 12 años al momento de consultar, es el segundo de tres hombres. Es un chico alto, de presencia agradable y un contacto apropiado, aunque cruzado por un alerta fácil y defensivo.

Por   dificultades   económicas   la   familia   hubo   cambiarse   de   ciudad.   Los   padres   consultan preocupados porque  consideran que  no  se  interesa por hacer  amigos en este nuevo  contexto  y porque  tuvieron  conocimiento  de  que  intentó  involucrar  a  una  prima  preescolar  en  un  juego sexual, al que esta se resistió. Miguel no quiere hablar de ello, pero manifiesta preocupación por lo que dice es su dificultad para manejar sus impulsos.

Los  padres  lo  señalan  autoexigente,  perfeccionista,  brillante,  pero  consideran  que  de  poco esfuerzo,  entienden  que  su  rendimiento  no  está  acorde  a  su  capacidad.  Lo  describen  muy introvertido, malgenio, y señalan que tiende a aislarse, oposicionista y enrabiadamente.

El hermano mayor ha tenido históricamente problemas de salud; los padres, para cuidar que esto no  afectase  su  autoestima,  han  sumado  desde  pequeño  a  Miguel  en  todas  las  actividades terapéuticas a las que el mayor ha asistido, aún cuando  Miguel no  las necesitase. Frente  a ello, Miguel experimenta sentimientos ambivalentes: quiere proteger al hermano y siente mucha rabia.

El hermano que le sigue manifiesta un comportamiento disruptivo en la casa, y también demanda bastante  atención  sin  que  los  padres  logren  manejarlo  adecuadamente.  Miguel  se  siente  muy irritado con él.

Aunque  se  siente  movido  a  ayudar en  casa y  cuidar de  sus  padres y  hermanos,  al momento  de consultar  Miguel  casi  no  reconoce  en  ellos  nada  positivo.  Sus  comentarios  trasmiten  una  visión aguda, crítica, descarnada y desencantada de la dinámica familiar. Se siente sobre exigido y a la vez carente. No reconocido, usado por sus padres y nada considerado por el resto de la familia, a quienes acusa de solo querer a interesarse por los otros dos. Experimenta una profunda envidia y un hondo sentimiento de haber sido dejado solo, a merced de sus propios recursos, por los que además se le exige responder exitosamente, sin considerar que esto pudiera costarle.

Evaluado con Rorschach, entre otros elementos este observa una actitud desconfiada y vigilante al enfrentar situaciones afectivas. El contacto con otros es paranoide, con sentimientos de resultar herido  o  dañado  en  las  interacciones,  y  en  su  representación  de  lo  humano  predominan  los aspectos  parciales  e  irreales,  por  lo  que  le  cuesta  establecer  vínculos  y  realizar  interacciones humanas complementarias.

En  el  plano  del  desarrollo  de  la  identidad, Miguel  lucha  por  tener  una  identidad  clara  y  por  ser reconocido.  Sin  embargo,  tiene  dificultad  para  mostrarse  genuinamente;  su  autoconcepto  –  en parte como se espera a su edad- incluye elementos diversos aún no ordenados; se siente distinto a quienes   lo   rodean   y   experimenta   mucha   necesidad   de   defenderse   del   medio   externo.   Su representación sexual es normal; se acentúa la necesidad de contacto.

Las representación materna es infantil y volcada en sí misma, muy poco contenedora; la paterna tiene  atributos agresivos, algo  primitivos, asociados con el poder;  si bien es representado  como una  persona  narcisista,  distante  y  dañino,  y  provoca  mucha  rabia,  Miguel  lo  admira  en  algunos aspectos y percibe cierta similitud con él, especialmente respecto al manejo de impulsos. Dada la ambivalencia  de  sus  sentimientos  hacia  él,  la  tarea  de  construir  identidad  se  le  hace  muy conflictiva.

Análisis del caso

Miguel llega a consultar cuando su maduración gonadal ejerce una fuerte presión sexual que el no logra  manejar.  La  presión  transformadora  del  arquetipo  de  Alteridad  lo  empuja  –aunque  él  no quisiera- hacia la diferenciación tanto de su familia como de su identidad infantil. Sin embargo se encuentra  con  las  resistencias  provocadas  por  los  condicionamientos  en  las  identificaciones primarias  y  parentales,  además  de  con  dinámicas  familiares  actuales  disfuncionales,  que  hacen difícil los trabajos de diferenciación. Los procesos ontológicos del devenir adolescente, las tareas arquetípicas  vinculadas  con  él,  se  encuentran  con  las  dimensiones  ónticas  de  los  particulares vicisitudes de la vida de Miguel.

En su historia, cabe particularmente la descripción que Schwartz-Salant hace de la falta de reflejo empático en su infancia. Los padres, ambos con una identidad frágil, sensibilizada en sus propias necesidades de validación y reconocimiento, (amenazadas estas además por la fragilidad de salud del mayor, vivida como herida narcisista), no lograron ‘ver’ a Miguel en su particularidad.

Por una parte, lo supeditaron constantemente a las necesidades consideradas preeminentes del mayor, de modo que se vulneraron las necesidades de Miguel, forzándolo a recibir cosas que no necesitaba,  porque  su  identidad  quedaba  -para  ellos-  difuminada  y  confundida  con  la  de  su hermano. El intento de involucrar a la prima en su juego sexual, puede ser entendido desde ahí como actuado desde la indiferenciación Ego-Otro, por la cual es permitido forzar al otro a recibir cosas, aunque no las quiera.

Por  otra  parte,  pudieron  ver  algunas  de  sus  capacidades  (intelectuales,  especialmente)  y  las sobredimensionaron,   exigiendo   un   rendimiento   que   no   dejaba   espacio   a   dificultades   o limitaciones.  Al  momento  de  la  consulta,  no  se  plantean  siquiera  la  posibilidad  de  que  Miguel tenga  los  amigos  que  necesita  (es  un  chico  de  predominio  introversivo),  sino  que  le  exigen comportarse como si fuese el extravertido exitoso que ellos quisieran.

En suma, Miguel debía nutrir narcisistamente a sus padres con sus logros intelectuales y sociales, y sostener la identidad y  autoestima de  su hermano, borrándose  a sí mismo  y a sus necesidades. Miguel no vale por él mismo, sino en tanto construye a los otros.

Si,  de  este  modo,  su  identidad  no  ha  podido  irse  clarificando  en  su  infancia,  sumido  en  una indiferenciación  con  las  necesidades  de  su  hermano  y  sus  padres,  ¿cómo  podría  enfrentar exitosamente  las  presiones  que  la  dinámica  adolescente  le  imponen  para  diferenciarse  de  sus padres y de su propia identidad infantil, tan pobremente construida? Al momento de recibirlo en consulta, me parece que para intentar hacerlo, Miguel ha ido haciendo un uso no creativo de las defensas narcisistas, y está configurando un trastorno del desarrollo de su personalidad, de tipo narcisista.

Vemos así que su desarrollo se ha ido fijando defensivamente en varios aspectos.

La  función  estructurante  de  la  confianza,  confianza  en  sí  mismo  y  en  otros,  ha  sido  vulnerada repetidamente, lo suficiente como para que sombríamente se constele una actitud defensiva, cada vez  más  crítica,  distante  y  paranoide,  que  –sumada  a  su  predominio  introversivo-  impiden  que Miguel  se  acerque  a  las  relaciones  interpersonales  con  la  suficiente  apertura  como  para  ser sanado en el establecimiento de nuevos vínculos.

La función estructurante de la envidia, ha sido también vivida defensivamente, de modo que lo que  pudo  ser  circunstancial,  se  presenta  hoy  como  una  sombra en  proceso  de  cronificarse, con una  defensa  cristalizada.  Miguel,  envuelto  en  un  medio  fuertemente  patriarcal  y  moralista,  no puede sentir envidia, menos del afecto brindado a su hermano enfermo. Entonces la envidia no puede ser reconocida, y es expulsada a la expresión conductual sombría, al menos parcialmente inconsciente.

Es  como  si  la  polaridad  salud/enfermedad  fuese  vivida  tan  patriarcal  y  polarizadamente  en  el contexto de Miguel, que la dimensión de la enfermedad hubiese estado totalmente ocupada por el hermano, quedándole a Miguel como única posibilidad, ser el totalmente sano: evidentemente ello deja fuera de sí una gran cantidad de aspectos de su personalidad total que no son integrados, sino expulsados de la conciencia personal y del Self familiar y vividos sombríamente.

Así, Miguel no puede tampoco encontrar caminos que le permitan ser cómodamente él mismo, es decir  incluyendo  sus  aspectos  ‘no  positivos’  normales;  tiene  que  ser  como  esperan  que  sea,  de modo  que  la  fuerza  creativa  que  podría  movilizar  la  envidia,  es  paralizada  y  sus  símbolos confinados al inconciente y a la sombra. Esta pasa a dominar los dominios de su intencionalidad, y a expresarse en el malgenio, los ensimismamientos enrabiados, oposicionistas y la crítica ácida a su  medio  familiar.  El  odio  encubierto  en  esa  crítica,  usado  creativamente,  podría  ayudarlo  a aumentar su comprensión de sí mismo y de los demás, pero elaborado en un dinamismo patriarcal que lo estigmatiza y rechaza, es vivido defensivamente, distorsionado.

Por  otra  parte,  ya  que  no  se  lo  ha  mirado  a  él,  ni  nutrido  sus  sanas  necesidades  infantiles  de exhibirse ante el otro y ser reconocido, estas se hallan fijadas y actúan de modo inadecuado. Visto solo en sus éxitos, tiende a defensivamente a negar sus necesidades o, por la confianza herida, a no acercarse a otros para satisfacerlas.

La grandiosidad y el ego inflado hacen que las funciones estructurantes de la agresión y la rabia también operan defensivamente: en cuanto no son aceptadas por el medio, pasan a actuar desde la sombra, distorsionadamente. El afecto depresivo, producto de la rabia ante las exigencias y la frustración  constante  de  sus  esfuerzos  por  mostrarse  y  ser  reconocido,  empieza  a  permear  su ánimo.

Desde una óptica analítico simbólica, podemos ver como las defensas narcisistas que Miguel usa, están buscando mantener algún equilibrio en su personalidad en proceso de formación, tratando de defenderlo contra intensos sentimientos de inferioridad, impotencia y vacío que resultan de la falta de adecuado reflejo parental.

El trabajo terapéutico aparece arduo, no solo por las estructuras defensivas actuantes en Miguel, sino   principalmente   por   el   conjunto   de   dinámicas   disfuncionales   y   estructuras   defensivas cristalizadas  tanto  en  los  padres  como  en  el  Self  Familiar,  que  han  formado  una  abundante  y poderosa Sombra.

Conclusiones

Hemos  tratado  de  revisar  en  conjunto  las  nociones  de  adolescencia,  desarrollo  de  identidad,  y trastorno  narcisista,  en  el  contexto  de  la  visión  analítica  y  la  Psicología  Simbólica,  desde  el postulado  base  de  que  “todo  ser  humano  es  normal,  creativo  y  enfermo  de  muchas  diferentes maneras  “  (Byington)  y  de  la  concepción  del  trastorno  narcisista  como  un  problema  en  el desarrollo  ego-self  ,  cuyas  elevadas  defensas  constituyen  la  respuesta  a  una  autoimagen  y  un sentimiento de identidad muy pobre, históricamente vulnerado y un intento de la psique –aunque desajustado- por expresarse.

Todo adolescente en algún momento se mira a sí mismo como Narciso en el estanque. Esta acción se  entiende  en  el  contexto  del  proceso  de  identidad,  por  el  cual  el  joven  intenta  mirar  su  Self, saber quien es él en sus profundidades, contactar con lo esencial de sí que, en la numinosidad del Self, a él le resulta tan poderosamente atrayente y “que prospectivamente –a través del potencial arquetípico con el cual nacemos- matizará nuestro destino” (Montellano, 1996, p.89). Ahora bien, justamente  cuando  ocurre  un  “querer  (compulsiva  y  repetitivamente)  tocar  la  imagen  del  Self como si fuese real y concreta”, es decir cuando el joven intenta literalizar lo simbólico, es que el proceso de patologiza. (Montellano, 1996, p.90)

En  el  desarrollo  adolescente  alterado  desde  la  defensa  narcisista  históricamente  construida  y sostenida por la falta de reflejo parental empático apropiado, lo normal resulta  distorsionado, y los símbolos se literalizan.

La   normal   autoconfianza   y   fe   en   sí   mismos   se   expresa   en   los   polos   grandiosidad   e inflación/autodevaluación  y  autorrechazo,  y  en  la  acción  concreta  pueden  dar  cabida  a  graves accidentes,  o  ‘incomprensibles’  fracasos,  que  alimentan  una  autoestima  oscilante  y  sufrida.  El normal  egocentrismo  evolutivo  se  expresa  en  desconsideración  por  el  otro  y  a  la  vez  enorme dependencia  de  su  mirada  y  reconocimiento.  Esto  acentúa  la  conciencia  de  los  propios  límites, pero en vez de resultar en una fuerza creativa, es vivido como humillación y envidia, de modo que se llena de rabia, resentimiento y deseos de venganza o de control sobre el otro, El oposicionismo necesario para alejarse de las identificaciones infantiles se actúa, pero no logra cumplir su función, porque fijados en una dimensión Ego Otro poco diferenciada, los símbolos no llegan a pasar a la elaboración conciente.

En  el  desarrollo  normal,  en  cambio,  hay  tiempos  en  que  el  Ego  ha  de  ponerse  en  una  posición narcisista  y  hacer  frente  u  oposición  al  Otro.  Hay  tiempos  en  que  el  mismo  Ego  debe  abajarse, ceder su lugar y poner al Otro primero. El ejercicio de la alternancia es el ejercicio al que llama el Arquetipo de la alteridad, constelado en esta etapa de la vida, para la propiciar la diferenciación del Ego y el encuentro pleno entre el Ego y el Otro.

Los  adolescentes  transitan  estos  procesos,  con  mayor  o  menor  éxito,  mediado,  favorecido  o dificultado   esto   por   sus  propias  características   ónticas,   es   decir,   su  particular  desarrollo   y características  individuales,  su  historia,  los  modelos  parentales  y  las  dinámicas  familiares  y culturales en que ha crecido.

Bibliografía.

BYINGTON, C. (1987) “Arquetipo e Patología: Introducâo à Sicopatología Simbólica” Junguiana 5: 79-126. Traducción al español

BYINGTON,  C.  (2002)  “O  arquetipo  da  vida  e  da  morte-  un  estudio  da  Psicología  Simbólica Junguiana” Sao Paulo, edición particular. Traducción al español. BYINGTON, C. (2005) “Envidia creativa”, Linear B, Sao Paulo

LAMONTE,  C  y  otros  (2003)  “Psicopatología  infantil  y  de  la  Adolescencia”  Eds.  Mediterráneo, Santiago de Chile

MONTELLANO, R. (1996) “Narcisismo: Consideracoes atuais” Junguiana, 14: 89-91

SAIZ,  M.  y  otros  (2006)  “Psicopatología  Psicodinámica  Simbólico-Arquetípica”  U.  Católica  del Uruguay. Prensa Médica Latinoamericana, Montevideo

SCWARTZ – SALANT, N (1988) “Narcisismo y transformaciones del Carácter” Ed Cultrix, Sao Paulo

STEVENS, A (1994) Cap 6 “Transición a la adolescencia” en “Jung o la búsqueda de la identidad”. Ed Debate SA Madrid

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