Simbolismo – Fernando Rísquez

Fernando Rísquez

Risquez

Fernando Rísquez es Doctor en Ciencias Médicas por la Universidad Central de Venezuela (1947) y Diplomado en Psiquiatría de la Upiversidad de McGill de Montreal, Canadá (1952). Profesor Titular de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela y de Crítica de los Sistemas Psicológicos de la Universidad Católica Andrés Bello, es, además asiduo colaborador en revistas científicas y autor de dos importantes títulos Psicología profunda y transformismo (1969) y Aproximación a la feminidad (1985). El siguiente capítulo fue tomado del libro Diálogos con médicos y pacientes, 2004, Monte Ávila Editores Latinoamericana, pp. 613-620.

Hay dos caminos para abordar el tema del simbolismo. Uno, tentador pero que nos desviaría del tema, el cultural. Otro, el clínico. Pero también podemos hacer una convergencia lingüística y acercarnos al simbolismo desde el punto de vista de la comunicación humana, lo cual quizás nos abra el camino hacia la visión clínica.

Clínica significa la obtención de diagnósticos orientadores a la terapéutica sin la ayuda de aparatos, mientras que cada vez que participan los aparatos estamos hablando del complemento de la clínica. Este complemento técnico es el aporte de la física y la química a la Medicina. Es a partir de Claude Bernard, en el siglo xix, cuando el aporte de la física y la química a la Medicina reduce la relación médico-paciente a un examen complementario previo y a una interpretación posterior a ese examen. El aporte de la Homeopatía, que es un aporte de imágenes a la clínica, ha mantenido con muy poco éxito la relación médico-paciente. Me refiero a que el homeópata que desconozca esto, cae con facilidad en la medicina complementaria o no científica. En esta afirmación hay una acusación de fondo y, desde el punto de vista filosófico, es la base del conflicto que mantienen los naturpositivistas con los heurísticos.

Los positivistas naturalistas representan en la Medicina un aporte desde dos vías: la natüre phylosophie alemana del siglo xviii, que dice que lo importante para el hombre es integrarse a la naturaleza y, desde el punto de vista religioso, cambiar el nombre de Dios por el de naturaleza, justamente lo que hizo exclamar a Schopenhauer en el siglo xix que Dios había muerto. Lo que trasluce en el fondo esta afirmación es la necesidad de investigar la naturaleza en el sentido en que lo exponía, en el siglo xvi, Francis Bacon, el creador de la experimentación per se.

Lo importante en la relación experimental es la relación sujeto-objeto. Experimentar consiste en colocar al objeto por encima del sujeto, y esto es lo que llamamos, hasta el día de hoy, ser objetivos. Lo que hacemos actualmente con la natüre phylosophie es sacralizar al objeto y asumir al sujeto como parte de la naturaleza, es decir, perder la subjetividad. Al perderla, perdemos también la condición propia del hombre que es la individualidad.

En el siglo xix el positivismo estableció que el intelecto era la evolución histórica de un conocimiento mágico convertido en conocimiento teológico y, por último, en conocimiento positivo. Este último se basaba en el dato, en un donné, en algo dado, ¿por quién? Por la naturaleza, obviamente. Fue lo que expresó Bacon antes, al decir que podíamos experimentar sobre las cosas que estaban en la naturaleza y que teníamos que releer en ella.

Bernard, en 1865, explica en su revolucionario libro Las bases de la medicina experimental que la Medicina se refiere a la naturaleza dañada y que la medicina experimental debe trabajar con datos objetivos. No se trata de un concepto mecanicista, ni moral, ni religioso. Se trata de creer en el análisis, de ser concretos. Analizar las partes del mecano es una labor objetiva, eterna, y la Medicina actual nos enseña que somos un mecano: cabeza, tronco y extremidades. Esta concepción se mantiene médicamente en el repertorio de Kent, el cual es mecanicista. Visto así, el cuerpo humano se convierte en un mecano, en un objeto, y es así como le podemos aplicar los fenómenos de la física y de la química. La interpretación analítica necesita entonces de la parcialización del objeto. Los exámenes complementarios, que son la representación de la física y la química, alcanzan en los siglos xix y XX un momentum extraordinario. Desde entonces, si a usted le duele la cabeza le hacen desde un eeg hasta un tac, y ésta es una manera naturpositivista de hacer las cosas, lo cual es bueno y operativo. Este pensamiento tiende a usar cada vez más la más preclara de las ciencias, según Comte: las matemáticas (según su escala le siguen en orden la cosmografía, la física, la química, la biología, la que se refiere al hombre, que debe ser la sociología, y una última derivada de ésta, que es la psicología).

La tendencia desde Descartes, quien dividió todo lo que existe en aquello que piensa y aquello que ocupa espacio, es la tendencia a matematízar. Matematizamos los objetos de la naturaleza por comparación y de la comparación derivan dos conceptos importantes: la temporalidad y la medida. Estos conceptos, en la Medicina actual, están cernidos, ayuntados, colocados metodológicamente dentro de la comparación del tiempo y de patrones, que es lo que se llama medida. Al establecer una historia médica actual lo que hacemos es describir los patrones alterados. Pero como los patrones biológicos, y menos aún los de una unidad bio-psicosocial llamada hombre, no son exactos, los sacamos por estadística o por comparación clínica. Por ejemplo, para un estudiante de medicina el valor de los hematíes debe ser de 5 millones de glóbulos rojos. De acuerdo a esto una persona que tenga 5 millones 200 mil glóbulos rojos se considera normal y si tiene menos de 3 millones 600 mil se considera anormal. Así se identifica el patrón, lo normal se considera como salud y lo anormal como enfermedad. Se trata de pequeños saltos metodológicos que para mí encierran algunas trampas. Cuando los heurísticos hablan de conocimiento están hablando de intelecto, de inteligencia, de toma de decisiones intelectuales, de una función de la inteligencia. Simón escribió sobre esto a partir de los años 50 y los alemanes lo están reviviendo. A la hora de tomar una decisión, que es el resultado de un juicio, es decir, una función netamente intelectual, la gente se divide en dos tipos: los que usan criterios heurísticos, por no hablar de magia, y los que proceden por repetición de fenómenos o estadística. Este último es el pensamiento oficial y casi todos los médicos piensan así; sin embargo, hay hechos que revelan que el pensamiento heurístico predomina en muchas ocasiones. Si a la consulta de un médico llegan la hermana de otro médico y la hermana de un abogado, ¿con cuál de las dos tendrá éste más problemas? Con la hermana del médico, por supuesto. Pero, ¿éste es un pensamiento estadísticamente verdadero? No, es un pensamiento por repetición. ¿Y eso lo hace verdadero? No. Antes, cuando existía mayor pugna a este respecto, se decía que algunos tenían un pensamiento concreto y otros un pensamiento mágico. Pero en el estudio del hombre la magia es tan concreta como el pensamiento metodológicamente perfecto.

Cuando hablamos de metodología -logos: tratado de una meta- estamos hablando del mejor camino -odos- para llegar a un objetivo. Y en una escuela de Medicina como ésta, tenemos que ir de la mano de Claude Bernard y hacer investigaciones metodológicas que se basen en la comparación en el tiempo.

Según la historia de la Medicina, desde 1900, todo lo que digo es racional, consciente. Y lo es porque puedo darme cuenta de que lo estoy diciendo. No obstante, también en 1900, Freud descubrió que el hombre tiene un pequeño consciente y una enorme parte inconsciente que es, además, dinámica porque las imágenes del inconsciente a veces perturban, a veces complementan y a veces cambian las imágenes de la conciencia. No es difícil, pues, imaginar lo que un descubrimiento como éste significó para el positivismo naturalista.

En el Instituto de Investigaciones Inmunológicas entra Fernando Rísquez y todos dicen «¿Qué viene a hacer aquí ese psiquiatra? Aquí no hay inconsciente dinámico», y resulta que Fernando Rísquez va allí a buscarlo, porque el inconsciente dinámico está en todas partes y es mayor que la conciencia. Existe un camino experimental y muy bernardiano, por cierto, que me confirma su existencia: los sueños.

Todo el mundo sueña y el que no sueña enloquece. Si usted despierta a una persona cada vez que tenga rem (Rapid Eye Movements) y no la deja soñar, al tercer día estará alucinando, es decir, haciendo de día lo que normalmente hacemos de noche, que es soñar. El sueño es una prueba de que existen imágenes que no pertenecen a la conciencia pero que influyen sobre ella. No olvidemos que el pensamiento hannemaniano le da una importancia grandísima al hecho de soñar. Yo no les sugiero a ustedes, homeópatas, que interpreten los sueños, sólo les digo que éstos sirven como imágenes que representan el medicamento.

La otra forma de expresión del inconsciente dinámico son las alucinaciones, y un poco más allá, el éxtasis de los santos. Quizás usted no crea en los santos, pero, ¿no cree acaso en la inspiración de los poetas?

Por último, el mecanismo más importante para demostrar la existencia del inconsciente dinámico es la fantasía. En medio de la más seria y concreta de las conversaciones, nuestro interlocutor se distrae por completo. ¿Qué estaba haciendo? Estaba fantaseando. Es la fantasía lo que le impide a un médico leerse todos los artículos de la Constitución Nacional, lo que le impide a un jurista leerse toda la materia médica.

Si hay algo que debe quedar claro de todo esto es que lo que aparece en los sueños, en las alucinaciones, en el éxtasis y en la fantasía, son las imágenes. Y el problema de las imágenes es que salen del inconsciente dinámico y éste no tiene tiempo, espacio ni persona. No está orientado, por lo tanto no cabe en la ayunta de la físico-química. Las imágenes pertenecen a otro mundo y por ello están vedadas al pensamiento cientificista, lo cual está bien para los cirujanos o internistas que le dejan ese asunto a los psiquiatras. Pues resulta que en la relación médico-paciente lo único que se intercambia son imágenes. ¿A cuenta de qué?, se preguntarán ustedes. A cuenta de que la relación médico-paciente es el resultado de una persona que sufre, que solicita ayuda y que se llama paciente, con otra que pretende dar esa ayuda. ¿Cómo se comunican esas dos personas? Por medio del habla, y, ¿en qué se basa el habla? En el lenguaje de cada quien, y el lenguaje de cada quien se basa en las imágenes. El lenguaje es un conjunto de imágenes.

Las imágenes importantes según Bernard eran las imágenes de afuera; y las de adentro, ¿cómo se llaman? Para buscar la respuesta podemos seguir a Aristóteles y decir que no hay nada que exista en el intelecto que no haya pasado antes por los sentidos, o seguimos a Platón y decimos que somos dueños de las ideas que están adentro y salen para afuera. Habrá pues dos clases de imaginación: la aristotélica, que recibe las imágenes desde afuera, y la imaginación activa que por natura previa influye en todo lo demás; una imaginación repetitiva, artesanal, y una imaginación creadora. La imaginación objetiva pertenece a la psicología clásica, la cual es positivista, mecanicista, muy científica y aristotélica, mientras que el otro enfoque propone que la imaginación viene de adentro para afuera y esa imaginación pertenece a una de las actividades del hombre. Las actividades del hombre son la religiosa, la científica y la artística.

Las imágenes pasivas que recrean el mundo pertenecen a la ciencia experimental. Las imágenes que producen efectos sobre lo objetivo, son las imágenes religiosas. Es con las imágenes que creamos el mundo. ¿O es que el mundo surgió realmente de una explosión? El Big Bang, con la ayuda del Hubble Telescope es lo máximo a lo que ha llegado la ciencia de hoy. Sin embargo, en los libros de los mahometanos, de los vedas, de los judíos o de los cristianos, el mundo se genera por una serie de imágenes presentes en ellos. Y los artistas, ¿en qué creen? Los artistas no miden, ni suman, ni restan para la solución de imágenes. Por eso a los que no inventan los llamamos artesanos. Existen los profetas, los inventores, y existen los acólitos o repetidores. Igualmente ocurre en la ciencia: están quienes producen los grandes movimientos científicos y los que los repiten, y es gracias a éstos que se crean las escuelas. Y con esto explico mi presencia en esta escuela para hablar de simbolismo. Porque la imagen en la clínica es distinta a la imagen de los exámenes complementarios. Esta última depende de los avances de la física y de la química, mientras que los avances en la clínica dependen del lenguaje.

La única forma de abordar el simbolismo es a través del lenguaje, porque las dos «eses» más importantes que existen en la clínica son los signos y los símbolos. Signo es algo que señala. El signo nos lleva a una vertiente objetiva, hacia afuera. ¿Una señal de qué? El símbolo viene de sema, lanzar juntos, como lo hacían los griegos y como lo hacen los mañosos de hoy día que cuando entregan un billete lo parten por la mitad. En realidad están entregando un símbolo, la mitad de algo que necesita de su otra mitad para tener sentido.

¿Cuál es entonces el ideal de la relación médico-paciente?; Yo, médico, te quiero ayudar en esta relación; si tu sufrimiento es individual y no social tengo que averiguar qué es lo que me estás diciendo, comprender lo que me estás diciendo, imaginar, crear imágenes. ¿Cuál es el peligro de esta relación? Que la imagen simplemente «signifique». El ideal de la relación médico-paciente es que la relación «simbolice».

Hay expresiones aparentemente concretas en la relación médico-paciente como por ejemplo «doctor, rengo una puntada aquí en el cerebro que me está matando. Parece que se va a salir». ¿Qué hacemos entonces con ese paciente? Lo mandamos para el Centro Médico, donde escribirán: cefalea cerebelosa, gravativa, pulsátil, de carácter expansivo. Le haremos un tac, etc., etc., hasta que averigüemos que al paciente le hizo daño la mazorca de maíz que se comió ayer. «Jaqueca alérgica a los almidones del maíz». ¿Y comprendimos con ese diagnóstico la jaqueca que tenía? Si comparamos física y químicamente o estudiamos estadísticamente y le damos una aspirina o un purgante, haremos Medicina científica. Y de igual forma hacemos la Homeopatía. Le damos el remedio que sale en el librito, pero no hemos resuelto nada. ¿Qué tal si se nos exigiera que supiéramos lo que el paciente está simbolizando con esa enfermedad? ¡No, doctor! ¿Cómo es posible? ¡Eso es un poema!… Pues así será, porque cuando los seres humanos decimos una cosa y nadie nos comprende la decimos otra vez. Cuando tenemos un sueño y no lo comprendemos, lo soñamos otra vez y cuando nos enfermamos y no comprenden qué nos sucede, nos enfermamos otra y otra y otra vez hasta morirnos o hasta que nos comprendan. Algo muy humano, ¿no creen ustedes?

Un símbolo es una expresión de la individualidad que quiere conectarse con algo de su estricta preferencia que siempre es sagrado. Si alguien me cuenta que se murió su perra y yo lloro, lo estoy acompañando con una expresión simbólica de mi compasión, yo también siento dolor por su perra. Con pasión. El otro se siente aliviado porque la pasión no es señera, la pasión socializa. Eso se llama simpathy, simpathon, simpatía. Pero si el otro llora y yo le digo ¿Estás llorando por una simple perra? ¡Cómprate otra! Eso es antipathos, antipatía, le estoy chocando su patía, su pasión. ¿Para qué sirven entonces los signos? Para asegurarnos de lo que estamos percibiendo. ¿Y los símbolos? Para comprender más allá de las preguntas médicas usuales: qué, dónde, cuándo, cómo, por qué, con qué y para qué, a mi juicio, la más importante de todas.

Si queremos adentrarnos en el camino de los signos debemos atender al dónde («aquí doctor, me duele aquí») y al con qué, que representa al signo. Pero cuando atiendo al cómo, y sobre todo al porqué, aparece el símbolo. Y es de eso de lo que he venido a hablar aquí. Lo simbólico no está únicamente en la mente, también está en las extremidades.

Desde Kent hasta Eyzayaga hay símbolos en todas partes. Cuando diagnosticamos, dolor de cabeza por comer carne de ternera, encontramos el signo, pero, ¿si hubiese comido cochino?, y el paciente dice ¡Me hubiese muerto, doctor!, lo cual es un símbolo. Y así sigue apareciendo una serie de símbolos que no son médicos sino eternos, prodigiosamente conocidos, que aparecen algo así como «de izquierda a derecha». Lo siniestro y lo correcto. Los ambidiestros a veces son siniestros, a veces son demoníacos y a veces angélicos. Los que siempre han sido derechos terminan por ser cientificistas naturalistas; los que tenemos el pensamiento resbalado hacia el heurismo, hacia una invención, no encontramos la solución en las repeticiones y por eso caemos en el uso del lado izquierdo, siniestro, mágico, de cualquier cosa que simbolice.

La primera obligación de un médico es estar sano y su más grande virtud es la discreción. Lo que usted vea, observe de su paciente, respételo, porque mientras más comprendemos a nuestro paciente más frágil se vuelve su individualidad y no podemos cometer indiscreciones con esto, porque lo más frágil que hay en el mundo es la manera particular que tenemos de ver el mundo, de ver los colores, de sufrir. Los médicos deben estar sanos y si no lo están, aparéntenlo. Un médico jamás tiene ganas de hacer pipí, pupú, de hacer cositas, no tiene sueño ni frio. Para poder tomar así una posición secundaria, porque la primaria es la del paciente.

El médico debe, sin humildad, identificarse con el sufrimiento del enfermo e investigar los signos para abrir caminos verdes en la jungla de su alma. Los símbolos los da el paciente, son los fondos de esa jungla de su alma. Dolor de cabeza en una mujer: nudo de amor no resuelto; tengo tos: vomite lo que tiene que decir; una niña con apendicitis: le gusta mucho su papá; síndrome de Arnold: rabia; si tiene diarrea: miedo. Todo gira alrededor de las cuatro emociones primarias, que son: alegría, a la que algunos llaman amor, dolor, miedo y rabia. ¿Y las emociones secundarias? Todas las demás.

Cuando estén frente a un enfermo pregúntense ¿a mucho dolor?, ¿a mucho miedo?, ¿a mucha rabia? y verán cómo comienza a actuar el simbolismo. El simbolismo que actúa se convierte en rito y si no se expande y se convierte en mito. Todo depende del equipo en que juguemos. De cualquier forma no olviden que el poder está en la feminidad, porque los hombres somos todos animales. Sin embargo, yo juego en mi equipo y aparte de ser hombre, lo más grande que le puede pasar a uno es ser médico.

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