Reflexiones en torno a la confianza en el proceso del desarrollo ético-consciente

JUAN ALEJANDRO BOHÓRQUEZ

Juan Alejandro Bohorquez Saavedra es Psicólogo egresado de la Universidad de Manizales (Colombia). Actualmente adelanta el segundo año del Magister en Psicología Clínica, Mención Psicología Analítica Junguiana, en la Universidad Adolfo Ibañez de Santiago, Chile. El artículo que se presenta es el trabajo final de uno de los cursos. E-mail:juanalejandrob@hotmail.com.

La confianza ha sido definida comúnmente como un valor, pero por su carácter de aparición en diversos contextos y niveles de desenvolvimiento relacional, surge como concepto ambiguo. Se la puede imaginar generalmente en relación a lo que se espera de la existencia o atributo de algún objeto, instrumento y servicio personal o institucional, pudiéndose deducir que en sí misma conlleva el sentido de confiabilidad y compromiso respecto al Otro o lo otro. Dicho valor está presente como condicionante en las decisiones humanas, e interviene como determinante relacional del hombre respecto a la institución, aportando a la estructura sistémica del colectivo.

Como elemento regulador sistémico, la confianza toca el aspecto moral y ético que da orden y sentido de orientación al individuo y colectivo humano en cuanto al valor que se le asigna a los otros y a las cosas. Es imprescindible en el proceso de desarrollo y adaptación madurativa de la especie consciente; ya que valida, en cierto sentido, el carácter relacional y vincular entre individuos.

Como propósito en el abordaje de este tema, tendremos en cuenta ciertas ideas en la elaboración de lo que podría significar la confianza, ampliando nuestra visión en sentido psicológico, donde la noción de confianza nos va a remitir, en primer lugar, a la confianza en pro de patrones colectivos como atributo moral y a la confianza en sí mismo como parte de la función ética en el individuo. En tal contexto, y en segundo término, se tendrá en cuenta la complementariedad de estos dos aspectos, el sentido moral y ético, configuradores, en parte, de la personalidad conciente y la cultura. Para tal fin, nos ubicaremos reflexivamente desde la perspectiva de la psicología profunda

En base a este desarrollo propuesto, se pretenderá finalmente, dar cuenta del significado de una ética-consciente mediante la elaboración del concepto de confianza desde el punto de vista del proceso de individuación o función trascendente. Aspectos implícitos en el cierre de esta elaboración.

La confianza en la base del desarrollo y formación de la conciencia moral y ética

Como mecanismo relacional en lo básicamente biológico de la existencia humana, podemos encontrar el operar de la confiabilidad en el orden instintivo. El modo en que madre e hijo primordialmente se compenetran comienza a definir cierto rasgo de confianza. El contacto físico, la mirada, el nutrir, los gestos y sonidos y, fundamentalmente, la sutileza emocional con que se vivencia esta experiencia por parte de la madre y del niño, confieren significado a la formación vivencial de dicho valor en el individuo.

Como elemento del vivir, siguiendo una pauta madurativa, la confianza continúa constituyéndose en el infante a través del despliegue potencial en el actuar instrumental respecto al mundo; es decir, en la confrontación y afrontamiento que demanda la realidad -interna y externa- y que potencia el desarrollo de mecanismos y habilidades configurados como formación del Ego infantil. En este sentido, y en subsiguientes etapas visibles a través del desarrollo evolutivo, comenzamos a apreciar una noción de confianza que tiene que ver más con lo abstracto desde el punto de vista pragmático, ya que comienza a confluir con la maduración del pensamiento en el Ego y los procesos de formación de la identidad individual en relación a la colectividad. Así mismo, y en este punto, la comúnmente llamada crisis de la adolescencia nos relata, a lo largo de la historia, un “quiebre” evolutivo, evocando el despertar de la conciencia, de un paso del pensamiento instrumental y operativo a un pensamiento en sí mismo, abstracto, y que confiere valor energético al carácter, voluntad, toma de decisión y responsabilidad individual.

Paralelamente al surgimiento y consolidación de esta conciencia, la transformación psicobiológica va operando en el infante y preadolescente pasando a un mayor nivel de manifestación en la pubertad. Y en la medida en que este dinamismo especial es dado, surge en el sujeto como criterio de realidad, la virtud de la duda, la dilucidación, la diferenciación y la escisión del panorama del mundo vivido, con una mayor apreciación –o internalización- de lo bueno y lo malo desde el punto de vista ético respecto a lo moral colectivo. En cuanto tal, la confianza a este nivel opera como factor en la formación de identidad individual respecto al grupo, mediante la consolidación del carácter y voluntad en la toma de decisiones y en la formación de un ideal y búsqueda de pares e impares en el proceso de desarrollo.

Vale aclarar que esta aproximación evolutiva, en relación a la confianza, es una aproximación conceptual desde un punto de vista lógico por la necesidad de orden comprensivo del tema; pero no necesariamente estamos haciendo alusión a que tenga que darse la pubertad en el sujeto para un surgimiento de la conciencia individual de modo ipso facto. La generalidad puede definirse en términos de estas categorías; pero teniendo en cuenta las diferencias individuales, en términos del desarrollo madurativo de las funciones psicológicas, el surgimiento del criterio individual en términos morales de lo bueno y lo malo puede hacerse relativo respecto a la edad. Lo importante es recalcar la importancia de la autonomía del sujeto en este nivel del pensamiento, en cuanto al cuestionamiento de pautas o regulaciones dadas y vividas como parte de la costumbre y la interdependencia en el ámbito público-colectivo. El “quebré” viene con la duda y la agudización del inicio de la diferenciación, del pasar de ser dependiente cognitivamente a ser autónomo, en el sentido del pensar abstracto y meta cognitivo.

En relación a esto último, es interesante notar la función que, en términos de interdependencia del sujeto y su correlación con la autonomía en un contexto determinado, juega la confianza como aspecto influyente en la formación moral y ética del individuo emergente.

En este punto, hemos tocado el aspecto moral y ético, paralelo a una especial emergencia de la conciencia relacionada con el desarrollo psicobiológico. Antes de abordar específicamente lo que atañe a la ética y moral, ampliaremos el concepto de conciencia desde el punto de vista psicológico. A este respecto Jung (2001) refirió que:

“La palabra “conciencia” indica que con ella quiere denotarse un caso especial de “conocimiento” o de “consciencia”. La “consciencia” es especialmente un conocimiento o certeza sobre el valor emocional de las ideas que nos hacemos de los motivos de nuestras acciones. De acuerdo con esta definición la conciencia es un fenómeno complejo que consta, por una parte, de un acto de voluntad elemental o de un impulso para actuar no fundamentado conscientemente, y por otra parte de un juicio del sentimiento racional” (p. 405)
Encontramos en esta definición, por una parte, un atributo valorativo, en el sentido del juicio que un sujeto hace especialmente de lo que algo le significa desde el punto de vista emotivo. También encontramos lo que corresponde a una actuación determinada a priori sin compromiso reflexivo suficiente de modo independiente o individual. Esto último es lo que comprende un pensamiento operativo, y una confluencia emocional en el sujeto, recurrente condicionalmente según la satisfacción de necesidades básicas y expectativas elementales a partir de lo esperado del medio y lo que se espera de él. En este sentido, podemos referirnos a códigos de actuación que dan orden y sentido en dirección al buen actuar desde el punto de vista conciente y moral; pero cuyos límites se configuran a partir de las posibilidades e imposibilidades del Ego en la comprensión, organización e interpretación de la realidad; la cual tiene en este nivel un carácter convencional como fenómeno sociocultural.

Si tomamos la conciencia en su ampliación consciente en lo que corresponde al saber-se en la acción o apreciación de los propios sentimientos que motivan dicha acción, entramos a un tipo de consciencia más elaborada, en el sentido de la autonomía, discriminación y criterio por parte del sujeto (Avarenga, 1999). Tenemos entonces, desde este punto de vista, un distanciamiento –más no alejamiento- del precepto o código de actuación; algo que comienza a hacerse necesario en el individuo en tanto sujeto único, con la capacidad de verse a sí mismo en contraste a lo preformado en el sentido del lenguaje y la cultura; es decir, en contraste a lo moralmente tipificado.

La consciencia vista en este aspecto abarca una seria confrontación con lo anímico y emocional del hombre, ya que requiere una atención puesta en ello por su carácter integrador de todas las facetas humanas. El sujeto en el que emerge esta actitud, se ve a sí mismo, aún cuando en principio la manifestación de dicho rasgo se refleje solo en la búsqueda por lo diferente o autentico como acto externo. Un claro ejemplo de esto último lo encontramos en los cambios del adolescente, en la búsqueda de autenticidad vs pertenencia a lo familiar; cambios en la esfera psíquica del sujeto; partiendo, en esta etapa, por lo corporal. El hecho de que la conciencia se haga reflexiva o en la disposición de verse a sí misma a través del Ego, va a depender del modo en que el sujeto afronte el miedo a lo novedoso o desconocido, componentes emotivos que, según su asimilación en la independencia, reflejarán el desenvolvimiento del ser humano creador.

“Se necesita un valor poco común o –lo que viene a ser lo mismo- una fe inconmovible si alguien quiere seguir su propia conciencia. Por regla general se obedece a la propia conciencia, pero hasta un cierto límite establecido de antemano por el código moral. Aquí comienzan las temidas colisiones entre obligaciones, a las que dan respuesta en su mayoría los preceptos del código moral, siendo las menos las decididas mediante un acto de juicio individual. Tan pronto como pierde su apoyo en el código moral, fácilmente sufre la conciencia un ataque de debilidad.” (Jung, 2001, p. 410)
Comprender este tipo de confrontación de la conciencia es tomar en consideración sus bases de formación en lo correspondiente desde el hombre primitivo al hombre moderno, haciéndose nuevamente énfasis en que esto es un proceso, más que el transito consecutivo de un momento a otro en sentido del tiempo lineal. Podemos hallar hoy en día, reminiscencias del ayer, especialmente en las manifestaciones más primitivas, descontroladas y regresivas tanto en lo individual como en lo colectivo humano. Y ha sido precisamente la moral un factor común en la formación de la conciencia y de la cultura, ya que se posiciona en lo colectivo a modo de ley, fundamentalmente en sentido del establecimiento del equilibrio de las pasiones humanas y el bien común.

Según esto, el sujeto muestra una disposición incondicional a asumir-se en lo moralmente convenido, en tanto ser individual. Una paradoja inherente al ser humano en su dualidad. Es por esto que un aspecto esencial del ser humano en relación a la gesta de consciencia, como atributo diferenciador, tiene que ver con el conocimiento del Bien y el Mal; atributo conferido a partir del Mito del Edén relatado en el génesis bíblico.

Aquí estamos refiriéndonos a lo bueno y lo malo, como reducción de estos dos grandes opuestos –el Bien y el Mal- que van más allá del sujeto mismo. Estamos contrastando lo moral en relación a lo personal y convencional, más próximo al sujeto conciente común. Y planteamos el dilema moral que comienza a confluir según la transformación de la conciencia llevando a la persona al encuentro consigo mismo, en el afrontamiento de contenidos emocionales que no dependerán ya tanto del auxilio exterior de una madre, padre, personas o instituciones significativas externas, sino más bien de la formación simbólica interna de dichas figuras en la vida humana en proceso de diferenciación desde el punto de vista psíquico; un proceso de reflexión mayor que la propia conciencia moral, remitiendo al sujeto a estimar los aspectos morales dentro de sí mismo como ser ético.

La actitud convencionalmente ética del individuo, emerge en la medida en que“se suscita una duda de principio entre dos posibilidades de comportamiento moral (…) una situación de este tipo sólo puede resolverse reprimiendo una reacción moral sobre la que hasta ese momento no se ha reflexionado a favor de otra” (Jung, 2001, p.421). Lo que convenga al mantenimiento de la costumbre determinará la conciencia ética del sujeto, quién valida lo justo y benéfico e invalida lo injusto y maligno. Estos aspectos son relativos a cada cultura en particular y sus individuos en extensión, así como al momento histórico que enmarca los usos y costumbres de un pueblo o nación.

Neumann (1960) hizo referencia a la antigua ética, cuyo carácter particular tiene que ver con la negación de lo negativo en función de la preponderancia del valor supremo del bien; el camino recto. En esta consolidación inicial de la ética, cumple una función determinante la represión y supresión de potencialidades anímicas que el Ego percibe como amenazantes o dignas de desconfianza. Estas potencialidades conllevan cierta pauta arquetípica, y por tanto, un sentido difuso en lo que respecta a un valor fijo o unilateral en su modo de expresión, siendo lo bueno y lo malo aspectos constitutivos de la totalidad por su carácter energético y bipolar dentro de este patrón arquetípico. Por ejemplo, tenemos que la creatividad puede servir tanto para la transformación como para la destrucción. Es la decisión ética, desde lo humano, lo que determina el manejo de estos opuestos vistos de modo integral en una determinada situación.

Lo ético en este nivel comprende más que la introyección de códigos morales por parte del individuo; ya que comporta la conciencia reflexiva como estimación de los contrarios en una misma situación vital, en miras a la gestación de una nueva actitud de sí mismo en el mundo. Es por ejemplo el partir del reconocimiento que el sujeto comienza a tener de sus propios rasgos abominables y vergonzosos sin la intervención o escisión de la represión. En este sentido Jung (2001) expuso:

“El factor decisivo de la conciencia es aquí aparentemente otro, no proviene del código moral tradicional sino de la base inconsciente de la personalidad o de la individualidad (…) cuando hay suficiente conciencia se soporta el conflicto [la contradicción] y surge una solución creadora […] La índole de la solución responde a las bases más profundas de la personalidad y a su totalidad, que comprende lo consciente y lo inconsciente y que, por lo tanto, se muestra superior al yo.” (p. 422)
A partir de esto, entramos ahora en el aspecto del inconsciente y su confrontación respecto a la función ética del individuo. Algo superior al yo, que en el sentido de la ética tradicional se ha constituido en el otro desconocido o amenazante, tan claramente precisado en el fenómeno psíquico de la proyección. Este otro es extraño en su manifestación, y generador de conflicto por su escurridiza característica en cuanto a la posibilidad de una aprehensión lógica o racional. Es el aspecto emotivo lo que tiñe el toque del inconsciente, cuando nos sentimos en un estado especial, sea positivo o negativo, y no encontramos una razón o comprensión de motivo alguno a esta condición.

El inconsciente o todo lo referido a él, pasa a cuestionarnos desde el sentido de la confianza-desconfianza a nivel individual, en cuanto al grado de capacidad del yo de confiar en las potencialidades psíquicas que de este estrato desconocido se desprenden sin cesar.

La confianza y sus concomitantes en relación a la psicoterapia

Serve (1998) explora el concepto de confianza de modo general, exponiendo que:

“la palabra confiance (confianza) viene del latín clásico confidentia, que evoca la confianza en sí mismo, la seguridad, una esperanza firme o incluso la audacia (…) La confianza es una sensación que permite fiarse de alguien o de algo (…) La confidencia se encuentra en el nivel de los sentimientos y los proyectos y engloba la idea de secreto.” (p. 168)
Encontramos en esta definición varios elementos importantes que entran en relación con lo psicológico, tanto desde el punto de vista fenomenológico como pragmático; es decir, tanto en la comprensión del funcionamiento psíquico en general como en la práctica psicoterapéutica. Es lo que tiene que ver con la confidencialidad, el secreto, los sentimientos y la esperanza. Estos atributos hacen parte de la interacción o relación terapéutica y el proceso que discurre en la dinámica dialéctica entre terapeuta y paciente.

Se precisa de la confianza en lo más básico del restablecimiento de un Ego herido o vulnerado emocionalmente. Así mismo, se requiere cierto grado de tolerancia, paciencia y esperanza en la posibilidad del surgimiento de una nueva actitud frente a lo que en inicio se considera problemático, más cuando lo necesario apunta a un proceso de transformación. El confiar en este caso, converge como función primaria en la estructuración de la personalidad inicial, para dar cuenta, posterior o paralelamente, de la consolidación de un Ego con capacidad de tolerar frustraciones y contradicciones, como parte del proceso de maduración consciente. Es decir, para una confrontación seria con lo inconsciente es fundamental cierta capacidad conciente de asimilación e integración de sus contenidos.

Lo inconsciente es un aspecto complementario de la conciencia, y esta de este. Ambos estratos psíquicos se constituyen e interactúan de una manera especial. Uno de los factores que influye en este hecho tiene que ver con qué:

“La consciencia constituye el proceso de adaptación momentánea, mientras que lo inconsciente abarca todo el material olvidado del pasado individual, así como todas las huellas de las funciones estructurales dejadas por el espíritu en general (…) lo inconsciente abarca todas las combinaciones de las fantasías que todavía no se han vuelto supraliminales y que, con el paso del tiempo, dadas las circunstancias adecuadas, saldrán a la luz de la consciencia.” (Jung, 2004, p. 72)
El material inconsciente participa de esta manera, compensatoriamente, en la vida diaria consciente, ya que los patrones de organización psíquica abarcan ambos aspectos de la realidad humana. Según las características del desarrollo de la persona, así mismo se va a ver reflejado el dinamismo inconsciente complementario en este proceso de formación a través del Ego. Es por esto que los elementos que componen la realidad conocida en vigilia, circunscritos especialmente a la imagen, reaparecen en los temas del sueño y la fantasía, siendo sugerentes simbólicos de un misterio a develarse. Ambos estratos del psiquismo están contribuyendo al desarrollo de la personalidad; lo cual está fundamentado en este misterio; específicamente, como acontecer del proceso de individuación humana.

En psicoterapia se abordan las sutilezas con que tal proceso persiste, incondicionalmente a las interpretaciones o artimañas del ego consciente, tomándose como material de trabajo, las expresiones complementarias o compensatorias a nivel anímico y, por ende, relacional. El paciente llega comúnmente reportando un problema o lo que considera como tal. Son especialmente frecuentes las dificultades en la vida diaria, que hacen referencia a peculiaridades en la relación con los demás y consigo mismo, muchas de las cuales obedecen a patrones asumidos por parte del Ego, fruto de las características de la educación vivida, según pautas de crianza y su asimilación u otros aspectos más influyentemente determinantes en la formación de la personalidad. Respecto a esto último existe la denominación de “traumas psicológicos” o aspectos cargados de afectividad a la deriva del psiquismo de un individuo.

Un ejemplo de daño en el sentido del desarrollo psíquico del individuo, lo encontramos en casos de pacientes que han sido víctimas de abuso sexual en algún momento de la infancia, planteándosenos un reto especial en lo que respecta al acople y confianza en la relación terapéutica. El sentimiento de pérdida de la autenticidad individual es bien recurrente en estos casos, confluyendo con diversos síntomas que confrontan al paciente y al terapeuta con una realidad cargada de energía desde el punto de vista erótico, pero que permanece sombría por su complejidad y dificultad de asimilación posterior. Se dan, en estos casos, todo tipo de inhibiciones, negaciones, compulsiones y secretos que hablan de elementos inconscientes influyendo en la vida conciente del paciente, ante los cuales se requiere de coraje y agudeza discriminativa para poder ser tratados en el proceso terapéutico. Imágenes sugerentes de este tipo de aspectos las encontramos en sueños y fantasías, en motivos como aguas agitadas, animales devoradores y seres humanos oscuros u otras formas amenazantes. La confrontación conciente con dichas imágenes conlleva un sentido dialéctico como función reparadora de la personalidad, dado que son aspectos complejos personificados que, adheridos a patrones arquetípicos más profundos, toman cierto carácter autónomo y, por lo tanto, influencia sobre el Ego conciente. En este sentido del trauma de abuso sexual, por ejemplo, es recurrente un sentimiento de pérdida de sentido frente a la vida, como si se hubiese, a través de la violación, arrancado una parte del ser individual. Es por esto que el complejo de abuso se concatena con el aspecto arquetípico en la imagen de la muerte; y de esta manera, en el obrar o actuar del paciente comienza a manifestarse elementos asociados con ello; desde un placer o atracción por lo cruel y destructivo, hasta ideaciones o intentos de suicidio.

Es importante anotar que en relación a estos ejemplos, nos basamos en términos de generalidades en cuanto al tema de abuso o vulneración emocional, estimando el valor que cada evento personal y específico conlleva como parte de la diferenciación que característica cada proceso terapéutico en particular. De alguna manera asociamos aquí, a la imagen de confianza-desconfianza, este tema, por ser el más próximo a la experiencia personal en el campo terapéutico.

A este nivel, la confianza y desconfianza como atributos o funciones en la estructuración y transformación de la personalidad, no se pueden desligar mediante un trato aislado desde el punto de vista psicológico, ya que así como lo conciente conlleva el factor inconsciente en sentido estructural y dinámico desde el punto de vista psíquico, y lo arquetípico se configura de manera paradójica y bipolar; así también la confianza no es dada en modo absoluto en la medida del proceso de diferenciación conciente. Se requiere de cierto sentido de desconfianza como parte del discriminar lo bueno de lo malo o viceversa. Esto está especialmente representado en la duda, el cuestionamiento, en el no dirigirnos confiadamente a ciegas por la vida, dejando que todo lo bueno acontezca a través de mí y dando por dado, a modo irreflexivo, la negación de lo malo.

Por lo tanto nos preguntamos: ¿en qué medida este acontecer pragmático de la confianza y su antagónico tiene que ver con la formación de la ética en el individuo?

Reflexión final.

Hemos abordado en principio el concepto de confianza en relación al desarrollo de la conciencia y la formación concomitante del atributo moral y ético. Seguidamente, ahondamos en estas categorías, asumiendo una reflexión psicológica de estos elementos configuradores de la personalidad consciente en la cultura. Posteriormente llegamos al ámbito de la psicoterapia enunciando algunos de sus elementos de análisis mediante una concisa ejemplificación de trauma psicológico. A lo largo de esto, se ha tenido en consideración el aspecto de la confianza como eje central de este trabajo.

Si retomamos la ética en el sentido de la actitud que el sujeto asume frente al mundo de valores, referentes y directrices morales, y en vista a la capacidad consciente de tomar en consideración los antagónicos u opuestos de un fenómeno o situación, estamos frente a un acontecer integrativo; es decir, mediante la ética, como actitud consciente en el individuo, se pretende el reconocimiento de lo impar, de la diferencia y complementariedad (Averenga, 1999). Esto implica un reconocimiento de lo humano, más que seguir fabricándonos una fé ciega de la aparente posibilidad de comportarnos fielmente como dioses inmortales.

Neumann (1960), expresa la idea de una nueva ética como ética “total” en dos sentidos:

“primero, porque, no siendo ya individualista, no considera la situación ética del individuo únicamente, sino toma en cuenta el efecto de la actitud individual sobre lo colectivo; segundo porque no es sólo una ética parcial de la conciencia, sino también toma en consideración el efecto de la actitud consciente sobre el inconsciente, poniendo así como portador de la responsabilidad no meramente al Yo como centro de la conciencia, sino a la personalidad total.” (p. 83)
En este sentido, y como idea general, consideramos que confiar en Sí mismo, abarca más que una disposición del Yo centrado en sí mismo, ya que gran parte de lo que hacemos y pensamos sin un esfuerzo por crear sentido en ello, converge meramente de motivos que escapan a la voluntad propiamente conciente y que con el tiempo lastiman por su desconocimiento. Esto implica creer-se demasiado sin desconfiar de uno mismo; en lugar de esto, uno desconfía del otro u otro, como medida más cómoda para no saber-se incompleto.

Es en este sentido que la inseguridad es un aspecto funcional que prolifera externamente en el mundo moderno. Hay una necesidad de ser seguro por parte del sujeto en el encuentro con el mundo competitivo. Pero también hay una necesidad de hacer-se seguro en el encuentro con-sigo mismo. Mientras pueda yo soportarme, asumiendo lo que es parte de mí y que moralmente puede ser considerado como negativo, podré soportar lo externo, y por ende confiar en cierta medida, sin juzgar de lleno al otro; es decir, sin atribuirle aspectos que hacen parte, inconscientemente, de mi personalidad y que por lo tanto son dignos de desconfianza.

La confianza en una perspectiva de apertura y consideración del Yo en relación a la estimación de su vulnerabilidad potencial y limitación, abre el camino a un reconocimiento humano, partiendo de la elaboración e integración de opuestos; por ejemplo, vicios privados vs virtudes públicas. Confiar, en este nivel de disposición, implica trabajar una esperanza de nuevo sentido o significado, dar forma a una misma energía que, por esencia, puede fluctuar circularmente y que soportada en lo humano, en un momento puede ser destructiva, amenazadora y en otro fructífera y vivificante. El desafío siempre será el descubrir humanamente una y otra vez el punto medio de esta totalidad.

REFERENCIAS

Alvarenga, M. Z DE. (1999) “O Herói e a Emergência da Conciência psíquica”, Junguiana 17.

Jung, C. G. (2001) La Conciencia desde un punto de vista psicológico (1958). En Civilización en Transición, en Obras Completas, Volumen 10. Madrid: Trotta.

Jung, C.G. (2004) La Función Trascendente (1957). En La Dinámica de Lo Inconsciente, OC, Vol. 8. Madrid: Trotta.

Neumann, E. (1960) Psicología profunda y nueva ética. Buenos Aires: Fabril Editora, S.A.

Serve, J.M. Confianza. Revista Valenciana D´estudis Autonómics Número 22 – Primer trimestre de 1998.
En http://www.pre.gva.es/argos/fileadmin/argos/datos/RVEA/libro_22/167-22.pdf

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