La vergüenza y los orígenes de la autoestima (Prólogo) – Mario Jacobi

Mario Jacoby (Leipzig, Alemania, 1925 – 1 de octubre de 2011), analista junguiano, profesor y exmiembro del Curatorium de C.G.  Instituto Jung en Zurich.  Autor de numerosos artículos y libros sobre psicología analítica, tales como El encuentro analítico, obra traducida al español. El siguiente documento es el «Prólogo» de su libro Shame and the Origins of Self-Esteem. London and New York: Routledge, 1991, el cual se puede adquirir en Amazon.

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Traducción del inglés por Juan Carlos Alonso G.

PRÓLOGO 

No fue otro que Georges Simenon, creador del magistral detective Maigret, quien me trajo a la mente por qué me interesa compartir con otros mis luchas con el tema de la «sombra» de la vergüenza.  Me di cuenta cuando leí lo siguiente: 

Todos tienen un lado oscuro del cual están más o menos avergonzados.  Pero cuando veo a alguien que se parece a mí, que comparte los mismos síntomas, la misma vergüenza y las mismas batallas internas, me digo a mí mismo, así que no estoy solo en esto, no soy un monstruo.  

Simenon, un maestro de la psicología y autor consumado del suspenso, me ayudó a ver que un libro sobre la vergüenza podría incluso ser un tipo de «psicoterapia», no solo para el autor, como suele ser el caso, sino quizás también para sus lectores.  Ahora, soy escéptico con respecto a los libros que se venden a los lectores con la atractiva promesa de hacerlos más felices, más saludables o más sabios.  Tales logros requieren una verdadera psicoterapia, que presupone un encuentro entre dos personas en carne y hueso. Aun así, mientras leía las líneas de Simenon me encontré pensando que tal vez las personas plagadas de vergüenza podrían encontrar cierta liberación al escuchar sobre otros que sufren tormentos similares o se consuelan al saber que no están solos.  Ciertamente, el deseo de ocultar la propia vergüenza (y aquello de lo que uno se avergüenza) es una característica humana universal.  La vergüenza nos hace querer hundirnos en el suelo, meternos en un agujero y morir.  Y luego estamos realmente solos.  

Hace tiempo que me pregunto por qué se ha escrito tan poco sobre el tema de la vergüenza desde la perspectiva de la psicología profunda.  Hultberg expresó la misma perplejidad en 1988 en un ensayo titulado «Vergüenza: una emoción oculta».  Pero investigando más, descubrí que varias publicaciones relevantes han aparecido en inglés, especialmente en los Estados Unidos.  Esto me parece de gran interés y digno de mención en mi bibliografía (Kaufman 1989, Lynd 1961, Tomkins 1987, Lewis 1971, 1987a, 1987b, Miller 1985, Nathanson 1987, Izard 1977, Sidoli 1988, Wharton 1990 y otros).  Una monografía psicoanalítica de Leon Wurmser titulada The Mask of Shame [La máscara de la vergüenza] (1981) merece una mención especial. Contiene una gran cantidad de ideas profundas y sutiles sobre la dinámica inconsciente de la vergüenza y lo recomiendo muy especialmente a cualquiera que conozca el pensamiento y la terminología psicoanalítica.  

Aún así, que yo sepa, no existe actualmente ningún libro como el que estoy presentando. Al escribirlo, deliberadamente me permití ser guiado por preocupaciones subjetivas propias de mi «ecuación personal». Porque es solo presentando lo que tiene sentido para mí, que puedo hablar con otros de manera convincente y creíble. En el transcurso de muchos años como psicoterapeuta y analista junguiano, me ha quedado claro que la vergüenza ocupa un lugar central en nuestra experiencia emocional. Por lo tanto, a menudo he reflexionado sobre el estado de vergüenza en la red de nuestra existencia psicosocial en su conjunto. He observado varios  matices emocionales de vergüenza en mí, en mis amigos y en mis pacientes. Los sufrí yo mismo, o los sufrí de manera indirecta y empática con otros, antes de intentar analizarlos y adaptarlos a un marco psicológico. Naturalmente, también he leído y he sido inspirado por los trabajos de varios especialistas. En el presente libro, sin embargo, tengo la intención de mencionar solo aquellos puntos de vista que han sido más significativos para mí, personal y profesionalmente. 

La vergüenza tiene muchas variaciones, una familia completa de afectos. Incluye no solo sentimientos de inferioridad y humillación, sino también timidez, inhibición, pena, etcétera. No siempre es obvio para la persona afectada que sus diferentes sentimientos son variaciones de una única emoción de vergüenza.  Además de experiencias agudas de vergüenza que la persona afectada identifica como tales, hay experiencias vergonzosas que terminan en sentimientos de ansiedad.  Yo llamo a este fenómeno «vergüenza-ansiedad», y con esto quiero decir el miedo a ser avergonzado, por culpa nuestra, por descuido nuestro, por circunstancias adversas o «reaccionar demasiado fuerte» con los demás.  Creo que estas son las variantes de vergüenza que uno encuentra con mayor frecuencia, tanto en la vida cotidiana como en la práctica de la psicoterapia.  Por eso le he dado a la vergüenza-ansiedad un lugar tan central en mis reflexiones.  

La vergüenza está intrincadamente ligada al contexto social de cada uno. Gira en torno a la cuestión de qué respeto gozo ante los ojos de los demás y qué efecto tiene en ellos mi valor como persona. Cuanto más dudo de mi propia valía, más importantes se vuelven las opiniones de los demás y más sensible estaré ante el menor indicio de rechazo. Por lo tanto, he llegado a creer que la falta de confianza y autoestima es la causa principal de la susceptibilidad a la vergüenza. Cualquier psicoterapia que trabaje esta susceptibilidad debe comenzar tratando con sentimientos deficientes de autoestima.

Al llegar a esta idea, descubrí que debo sumergirme una vez más en la compleja cuestión de la autoestima y sus orígenes. Aquí mi interés se dirigió principalmente al campo de la moderna investigación infantil, que demuestra explícitamente que existe un fuerte vínculo entre nuestros sentimientos de autoestima y el sentido de valía que recibimos de nuestro entorno infantil. Las diversas formas de interacción madre-hijo, tan vívidamente descritas en la literatura sobre investigación infantil, me recordaron en cada momento la forma en que mis analizados y yo nos relacionamos. A partir de ahí, llegué a la conclusión de que hay mucho que aprender de los investigadores infantiles sobre cómo entablar un diálogo terapéutico con personas que sufren trastornos de autoestima. Quisiera agradecer sinceramente a la Sra. Lotte Koehler, M.D., de Munich, por llamarme la atención sobre estas investigaciones, especialmente sobre el trabajo de Daniel Stern.  

Unas palabras sobre mi forma de presentación: como analista junguiano, comparto con Jung la opinión de que una ciencia de la psique nunca puede abarcar suficientemente la riqueza caleidoscópica y la complejidad del alma viviente. Ninguna declaración psicológica puede hacer justicia a tal complejidad. Naturalmente, he hecho todo lo posible para ser lo más claro y concreto posible. Pero, en aras de la verdad psicológica, con demasiada frecuencia me he visto obligado a recurrir a expresiones calificativas como «podría», «posiblemente», «quizás», «a menudo» y «me parece». Porque muchas de las configuraciones psíquicas en discusión «podrían», «bajo otras circunstancias» y en «ciertas situaciones» ser bastante diferentes, o interpretadas de manera distinta. Además, en aras de la legibilidad, he tomado la decisión un poco pasada de moda de no informar en cada oportunidad que estoy pensando y deseo dirigirme a miembros de ambos sexos. Para mí, este es un supuesto tan básico que no creo que sea necesario imponerlo a la vista del lector en todo momento. Por lo tanto, espero no ser acusado de prejuicios patriarcales por recurrir al pronombre «él» cuando me refiero a individuos de forma genérica.

Aún me queda expresar mi gratitud: a David Stonestreet, editor de Routledge por alentar la versión en inglés de este libro; a Douglas Whitcher por sus esfuerzos sinceros y cooperativos en la traducción del texto, y a Susan C. Roberts, quien, con sus habilidades editoriales sensibles, lo puso en un estilo de escritura en inglés claro y fluido. Además, quiero dirigir mi sincero agradecimiento a mis analizados. Sin la oportunidad de aprender de ellos en una relación recíproca, no habría podido escribir un libro como este. Estoy especialmente agradecido con aquellos que me dieron permiso para describir relatos de sus sesiones de terapia, omitiendo todos los datos innecesarios para proteger su anonimato. Gracias también a mi esposa, Doris Jacoby-Guyot, por su inestimable ayuda. De acuerdo con el espíritu del libro, superaré mi falsa vergüenza para exponer mi gratitud íntima a ella ante el público.  

Así que teniendo en cuenta la declaración de Simenon, espero que por todos estos medios haya transmitido cierta comprensión de cómo se siente la vergüenza y la vergüenza-ansiedad, aquello con lo que están vinculados y cómo es posible trabajar con ellos en terapia.

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