La drogodependencia como fenómeno de regulación afectiva frente al trauma relacional temprano – Cifuentes

DIEGO CIFUENTES

Drogodependencia

Diego Cifuentes es Psicólogo, Magister Psicología Clínica Junguiana. Este  artículo  fue  publicado  por la Revista Encuentros, No. 6, 2016, con autorización del editor. La revista es una iniciativa de difusión de la Fundación Chilena de Psicología Analítica y ofrece un espacio para promover ideas e investigaciones en el ámbito de la Psicología Analítica.

Resumen

Desde distintos enfoques psicológicos el trauma es definido a partir de lo observado tanto en la clínica como en la investigación de los patrones relacionales tempranos, como las consideraciones respecto al apego temprano, las experiencias traumáticas asociadas a eventos naturales o accidentes y el trauma considerado como relacional. Se busca a través de las contribuciones de la psicología analítica entender la psicodinámica de la psique en la comprensión de cómo el trauma relacional estructura de una forma más o menos estable la psique y como ello da sentido a la comprensión de algunos fenómenos relacionales. Comprender estas interacciones contribuirá a la forma en que el clínico debe afrontar la relación y saber qué es lo que el paciente necesita, ya que tanto desde la psicología analítica como desde el psicoanálisis relacional, cada relación terapéutica es única y exige sus propias configuraciones vinculares. Luego de esas aclaraciones, se formula el problema de las drogodependencias como fenómeno en la desregulación afectiva frente a eventos traumáticos relacionales tempranos disociados de la conciencia, donde el consumo de drogas surge en parte como necesidad de regulación frente a la aparición de recuerdos y/o afectos no elaborados y en otra como intento de disociación de la realidad que surge demasiado amenazante para el yo, con dificultades en mantener la abstinencia en el paciente producto del surgimiento y toma de control de los complejos y por ende de la evitación de la retraumatización que implica el recordar. Esta relación entre trauma relacional temprano y el ámbito de las adicciones, será ejemplificado con un caso clínico y con viñetas de pacientes drogodependientes que dan cuenta de la incidencia del trauma y el consumo de sustancias.

Palabras claves: trauma relacional, complejo, defensas, disociación, escisión, drogadicción.

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Consideraciones preliminares respecto al concepto de Complejo.

Dentro de la psicología analítica se da especial atención al periodo de la primera infancia, donde la interacción  entre  el  infante  y  sus  figuras  primarias  dejan  fijados  en  la  psique  ciertos  contenidos emocionales y como resultado de ello, esta relación queda establecida a modo de patrones relacionales que estructuran el psiquismo de la persona.

Al respecto de este punto, una de las nociones centrales dentro de la psicología analítica es el concepto de  complejo,  que  intenta  explicar  la  forma  en  que  se  comporta  el  inconsciente  respecto  a  ciertas vivencias conflictivas. Según Sassenfeld (2007) refiriéndose a la definición que Jung entrega de complejo, este  puede  ser  definido  como  una  “imagen  de  una  situación  psíquica  determinada,  intensamente acentuada  en  términos  emocionales  y  que  se  revela  como  incompatible  con  la  situación  habitual  o actitud de la conciencia”. (p. 28). A la vez Stein (2004) agrega que estas entidades psíquicas que quedan fuera del mundo de la conciencia puede causarle serías y abrumadoras perturbaciones al yo, sobre todo, porque  los  complejos  al  estar  fuera  del  campo  de  la  conciencia,  actúan  con  cierta  autonomía.  A  esta pérdida de control sobre las propias emociones y por ende de las conductas llevadas a cabo, es lo que Jung (2004) denominó como estar <constelado por el complejo>.

Para  dar  cuenta  de  las  implicancias  de  los  complejos  y  además  definir  con  mayor  precisión  esta definición citamos a Stein (2004):

Cuando ocurre la constelación de un complejo es como si se estuviera poseído por un demonio, por  una  fuerza  que  supera  la  propia  voluntad.  Esto  provoca  una  sensación  de  desamparo.  Aún cuando uno se observa a sí mismo transformarse en víctima insensata de una compulsión interna que  obliga  a  decir  o  hacer  algo  que  se  sabe  sería  preferible  no  decir  o  no  hacer,  el  guión  se desarrolla  según  lo  previsto  y  se  pronuncian  las  palabras,  se  efectúan  los  actos.  Una  fuerza intrapsíquica ha sido provocada por una situación que ha sido constelada. (p. 67).

Si bien esta definición da cuenta del carácter problemático que supone la presencia de los complejos en la  vida  psíquica  humana,  Sassenfeld  (2007)  da  cuenta  de  la  perspectiva  con  que  veía  Jung  a  los complejos, no solo caracterizados por molestos “ataques” inconscientes hacia el yo, sino además de su papel  protagónico  para  promover  el  desarrollo  psíquico  hacia  la  resolución  de  ciertas  problemáticas individuales.  Sin  embargo,  si  esto  no  sucede,  la  persona  queda  “tomada”  por  el  complejo  y  como mencionamos anteriormente, el suponer su autonomía implica a la vez una consecuente disociación de la  psique  consciente.  Además  estos  contenidos  irreconciliables  e  irresueltos  están  definidos  por  ser “recuerdos,  deseos,  temores,  obligaciones,  necesidades  e  ideas  con  las  cuales  el  individuo  no  logra conciliarse.” (Sassenfeld, 2007, p. 69).

Además Stein (2004) refiere  que este núcleo del complejo está constituido por “imágenes asociadas y recuerdos  congelados  de  eventos  traumáticos  que  están  enterrados  en  el  inconsciente  y  que  no  son fácilmente recuperables por el yo”. Debido a que estos son “recuerdos reprimidos” agrega que “lo que entreteje los diversos elementos asociados del complejo y los mantiene en su sitio, es la emoción” (p. 79).

No obstante, Jung no solo se  dio cuenta que lo inconsciente posee una parte que ha sido reprimida o disociada  de  la  conciencia  por  su  carácter  de  incompatibilidad  con  esta  y  a  vivencias  intensamente cargadas de emoción (Kalsched, 1998; Sassenfeld, 2007; Stein, 2004), sino que además posee contenidos que nunca han llegado a ser conscientes. A estos contenidos Jung (2004) denominó como arquetípicos, provenientes de una parte del inconsciente, que a diferencia del inconsciente personal (donde se hallan los complejos), estos pertenecen a un inconsciente colectivo y por ende comunes a toda la humanidad.

Trauma y desarrollo psíquico.

Consideremos  la  definición  que  Jung  nos  entrega  con  respecto  del  trauma  psíquico  estructurado  en torno  a  lo  relacional,  donde  alude  a  este  de  la  siguiente  forma:  “ciertos  complejos     surgen  por experiencias  dolorosas  o  desagradables  en  la  vida  individual.  Son  experiencias vitales  de  tipo  afectivo que dejan heridas psíquicas de larga duración” (Jung, Vol.8, parra. 594, en Pomés, 2010, p. 50).

Stein  (2004)  aporta  a  esta  definición  y  a  la  dinámica  del  trauma  refiriendo  que  el  complejo  “está constituido  por  dos  partes:  una  imagen  o  huella  psíquica  del  trauma  originario  y  una  pieza  intacta (arquetípica)  que  está  estrechamente  relacionada  con  dicha  experiencia”  y  además  agrega  que  “ese núcleo dual del complejo va creciendo al acumular asociaciones a su alrededor, y esto puede continuar durante toda una vida” (p. 79).

La definición que el analista junguiano Donald Kalsched (1998) da al respecto es que “Por definición, el trauma temprano es una experiencia que le provoca al niño dolor psíquico insoportable −un dolor tan severo, que no puede ser procesado por las capacidades simbólicas e integrativas de la psique debido a la  inmadurez  del  ego.”  (p.  1)  y  además  que  dentro  del  trauma  “se  produce  una  inversión  del  habitar interiormente,  una  escisión  del  afecto  respecto  de  la  imagen.”  (p.  8).   Esta  experiencia  de  disociación entre los afectos y las imágenes, es descrita clínicamente de la siguiente forma:

A veces los pacientes cuentan algo y la terapeuta tiene la impresión que ya no  hay más de que hablar,  que  la  sesión  ya  terminó,  que  ya  está  todo  dicho,  y  otras  veces,  los  pacientes  hablan, cuentan  pero  como  que  no  se  puede  llegar  genuinamente  a  ellos,  no  se  logra  el  contacto,  y  la terapeuta  se  siente  como  dando  vueltas  en  banda.  Varios  clínicos  destacan  estos  sentimientos contratransferenciales:  subrayan que  el discurso  de  los pacientes  puede llegar a ser ininteligible por  encontrarse  desprovisto  de  afectos.  Destacan  que  las  palabras  existen  solamente  como estructuras petrificadas, vacías de sustancia y de significado (López, 2014, p. 3).

Estas definiciones al respecto del fenómeno del trauma, como se observará son bastante semejantes y nos  dan  luces  acerca  de  lo  central  del  complejo:  1-  Todo  núcleo  del  complejo  trae  aparejado  una experiencia  traumática,  siendo  la  característica  y  definitoria  de  esta  experiencia  la  intensidad  afectiva con la cual es vivenciada dicha experiencia. 2- La tendencia a la repetición al constelar otros contenidos que  evoquen  tonalidades  afectivas  y  contenidos  similares.  3-  La  individualidad  de  la  experiencia; vivenciada como traumática o no, dependiendo de la capacidad del yo para tolerar dichas experiencias, de lo cual se desprende que la importancia de dichos eventos es el impacto subjetivo que esta pueda tener  por  sobre  la  persona,  así  un  mismo  evento  puede  ser  vivenciado  por  una  persona  como traumático, mientras que para otra no lo sea necesariamente.

Tanto dentro de la psicología analítica, como dentro de otros enfoques como el psicoanálisis relacional, la temática del trauma ha sido central dentro de la clínica. Podemos constatar entre ambos enfoques, que  hay  claras  líneas  de  convergencia  con  respecto  a  cómo  se  considera  la  dinámica  traumática. Siguiendo esta idea, el trauma dentro del enfoque psicoanalítico relacional, se constituye en un contexto vincular,  por  lo  tanto  lo  primordial  en  ello,  como  se  mencionó  con  anterioridad,  es  que  el  trauma  se configura como una experiencia emocional subjetiva y será esta la que definirá la psicopatogénesis de la enfermedad (Araneda; Guendelman; Sassenfeld; Stutman, 2013).

La  experiencia  del  trauma  es  descrita  por  Bromberg  (1998,  en  Araneda,  et.  Al,  2013)  como  una inundación caótica y aterradora de afectos que amenaza la integridad psicológica, lo cual se transmitirá en la sensación de fragmentación y de despersonalización.

Desde este punto de vista, y realizando un paralelo entre la teoría analítica Junguiana y el psicoanálisis relacional, la configuración de patrones psicopatológicos en ambos estaría conformado por experiencias tempranas con el otro-cuidador de forma negligente, configurando el núcleo traumático del complejo. Esto  implicaría  la  invalidación  de  la  mismidad  del  niño,  y  al  respecto  Kalsched  (1998)    refiere  como resultado de dicha experiencia la formación de complejos como psiques escindidas. El trauma entonces en la primera etapa de apego generaría la disociación como defensa de último recurso. Es una forma de no estar del todo presente en la experiencia, con finalidad de evitar la angustia de desintegración.

Al respecto Stein (2004) describe esta experiencia manifestando que:

De cuando en cuando, todo ser humano puede disociarse, y de hecho se disocia, experimentando leves estados alterados de conciencia, o la posibilidad de desprenderse, o desconectarse de una experiencia traumática para poder seguir funcionando. Estar <<en complejo>> es en sí un estado de  disociación.  La  conciencia  del  yo  se  ve  perturbada  y,  dependiendo  de  la  extensión  de  la perturbación, puede caer en un estado de confusión y desorientación considerable (p.77).

Tanto  Stein  como  Kalsched  hacen  alusión  al  tiempo  durante  el  cual  un  complejo  puede  mantenerse “encapsulado”, y en este sentido, refieren que pueden pasar años sin que el complejo se exprese en la vida cotidiana de la persona a modo de malestar ya sea físico o psíquico. Independiente de cuales sean los resultados respecto a la manifestación o no de este complejo, la mantención de la disociación en el trauma puede generar una forma de estructurar el psiquismo de forma más o menos estable.

Así  el  trauma  escindirá,  desorganizará,  hasta  desintegrará  en  peores  casos  la psique  al  menos  en  dos partes  (Kalsched,  1998;  Bromberg;  Stolorow  &  Atwood;  en  Araneda,  et.  Al,  2013).  Una  parte  de  la personalidad “sobreviviente” al trauma hace una progresión respecto al desarrollo del self, por ejemplo, lograr una cierta adaptación al mundo de manera satisfactoria, y otra parte que se estanca en lo infantil. Esta última experiencia está reflejada por ejemplo en pacientes donde la sensación generalizada es más bien hipnoide, expresado a modo de “no tener los pies sobre la tierra”, lo que expresa un fenómeno en donde la conciencia se mantiene en un estado alterado.

Así dentro de la observación clínica:

Cuando  estas  imágenes  reclaman  su  lugar  en  la  conciencia,  la  vivencia  es  de  gran  ansiedad. También de mucha confusión e inseguridad sobre qué ocurrió, si es que ocurrió. Tampoco existen palabras   para   nombrar  una   experiencia   que,   por  traumática,   confusa,   solitaria,   dolorosa  y amenazante, no se nombró nunca antes (Pomés, 2010, p. 48).

Sumado   a   esto,   Araneda,   et.al   (2013)   mencionan   que   las   personas   fuertemente   traumatizadas mantienen  una  constante  sensación  de  incertidumbre  respecto  a  lo  que  pueda suceder  en  un  futuro, como  si  el  paciente  habitara  en  un  mundo  totalmente  desconocido,  sintiéndose  parte  de  un  mundo distinto. Es como si el pasado se volviera presente y el futuro perdiera su sentido, por ende el trauma pasado es vivido en la actualidad.

Estas reflexiones nos acercan al mundo interior del paciente traumatizado caracterizado por una psique escindida  por  defensas  arcaicas  (Kalshed,  1998)  caracterizadas  por  la  disociación,  la  cual  “protege  la estabilidad del self mediante el control de los afectos traumáticos no simbolizados que no es  capaz de regular”   (Bromberg,   2003,   en   Sassenfeld,   2013a)   pero   que   sin   embargo,   “protege   frente   a   la fragmentación del self y restaura el ser persona y la cordura al desligar de modo hipnoide los estados incompatibles  de  consciencia  y  al  permitir  acceso  a  estos  solo  en  cuanto  experiencias  mentales cognitivamente no vinculadas” (Bromberg, 1998, en Sassenfeld, 2013a).

Aquí entramos a un campo aún más complejo respecto a la clínica del trauma. Hemos constatado, que el trauma, estructura la psique en diversos campos a modo de complejos y que la característica principal de estos  complejos,  es  que  al  estar  disociados  de  la  conciencia  por  su  carácter  amenazador  mantienen parcial o total autonomía. Que incluso pueden pasar años sin que la persona mantenga indicios de su presencia. Sin  embargo  para  la  clínica esta escisión  genera  una  problemática  para  su  terapéutica, y  la pregunta  que  se  plantea entonces  es:  si la  persona no  mantiene registro  cognitivo  respecto  al evento traumático,  sino  síntomas  o  afectos  incapaces  de  ligarse  con  la  experiencia  en  sí,  ¿cómo  se  accede  a estos contenidos? ¿Cómo el clínico da cuenta de su presencia o de aquellas experiencias implícitas?

Una de las formas que el psicoanálisis relacional ha podido dar respuesta a estos fenómenos, ha sido a través   del   concepto   del   enactment.   Aún   sin   una   traducción   consensual   es   entendida   como escenificación,  puesta  en  acción  o  puesta  en  acto  (Sassenfeld,  2012),  es  entendido  como  un  evento disociativo, en primera instancia inconsciente de comunicación, a través de la cual se revelan formas y pautas de interacción implícitas, tanto conscientes como inconsciente por parte de terapeuta y paciente (idem).  Esto es de suma importancia para la clínica del trauma, dado que esta escenificación,

Refleja aquellas áreas de la experiencia que el paciente tiene de sí mismo en las cuales el trauma (sea del desarrollo o de inicio adulto) ha comprometido en algún grado la capacidad de regulación afectiva en un contexto relacional y, por ende, ha comprometido el desarrollo del self en el nivel del   procesamiento   simbólico   mediante   el   pensamiento   y   el   lenguaje   (Bromberg,   2011,   en Sassenfeld, 2013a).

Cuando Bromberg menciona que el enactment está asociado a las formas de regulación afectiva, nos da una perspectiva para mirar a las puestas en escena como un espacio simbólico, donde se revelan formas de  interacción  temprana  que  se  repiten  y  que  por  lo  tanto  poseen  elementos  disociados  tanto  de  la historia del propio paciente como del terapeuta. Por ello hace alusión a lo que no estaba consciente   o simbolizado  dentro  de  la  relación  interactiva,  pero  que  sin  embargo  tiene  la  posibilidad  de  ser reflexionado y comprendido (Araneda, et. Al, 2013b).

Agregando  a  lo  anterior,  como  mencionamos,  es  a  través  de  las  escenificaciones  que  se  manifiesta  el inconsciente de forma relacional. En otras palabras, desde la psicología Junguiana, está sería una forma en  que  los  complejos  autónomos  del  inconsciente  personal  que  están  escindidos  de  la  conciencia,  se expresan y dan cuenta del núcleo traumático que los constituye. Por lo tanto, en estas escenificaciones aparece el trauma, el no yo del paciente y del terapeuta el cual tiene un significado inconsciente. Siguiendo  a  Bromberg  (en  Sassenfeld,  2013a)  el  trauma  expresado  a  través  del  enactment  solo  tiene posibilidad de ser simbolizado en tanto se reitera en la relación interpersonal, sin embargo es menester del  terapeuta  que  esta  repetición  no  se  reproduzca  de  modo  ciego,  es  decir,  hacer  consciente  la necesidad  de  reparación  y  de  conciencia  respecto  a  lo  sucedido  para  poder  actuar  de  modo  más adecuado a la situación.

Las adicciones

Si bien las investigaciones actuales en el ámbito de las adicciones y su correlación con estilos vinculares tempranos  (apego)  no  han  encontrado  conclusiones  determinantes  entre  un  estilo  de  apego  en particular y el posterior consumo de sustancias, sí se ha podido constatar que las mayores influencias en personas con un consumo sostenido de sustancias psicoactivas es la familia o los cuidadores en su etapa temprana, más allá incluso que los amigos posteriores en la etapa de la adolescencia, debido a que estas últimas  relaciones  no  son  consideradas  desde  el  punto  de  vista  del  apego,  como  suficientemente contenedoras, seguras, estables y duraderas, por lo que no serían una fuente confiable si lo que se busca es la cercanía vincular (Taracena & Montañez, 2006).

Respecto al estilo de apego en personas consumidores de drogas, Taracena & Montañez  (2006) refieren que  estas confían en sí mismas y a la vez son distantes en las relaciones interpersonales. Este  tipo de conducta interpersonal es coherente con los hallazgos de abandono, marginación social y escasos lazos con  la  familia  de  los  consumidores  de  drogas.  De  esta  manera,  los  sujetos  se  presentan  de  manera devaluadora hacia sus pares  y  figuras de apego. En el caso  de  adolescentes  drogodependientes, estos tienden  a  presentar  un  apego  evitativo  expresándose  en  la  incapacidad  de  vincularse  de  una  manera distinta sin recurrir al uso de drogas.

Un caso clínico

Un  paciente  que  llamaremos  X  para  resguardar  su  identidad,  consumidor  de  pasta  base,  cocaína, marihuana  y  alcohol,  de  25  años,  llega  a  consultar  espontáneamente  al  centro  de  rehabilitación.  Su consumo comienza con alcohol a sus 13 años. Proveniente de una familia en donde su madre fallece a sus 2 años y su padre temeroso con respecto a cómo criar a su hijo (esto lo explica el mismo padre en una  entrevista),  decide  dejar  a  X  en  un  internado,  donde  pasa  3  años  y  luego  su  padre,  decide  ir  a buscarlo  y  vivir  con  él  habiendo  mejorado  su  situación  económica  y  considerando  que  ya  teniendo  7 años  podría  hacerse  cargo  de  él.   X  menciona  que  en  su  estancia  en  aquel  internado  era  testigo  de violencia física hacia él y otros compañeros de habitación, por lo que su salida de ese lugar era esperada con ansia, sobre todo porque no se explicaba a su corta edad las razones de su internación. Sin embargo al llegar a su casa la escena temida del internado no se disuelve, si no dentro de lo que él esperaba sería un lugar acogedor y diferente a su anterior experiencia, esta se transforma en repetición.

Comienza  con  el  padre  reiteradas  peleas  y  dificultades,  donde  la  violencia  física  se  vuelve  a  instaurar como patrón de relación.

“mi padre no sabía ponerme límites, yo no quería estar en la casa y constantemente buscaba salir de esta buscando un lugar donde poder estar con otras personas, si viera como mi padre me trataba entendería porque no me gusta hablar de él, me da rabia y no siento que merezca que yo hable de él”.

Como se menciona en esta viñeta pareciese que la rabia contenida de X hacia su padre estaba definida por  los  constantes  eventos  violentos,  lo  que  era  muy  comprensible,  que  cada  vez  que  él  paciente  se encontraba con un contenido que aludía a esta etapa de su historia, quisiese evitar entrar en ella. Por lo que  en  adelante  establecimos  que  no  era  necesario  hablar  de  ello  si  no  quisiese.  Sin  embargo  y curiosamente, la terapia parecía vacía y en la relación terapéutica X comenzaba a faltar sobre todo luego de  la  decisión  de  no  hablar  sobre  el  padre,  donde  se  pensaría  que  con  mayor  razón  asistiría  a  sus sesiones. Luego de 3 sesiones sin asistir, a la 4ta semana X asiste luego de que dentro de la comunidad terapéutica yo me acercara a él solicitando tener nuestra sesión semanal luego de sus constantes faltas. En esta sesión X comenta que no encontraba sentido asistir a sus terapias individuales y deseaba solo seguir asistiendo  a las psicoterapias grupales, que  no tenía nada más que  trabajar. A partir de  ello, le comento que es curioso que deje de faltar justo en el momento en que decidimos abordar otros temas, no relacionados con su padre y que esperaba que el viniera más a gusto, sin embargo X comenta que eso estaba bien y explica que su rabia con el padre no estaba relacionada con la violencia que él ejerció en su niñez.

“eso ya pasó, el me golpeaba y yo lo golpeaba a él, incluso me tuvo con un chuzo en la cabeza y yo le gritaba que me matara mejor, sin embargo todo cambio cuando yo ya grande me enfrente a él y le dije que  si  intentaba  hacerme algo  como  cuando  me  lo hizo  cuando  chico  yo  respondería  a  él. A  partir  de entonces mi padre ya no me golpea, nos gritamos actualmente, no nos hablamos ni miramos en la casa casi nos hemos pegado combos, pero nunca volvió a ser como antes. Eso ya lo pasé, ya paso, no voy a reclamar y pa’ que hablar sobre todo lo que me hizo, eso no es lo que me causa rabia hoy día, lo que me da más rabia es que no me protegió”.

En este momento recuerdo que en una sesión anterior en psicoterapia grupal X había mencionado que tenía un secreto  que no había comentado a nadie y dejó al grupo  de compañeros de terapia con una incógnita,  con  sentimientos  de  preocupación  desde  los  compañeros  y  de  los  terapeutas,  lo  único mencionado entonces fue que cuando quisiera hablar de ello pudiera hacerlo. ¿Se preparaba durante su tiempo de inasistencia a las terapias individuales el poder hablar sobre lo nunca hablado?

X entonces comenta en terapia individual que a sus 8 años fue abusado por un primo paterno, mayor por diez años. Casi al año en que volvió del internado.

“La rabia que tengo con mi viejo no es por todo lo que me haya pegado, me da rabia, impotencia de que no me haya escuchado cuando le conté lo que me había pasado, me da rabia porque no me protegió en ese momento, no estuvo ahí cuando me pasó y cuando le dije no hizo nada”.

Esto  reveló  en  mí  la  esencial  importancia  para X  de  sentir  que  sus  sentimientos  son  validados,  siente nunca  haber  tenido  la experiencia  de  alguien significativo  para él y  me  recordó  que mi  actitud  con  él respecto  a  las  sesiones  individuales  siempre  habían  sido  ambivalentes  y  evitativas  con  mi  necesidad como su terapeuta de buscarlo si faltaba a la sesión semanal y aún así si este faltaba, me preguntaba ¿hasta dónde  seguirlo, que  necesitaba en su  relación  que  fuera esencialmente  reparatoria?  Hasta ese momento no sabía la forma de vincularme y que era lo que necesitaba para él dentro del vínculo, por lo cual mi actitud siempre fue la de intentar estar lo más presente y disponible posible. En ese momento donde  reveló  su  secreto  que  solo  había comentado a  su padre  y  su actual pareja. ¿Era una  prueba la distancia en saber hasta donde el otro se interesa en estar ahí presente?

Esta  historia  revela  de  forma  explícita  la  fuerte  necesidad  de  sentirse  protegido,  visto,  sostenido  y comprendido  por el otro-cuidador  en tanto reconocer las necesidades tanto  implícitas como explicitas básicas. De esta forma, si no se dieran estas condiciones básicas y necesarias para el establecimiento de un  sano  vínculo  temprano,  la  posibilidad  de  sostener  experiencias  de  intensa  tonalidad  emocional  no son  posibles  y  estas  se  vivencian  de  una  forma  abrumadora  y  en  su  lugar,  incapaz  de  tolerar  dichos afectos,  el  consumo  de  droga  en  X  resultaba  ser  el  único  contenedor  efectivo.  En  este  contexto, Sassenfeld,  (2010)  menciona  que  la  autora  Jean  Knox,  al  recurrir  a  la  teoría  del  apego  y  los  estudios desarrollados  en  la  actualidad  en  torno  a  la  temática,  “enfatiza  que  la  aparición  de  los  traumas tempranos dan lugar a defensas disociativas globales que fragmentan una experiencia insoportable en partes con la finalidad de disminuir el impacto de los afectos primitivos y poco procesados” (p.44).

Así podemos encontrar relaciones entre los fenómenos de la drogodependencia y las personas que se han  visto  expuestas  a  contextos  relacionales  traumáticos  donde  “el  consumo  de  drogas  puede  verse como  un intento  de  enfrentarse  con la inseguridad del apego, para disminuir el malestar emocional y regular las relaciones interpersonales.” (Taracena& Montañez, 2006, p. 7).

“Yo no sé si quiero dejar de consumir, porque lo hago cuando vienen recuerdos, la verdad casi todos los días pienso en esas cosas, además si vivo con mi viejo y ni nos vemos. Además en mi casa está lleno de traficantes, no tengo a donde ir, paso solo”.

En  ocasiones  para  X  la  droga  genera  insensibilización  respecto  a  afectos  amenazadores,  por  lo  que  la abstinencia   supondría el surgimiento  de estos sentimientos que  se  intenta evitar por reaparición a la memoria de los recuerdos (imágenes) o afectos asociados. Podríamos desde el punto de vista analítico asociar  estos  recuerdos  como  las  imágenes  y  “experiencia  medular  alrededor  de  la  cual  se  forma  el complejo, un fragmento de memoria congelada” (Stein, 2004). El asunto es que en este caso, el complejo no se encuentra disociado de la conciencia, sino más bien, este se ha tomado casi la totalidad de esta, de modo  que  la  dificultad está  no  en  traer  los  contenidos o  imágenes a  la conciencia  y  lograr  una cierta congruencia con la afectividad, sino que estos surgen de forma autónoma, sin ni siquiera poder ser ya disociados, si no que requieren en este periodo poder ser elaborados por el Yo. Sin embargo para esto, se requiere de un espacio suficientemente contenedor, de modo que la vivencia no sea experimentada de forma abrumadora y si esta surge, al menos contar con un espacio donde esta se pueda sostener y elaborar. Araneda (2013) en este punto menciona que en la terapéutica del trauma se hace esencial en primera  instancia  ser  el  testigo  emocional  del  otro  que  sufre,  sostener   la  confusión  intrusiva,  lo abrumador,   estar   conectados   con   la   propia   desestabilización,   la   propia   vergüenza,   la   propia vulnerabilidad” y poder “trabajar con los enactments”.

En otras palabras, cuando un complejo se toma la relación terapéutica estas aparecen como experiencias no  formuladas,  es  decir,  implícitas  y  por  lo  tanto  “se  activan  defensas   y  mecanismos  regulatorios  de temor   y   miedo”   (Guendelman,   2013)   es   decir,   se   vivencia  la  relación   terapéutica   como   posible retraumatización.  Las  implicancias  de  esto,  es  la  consecuente  disociación  experiencial,  experimentada como el abandono del cuerpo y de la relación con el mundo.

Siguiendo en esta línea otro paciente refiere “Puedo dejar de consumir la pasta, pero pensar en dejar la marihuana  me  cuesta,  y  pensar  que  no  me  podré  volver  a  relajar  o  sacarme  las  tensiones,  no  me  lo imagino.  Esa  sensación  de  despegar,  no  estar  acá  y  fantasear,  me  encanta  fantasear,  es  como  estar soñando, sueño varias veces con que estoy en un mundo con enanos y me hago chiquito y puedo pasar por una escalera y una puerta muy chica”.

En  este  caso   el  consumo  denota  claramente  elementos  infantiles  a  la  base  y  la  fuerte  necesidad  de desconexión  donde  la  realidad  se  hace  demasiada  “estrecha”  que  me  hace  sentir  “pequeño”  ante  el mundo.  Sin  embargo  si  este  mundo  fuese  experienciado  como  contenedor  y  suficientemente  amplio como para dejar un espacio dentro de él, quizás la posibilidad de tolerar la experiencia de la angustia y frustración que implica el estar en el mundo pudiese ser más fácilmente digerida y tramitada por el Yo del individuo. Sin embargo, en su lugar emergen experiencias que denotan un vacío experiencial y en sus vínculos, transparentando los contenidos de los complejos.

La adicción desde este punto de vista respondería a una forma de sostener lo insostenible. Los pacientes cuando  hablan  de  sus  experiencias  dan  cuenta  de  la  fuerte  evitación  para  hablar  sobre  sí  mismos  y proyectar  sus  dificultades  no  elaboradas  en  los  demás  compañeros  de  terapia  y  en  los  terapeutas.  El fenómeno de la proyección surgiría entonces como mecanismo defensivo, es también podríamos decir, disociativo, en tanto  que  no  está sujeto a la conciencia, sino mas bien es parte de  la forma en que  la psique  tiene  de  relacionarse  con contenidos no  asimilados  a esta. Según Jung, la proyección acontece “por  lo  tanto  uno  no  hace  la  proyección:  la  encuentra  hecha.  El  resultado  de  la  proyección  es  un aislamiento del sujeto respecto del entorno, en cuanto que se establece con éste una relación no real, sino ilusoria” (Jung, 2008, p. 23).

López (2014) a través de la descripción de terapias grupales con pacientes drogodependientes da cuenta de cómo se evidencian estos fenómenos:

Con  cierta  frecuencia,  en  sesión  de  terapia  de  grupo,  los  pacientes  empiezan  a  describir  un contenido  o  fenómeno  cualquiera  y  la  terapeuta  siente  como  si  hubiese  un  trasfondo  donde estuvieran tocando una música que ella no logra escuchar ni captar. Como que quedara excluida o no tuviera acceso a conocer, en toda su dimensión, esto que ellos proponen. Tiene la impresión que  la  melodía  es  muy  atractiva  para  ellos.  Presiente  e  intuye  que  hay  algo  muy  peligroso alrededor  de  ella…Recuerda  la  historia  del  flautista  de  Hamelin:  como  que  los  pacientes  se distanciaran  y  se  fueran,  como  embrujados,  encandilados,  por  algo  que  puede  terminar  siendo muy peligroso y negativo. Muchos cuentos de niños subrayan recurrentemente que sí existen los malos, que hay que tener cuidado con lo aparente, como el lobo de la Caperucita Roja, la manzana envenenada de Blanca Nieves, la casa de dulces de Hansel y Gretel, la música del flautista… Estos cuentos podrían prestar un espacio para ir, desde niños, aprendiendo a discriminar entre lo que puede parecer bueno, pero es malo; entre las casitas que se caen, y las que permanecen y resisten (p.2).

La sensación recurrente en pacientes que han pasado  por la experiencia de la adicción durante largos años,  suele  estar  reflejada  en  frases  como  “cuantos  años  desperdicie,  es  como  si  mi  vida  hubiese quedado congelada desde que comencé el consumo”.

Esto manifiesta la separación del individuo con su medio y a la vez denota la primacía de lo inconsciente por  sobre  la  conciencia,  que  otorga  esta  sensación  de  no  haber  estado  viviendo  su  propia  vida.  Jung refiere que “Más bien, es un factor inconsciente el que teje esas ilusiones que se velan a sí mismas, y velan al mundo. Ese tejido termina de hecho en un capullo donde el sujeto queda finalmente encerrado” (p. 23).

Las  fuertes  frustraciones  que  trae  aparejada  esta  sensación  de  perderse  un  momento  de  su  vida  es semejante  a  lo  descrito  por  Coffeng  (2008)  cuando  refiere  que  las  víctimas  del  trauma  viven  como  si estuvieran en otro planeta,

No  se  pueden  sentir  ‘normales’  de  nuevo  estando  en  el  mundo  normal.  Todavía  está  la  otra realidad de la experiencia traumática. Si ellos tuvieron una niñez segura, es difícil reconectarse con ese  tiempo.  Hay  un  vacío.  Al  llegar  a  un  mundo  seguro,  ellos  recuerdan  el  mundo  inseguro. Cuando intentan crear lenguaje acerca de él, este lenguaje parece no aplicable al mundo seguro y puede no ser entendido allí tampoco (p. 11).

Es por tanto central en la experiencia adictiva, la sensación de alienación del mundo, mismo fenómeno que se asemeja a la experiencia de estar tomado por el complejo donde la experiencia es la de vivir en un  sueño,  la  hipnagogia  de  la  experiencia  traumática.  Solo  que  en  el  ámbito  de  las  adicciones pudiésemos preguntarnos si esta ensoñación es inducida voluntariamente o no, dado que el paciente se encuentra  en  la  ambivalencia  de  querer  dejar  de  consumir,  pero  a  la  vez  de  resistirse  a  dejar  esta experiencia de ensoñación, aplanamiento afectivo y escapatoria de la realidad.

Reflexiones finales.

La  problemática  del  trauma  temprano,  sin  duda  alguna  que  ha  implicado  el  esfuerzo  de  elaboración durante  años  para  intentar  enmarcar  sus  implicancias  en  la  estructuración  del  psiquismo.  En  parte  la evidencia clínica a través de los enfoques psicodinámicos modernos como el psicoanálisis relacional y la psicoterapia analítica Junguiana,   dan cuenta de la complejidad a la hora de intentar conceptualizar los fenómenos  ocurridos  dentro  de  la  terapéutica  cuando  nos  enfrentamos  a  pacientes  con  historias  de negligencia  y  experiencias fuertemente  marcadas  por situaciones  emocionales  que  se  han  constituido como insoportables o insostenibles. Esto no solo por ser testigos de la intensidad emocional con la cual la  viven  los  pacientes,  o  por  los  laberintos  emocionales  a  los  que  nos  vemos  expuestos  intentando comprender o guiar lo que está sucediendo en ciertos momentos, sino además porque la psicoterapia pone necesariamente en juego los traumas tempranos o actuales tanto del propio terapeuta como del paciente, evidenciados en los eventos implícitos que ocurren en el entre y que la psicoterapia relacional a definido como enactments.

Estas  experiencias  se  complejizan  aún  más  cuando  la  persona  en  un  intento  de  regulación  emocional solo  encuentra  a  su  paso  elementos  externos  dañinos  que  logran  cumplir  con  la  función  primaría  de sostén  frente  a  sus  experiencias  traumáticas,  experiencias  que  debieron  haber  sido  otorgadas  por  un cuidador primario con suficiente capacidad para responder frente a las necesidades emocionales básicas de cuidado y protección. Sin embargo, hemos visto a lo largo de este trabajo como la no satisfacción de estas  conforman  en  el  psiquismo  núcleos  cargados  emocionalmente  y  asociados  a  imágenes  que estructuran patrones de relación con los otros, llamados complejos.

El  psicoanálisis  relacional  ha  hecho  grandes  contribuciones  a  la  terapéutica  del  trauma,  frente  a  la necesidad  de  redefinición,  revaloración  y  reubicación  de  la  acción  debido  a  la  aceptación  de  la implicación  del  terapeuta  (Sassenfeld,  2013b)  en  la  situación  analítica,  acercándose  con  ello  a  las consideraciones  de  influencia  mutua  planteadas  por  Jung  en  su  libro  la  psicología  de  la  transferencia (1946).  Es  así  como  se  ha  intentado  esbozar  en  este  trabajo  la  complejidad  que  implica  el  trauma,  y como esto forma la piedra angular para poder comprender lo que subyace en ciertas problemáticas en torno a las adicciones. En vista del material clínico y de mi experiencia en este campo durante los últimos dos años de ejercicio en la práctica terapéutica con este tipo de pacientes, es que se ha ido conformando un mayor entendimiento respecto a los fenómenos que ocurren en la terapia en donde muchas veces sino  en  todas  con  un  tiempo  transcurrido  en  las  sesiones,  se  descubren  eventos  traumáticos  en  la historia de estos pacientes.

Las  mayores  conclusiones  que  espero  haber  podido  comunicar,  podrían  ser  resumidas  de  la  siguiente manera:

1.- La adicción implica en sí misma una dificultad a la clínica, ya que la sintomatología y  disregulación emocional no permite ver con claridad la personalidad de la persona, lo que supone en primera instancia la  búsqueda  por  la  motivación  del  paciente  a  dejar  la  sustancia;  desintoxicarse  para  que  este  pueda contactarse con sus afectos, sin embargo para que esto sea posible, se hace necesario que el paciente sienta el espacio terapéutico suficientemente contenedor como para desplegarse.

2.-  Esto  supone  que  el  consumo  de  sustancias  surge  como  resultado  de  un  intento  de  regularse emocionalmente frente a recuerdos y afectos que surgen a la conciencia de modo amenazadora.

3.-  Como  el  paciente  no  posee  los  mecanismos  yoicos  suficientes  para  hacer  frente  a  la  intensidad emotiva que supone mirar y elaborar la experiencia traumática, estos contenidos se toman la conciencia con  cierta  autonomía,  lo  que  da  a  conocer  lo  planteado  por  la  psicología  analítica  como  complejos autónomos del inconsciente personal, con un núcleo traumático que estructura el psiquismo.

4.- Considerando la autonomía de los complejos, se plantea la psique como un conjunto de instancias diferenciadas, escindidas y la disociación como mecanismo defensivo de la psique frente a la amenaza de las vivencias fuertemente cargadas de emoción que amenazan con desestructurar el psiquismo. Por lo que  es  parte  de  la  búsqueda  de  sobrevivencia,  el  no  recordar  el  trauma  relacional  temprano  (lo sucedido) o hablar de este, como si estuviera carente de emoción.

5.- En la clínica, producto de  que  el trauma implica el no recordar, la forma de  poder acceder a estas experiencias implícitas que dan cuenta de la forma vincular (estilo de apego) temprana, es a través de los enactments o puestas en acto dentro del contexto terapéutico que revelan el tipo de interacción dada entre paciente y terapeuta.

Finalmente,   quisiera   rescatar   este   último   punto   acerca   de   los   enactments   y   su   contribución   al tratamiento de las adicciones, en tanto fenómeno vincular y como reflejo del patrón relacional implícito del paciente, este se puede observar en el tratamiento de pacientes drogodependientes en la forma de recaídas.  Si  bien  en  primera  instancia  del  tratamiento  estas  responden  a  la  compulsión  por  seguir consumiendo la sustancia, ya sea por el placer que genera, como evitación del síntoma de abstinencia u otros  motivos  biológicos,  pasada  la  etapa  de  desintoxicación  y  el  paciente  ha  pasado  ya  un  periodo donde  logra controlar su consumo, las recaídas pudieran ser consideradas en un sentido  mayormente simbólico dentro de la terapia en que estas ya no surgen netamente por la compulsión a consumir, sino más bien como retrato implícito de la regulación afectiva frente a momentos de la terapia donde “algo ha pasado y no nos percatamos” es decir, un enactment y el consumo entonces se torna simbólico, como resultado  de  la  reiteración  del  patrón  vincular,  como  si  Kairós  hubiese  pasado  y  ni  el  paciente  ni  el terapeuta tomaron consciencia de lo que estaba sucediendo, o lo que se estaba repitiendo.

Cuando esto ha ocurrido, ha sido necesario detenerse en el evento de recaída y lo que esto entraña, es decir, el  significado  implícito  que  esta conlleva, ya que  el no verlo  sería “no  responder  a la necesidad selfobjetal  secundaria  de  encontrar  respuesta  empática  respecto  de  estado  afectivo  doloroso,  que también es frustrado” (Stolorow, 1992, en Sassenfeld, 2013a) y que por tanto

el afecto doloroso o temible se vuelve traumático cuando no se da por parte del entorno aquella capacidad  de  respuesta  empática  que  el  niño  necesita  para  así  ser  ayudado  para  ser  capaz  de tolerar,  contener,  modular  y  aliviar  este  impacto  [falla  de  regulación  afectiva].  (Stolorow  & Atwood, 1992, pp. 99-100, cit. en Sassenfeld, 2013a).

Es por ello que estas recaídas deben ser consideradas también como símbolos del proceso terapéutico y de la psique del paciente en relación a la terapéutica, así también cómo ello habla del vínculo y en qué momento  es  el  consumo,  ya  que  este  revela  formas  particulares  de  relación  que  evidencia  en  qué momento  se  instaura  esta  forma  y  el  para  qué.  Así,  la  importancia  del  tratamiento  de  las  adicciones radica en que la atención del terapeuta no solo esté centrada en que el consumo disminuya controlando los factores de riesgo asociados a sus conductas explícitas, sino además de tener presente lo que emerge en cada relación particular que se establece entre paciente y terapeuta, de esta manera se rompe con la dinámica   persecutor-perseguido,   pues   de   esta   manera   solo   se   logra   que   el   paciente   centre   sus motivaciones en la evitación del consumo y con ello se acentúa el mecanismo de disociación de poner la droga como punto esencial de toda su vida. A consecuencia de esto, no se hace más que evitar hablar sobre  lo  que  realmente  trae  a  sesión  al  paciente,  sus  dolores  y  experiencias  que  ha  intentado  evitar contactar durante su vida y que revelan la profundidad del contacto con el mundo y con los otros.

Desde  este  punto  de  vista,  me  parece  de  vital  importancia  el  poder  reflexionar  entorno  a  como  se entiende  la  motivación  detrás  del  consumo  de  sustancias  en  los  pacientes.  Quisiera  dar  a  conocer  la concepción  que  Sassenfeld  (2012)  destaca  del  psicoanalista  Heinz  Kohut  respecto  al  sentido  en  la aparición de los síntomas:

Para  Kohut,  muchas  conductas  sintomáticas  pueden  entenderse,  en  el  fondo,  como  actividades que  en  algún  sentido,  por  precario  que  sea,  apuntan  a  restaurar  al  menos  temporalmente  la cohesión del self al organizar los pedazos psíquicos fragmentados. Por lo tanto, muchos síntomas están motivados por el intento de cohesionar la experiencia que el paciente tiene de sí mismo (p. 84).

Invito  al  lector  a  mirar  el  consumo  de  drogas  no  como  causa  última,  sino  como  un  síntoma  de  otras dificultades  más  profundas  del  paciente  en  relación  a  la  conformación  y  experiencia  de  sí  mismo, marcadamente  definida  por  su experiencia  temprana  y  actual  con  el mundo.  Desde  la  perspectiva  de Kohut, mirar el síntoma en este  sentido aporta a la clínica una forma empática de considerar al paciente con respecto a su queja.

Para finalizar quisiera reflejar a través de Jaenicke (2008):

Stolorow dijo una y otra vez, en efecto, que no, que no se puede sanar -no en el sentido de que el sentido básico de confianza se puede recuperar. Ciertamente, uno puede encontrar un camino de vuelta a la vida y se dice las grietas que sostienen los contenedores quebrados son más fuertes que  el  molde  original,  pero  la  grieta  permanece.  Este  es  un  punto  importante  de  comprender cuando se tratan pacientes que han sufrido de traumas psicológicos. El clínico tiene que aceptar aquello  que  se  ha  destruido.  Cualquier  intento  de  emplear  equívocos  será,  en  última  instancia, experimentado como posible retraumatización.   (p. 101. cit. En Sassenfeld, 2013a).

Referencias

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