Capítulo 9. Sexualidad y reproducción – Guggenbühl-Craig

Adolf Guggenbühl-Craig

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Analista junguiano suizo, nació en Zurich (Suiza) en 1923 y falleció en 2008 en la misma ciudad. Estudió Teología en la Universidad de Zurich, luego Filosofía e Historia en la Universidad de Basilea y después Medicina en la Universidad de Zurich. Luego de graduarse en Psiquiatría y Psicoterapia, inició la práctica privada en Zurich. Conoció directamente a Jung y fue muy influido por la psicología de Jung. Autor de Poder y destructividad en Psicoterapia. El siguiente texto es la traducción hecha por la psicóloga clínica venezolana María Luisa Fuentes, del Capítulo 9 de su obra Marriage: Dead or Alive (1986). Putnam: Spring Publication. Esta no es una traducción oficial sino una versión personal y se hace con fines pedagógicos para ADEPAC y otros centros de estudios junguianos.

Traducido del inglés por María Luisa Fuentes

CAPITULO NUEVE

Ahora que  hemos entrado en el tema del matrimonio y hemos echado una  mirada a las relaciones entre lo masculino y lo femenino per se, nos aproximaremos al tema de la sexualidad.  En  el matrimonio y en general en la relación entre el hombre y la mujer, la sexualidad juega un rol decisivo.  La palabra “sexualidad”  tiene un uso tan excesivo  en estos días  hasta  el punto del aburrimiento.  Se habla con tanta frecuencia  que se  comienza a creer  se sabe de qué se  está hablando. ¿Qué tipo de fenómeno psicológico estamos describiendo con la palabra sexualidad o sexo?

Los Griegos del período clásico se expresaban más poéticamente y con más precisión que nosotros. Ellos hablaban de Afrodita, nacida de la espuma del mar, formada a partir de los genitales cortados de Urano, el Dios del cielo, hijo del Caos. Ella era encantadora y seductora.  Paris dio la manzana de oro no a Atenea  tampoco a Hera sino a Afrodita. Ella era la esposa del  lisiado herrero, Hefestos,  pero ella estaba enamorada del Dios de la guerra Ares, quien diseminaba el miedo entre la humanidad.

Otra figura mitológica Griega es Príapo,  un Dios de la fertilidad. Él era representado como un hombre feo con genitales gigantescos quien atrevidamente se pavoneaba por todo el mundo.

El mejor conocido es Eros. De acuerdo a la Teogonía de Hesíodo, este Dios ha existido desde el comienzo de los tiempos. Él nació del Caos y estaba presente  en el nacimiento de Afrodita. Al principio estuvo asociado con el homoerotismo.  En períodos tardíos (ej., en  el tiempo de Ovidio) fue descrito como un muchacho frívolo. Él viajaba a través del mundo con arco y flechas, algunas de sus flechas tenían punta de oro.  Si otros Dioses u hombres eran  heridos por estas, ellos caían en la locura del amor.  Otras de estas flechas tenían puntas de plomo y cualquiera que fuera herido por ellas era insensible al amor.  Más tarde en la historia,  se hablaba de  unas figuras compañeras de Eros llamadas Erotes.  Estos eran pequeños seres  alados  quienes se parecían sospechosamente   a las criaturas que escaparon de la caja de Pandora.

Quizás  sea  psicológicamente más correcto y realista  hablar de  diferentes Dioses  y Diosas,  todos los cuales están rodeados de historias  que hablan de una entidad única llamada sexualidad.   Esta  es una palabra limitada y primitiva que no puede hacer  justicia a este multifacético fenómeno.

No solamente los Griegos sino también otros pueblos han representado la sexualidad con imágenes mitológicas. He aquí un ejemplo de una cultura completamente diferente,  la tribu de los Nativos Americanos Winnebago de Norte América. En conexión con Watjunkaga, la figura de un tramposo en su mitología,  la sexualidad es descrita como algo completamente independiente de su portador. Watjunkaga es un inmortal que hace travesuras y  se hacen bromas acerca de él.  Carga su gigantesco miembro masculino  en un cofre, como si tuviera poco que ver con él personalmente. Este miembro nada independientemente a través del agua  hacia  muchachas que se están bañando.  La imagen de esta sexualidad independiente y desprendida es psicológicamente llamativa.  Por supuesto esta  encaja con la imagen del hombre que prevalece en la cultura de los Winnebago—una imagen que exhibe significativamente  características menos unificadas que las nuestras. El hombre es entendido como  compuesto por varias almas parciales.  Aún nosotros  los  Occidentales contemporáneos con frecuencia nos  expresamos  de manera similar coloquialmente: nosotros decimos, por ejemplo “me duele el corazón” cuando en realidad queremos decir  que nos sentimos heridos,  no  nuestros corazones.

Los etnólogos describen   los pueblos arcaicos  que no ven la conexión entre sexualidad y reproducción.  Ellos experimentan estas dos clases de fenómenos como completamente separados.  Hoy prácticamente todos los niños saben que la sexualidad está ligada a la concepción de la próxima generación.  Pero  ¿estaban quizás  estos pueblos arcaicos más acertados  desde el punto de vista psicológico? ¿Cuál es la conexión real entre sexualidad y reproducción?

Es llamativo como en el curso de la historia  teológica del Judaísmo y el Cristianismo sexualidad y reproducción  llegaron a estar  forzosamente unidas una a la otra. Hasta tiempos recientes la sexualidad pudo  ser consentida solamente  en  conexión con la reproducción. San Pablo, por ejemplo, la rechazaba como tal, reconociéndola sólo con ciertas reservas si era santificada a través del matrimonio.  Él consideraba que era mejor estar casado y vivir la sexualidad dentro del matrimonio, a  quemarse en la lujuria,  sin estar casado y pecar sexualmente.  San Agustín  especificaba que la sexualidad podía ser reconocida como legítima  dentro del matrimonio porque servía al propósito de la reproducción.  Él fundamentalmente rechazaba el placer sexual. Santo Tomás, también,  y otros padres de la Iglesia sostuvieron el punto de vista  que el placer sexual es pecaminoso en todos los casos pero podía se excusado cuando tenía lugar al servicio de la reproducción  dentro del matrimonio.  Alberto Magnus y Duns  Scoto defendieron la posición de que el placer sexual no necesitaba perdonarse cuando ocurría dentro del contexto del matrimonio y servía al propósito de la reproducción.

La justificación de la sexualidad en virtud  de su propósito reproductivo ha aparecido en tiempos modernos bajo versiones secularizadas.  Muchos doctores médicos y psiquiatras del siglo XIX intentaron comprender la sexualidad biológicamente desde el punto de vista de la reproducción. Por esta razón la masturbación, las fantasías sexuales y similares fueron vistas con algo malsano y perturbador del sistema nervioso. Hasta recientemente era común decirle a los niños que la masturbación podía llevar a una enfermedad  grave y paralizante.

Las conceptualizaciones de los psiquiatras del siglo XIX estaban moldeadas (aunque no conscientemente) por opiniones Cristianas. Kraepelin,  por ejemplo,  era de la opinión de que el origen de los desórdenes  sexuales  era casi siempre la masturbación. El miedo a la masturbación puede verse como algo peculiar hoy día, pero enteramente  comprensible dentro del contexto histórico.  El significado de la sexualidad era entendido como reproducción,  y por lo tanto la masturbación era mirada como patológica o inútil pues nunca podría llevar a la concepción. Kraepelin fue más allá, considerando que los desórdenes sexuales se originaban en las imágenes mentales y fantasías que acompañaban la masturbación. Las fantasías sexuales eran para él patológicas y esto también es comprensible dado  los antecedentes históricos. Kraepelin  creyó que  mientras más se apartara la sexualidad de la reproducción  se haría más patológica.

Oficialmente la psiquiatría del siglo XIX no era para nada Cristiana. Sin embargo es interesante  observar cómo las ideas teológicas medievales  aún moldeaban la comprensión de la psicopatología humana.  El ingenuo biologismo  del siglo XIX, el cual vio la sexualidad solamente en relación con la reproducción, obviamente no se había desarrollado  más allá  de la comprensión medieval de la vida sexual.  No obstante los investigadores de este período comenzaron a ocuparse intensamente del tema de la sexualidad.

Ciertamente no existe un tipo de práctica sexual que esté dirigida solamente hacia la reproducción. Esto  se encuentra entre ciertas mujeres histéricas.  El concepto de histeria ya no es común y se ha discutido mucho al respecto.  Mi opinión es  que todavía es útil clínica y psicológicamente. Una de las peculiaridades de las llamadas histéricas, lo cual es descrito por muchos autores, es la primacía de lo arcaico, maneras primitivas de relacionarse. Por ejemplo con frecuencia encontramos entre los histéricos,  sean hombres o mujeres, una suerte de  reflejo de huida.  Bajo ciertas condiciones estas personas salen corriendo  de las relaciones gritando en  pánico.  Una forma similar de reacción primitiva la cual toma de improviso  a las personas con características histéricas,  es la  completa y repentina parálisis en  situaciones  que les inspiran miedo.  ¿Es esto  un vestigio del reflejo de fingir la muerte?    Cuando el animal o la persona atacada ya no se agitan o muestra ningún movimiento, el atacante ya no continúa excitado y se aleja de la víctima.

Otra forma arcaica de reacción es la sensibilidad de las personas histéricas a todo tipo de comunicación no verbal. Los histéricos a menudo sienten lo que le pasa a otra persona antes que lo sienta la persona en sí. En los histéricos la habilidad para comunicarse directamente con  las almas de otros, sin el uso de la palabra o ninguna otra forma obvia de comunicación,   parece estar todavía  fuertemente desarrollada.

La sexualidad de las mujeres histéricas muestra algunas características interesantes  en relación a esto. Muchas mujeres con un carácter histérico son completamente frías sexualmente cuando vienen  al acto sexual y son incapaces de alcanzar el orgasmo.  Por otra parte, estas mujeres son con frecuencia coquetas y activas en el juego de la seducción.  Ellas están dotadas para la sexualización y atracción del  hombre.  Sin embargo en el momento de la unión sexual ellas sienten poco.

El tipo de sexualidad histérica puede ser entendida como sexualidad arcaica. Lo que es importante para la concepción del niño es que solamente el hombre esté excitado  para la actividad sexual. Una vez que las cosas han progresado a este punto, podría ser, que para propósitos de reproducción,   es sólo una pérdida de energía para la mujer, quien ha alcanzado el punto  de unión, entonces la experiencia no es nada especial. El orgasmo no es biológicamente necesario;  La fertilización puede tener lugar sin él.

También se encuentra sexualidad primitiva entre los hombres. Hay hombres indiferenciados para quienes lo más importante es solamente alcanzar la eyaculación, no importa cómo o donde. Cualquier tipo de juego antes o después no es interesante para ellos.  Una sexualidad tan arcaica,  la cual trabaja  ante todo al servicio de la reproducción,  se encuentra entre hombres y mujeres, quienes por una razón u otra,  fueron deprivados  culturalmente y  no se les permitió experimentar ningún tipo de estimulación física  durante la infancia.

Es notable que fuera precisamente esta sexualidad primitiva, animal, la que entendieron durante tanto tiempo  los teólogos Cristianos,  como la única  sin pecado, la que siempre fue santificada por el matrimonio  y al servicio de la reproducción.  El Cristianismo, sin embargo, es  sólo heredera de estas concepciones que fueron importantes en el  Viejo Testamento. La pérdida inútil del semen masculino  contaba  en el Viejo Testamento como un serio crimen contra Dios.

Cuan repulsiva y bárbara es esta enseñanza—que la sexualidad  debe ser justificada a través de la reproducción—se demuestra cuando uno se la toma  en serio. Esto significaría en la práctica, que sólo una cópula completamente insensible, biológicamente orientada podía ser considerada buena. Esto sería el equivalente a decir que comer no es pecaminoso sólo si uno devora la comida con las manos tan rápidamente como sea posible   sin ningún refinamiento,  simplemente para saciar el apetito.

Uno ciertamente tiene derecho a cuestionar  si la base de la sexualidad es  la reproducción. El escaso tiempo  y energía que la gente le da a la sexualidad no tiene nada que ver con engendrar niños. La vida sexual comienza muy temprano en la infancia y termina sólo en la tumba. Por vida sexual yo entiendo fantasías sexuales, masturbación, y juego sexual, así como también el acto sexual.  Sólo una pequeña porción de la vida sexual es expresada en hechos. Gran parte de ella consiste en fantasías y sueños. Que esto tiene poco que ver con la reproducción es obvio. Lo que muy pocas veces nos damos cuenta, sin embargo,  es que la mayor parte de los hechos sexuales tiene poco, si es que nada que ver con la reproducción.  Esto no es sólo porque tenemos mejores anticonceptivos. La mayor parte de las actividades sexuales siempre  han sido sin utilidad biológica. Aunque  la sexualidad siempre ha estado ligada a la reproducción esto por sí  sólo no lo hace inteligible.

La conexión de sexualidad y reproducción ha empobrecido la sexualidad. Conscientemente o no la sexualidad normal es todavía más o menos comprendida como una sexualidad que deriva sus normas de la meta de la reproducción.  Todavía hoy muchos psicólogos miran cualquier forma  de actividad sexual que no tenga una clara conexión con la fertilización como anormal.

La enseñanza de la Iglesia Católica –seguramente  unilateralmente entendida —ha hecho mucho daño respecto a esto. En el siglo XIX el pensamiento Católico estaba estrechamente ligado al biologismo. Esto dio como resultado en la visión Católica popular lo siguiente: a) la sexualidad debía ser experimentada solamente dentro del matrimonio, b) la sexualidad debía ser experimentada sólo con miras a la reproducción y c) el propósito del matrimonio estaba puesto sobre todo en la producción y crianza de niños. El finis primarius del matrimonio es la reproducción y la crianza de los niños, mientras que por otra parte San Agustín había dicho: “in nostrum quippe nuntilis plus valet sanctitas sacraments quam fecunditas uteri” (“el sacramento es más importante que la fecundidad de la madre”).

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