Wotan – Carl Gustav Jung

CARL GUSTAV JUNG

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Carl Gustav Jung (1875-1961), médico psiquiatra y psicólogo, figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis. Posteriormente fue el fundador de la escuela de Psicología Analítica. Pionero de la psicología profunda y uno de los estudiosos de esta disciplina más ampliamente leídos en el siglo XX, su abordaje teórico y clínico enfatizó la conexión funcional entre la estructura de la psique y sus manifestaciones culturales. Esto le impulsó a incorporar en su metodología nociones procedentes de la antropología, la alquimia, los sueños, el arte, la mitología, la religión y la filosofía. Aunque Jung no fue el primero en dedicarse al estudio de la actividad onírica, no obstante, sus contribuciones al análisis de los sueños fueron extensivas y altamente influyentes. Este escrito fue tomado de la web de Metapedia.

«En Alemania nacerán diversas sectas
aproximándose fuerte al feliz paganismo.
El corazón cautivo y pequeñas recepciones
harán que se vuelva a pagar el verdadero diezmo».
Michel de Nostradamus, 1555.[1]

Con la (Primera) Guerra Mundial parece haber surgido en Europa un momento en que ocurren cosas que antes, a lo sumo, sólo se habrían imaginado. Ya la guerra entre naciones civilizadas era considerada casi una vieja fábula; un absurdo semejante parecía cada vez menos posible en este mundo de la razón e internacionalmente organizado. Y lo que siguió a la guerra fue un verdadero pandemónium: revoluciones fantásticas en todas partes, cambios violentos del mapa, regresos políticos hacia prototipos medievales o incluso más antiguos, Estados que fagocitaron a sus vecinos, superando ampliamente, en cuanto a totalitarismo, todos los experimentos teocráticos anteriores, persecuciones de cristianos y judíos, masacres masivas por motivos políticos; y, para acabar, una incursión piratesca emprendida a la ligera contra un pacífico pueblo en vía de desarrollo [La invasión de Abisinia por Italia].

Cuando suceden estas cosas en grande, no debería uno maravillarse en absoluto si en una escala menor suceden también cosas extrañas en otras esferas. En el campo de la filosofía debemos ciertamente esperar un tiempo antes de que podamos establecer con fundamento el tipo de época en la cual vivimos. Pero en el campo religioso podemos ver que están ocurriendo hechos significativos. Que en Rusia el colorido esplendor de la Iglesia griega ortodoxa haya sido sustituído por un movimiento ateo de dudoso gusto y cuestionable inteligencia no es de extrañar, por cuanto el nivel espiritual de la reacción «científica» es deplorablemente bajo. A fin de cuentas, incluso en el Cercano Oriente se da un suspiro de alivio cuando de la atmósfera llena de humo por las procesiones de lámparas –que son todo lo que queda de la Iglesia Ortodoxa–, se entra en una digna mezquita donde la sublime e invisible omnipresencia de Dios no ha sido sustituída por la parafernalia de ritos y vasos sagrados. Y, en el fondo, tarde o temprano también debía despuntar en Rusia la Ilustración del siglo XIX con su iluminismo «científico». Pero que en un país verdaderamente civilizado que se pensaba que hacía tiempo que había salido de la Edad Media, un antiguo dios de la tormenta y la embriaguez, Wotan, que históricamente había estado un largo tiempo en reposo, pudiese volver a despertar a una nueva actividad como un volcán extinguido, es más que extraño: es realmente excepcional. Como usted sabe, aquel Dios cobró vida en el Movimiento de la Juventud Alemana y fue honrado desde el comienzo de su resurrección con sangrientos sacrificios de ovejas. Eran jóvenes rubios (y a veces mujeres) que, armados con mochila y guitarra, eran vistos vagabundeando sin cesar por todos los caminos de Europa, desde el Cabo del Norte hasta Sicilia, fieles seguidores del dios andariego.

Más tarde, hacia el final de la República de Weimar, el papel errante fue asumido por miles y miles de personas desempleadas que se encontraban en todas partes deambulando sin rumbo fijo. En 1933 no se vagabundeó más, sino que se marchaba por centenares de miles, desde niños de cinco años hasta ancianos. El movimiento de Hitler, literalmente, puso en marcha la totalidad de Alemania, dando vida al espectáculo de una nación que migraba marcando el paso. Wotan, el vagabundo, había despertado. Así, podía vérselo, buscando en lugar de avergonzado, en la sala de reuniones de una secta en el norte de Alemania conformada por gente modesta, representado como un Cristo montado en un caballo blanco. No sé si estas personas eran conscientes del parentesco primordial de Wotan con las figuras de Cristo y de Dionisio; probablemente no.

Al principio, Wotan, el viajero incansable, el alborotador que suscita querellas aquí y allá y además obra la magia, fue transformado por el cristianismo en un demonio; no era más que un fuego fatuo en las noches de tormenta, un cazador espectral acompañado por su séquito, y esto, también, sólo en las tradiciones locales, que eran cada vez más descoloridas. Fue la figura de Ahasverus [el judío errante], forjada en la Edad Media, la que asumió el papel del caminante incansable; se trata de una leyenda cristiana, no judía: el tema del vagabundo que no ha aceptado a Cristo fue proyectado sobre los judios (así como normalmente redescubrimos en los otros nuestro contenido psíquico que se ha hecho inconsciente). En todo caso la coincidencia del antisemitismo con el despertar de Wotan es una sutileza psicológica que podría valer la pena recordar.

Los jóvenes alemanes que celebraban el solsticio no fueron los únicos que percibieron el susurro en el bosque virgen del inconsciente; ello ya había sido intuído proféticamente por Nietzsche, Schuler, Stefan George y Ludwig Klages[2]. La tradición literaria de Renania y el territorio al sur del río Main, ciertamente no pudo liberarse con facilidad de la impronta clásica, razón por la cual se recurría voluntariamente (apoyándose en los prototipos clásicos), a la antigua embriaguez y a la antigua exaltación, es decir a Dionisio, Puer aeternus (el eterno niño), y al Eros cosmogónico[3]. Sin duda alguna, esto estaba más acorde con la mentalidad clásica que con la idea de Wotan, el cual, sin embargo, proporciona una referencia más exacta. De hecho, es un dios del ímpetu y de la tormenta, una furia de pasión y ardor guerrero; y por lo demás, un poderoso mago y artista de la ilusión, versado en todos los secretos ocultos de la naturaleza.

Lo de Nietzsche es sin duda un caso especial. Él no tenía conocimiento alguno de la cultura germánica. Cuando descubrió al «filisteo de la cultura», y que «Dios ha muerto», su Zaratustra encontró un dios desconocido de forma insospechada, que se acercó a él a veces con hostilidad, o bien disfrazado como Zaratustra mismo. Así es cómo supongo que es Zaratustra en sí mismo: un adivino, un mago y un viento de tormenta:

«Y, semejante al viento, quiero yo soplar alguna vez entre ellos, y con mi espíritu cortar la respiración a su espíritu: así lo quiere mi porvenir.
En verdad, un viento fuerte es Zaratustra para todos los bajos fondos; y este consejo da a sus enemigos y a todo lo que escupe y vomita: «¡Guardaos de escupir contra el viento!» [Así Hablaba Zaratustra, II, De la Chusma]

Y cuando Zaratustra sueña que, guardián de las tumbas en la montaña del castillo de la muerte, quiere abrir la puerta, y «un viento rugiente abrió violentamente las hojas de la puerta»:

«Con agudos gritos y chillidos arrojó hacia mí un ataúd negro. Y en medio del rugir, silbar y chirriar, el ataúd se hizo pe­dazos y escupió miles de carcajadas diferentes».

El discípulo, interpretando el sueño, dice:

«¿No eres tú mismo el viento de silbidos agudos, que arranca las puertas del castillo de la muerte?. ¿No eres tú mismo el ataúd lleno de maldades multicolores y lleno de muecas angelicales de la vida?» [Así Hablaba Zaratustra, II, El Adivino]

En esta imagen se destaca con fuerza el secreto de Nietzsche, que desde 1863 hasta 1864 había escrito Al Dios Desconocido:

Te quiero conocer, desconocido,
tú que me aferras en las profundidades del alma
y atraviesas mi vida como una tempestad,
¡tú, difícil de alcanzar, parecido a mí!.
Te quiero conocer y te quiero servir.

Y veinte años más tarde, en su magnífico Himno al Mistral [En Canciones del Principe Vogelfrei], dice:

¡Cómo te amo, viento mistral,
cazador de nubes, asesino de tribulaciones,
barrendero del cielo, viento bramador!
¿No somos ambos las primicias
de un mismo seno, predestinados para siempre
a un mismo destino?

En el ditirambo conocido como El lamento de Ariadna [incluído en Así Hablaba Zaratustra, IV, El Encantador], Nietzsche es completamente una víctima del dios cazador, por lo cual incluso la forzada auto-liberación de Zaratustra al final no cambia nada:

Postrada en tierra, temblando de horror,
como una moribunda a quien le calientan sus pies,
sacudida, ay de mí, por fiebres desconocidas,
temblando por agudos dardos de escarcha,
¡acosada por ti, pensamiento!,
¡Innombrable!, ¡Encubierto!, ¡Aterrador!.
Tú, cazador oculto detrás de las nubes!
¡Fulminada en tierra por ti,
ojo burlón que me mira desde la oscuridad!
Así yazgo,
me doblo, me retuerzo, atormentada
por todas las eternas torturas,
herida
por ti, el más cruel cazador,
tú, desconocido dios…

Esta sorprendente imagen del dios cazador no es una mera figura retórica ditirámbica, sino que está basada en una experiencia vivida en Schulpforta a los quince años por Nietzsche y descrita por su hermana Elisabeth Foerster-Nietzsche [En Der werdende Nietzsche: autobiographische Aufzeichnungen, 1924]. Mientras vagaba de noche por un oscuro bosque, fue al principio sorprendido por «un grito estridente que venía de un manicomio cercano», y luego encontró a un cazador «de rasgos lúgubres y salvajes». En un valle «rodeado de un matorral impenetrable» el cazador puso un silbato entre sus dientes y «emitió un agudo sonido», con lo cual Nietzsche perdió el conocimiento y se despertó en Pforta. Había sido una pesadilla. Es significativo que el durmiente, que tenía la intención de ir a Eisleben, la ciudad de Lutero, hablara con el cazador si debiera en cambio ir a «Teutschental» («valle de los alemanes»). Y es casi imposible no comprender el agudo silbido del dios de la tempestad en el bosque nocturno. ¿Se debe realmente sólo al hecho de que Nietzsche fuera filólogo clásico que el dios se haya estado llamando Dionisio y no Wotan, o se lo debemos a su decisivo encuentro con Wagner?.

En una extraña visión, Bruno Goetz lee el secreto de los acontecimientos que se producirían en Alemania [Reich ohne Raum, Potsdam, 1919]. Ese libro me pareció entonces como un pronóstico del tiempo en Alemania, y lo he tenido siempre en cuenta. Allí intuye el contraste existente entre el reino de las ideas y el de la vida, detrás del dios a la vez de la tempestad y de la secreta meditación, que desapareció cuando cayeron su robles y que retornó cuando el dios de los cristianos se reveló como demasiado débil para salvar a la cristiandad de la carnicería fratricida. Cuando el Santo Padre en Roma, privado de todo poder, sólo podía quejarse ante Dios en favor de la grex segregatus [el rebaño disperso], el viejo cazador tuerto, en el borde del bosque germánico, se rió y ensilló a Sleipnir.

Siempre estamos convencidos de que el mundo moderno es un mundo explicable racionalmente, basando nuestra opinión en factores económicos, políticos y psicológicos. Pero si pudiéramos olvidar por un momento que vivimos en el año del Señor 1936, y si dejásemos a un lado nuestra bien intencionada sensatez humana, demasiado humana, y se nos permitiera traspasar a Dios o a los dioses –en lugar del hombre– la responsabilidad de los acontecimientos contemporáneos, entonces Wotan serviría perfectamente al caso nuestro como una hipótesis natural. Incluso me atrevo a presentar la afirmación herética de que el viejo Wotan, con su carácter abismal e insondable, explica el Nacionalsocialismo más que, en conjunto, los tres razonables factores mencionados. Aunque cada uno de ellos aclara un aspecto importante de las cosas que están sucediendo en Alemania, todavía más lo explica Wotan, y concretamente el fenómeno general mismo, que permanece extraño e incomprensible para quien no sea alemán, incluso después de la más profunda reflexión. Tal vez podemos designar este fenómeno general como Ergriffenheit, que es la posibilidad de ser «ocupado», de ser poseído. Este término implica tanto un Ergriffener, un «capturado», un «poseído», como también un Ergreifer, «el que se apodera», que posee. Siendo Wotan «uno que se apodera», lo que significa que posee a los hombres, si no se quiere derechamente divinizar a Hitler –lo que realmente de alguna manera ya ha ocurrido–, sólo queda Wotan como única explicación. Es cierto que él comparte con su primo Dionisio esta característica, pero parece que la influencia de éste se ejercía principalmente sobre el género femenino. Se puede decir que las ménades de Dionisio constituían una tropa de asalto (SA=Sturm-Abteilung) femenina, y de acuerdo con la historia mitológica, eran bastante peligrosas. Wotan se limita a los furibundos Berserker, que fueron empleados como guardaespaldas por los míticos reyes (vikingos).

Para un espíritu todavía infantil que considera a los dioses como realidades metafísicas realmente existentes o bien como invenciones jocosas o supersticiosas, el mencionado paralelismo entre Wotan redivivus y la tormenta sociopolítica y psíquica que sacude a Alemania hoy en día, podría tener al menos el valor de una alegoría. Pero como los dioses son claramente personificaciones de las fuerzas psíquicas, afirmar su existencia metapsíquica es una presunción del intelecto tanto como la hipótesis de que fueron inventados. Las «fuerzas psíquicas» desde luego no tienen nada que ver con la conciencia; como nos gusta jugar con la idea de que la conciencia y la psique son lo mismo, la nuestra no es más que una presunción intelectual. Nuestra obsesión para explicarlo todo racionalmente encuentra obviamente su raíz en el temor metafísico, porque el racionalismo y la metafísica han sido siempre hermanos hostiles. Las «fuerzas psíquicas» tienen más que ver con el reino de lo inconsciente; por eso todo lo que de improviso se le manifiesta al hombre saliendo de aquella región oscura es considerado o como proveniente de fuera, y por lo tanto real, o como una alucinación, y por ello no real. Pero la posibilidad de que existan cosas reales que no provienen desde el exterior hasta ahora a duras penas se ha insinuado en la mente del hombre de nuestro tiempo.

Se puede, en efecto, para una mayor claridad y para escapar de los prejuicios, prescindir del nombre y del concepto de Wotan e indicar lo mismo como furor teutonicus; haciendo eso, sin embargo, todavía se viene a decir lo mismo, y no tan bien, ya que el furor en este caso es una simple psicologización de Wotan y no significa nada más que el hecho de que la gente alemana está en un estado de furia. Con esto falta una característica valiosa de todo el fenómeno, a saber, el aspecto dramático del Ergreifer, de aquel «que aferra», y del Ergriffener, aquel que ha sido «tomado», poseído por aquél. Pero lo que más llama la atención en el fenómeno alemán es propiamente el hecho de que un hombre evidentemente «poseído», «posea» a la nación entera hasta el punto que todo se pone en movimiento, comienza a avanzar e inevitablemente a deslizarse peligrosamente.

Wotan me parece que como hipótesis da en el blanco. Él estaba, al parecer, sólo durmiendo en el monte Kyffhäuser, hasta que los cuervos le anunciaron la frescura matutina. Wotan es una característica básica de la psique alemana, un «factor» psíquico de naturaleza irracional, un ciclón que arrasa y nivela la zona de alta presión cultural. Parece que los seguidores de Wotan, a pesar de toda su extravagancia, se han visto más certeros que los adoradores de la razón. Wotan, y esto evidentemente fue olvidado por completo, es un dato germánico de primera importancia, la expresión más genuina y la personificación no superada de una característica fundamental, particular del pueblo alemán. Houston Stewart Chamberlain es un síntoma que hace sospechar que en otros lugares pueden existir dioses clandestinos que están durmiendo. La raza germánica (vulgo «aria»), la esencia nacional germánica, la sangre y el suelo, los cantos Wagalaweia, la cabalgata de las Valkirias, Jesús transformado en un héroe rubio de ojos azules, la madre griega de san Pablo, el diablo como un Alberich[4] internacional de aspecto judío y masónico, la nórdica aurora borealis como signo de civilización, la inferioridad de las razas del Mediterráneo… éste es el escenario indispensable en el cual, en el fondo, todo tiene el mismo significado: la posibilidad de que los alemanes hayan sido «tomados», poseídos por un dios, por lo cual su casa «está llena de un viento salvaje». Eso fue poco después de la llegada de Hitler al poder. Si no me equivoco, se publicó una caricatura que representa a un airado Berserker liberándose a sí mismo de las cadenas. En Alemania se ha desatado un huracán, mientras nosotros todavía creemos que hace buen tiempo.

Aquí, en Suiza, a veces al sur, a veces al norte, se levanta un soplo de viento, a veces un poco sospechoso, a veces inofensivo y tan idealista que nadie se da cuenta. «No despierten a los perros que duermen»: aquí entre nosotros con esta sabiduría reconfortante las cosas avanzan bien. Se ha criticado a los suizos por tener una clara aversión a constituirse ellos mismos como problema. Debo contestar a eso: los suizos son capaces de preocuparse, pero no lo dicen por ninguna razón, incluso si una corriente de aire se hace sentir aquí o allá. Así pagamos nuestro tributo en una época de tempestad e ímpetu [Sturm und Drang] alemán, en silencio, y así nos sentimos mucho mejor.

Los alemanes tienen una oportunidad histórica tal vez única para aprender, penetrando en lo más íntimo de su corazón, que justamente de aquellos peligros del alma el cristianismo quería salvar a la humanidad. Alemania es una tierra de catástrofes espirituales, donde determinadas fuerzas naturales tan sólo aparentemente hacen las paces con la razón dominadora del mundo. El rival de la razón es un viento que desde la vastedad primitiva de Asia sopla hacia Europa a través de un amplio frente que se extiende desde Tracia a Alemania, ya sea dispersando, como hojas secas, los pueblos uno tras otro, o bien inspirando pensamientos que sacuden al mundo hasta sus cimientos; es un Dionisio elemental que infringe el orden apolíneo. El suscitador del huracán se llama Wotan; para poder realizar un examen más atento de su carácter debemos no tan sólo reconocer sus acciones en medio de la agitación histórica y de los trastornos políticos, sino que también necesitamos las interpretaciones mitológicas, que aunque no explicaron las cosas en términos humanos y según las limitadas posibilidades humanas, sí encontraron los motivos más profundos en la psique y en su potencia autónoma. La más antigua intuición humana siempre ha deificado poderes similares, caracterizándolos ampliamente y con gran cuidado por medio de mitos, de acuerdo con sus peculiaridades. Esto fue tanto más posible por cuanto se trataba de las imágenes o de los tipos originales innatos en el inconsciente de muchas razas, que ejercitaban sobre éstas una influencia directa[5]. Por lo tanto, se puede hablar de un arquetipo «Wotan», que, como un factor psíquico autónomo, produce efectos colectivos, delineando así una imagen de su propia naturaleza. Wotan tiene su particular biología, separado de la naturaleza del individuo, que sólo de vez en cuando cae bajo el irresistible influjo de aquel factor inconsciente; durante los períodos de calma, sin embargo, el arquetipo Wotan es inconsciente como una epilepsia latente. Los alemanes que ya eran adultos en 1914 ¿podían haber predicho el estado en que estarían en 1935?. Tales son todavía los sorprendentes efectos del dios del viento, que «sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va» [Jn 3:8], que se apodera de todo lo que encuentra en su camino y abate todo lo que no tiene raíces. Cuando sopla el viento, aquello que está externa e internamente inseguro, se tambalea.

Una reciente monografía de Martin Ninck sobre Wotan (Wodan und Germanischer Schicksalsglaube, Jena, 1935) ha completado y perfeccionado nuestro conocimiento de la naturaleza de Wotan. El lector no debe temer que se trate únicamente de un estudio científico, escrito con distanciamiento académico. Si bien los derechos de la objetividad científica están plenamente protegidos y el material ha sido recogido con meticulosidad y se expone en un bello orden con rara perfección y penetración, es evidente que el autor siente su materia como algo cercano a la vida real y que la cuerda de Wotan aún vibra en él. Esto no es un defecto sino una cualidad principal del libro que, sin esta participación entusiasta del autor, podría haberse convertido en un tedioso catálogo. Ninck traza un cuadro grandioso del arquetipo alemán Wotan: lo describe en diez capítulos, basándose en todas las fuentes disponibles, como guerrero furioso (berserker), dios de la tormenta, caminante, luchador, dios del deseo (Wunsch) y del amor (Minne), señor de los muertos, señor de los Einherjer (héroes muertos que habitan en el Walhalla), maestro del conocimiento secreto, encantador, y dios de los poetas. Incluso su mítica corte, las Valkyrias y el Fylgja (espíritu acompañante, a menudo en forma animal), está tomada en consideración por cuanto este trasfondo está incluído en el significado total de Wotan. La búsqueda de Ninck sobre el nombre de Wotan y su origen es muy instructiva: muestra cómo aquel dios encarna tanto el lado impulsivo y emocional del inconsciente, como el intuitivo e inspirador, y es por un lado el dios de la ira y el frenesí, y por otro un experto en los caracteres rúnicos y un anunciador del destino.

A pesar de que Wotan fue identificado por los romanos con Mercurio, ningún dios romano ni griego corresponde exactamente a sus características. Con Mercurio tiene en común la vida errante; con Plutón, y también con Kronos, el imperio sobre los muertos; el frenesí lo liga a Dionisio, en particular en su aspecto adivinatorio. Me ha sorprendido el hecho de que Ninck no haga mención de Hermes, el dios helénico de la revelación que como pneuma [respiración, espíritu] y como nous [intelecto, mente] asocia su significado con el viento, y que establece un puente con el pneuma cristiano y con el milagro de Pentecostés. Como Poimandres, el pastor de los hombres, Hermes también es un dios «que atrapa» (Ergreifer) a los hombres. Ninck señala acertadamente que Dionisio, al igual que los otros dioses, siempre se ha mantenido bajo la autoridad de Zeus omnipotente, lo que revela una profunda diferencia entre el temperamento griego y el germánico. La eliminación de Kronos, al cual Ninck atribuye una íntima afinidad con Wotan, tal vez podría hacer pensar en una superación y un despedazamiento, en tiempos prehistóricos, del arquetipo de Wotan. En todo caso, el dios germánico representa una totalidad a un nivel primitivo, una situación psíquica en la cual la voluntad del hombre se identificaba con la del dios que lo tenía completamente en su poder. Pero entre los griegos habían dioses que prestaban su apoyo al hombre contra otros dioses, y el padre Zeus no estaba muy lejos del ideal del déspota benévolo e ilustrado.

Wotan no dio signos de envejecimiento, él simplemente desapareció, a su manera, cuando los tiempos le fueron contrarios, y permaneció invisible durante más de un milenio, actuando de forma anónima e indirecta. Los arquetipos se parecen a los lechos de ríos abandonados por el agua, que pueden retornar a su nivel en un momento más o menos lejano; son como los antiguos ríos en los cuales las aguas de la vida han fluído durante mucho tiempo, y han cavado un profundo canal para ellas; cuanto más han fluído en la misma dirección tanto más es probable que temprano o tarde retornen a su lecho. Si en la sociedad humana, y especialmente al interior del Estado, la vida de los individuos está regulada como por un canal, la vida de las naciones es como la corriente de un río impetuoso que nadie domina, o que, sin embargo, nunca puede dominar un hombre, sino Uno que siempre ha sido más fuerte que los hombres. La Sociedad de las Naciones, que debería haber sido investida de una autoridad supranacional, es según algunos todavía un niño necesitado de protección y asistencia, mientras que otros la tienen por un aborto. Así, la vida de las naciones transcurre sin un freno, sin guía, inconsciente, como una roca que se precipita por una pendiente y se va estrellando, deteniéndose sólo frente a un obstáculo insuperable. Por lo tanto, los acontecimientos políticos pasan de un obstáculo a otro, como los torrentes que se arrastran por barrancos, pantanos y meandros. Cuando no es el individuo el que se mueve sino la masa, el control humano disminuye, y comienzan a funcionar los arquetipos; lo mismo sucede en la vida del individuo que se enfrenta a situaciones que observa que ya no es capaz de dominar con sus medios usuales. Pero en qué consista la acción de un así considerado Führer confrontado con una masa en movimiento, se puede observar con toda la claridad deseable tanto al sur como al norte de nuestro país (Suiza). El arquetipo dominante no permanece siempre el mismo, como lo demuestra, por ejemplo, el hecho de que se han impuesto limitaciones a la duración del esperado reinado de la paz, el reino (Reich) «milenario». El arquetipo mediterráneo del padre que pone orden, buen gobernante, incluso benévolo, ha sido remecido del modo más grave en toda la parte septentrional de Europa; da testimonio de esto la suerte actual de las iglesias cristianas. El fascismo en Italia y los acontecimientos de España muestran que el desastre en el Sur ha llegado mucho más lejos de lo que se esperaba. La misma Iglesia Católica ya no puede permitirse el lujo de tomar medidas de fuerza. El dios nacional ha atacado al cristianismo en un amplio frente, sea que en Rusia se llame «ciencia y técnica», en Italia «Duce» y en Alemania «fe alemana» o «cristianismo alemán» o «Estado».

Los Deutsche Christen (Cristianos Alemanes)[6] son una contradictio in adjecto (contradicción en los términos) y harían mucho mejor en unirse al Deutsche Glaubensbewegung (Movimiento Alemán de la Fe) de Hauer[7], es decir, al campo de aquellas personas bien intencionadas y de bien que por una parte reconocen honestamente su Ergriffenheit[8], y por otra se dan mucho trabajo para revestirla con una indumentaria conciliatoria históricamente válida que la haga aparecer menos atemorizante. Esto abre así perspectivas reconfortantes sobre grandes figuras que pertenecen, por ejemplo, a la mística alemana, como Meister Eckhart, que era un alemán y también un ergriffen (poseído). Esto evita la pregunta embarazosa: ¿Entonces quién es el Ergreifer (aquel que captura)?. Él siempre ha sido «Dios». Pero cuanto más Hauer, moviéndose desde el amplio círculo indo-germánico, se restringe a lo «nórdico» y especialmente a los Edda, y cuanto más se convierte esta fe en «alemana» como expresión de la Ergriffenheit, tanto más se hace evidente que el dios «alemán» es el dios de los alemanes. No se puede leer sin emoción el libro de Hauer (Deutsche Gottschau: Grundzüge eines deutschen Glaubens, Stuttgart, 1934), si se lo considera como un intento trágico y verdaderamente heroico de un estudioso a conciencia que, sin saber de qué manera le sucedió, fue llamado y «poseído», en cuanto perteneciente al pueblo alemán, por la voz inaudible del Ergreifer, e intentó con todo su saber y su capacidad construír un puente entre la oscura fuerza vital y el mundo luminoso de las ideas y de las figuras históricas.

Pero ¿qué significan todas las bellezas del pasado y de una humanidad completamente diferente ante el encuentro, nunca antes experimentado por el hombre de hoy, con un dios tribal viviente e insondable?. Ellas son arrastradas como hojas secas por el vórtice del viento impetuoso, y las aliteraciones rítmicas de los Edda están inextricablemente insinuadas en los textos místicos cristianos, la poesía alemana y la sabiduría de los Upanishads. Hauer mismo se encuentra absorbido (ergriffen) por la presentida profundidad de las palabras alemanas primigenias en una medida de la que por cierto no había estado consciente antes. No es culpa ni del indólogo Hauer ni del Edda, ya que ambos existían desde hace mucho tiempo, sino del kairos –las actuales circunstancias temporales, la época– que, de hecho, en un examen más detenido, resulta además llamarse Wotan. Yo aconsejaría por lo tanto al Movimiento Alemán de la Fe no ser más tan escrupuloso. Las personas inteligentes no lo confundirán con los brutales seguidores de Wotan que se limitan a «simular una fe». En el Movimiento de la Fe Germana hay gente suficientemente inteligente no sólo para creer sino para saber que el Dios de los germanos es Wotan y no el Dios universal de los cristianos. Ello no es un deshonor sino un trágico suceso. Siempre ha sido peligroso caer en las manos de Dios y de un dios viviente. Como es sabido, Yahveh no es una excepción, y han existido un tiempo filisteos, edomitas, amoritas y otros que estaban fuera de la experiencia yahvística y no la sufrían ciertamente sino como algo muy desagradable. La experiencia semítica de Dios, Alá, fue por mucho tiempo un asunto muy penoso para toda la cristiandad. Desde el exterior, juzgamos demasiado a los alemanes contemporáneos como agentes responsables. Tal vez sería más justo considerarlos como «víctimas».

Si usamos consecuentemente nuestro modo de ver, que reconocemos como muy peculiar, debiéramos concluir que Wotan no sólo debe manifestar su carácter inquietante, dominador y tempestuoso, sino también su completamente diferente otra cara de su naturaleza, aquella estática y adivinatoria. Si esta conclusión se confirma, el nacionalsocialismo no tiene ciertamente la última palabra; cabría esperar, en cambio, en los años o décadas por venir, que surgieran del trasfondo cosas que todavía no podemos ni siquiera imaginar.

El despertar de Wotan es una regresión y un retorno al pasado; el río, por causa de un atasco, ha debido interrumpir su transcurso por su antiguo lecho. Pero la obstrucción no durará para siempre; tal vez es un reculer pour mieux sauter [retroceder para saltar mejor], y el agua superará el obstáculo. Entonces por fin será manifestado lo que Wotan «murmuró junto a la cabeza de Mimir».

Los hijos de Mimir [espíritus del agua] se agitan, y la tierra [Meter] se incendia cuando suenan las notas del antiguo cuerno Gjallar; Heimdall [el guardián de los dioses] sopla fuerte, levantando el cuerno. Odín habla con la cabeza de [l decapitado] Mimir.
El antiguo fresno Yggdrasil se estremece; gime el gran árbol, y el gigante [Fenrir] se desencadena. En temor se agitan quienes están en los caminos de Hel [el reino de la muerte] hasta que el hijo de Surtur [el lobo Fenrir] lo devore [a Odín].
¿Qué sucede entre los Ases?, ¿qué sucede entre los elfos?. Todo en Jotunheim [el reino de los gigantes] resuena. Los dioses [Æsir] están en consejo. Se lamentan los enanos, los amos de las murallas montañosas, ante las puertas de piedra. ¿Querrías saber más?.
Ahora Garm aúlla fuertemente delante de la gruta Gnipa [entrada de Hel]. Las cadenas se rompen y el lobo libre se escapa. Mucho yo sé, y más puedo ver del destino de los dioses [Ragnarok], los poderosos en combate.
Hrym [el líder de los gigantes] viene en su nave desde el Este, y lleva su escudo por delante. Se retuerce la serpiente Jörmundgand con furia de gigante y sacude las aguas. El águila [el gigante Hraesvelg] grita y destroza los cuerpos. Naglfar [el barco de los gigantes] no tiene impedimento.
Ese barco viene desde el Este: La gente de Muspell viene desde el mar, y Loki maneja el timón. Con el lobo [Fenrir] vienen los hijos de la locura; entre ellos va [Loki] el hermano de Byleist.[9]

Notas

1 Centuria III, cuarteto LXXVI
2 Después de Nietzsche (1844-1900) siempre se ha insistido mucho en el lado «dionisíaco» de la vida en contraste con su opuesto «apolíneo». A partir de El Nacimiento de la Tragedia (1872) la imaginación de los filósofos y de los poetas ha estado poseída por el lado oscuro, terrestre, femenino, de la vida, con su aspecto adivinatorio y orgiástico. Gradualmente, se ha venido considerando el irracionalismo como el ideal, como se ve por ejemplo a lo largo de toda la investigación de Alfred Schuler (muerto en 1923) sobre las religiones de Misterios, y más particularmente en los escritos de Klages (1872-1956), filósofo del «irracionalismo». Para Klages, el logos y la conciencia destruyen la creatividad de la vida preconsciente. Con estos escritores asistimos al origen de un aumento gradual del rechazo de la realidad y la negación de la vida tal como es. Lo cual, a fin de cuentas, conduce al culto del éxtasis, que culmina con la disolución de la conciencia en la muerte, y esto, a sus ojos, tenía el valor de la victoria por sobre los límites materiales.
3 Vom kosmogonischen Eros es el título de una de las principales obras de Klages, publicada por primera vez en 1922 en Jena.
4 Es el enano de la barba gris, el guardián del tesoro de los Nibelungos, que Sigfrido ganó.
5 Si lee lo que escribe Bruno Goetz in Deutsche Dichtung (Vita Nova Verlag, Lucerna 1935) pp. 36 y sgg. y 72 y sgg., sobre Odín, dios errante alemán.
6 Fue un movimiento nacionalsocialista al interior de la Iglesia Protestante, que trató de eliminar del cristianismo todo vestigio del Antiguo Testamento.
7 Wilhelm Hauer, primero misionero y luego profesor de sánscrito en la Universidad de Tubinga, fue el fundador y líder de la Deutsche Glaubensbewegung, el Movimiento Alemán de la Fe. Trató de fijar una «fe alemana», basada en textos y tradiciones de los países nórdicos y germánicos, por ejemplo los de Eckart y de Goethe. El movimiento trató de combinar tendencias diversas y a menudo incompatibles: algunos de sus miembros aceptaban una forma ‘expurgada’ de cristianismo, otros se oponían no sólo al cristianismo en todas sus formas, sino a cualquier tipo de religión o divinidad. Uno de los artículos de la fe común, que el movimiento adoptó en 1934, era: «El Movimiento Alemán de la Fe tiene por objetivo el renacimiento religioso de la nación sobre la base hereditaria de la raza germánica». El espíritu del movimiento contrasta en cierto modo con la oración fúnebre que el «consejero superior eclesiástico» y pastor «evangélico» Dr. Langmann, «vestido con las botas y el uniforme de las SA», pronunció en el funeral del difunto Gustfloff como viático para el «viaje al Hades». Él señala al Walhalla como el hogar de los «héroes Baldur y Siegfried» que con su «sacrificio cruento nutren la vida del pueblo alemán», como, entre otros, Cristo lo hizo. Esto es más o menos lo que dijo: «Empuje ese dios a los pueblos de la tierra con el sonido de sus armas a través de la historia…: Señor, bendice tú nuestra batalla. Amén». Así terminó el pastor, de acuerdo con el Neue Zürcher Zeitung, N. 249 (1936); como una función en honor de Wotan fue sin duda muy estimulante y muy tolerante con los seguidores de Cristo. ¿Está la Iglesia confesional inclinada hacia la misma tolerancia?. ¿Está pronta a predicar que Cristo ha derramado su sangre para la salvación de los hombres como, entre otros, lo han hecho Sigfrido, Baldur y Odín?. En estos días éstas se han convertido imprevistamente en las posibles preguntas grotescas.
8 N. Palabra alemana que significa ‘emoción’, pero que tanto Hauer como Jung la utilizaron para describir la experiencia religiosa original, un estado del ser profundamente conmovido o incluso ‘poseído’ por «lo Sagrado» o «la Realidad Última». Carrie B. Dohe, History of European Ideas: Wotan and the Archetypal Ergriffenheit
9 N. del Trad.: Estrofas 46 a 51 de la Predicción de la Völuspá, contenida en el Edda Mayor, de Saemund. Hemos tenido a la vista para realizar esta versión las traducciones castellanas de Amador de los Ríos (1856) y Luis Lerate (1986), y las inglesas de Benjamin Thorpe (1906), Henry Bellows (1936) [que es la que circula en la traducción inglesa del ensayo de Jung] y la de James Chisholm (ca. 1990).

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