Psicoterapia

FRIEDA FORDHAM

Estudió Ciencias Sociales en la London School of Economics y se formó luego como especialista sociopsiquiátrica y llegó a estar encargada del trabajo social psiquiátrico en el Psychological Service del Leicester Education Committee. Analista, fue igualmente miembro de la Society of Analytical Psychology, institución dedicada en Londres a la psicología de Jung y a su enseñanza. Murió en 1987. Este documento corresponde al capítulo 5 de su obra Introducción a la Psicología de Jung, y fue tomado de la página web Scribd.

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Psicoterapia es un tratamiento de la mente, o más bien de la psique, por métodos psicológicos. La opinión vulgar suele identificar la psicoterapia con el “psicoanálisis”, palabra acuñada por Freud y que, estrictamente hablando, debe aplicarse solamente a su método, que interpreta los síntomas psíquicos en términos de impulsos sexuales infantiles reprimidos. Esto implica el rastreo de las neurosis hasta encontrar las raíces en la infancia 1. Otro método ampliamente usado —el de Alfred Adler— explica las neurosis como resultantes del deseo de poder surgido por el intento de compensar los sentimientos de inferioridad. A este método se le conoce con el nombre de “psicología individual”.

Jung usa el término de “psicología analítica” 2 para designar su propio sistema, que no es solamente un método de curar sino también de desarrollar la personalidad a través del proceso de individuación. No obstante, ya que la individuación no es la meta de todos aquellos que buscan ayuda psicológica, y en muchos casos lo más indicado es limitarse a fines más modestos, varía Jung su tratamiento de acuerdo con la edad, el estado de desarrollo y el temperamento del paciente; y no pasa por alto sus urgencias sexuales ni tampoco su voluntad de poder si son factores activos en la formación de la neurosis.

Jung considera que los divergentes puntos de vista sobre el método acertado en psicoterapia surgen en gran parte de los diferentes conceptos de introvertidos y extravertidos. Vista a esta luz, la psicología de Freud seria extravertida, ya que considera que la principal causa de las neurosis es la frustración de los impulsos sexuales infantiles (usando este término «sexual» en su más amplia significación), que se originan necesariamente de causas exteriores. Por el contrario, Adler subraya la voluntad interior de poder, que en su opinión es lo que causa las neurosis cuando «se va de la mano» (queda fuera de control) e interfiere con el funcionamiento social normal del individuo.

“Ciertamente (dice Jung) jamás se me habría ocurrido separarme del camino de Freud si no hubiese yo mismo tropezado con hechos que me obligaron a estas modificaciones. Y lo mismo es válido con respecto a mi relación con los puntos de vista de Adler (…). Me parece innecesario añadir que yo defiendo que la verdad de mis propios puntos de vista desviacionistas es igualmente relativa y me siento (…) como el mero expositor de otra disposición”

No desprecia Jung ni la urgencia sexual ni la voluntad de poder cuando alguna de las dos es factor operativo de una neurosis; pero encuentra que los puntos de vista freudianos o adlerianos son de ordinario más bien apropiados para gente joven. En esta etapa de la vida, un hombre o una mujer necesitan conceder a sus instintos toda la importancia que les es debida, y al tiempo permitirles que actúen solamente en una manera que sea aceptable para la sociedad. La sexualidad y la necesidad de autoafirmación son urgencias primarias en este período. El éxito materia y humano, y en especial el éxito intelectual, se consiguen de ordinario a expensas de la urgencia sexual; y cuando esto origina una neurosis, será probablemente lo mejor ayudar por medio de la interpretación de las dificultades en función de sus fuentes sexuales infantiles. Por otra parte, una persona fracasada que intenta compensar esto por medio de la autoafirmación necesita que le hagan ver lo falso de las metas que se propone. Al mismo tiempo no pierde de vista Jung los elementos de valor positivo, constructivos, que sabe se encuentran siempre en el fondo de toda neurosis. Trabajar solamente “hacia abajo” y “hacia atrás” —es decir, buscando traumas en la infancia—puede tener un efecto más destructivo que saludable, y por ello nunca se satisface Jung con el mero hallazgo de las causas de la neurosis. Un ejemplo excelente de esta doble manera de mirar una neurosis puede verse en el caso de un joven que vino a Jung para ser tratado. Tenía tendencias homosexuales, y una de las causas era la relación demasiado intensa con su madre. Tuvo el joven dos sueños, uno antes, otro inmediatamente después de esta primera entrevista (en la que todavía no se hizo ningún intento de análisis de sueños). Los sueños eran:

1) Estoy en una elevada catedral llena de misteriosa luz crepuscular. Se me dice que es la catedral de Lourdes. En el centro hay un profundo pozo oscuro, al que tengo que descender. 2) Me encuentro en una gran catedral gótica. En el altar está de pie un sacerdote, y detrás de él yo y un amigo mío, sosteniendo yo en mi mano una figurilla japonesa de marfil, y tengo el sentimiento de que me van a bautizar. De repente aparece una mujer mayor, saca el anillo de fraternidad de la mano de mi amigo y se lo pone en la suya propia. Mi amigo teme que esto pueda vincularle con ella de alguna manera. Pero al mismo tiempo se escucha, el sonido de una maravillosa música de órgano.

Sobre estos sueños dice Jung:

«Muestran la situación del paciente con una luz muy clara y muy extraña para la mente consciente, mientras que al tiempo prestan a la trivial situación médica un aspecto únicamente en armonía con las peculiaridades mentales del que sueña, y así le capacitan para unir sus intereses estéticos, intelectuales y religiosos en un todo orgánico. No es posible imaginar unas condiciones más aptas para un tratamiento» 4.

Para un detallado análisis de estos dos sueños remitimos al lector a la citada obra de Jung 5, pero incluso un profano en interpretación de sueños puede alcanzar algo de su atmósfera y de su significado. La referencia a la curación, es decir, Lourdes, lugar de curaciones, es inequívoca; y la sugerencia de que para curarse hay que hacer un esfuerzo es asimismo clara. Parece también que la total experiencia hay que tomarla en un sentido religioso. Esto se halla en franca contradicción con las usuales sórdidas asociaciones de la homosexualidad. En el segundo sueño asocia el joven la figura de marfil con el membrum virile y su bautizo con el rito judío de la circuncisión, que era llamado «especie de bautismo». Parece, pues, como si el órgano sexual hubiese de ser bautizado. En otras palabras, dedicado a finalidades nuevas de manera especial, ya que un sacerdote está presente en la ceremonia. En este punto cita Jung muchas analogías con ritos de iniciación, todos los cuales tienen como fin llevar al joven desde un estadio infantil hasta la participación en el mundo de los adultos. Por fin se quita el anillo de la mano del amigo (aquel con quien había tenido relación homosexual) y se lo da a una mujer. Es cierto que esta señora mayor tenía un aspecto maternal, y se podría quizá deducir de ello que se trata aquí meramente de una regresión —es decir, del deseo de una relación incestuosa con la madre—, pero el sueño se cierra con una nota positiva, cuando escucha la bella música de órgano y deja al joven con una sensación de armonía y de paz. Hay por tanto, razón suficiente para pensar que la colocación del anillo en la mano de la dama significa un paso adelante camino de una actitud heterosexual en lugar de la homosexual anterior. En efecto, así sucedió posteriormente; y estos sueños mostraron la posibilidad de un desarrollo que podría tener lugar en un ambiente apropiado. De haber trazado meramente las causas de su neurosis, se les habría pasado por alto, e incluso quizá se hubieran destruido fuerzas del inconsciente que trabajaban por la curación 6.

Cuando personas mayores (llamando así a las de más de cuarenta años) caen en neurosis, necesitan, tratamientos completamente distintos de los aplicados a la juventud. Esto es sobre todo cierto cuando las vidas que han tenido hasta entonces han sido razonablemente afortunadas y de éxito. Además de éstos, hay un tipo de personas de mediana edad que no son neuróticos en el sentido ordinario de esta palabra, sino que simplemente encuentran a la vida vacía y falta de sentido. No hay en ellos una neurosis clínicamente diagnosticable, pero se la podía definir como «la neurosis general de nuestro tiempo». Un buen tercio de los pacientes de Jung procedía de este tipo de personas, y es lógico que  la especial contribución de Jung a la psicoterapia se haya de ver en relación claramente con este tipo de casos.

Según la opinión de Jung, cada neurosis tiene una meta: es un intento de compensación ante una actitud unilateral ante la vida. Como si fuese una voz que llama la atención hacía una vertiente de la personalidad que o ha sido desatendida o reprimida.

Los síntomas de una neurosis no son solamente los efectos de causas largo tiempo pasadas, sea la “sexualidad infantil», sea la «urgencia de poder del niño». Son asimismo intentos por conseguir una nueva síntesis de la vida —intentos infructuosos, déjesenos decir al mismo tiempo—, pero siempre intentos con un núcleo de valor y de significado». Aquí es donde aparece la particular aportación de Jung a la psicoterapia: primero, al insistir en que no hay que mirar a las neurosis como algo meramente negativo, sino que, bien vistas se puede encontrar en ellas rastros de nuevas posibilidades de desarrollo. Segundo, al darse cuenda de que existen otros importantes impulsos en la naturaleza humana además de la sexualidad y el deseo de poder; y que el impulso cultural o el espiritual son en la segunda mitad de la vida, de más importancia que los dos primeros. Una ulterior afirmación de Jung es que las causas de las neurosis hay que buscarlas tanto en el pasado como en el presente (el pasado solamente es significativo si está teniendo un efecto claro sobre el presente), y que la libido no consigue llevar a la persona más allá de determinados obstáculos y hasta un nuevo estadio del desarrollo, Estos son puntos donde fallan todas las explicaciones racionales o los intentos conscientes de adaptación, y donde solamente queda la esperanza de extraer la energía del inconsciente y dar así a luz nuevas fuentes de vida. Ya hemos tratado de esto en el capítulo de la individuación y a ello volveremos, como quiera que es cuestión de primera importancia para la psicología analítica y para explicar la contribución que ella aporta a la vida. Entre tanto, describamos el proceso psicoterapéutico con algo más de detalle.

Una neurosis es un tipo particular de anomalía psíquica que interfiere con la vida, y frecuentemente con la salud de la persona que la padece. En la opinión de Jung, la causa el conflicto entre dos tendencias: una expresada conscientemente, otra por un complejo desgajado de la conciencia y que lleva una existencia independiente, pero inconsciente. Este complejo puede haber sido previamente consciente o no. Pero lo esencial es que el neurótico no sabe ahora que tal complejo existe. Pero él sigue interfiriendo, sea cuando aparece de repente en la conciencia, sea si atrae energía hacia sí, de modo que deja cada vez menos fuerza para la vida consciente y dirigida

Una neurosis puede mostrarse en la forma más suave, y así todos sufrimos de alguna en distintas manifestaciones. La mayoría de nuestros lapsus de lenguaje, y de la memoria, el leer u oír cosas que de verdad no estaban en lo leído u oído o en las motivaciones de otras personas, las llamadas alucinaciones de la memoria cuando equivocadamente creemos que hemos hecho u omitido algo son de origen neurótico. Como casos extremos quedan los dramáticos ejemplos de pérdida de la memoria, parálisis, ceguera o sordera histérica, etc. (es decir, situaciones físicas a las que no se encuentra causa física alguna; y como casos medios los innumerables de ansiedad, temor u obsesión, de los que el desgraciado paciente es completamente incapaz de librarse. Muchas enfermedades aparentemente inexplicables, dolores de cabeza, fiebres, etc., son neuróticas. Por ejemplo, podemos citar el caso de un hombre con una fiebre muy alta que quedó totalmente libre de temperatura en cuanto fue capaz de hacer la confesión total de un secreto oscuro y olvidado 8. La confesión de hecho es de primordial importancia en cualquier tratamiento analítico:

Los primeros comienzos de todo tratamiento analítico del alma [dice Jung] se han de encontrar en su prototipo, el confesional. No obstante, ya que los dos no tienen conexión causal alguna directa, sino que ambos crecen de una raíz psíquica irracional común, se hace difícil para un profano el ver al punto las relaciones entre la actuación básica del psicoanálisis y la institución religiosa de la confesión… Una vez que la mente humana acertó a inventar la idea del pecado, recurrió el hombre al ocultamiento psíquico o, en lenguaje psicoanalítico, surgió la represión 9.

Esta es la raíz psíquica común —el hecho de que el hombre oculte las cosas, y haciéndolo así se aliene a sí mismo de la comunidad—; lo que es ocultable tiende a hacerse «algo oscuro, imperfecto y estúpido dentro de nosotros», y así el secreto se siente cargado con la culpa, se trate o no de algo realmente malo desde el punto de vista de la moral ordinaria. En efecto, una forma de ocultamiento que puede tener unos resultados muy dañosos es frecuentemente practicada como una virtud: el ocultamiento de la emoción. En ambos casos, sin embargo, hay que hacer una restricción: algunos secretos son necesarios para nuestro desarrollo como individuos y para salvarnos de vernos disueltos en el inconsciente de la vida de comunidad; y, a su vez, el control de la emoción es necesario y deseable si se realiza de la manera adecuada. La autoconstricción, como una virtud meramente privada, conduce a «los muy conocidos malos modos e irritabilidad de los supervirtuosos» 10. Daña también a las relaciones interpersonales, conduciendo a la frialdad donde debería reinar el calor vital, a la armonía tibia o al falso aire de superioridad. Hay que practicar el autocontrol por motivos sociales o religiosos, pero no por engrandecimiento de la propia persona o a causa del temor.

Una confesión total —es decir, «no la mera aceptación intelectual de los hechos con la cabeza, sino su confirmación con el corazón, y la liberación real de la emoción reprimida» 11 —puede tener un maravilloso efecto curativo, sobre todo con las personas sencillas. Pero desgraciadamente la confesión no es materia simple, ya que la personalidad del confesor juega un pagel importante para obtener el efecto deseado. Suele ocurrir también que a pesar de que el paciente está aparentemente curado, en cuanto que sus síntomas han sido liberados por la confesión o entiende ahora su origen y significado, sin embargo, se empeña en continuar su tratamiento, aun cuando no haya necesidad aparente para ello. No puede hacer nada sin aquel que le curó.

Se ha descubierto —y esto fue una contribución especial de Freud— que tal obstinada devoción hacia el analista es el resultado de que el paciente ha transferido a él —o a ella si es doctora— los sentimientos que un día sintiera para con sus padres reales. Dicho en términos psicológicos: «la imagen recordada del padre y de la madre, con su nimbo de sentimientos, ha sido transferida al analista»; de ahí que se haya dado el nombre de «transferencia» a este fenómeno. El paciente ha llegado a estar como un niño o, más bien ha sido como un niño todo el tiempo, pero ha «eliminado» el hecho real de serlo. Ahora intenta reproducir con el analista las situaciones familiares de la infancia. Muy frecuentemente representa el analista al progenitor del sexo opuesto, pero también pueden aparecer relaciones hermano-hermana, padre-hijo, madre-hija. En esta fase vienen a la luz del día muchas cosas que se encontraban reprimidas y aparecen muchas fantasías, sobre todo fantasías de incesto. No es, por tanto, sorprendente que todo esto haya quedado en el inconsciente y que no sea fácil llegar a ser consciente de tales contenidos o de otras materias igualmente desagradables, que pueden ser asimismo desenterradas. Las fuerzas que en esta etapa del análisis llegan a ser activas son predominantemente eróticas, pero también puede ser muy activo lo que Adler llama «la voluntad de poder». El paciente usa entonces de su infantilismo para intentar dominar la situación, y explota su neurosis para conseguir ser tenido por importante. Solamente se hará consciente de estos acaeceres por la «interpretación de la transferencia», es decir, por una explicación de lo que está ocurriendo en sus relaciones con el analista; y esta explicación la ha de recibir de nuevo en cada etapa, porque la transferencia naturalmente se desenvuelve y cambia. Hemos dicho «explicación», y es quizá ésta una palabra que puede conducir a equívoco cuando se trata de describir algo que es a la vez método y proceso, porque las emociones se encuentran profundamente implicadas. La transferencia no puede ser “explicada”. Hay que vivirla junto con el analista. Aunque las condiciones de consultorio de psicólogo y horas de visita imponen restricciones, Jung insiste en que el analista tiene que habérselas con el paciente como con un ser humano semejante a él; que si es necesario, habrá de reinar una parigual franqueza entre los dos y que los sufrimientos deben ser participados por ampos. De una relación así entre dos personas es de donde surge el valor terapéutico que ninguna mera «explicación» podría causar.

Esta misma relación humana es la que hace a la personalidad del analista tan importante en la confesión. Puede también ocurrir que el paciente se dé cuenta de una parte desgajada de su personalidad —un complejo autónomo— y con todo encuentre la máxima dificultad en integrarlo de nuevo, ya que expresa algo absolutamente contradictorio con la personalidad consciente. En este punto, la comprensión y la simpatía del analista son de la máxima importancia, ya que ayudan a reforzar las energías de la conciencia hasta que se hace capaz de asimilar el elemento perturbador. El paciente entonces «no está solo en la batalla contra estos poderes elementales, sino que alguien, en quien él confía, le alarga una mano, prestándole un apoyo moral en la lucha contra la tiranía de la emoción incontrolada 12.

Si ha de haber esta tan estrecha relación, es de la mayor importancia que el analista baya sido antes analizado a su vez 13, porque no puede ayudar a alguien a alcanzar un estadio ulterior sin haberlo conseguido él anteriormente. El analista debe conocer su propia sombra y haber tenido experiencia real de las fuerzas del inconsciente contra las que está ayudando ahora a luchar a su paciente. No puede intentar zafarse de sus propias dificultades pretendiendo curar a otras personas; debe curarse primeramente a sí mismo. Al participar de las experiencias de sus pacientes corre el riesgo de comunicarse su patología (lo mismo que un médico se puede contagiar de una enfermedad física) y, por tanto, necesita toda la estabilidad mental que el autoconocimiento puede aportar.

En todas estas discusiones sobre psicoterapia, Jung hace siempre hincapié en el hecho de que se trata de las relaciones entre dos seres humanos; este es un hecho realmente importante, al que han de subordinarse todas las teorías y métodos. El analista muchas veces no puede evitar el pensar que esta actuación, aquella o la de más allá serían lo mejor para el paciente, pero no tiene derecho a imponerle sus puntos de vista. Su obligación es ayudarle en su ascensión hacia aquel estado en el que pueda descubrir por sí mismo el camino de su vida y las energías necesarias para recorrerlo en la práctica. Métodos y teorías son tan sólo ayudas para conseguir esta meta.

Hay muchos estadios en los que se puede poner punto final a un tratamiento psicológico. Cuando, por ejemplo, un síntoma desagradable ha desaparecido; si se ha conseguido un satisfactorio desarrollo desde un estadio anterior infantil; o en caso de una nueva y mejor adaptación a la vida; o también cuando un contenido psíquico esencial, pero inconsciente, ha sido reconocido y se han logrado nuevos ímpetus para vivir. Pero existen personas que no se satisfacen del todo con soluciones de este tipo y que, o continúan su trabajo con el analista, o vuelven al cabo de un tiempo, llevadas por el deseo de mayor comprensión y desenvolvimiento. Citemos también a aquellas, más o menos normales, que habiendo alcanzado la segunda mitad de la vida, están insatisfechas y que, no siendo capaces de sentirse a gusto en la vida ordinaria de todos, vuelven sus ojos hacia el análisis, a ver si éste les aporta alguna solución a sus dificultades. Estas son las personas para las que la meta de la individuación es una necesidad y para quienes el método terapéutico ordinario no basta. De hecho, Jung llama a esta etapa del análisis «discusión dialéctica entre la mente consciente y el inconsciente, desarrollo o avance camino de una meta o fin de rara naturaleza de lo que ha atraído mi atención durante muchos años» 14. La mayoría de los pacientes a quienes esto se aplica han tenido vidas bien adaptadas y llenas de éxito. Muchos de ellos recibieron antes algún tipo de tratamiento psicoterapéutico «con resultados parciales  o negativos» 15, y la mayoría se quejan de la vaciedad o falta de sentido en sus vidas, o explican su estado actual como si estuvieran estancados o no tuviesen idea de lo que deben hacer o hacia dónde deben dirigirse. Se trata de ordinario de personas capaces e inteligentes, para las que la palabra «normalidad» no tiene sentido. En efecto, sus neurosis (si es que así puede llamárselas) consisten en su «normalidad», y su necesidad más profunda radica en poder vivir una vida «anormal».

«Ser un ente humano normal es una de las cosas, más útiles y más aptas en que se puede pensar; pero la misma noción de «ser un hombre normal», igual que la idea de «adaptación», implica en sí una restricción al término medio… Ser «normal» es la meta ideal para el que no ha tenido éxito, para aquellos que permanecen aún debajo del nivel de adaptación. Pero para las personas de capacidad superior a la media que nunca tuvieron dificultad en conseguir éxito y en cumplir su tarea en el trabajo del mundo, para éstas la compulsión moral de ser solamente «normales» significa el lecho de Procusto, un aburrimiento mortal e insuperable y un infierno de esterilidad y desesperanza» 16.

Este tipo de personas y aquellas que tienen como dificultad principal el haber llegado a un «punto muerto», con frecuencia han leído mucho e incluso profundamente y han explorado todas las posibilidades ofrecidas por la filosofía y la religión. Conocen todas las respuestas que la conciencia puede dar. En este punto es donde Jung aporta su mejor contribución a la psicoterapia.

“No tengo ninguna filosofía de la vida a punto para dársela (a este tipo de personas)… No sé qué decirle al paciente cuando  me pregunta: «¿Qué me aconseja usted? ¿Qué debo hacer?» No sé contestar. Solo sé una cosa: cuando mi mente consciente no ve delante de si ningún camino franqueable y, por consiguiente, queda como clavada, mi psique inconsciente reaccionará contra este intolerable punto muerto”

Este “llegar a un punto muerto” es una situación humana tan familiar y se ha dado tantas veces en la historia de la humanidad, que se ha constituido un tema central de muchos cuentos de hadas y de nitos del tipo “¡Sésamo, ábrete!”, en los que la puerta cerrada se abre ante el influjo de las palabras mágicas, o el camino oculto llega a ser conocido gracias a la ayuda de algún amigable animal o de una criatura extraña. «Quedar estancado» es uno de aquellos acaeceres típicos “que han evocado en el curso de los tiempos reacciones y compensaciones típicas” 18. Por tanto, es completamente normal que cuando se repita esta situación típica en la vida de un hombre moderno su inconsciente tienda a reaccionar con un sueño de tipo semejante.

En este estadio, la terapia tiene como meta que el paciente explore las posibilidades latentes en él mismo, que averigüe qué tipo de persona es él realmente y que aprenda a vivir de acuerdo a todo ello. Por tanto, el análisis debe apartar todas las ideas preconcebidas del camino que el paciente ha de seguir; y no ha de poner el énfasis en el “tratamiento”, sino en la relación entre analista y paciente,  porque ninguno conoce previamente la respuesta o puede predecir lo que ha de suceder. “De manera alguna —dice Jung— puede ser el tratamiento otra cosa que el resultado de la mutua interinfluencia en la que entran en juego el ser total del doctor y el ser total del paciente” 19

“Por tanto, entre doctor y paciente se dan factores imponderables que traen consigo una transformación mutua. En este proceso la personalidad más estable y más poderosa decidirá el resultado final. Casos he visto en los que el paciente ha ‘asimilado’ al doctor a pesar de toda teoría y de las intenciones profesionales de éste (…) El estadio de transformación, se apoya en estos hechos” 20.

Jung ha comparado este encuentro de dos personalidades con el contacto de dos sustancias químicas: si se produce reacción, se transforman ambas. No es esto una metáfora vaga e indefinida, ya que forma parte del fundamento de las investigaciones de Jung sobre la alquimia 21. Este proceso (es decir, el de la transformación mutua) demanda, tanto de parte del analista como del paciente, la misma honestidad y perseverancia, la misma disponibilidad para el cambio. Le exige cosas duras al analista, ya que en última instancia el factor determinante es siempre su propia personalidad y no un método o una técnica. Si la dificultad del paciente es de tipo religioso, debe entonces el analista encararse con sus propios problemas religiosos y —lo que es más— debe ser capaz de discutirlos francamente con aquél. Si el objetivo del paciente consiste en un desarrollo cultural más elevado, deberá entonces el analista desarrollarse él mismo en este sentido.

“La psicoterapia (como dice Jung) rebasa sus orígenes médicos y  deja de ser un mero método de tratar a enfermos. Trata ahora a los sanos o a aquellos que tienen derecho a la salud psíquica, cuya falta es, cuando menos, el sufrimiento  que a todos nos atormenta” 22

Las primeras etapas del análisis se ocupan muy en especial con problemas personales y, por tanto, con el inconsciente personal; pero la última etapa en la cual el individuo necesita encontrar su sitio en la vida de las generaciones, entra en contacto con el inconsciente colectivo. Y es esta teoría de Jung sobre el inconsciente, tanto personal como colectivo, lo que diferencia su psicología de todas las otras.

NOTAS DE PIE DE PÁGINA

1 Cuando Jung elaboró su propio método, el freudianismo se mantenía en sus ideas origínales. Más recientemente la escuela freudiana, y en especial la rama influenciada por la obra de Melanie Klein, tiene como la más importante causa de las neurosis las dificultades que el niño encuentra para dominar sus impulsos agresivos.
2 No confundir con el término usado por C. G. Stout Analitic Psychology.
3 “The Aims of Psychotherapy” (C. W., 16), § 69-70.
4 Two Essays on Analytical Psychology, §§ 167, 175, 182.
5 Ibid, §§ 165-183.
6 Puede añadirse que el desarrollo indicado en los sueños no vino en seguida y tampoco fácilmente. Pero sin el signo positivo que dieron los sueños, hubiera habido tiempos durante el tratamiento en los que el pesimismo dominaría en absoluto.
7 Two Essays on Analytical Psychology, § 67.
8 Two Essays on Analytical Psychology.
9 “Problems of Modem Psychotherapy» (C. W.. 16), §§ 123-124.
10 Ibíd., § 130.
11 Ibíd., § 134.
12 “The Therapeutic value of Abreaction” (C. W., 16), § 270.
13 Fue Jung quien primero afirmó esto con claridad, y Freud estuvo de acuerdo con ello rápidamente.
14 Psychology and Alchemy, § 3.
15 “The Aims of Psychothcrapy” (C. W.. 16), § 83
16 “Problems of Modem Psychotherapy” (C. W., 16), § 161.
17 «The Aims of Psychotherapy», § 84.
18 Ibid., § 85.
19 «Problems of Modern Psychotherapy», § 163.
20 Ibid, §§ 164-165.
21 Cf. «The Psychology of the Transference» (C. W., 16).
22 «Problems of Modern Psychotherapy», § 174.

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