Este artículo fue publicado por Zoe Williams, columnista del Diario Guardian el 4 de septiembre de 2023.
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Traducido por Juan Carlos Alonso G.
Mi padre era criminólogo, pero se autodenominaba psicólogo conductista. Solo supe dos cosas sobre el conductismo. Una era un chiste: dos conductistas tienen sexo, y uno se gira hacia el otro y le dice: «Eso fue genial para tí; ¿y cómo fue para mí?». Hay un chiste más gracioso sobre un tipo que tiene miedo a los monstruos debajo de la cama y, después de pasar por todas las terapias del mundo, termina con un conductista que le dice que corte las patas de su cama.
¿Te haces una idea? Las motivaciones más profundas de los humanos se ven claramente en su comportamiento. Hagas lo que hagas, hazlo literal y basado en soluciones, y no uses metáforas. Probablemente haya algo más, pero no importa. Ninguno de nosotros tiene que ejercer como conductista en los próximos 20 minutos, y si lo hacemos, alguien nos formará.
Lo segundo que supe fue que Carl Jung era el enemigo. Nunca había oído el nombre de Jung sin una palabrota. Freud tenía vía libre. Podía usar metáforas siempre y cuando se entendiera que no era científico, sino más bien poeta. Jung volvía locos a los conductistas.
La verdad es que durante todo el tiempo que conocí a mi padre, era de mente abierta, curioso y experimental con casi todo, excepto con el maldito Jung. Era una mezcla de desprecio y miedo, como el hijo de un adicto al láudano que te jura que no tomes opioides. Los límites eran inmensos. «Soñé con un túnel…». «Guárdalo para el maldito Jung». «¿Alguna vez has pensado que las peculiaridades de X podrían tener que ver con las experiencias de su padre en la Primera Guerra Mundial?». «¡Qué va! El maldito Jung podría pensar eso».
Todo eso estaba bien. Puede que no te sorprenda saber que una vida sin Jung es bastante llevadera. Pero entonces un amigo me recomendó un podcast, This Jungian Life, y tras mi rechazo instantáneo —ansiedad y tabú activados a la vez, como si alguien me hubiera invitado a participar en un atraco o a tomar ácido en Kew Gardens— pensé: «Un momento, el viejo lleva muerto siglos (mi padre, no Jung, aunque sí, él también)». No le importaría que escuchara un podcast. Si hubiera vivido lo suficiente para saber qué es un podcast, ¿lo habría encontrado él mismo? No, habría elegido el de crímenes reales. Sin embargo…
En This Jungian Life no están psicoanalizando a la gente; son solo tres junguianos charlando, explicando la diferencia entre eros, sexo y amor, o hablando de amistad. Sinceramente, no es más polémico que dos colegas centristas hablando de lo que habrían hecho de forma diferente en el acuerdo de Viernes Santo, a menos que por «polémico» te refieras a «interesante», en cuyo caso, sí, es mucho más polémico.
Al final de cada episodio, analizan el sueño de una oyente. En uno, una mujer se encuentra en el baño de sus padres. En el espejo, ve su propia sombra demente abalanzándose sobre ella. Así que está en el complejo parental, y tú solo estás solo en el baño. ¿Es esto pura vulnerabilidad, el punto de encuentro con tus padres sin que nadie más pueda ayudarte? ¿Tiene la embestida algún otro significado, además de correr rápido y agresivamente? ¡Pues sí, sí que lo tiene!
Es fascinante, salvo que oigo a mi padre revolviéndose en su tumba. Oigo su respiración impaciente. Veo su cara escéptica, mostrando los dientes, pero no agresivamente, más bien como la de un caballo estreñido y sorprendido. Todos hacemos esto; es tan poco atractivo. Estoy atrapada en mi propio complejo parental, salvo que estoy despierta. Es un desastre. ¿Cómo puedo lidiar con lo mucho que mi difunto padre odiaba a Jung? ¿Podría un junguiano ayudar?






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