Guerra y destructividad: el lado oscuro del alma – Mercè Domínguez Regueira

Fernando Botero. Masacre en Colombia. 2000.
Tomado de Museo Nacional de Colombia.

Mercè Domínguez es Licenciada en Filosofía y también de Psicología de la Universidad de Barcelona, Máster Internacional en Conflictología en la UOC, Psicoterapeuta FEAP y Analista junguiana de la IAAP. Fue presidenta de la SEPA y formó parte de la Comisión de Formación en esta institución. Fue profesora del Máster de Psicología Analítica en la Universidad Ramón Llull de Barcelona. Escritora de cuentos infantiles, relatos, poesía y artículos sobre psicología, filosofía, antropología. Este documento corresponde a una Ponencia presentada en el II Congreso Internacional de la RED Española de Filosofía, en el año 2017 en Zaragoza.

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Introducción

La intencionalidad de esta comunicación es mostrar una faceta distinta a la acostumbrada en el análisis de la guerra. Para ello se sigue el hilo conductor del pensamiento de C.G. Jung y su minucioso análisis sobre las emociones y afectos humanos desde una perspectiva antropológica sin desmerecer en absoluto cualquier otra investigación social, económica o política que intente aclarar qué es la guerra, por qué sucede y a qué refiere. La pluridimensionalidad del ser humano no excluye, sino más bien incluye distintas perspectivas, en consecuencia, ésta es una dimensión más a tener en cuenta.

Como punto de inicio sirve una sencilla pregunta: ¿Qué se entiende coloquialmente por guerra?, dado que esta es una palabra utilizada en diferentes contextos, me remito a las definiciones del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, donde el concepto guerra recoge diferentes acepciones:


Guerra
Del germ. werra, «pelea, discordia»….

  1. f. Desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias.
  2. f. Lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación.
  3. f. Pugna (entre personas)
  4. f. Lucha o combate aunque sea en sentido moral.
  5. f. Oposición de una cosa con otra.
  6. interj. Era u. Para excitarse al combate

Sin embargo, antropológicamente hablando, desde el amanecer de los tiempos la guerra ha sido un fenómeno universal, aceptado por unos o rechazado por otros, esperado según las circunstancias y temido en sus consecuencias, pero, siempre, indiscutiblemente ligado al ser humano en su evolución biológica y cultural. Por ello, a lo largo de la historia ha habido filósofos y políticos que se han posicionado en contra y a favor arguyendo sus propios razonamientos2 e incluso escribiendo libros buen arte de hacer la guerra.3

Es de sobras conocido que la guerra comporta un estado especial que genera comportamientos inverosímiles, algunos calificados como heroicos y otros simplemente espeluznantes porque en ellos la monstruosidad sustituye la racionalidad. También, harto conocidas son las secuelas anímicas de la guerra con sus consecuencias devastadoras para la persona: estrés post-traumático, depresiones, ataques de pánico, fobias… y un largo etcétera que agota muchas veces la capacidad de integración social de los individuos. La guerra marca tanto a quienes la viven y padecen, como a quienes se amedrantan o la contemplan desde la impotencia. Además, sabiendo que la guerra lleva pareja la posibilidad de muerte, aflora consecuentemente un miedo arquetípico a no ser ya más, a desaparecer y diluirse en la nada. Entonces, emerge la tan repetida pregunta: ¿porque Dios o los Dioses permiten la guerra? O, si se prefiere, ¿por qué y para qué el ser humano ha hecho y continúa haciendo la guerra?

Luego está la culpa, ese sentimiento que brota prohibiendo el sosiego del alma. Es un malestar subjetivo que se traspasa inconscientemente, aunque no sea dicho ni oído, de generación en generación. No importa que sea real o fantaseado, es irracional, pero existe y se sufre. Poco importa que los imputados rechazen la culpa o no sepan la causa, pues como dice Jung: “Un bosque, una casa, una familía, incluso un pueblo en los que se haya producido un crimen sienten la culpa psíquica y se la hacen sentir también desde fuera”4 Porque el problema permanece intacto y sobrevive a la postguerra. Y ¿cómo lavar y redimir las culpas? o ¿cómo perdonar para continuar viviendo juntos en un mundo que conserva la memoria histórica aunque no se escriba?, pues los muertos desde el inconsciente colectivo aguardan y esperan no sólo su entierro sino también la restitución del equilibrio psíquico de la sociedad a través de un reconocimiento de la conciencia. Una sociedad sin paz psíquica queda atrapada en el laberinto de espejos de su Sombra5

Ares como arquetipo del guerrero

Habida cuenta que para Jung el lenguaje de la psique humana es mítico y como tal, los arquetipos o estructuras emocionales inherentes al inconsciente colectivo, que cada ser humano hereda, son expresados espontáneamente en imágenes de contenido ancestral. Esas imagenes pueblan nuestra cultura y se repiten sin cesar bajo diferentes formas. Sin embargo, el contenido afectivo que contienen es el mismo. Mitos, leyendas y religión nos pueden ayudar a entender, pues, desde una perspectiva emocional, esa misteriosa y aborrecible tendencia humana a la guerra. Una mención a la figura de Ares quizás sea de mucha utilidad.

Se cuenta que el impulsivo y desquiciado Ares dejaba el ardor y la orgía sangrienta de la batalla para correr en brazos de su amada Afrodita, quien a su vez, casada con un dios que no escogió si no que le vino impuesto por Zeus, Hefestos, buscaba el placer en brazos de aquel fornido guerrero, que a pesar de ser un ser despiadado y vengativo, siempre sediento de sangre, se le mostraba como agradable y solícito enamorado, porque sólo ella, seductora experta en las artes amatorias, sabia aplacar sus ansias destructivas6 Se cuenta también que de aquella unión apasionada nació un hijo muy especial, Eros, que ya desde pequeño hacia travesuras confundiendo el entendimiento de dioses y humanos con el ardor de sus flechas, cuya herida era tan fatal que obnuvilaba cualquier razón con el furor del enamoramiento. Eros era el portador del amor y luego sería también el marido de Psique, vocablo griego que refiere la fuerza vital del ser humano, o sea su alma.

Años más tarde, en Roma, apareció también la figura de Anteros7, como hermano de Cúpido o Eros quien se eregía en el vengador del amor no correspondido. Ambos hermanos eran concebidos por los romanos, un pueblo esencialmente guerrero, como seres alados, o sea pertenecientes al mundo étereo de la imaginación.

Con estas referencias mitológicas deseo introducir el tema de la guerra como un elemento propio de la naturaleza del ser humano, que reside en la parte oscura del alma. Esas narraciones, sigiendo a Jung, nos explican simbólicamente la realidad afectiva del individuo, o sea, cómo es, actúa y además cómo vive su hacer en el mundo relacionándose consigo mismo y con los otros. La función de semejantes símbolos es hacer conciencia y eso determina a su vez que “La misión de la conciencia está en entender las indicaciones de la naturaleza inconsciente”8, porque nuestra mente consciente es tan sólo una gotita en el magma oceánico del inconsciente humano.

Si atendemos al mito anterior, éste nos explica que el alma humana, Psique, esta emparejada con la atracción erótica que se deriva de la unión del deseo apasionado del amor, Afrodita, con el conflicto o la guerra, Ares, ese implacable, vengativo, voraz e imprevisible dios, a quien sólo la más bella y cautivadora de las diosas, Afrodita, puede domar. La metáfora de esta historia es obvia: en el ser humano actúan por igual dos fuerzas opuestas y vinculantes: el amor creativo y el odio destructivo. Este es el drama inconsciente vivido en el interior del alma, un drama al que nadie puede escapar.

De hecho, aunque la frontera entre consciente e inconsciente queda determinada por la visión del mundo que comparte una sociedad, todavía hoy se encuentran ciertas cuestiones que no han sido respuestas desde un punto de vista antropológico, por ejemplo: ¿qué sentido tiene que el ser humano sea cómo es? ¿Tiene alguna finalidad en la naturaleza la especie humana? o ¿para qué ha llegado dónde está a nivel de conocimiento o desarrollo evolutivo con todas sus luces y sus sombras? Según Jung este tipo de preguntas nos acercan al enigma de la vida, porque la vida en sí sigue siendo un misterio. De hecho, somos un misterio sin resolver para nosotros mismos. El camino hacia la respuesta se hallaría en el estudio del inconsciente personal y colectivo y, precisamente en ese estudio, la guerra, en cuanto origen, desarrollo y sentido, juega un papel principal, por eso Jung se dedicó tanto a estudiar la dialéctica del alma: “Toda su vida, Jung ha estado preocupado por el problema de la guerra y no hay ni una sóla obra de él en que no discuta los mecanismos inconscientes de los que se nutren los conflictos entre seres humanos”9

La dialéctica natural del alma humana: conflicto y guerra

Somos seres dialécticos, ambivalentes y contradictorios. Ese enfrentamiento es vivido fuera y dentro de la psique con todo su desgarro interior que se expresa en un desafío constante entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad o el orden y el caos y justamente en medio de ese duelo eterno debemos posicionarnos, hacernos, individuarnos. Es una lucha interna que surge de la propia naturaleza dual del inconsciente. De hecho, el mayor enemigo de cualquier ser humano es el mismo. Luego ese conflicto aflora y fluye desde el interior al exterior, hacia los otros. Sin embargo, cuanto más inconsciente es más impacto encontrará fuera, en la sociedad. A mayor inconsciencia, más conflictos, a más consciencia, más capacidad resolutiva. Que haya guerras iniciadas por doquier nos dice mucho del grado de conciencia y evolución alcanzado por la especie humana.

De hecho, nuestra civilización occidental permanece aún dominada por el paradigma cristiano, eso quiere decir que en este mundo no hay lugar para un Dios destructor, ni guerrero, eso se ha obviado y queda relegado al Antiguo Testamento. La buena nueva evangélica clama que Dios es Amor, por eso Agustín de Hipona decía: “Ama y haz lo que quieras: si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Exista dentro de ti la raíz de la caridad; de dicha raíz no puede brotar sino el bien”10 El odio y todas las emociones negativas se deben apartar de la conciencia, quedando mimetizadas entre las sombras, pero no por eso dejan de ser y actuar desde allí. Simplemente no las reconocemos en nosotros y mucho menos en ese Dios tan sumamente perfecto. Así pues, muchos autores cristianos consideraban los actos de guerra fruto de la tentación demoníaca, pues Satán sembraba el caos y el mal para desorientar la humanidad de su camino hacia Dios. Otros, en cambio, los justificaban para acabar precisamente con el demonio. De eso ya hace muchos siglos… Sin embargo, aún hoy en las altas esferas de la Iglesia Católica ese pensamiento persiste y se sigue apelando a la misma causa maldita: “No existe un Dios de la guerra: ese que hace la guerra es el maligno, es el diablo, que quiere matar a todos”11

El único problema es que este diablo está, metafóricamente hablando, en el mismo ser humano, quien, aunque no lo sepa, posee una psique dialéctica y por eso tiene que lidiar con él cada día. Agustín acertó en parte, pues Dios en cuanto a Bien supremo está presente en el alma humana, sólo falló en algo muy importante: ese lugar es compartido con el Mal que, a través de las pasiones, se apodera de la conciencia. Eso es lo que los antiguos denominaban “estar poseído” Además, para más inri, ese Mal se contagia. Ciertas religiones han identificado ese Mal con Satán, pues “el demonio, a pesar de su caída y de estar desterrado, sigue siendo señor de este mundo y está alojado en el aire que todo lo envuelve”12

Y aunque parezca un vocablo actualmente en desuso, “la palabra demonio en estos tiempos modernos, o sea en los últimos 500 años, significa lo moralmente reprensible, una forma de causar daño, especialmente a los inocentes”13

Acorde con el pensamiento de Jung, las naciones se comportan como individuos colectivos generando también sus propios conflictos y patologías porque la fuerza colectiva es férrea en consecuencia aferra: un ser humano deja de ser quién y cómo es cuando cae en el fluir de la masa, su razón, su voluntad y su poder es perfectamente absorbido por las fuerzas arquetípicas e inconscientes que se generan dentro de todo grupo social. Entonces, ya perdida la propia conciencia y voluntad, el individuo es convertido en uno más dentro de un todo viscoso y maleable. Reglas, normas o valores quedan perfectamente anuladas y entonces el inconsciente regurgita un monstruo amoral y devorador de gran poder destructor. Lo primero que se destruye es la propia persona de cada uno de los individuos y éstos empiezan a actuar como un sistema independiente de toda lógica. Jung afirmaba que ese contagio ya se había realizado: “Las guerras y las revoluciones que nos amenazan son epidemias psíquicas. En cualquier momento puede apoderarse de millones de seres una idea delirante y tendremos otra vez una guerra mundial o una revolución devastadora”14

De esta manera, se inscriben ya en la realidad histórica los diferentes enfrentamientos, contradicciones y conflictos, que conforman ese largo devenir humano desde un inicio ignoto y quimérico de la conciencia hasta una meta última y salvífica descrita en el lenguaje fabuloso de la escatología religiosa. Así pues, entre ese origen mítico y un final fantaseado, hallamos la historia humana, intermitentemente jalonada de luchas, barbarie y destructividad. De hecho, los grandes acontecimientos históricos o gestas que definen las naciones y los grupos como tales vienen determinados por conflictos y guerras.

Precisamente es desde ese ámbito propio del inconsciente colectivo, que contiene y abarca nuestra verdadera humanidad, que podemos clarificar y dibujar la cuestión de la guerra. De ahí que la tarea, según Jung, sea la recogida consciente de todas esas imágenes arquetípicas para posterior análisis. Ellas expresan simbólicamente nuestras vivencias desde el origen. Sólo así, después de ser identificadas, examinadas, aceptadas y asimiladas, tal vez, con mucho esfuerzo, puedan también ser superadas. De lo contrario caerán en el olvido, abandonadas a su suerte en lo más recóndito. Es un peligro terrible, pues, desde allí, ocultas entre las sombras, permanecen latentes con todo su poder, hasta que, en algún momento, inesperadamente, sean de nuevo activadas. El detonante, cualquier suceso, por nimio que parezca, enlazado de alguna manera con ellas. Entonces, resurgirán briosas y amenazantes para arrebatarnos la cordura hacia el lado oscuro de la fuerza “representado por el terror, la ira y la agresión”15

La guerra no es un fenómeno racional

La fragilidad humana difícilmente es aceptada por la conciencia, lo negativo no gusta, se evita y eso conforma un individuo ajeno a su propia naturaleza. Sin embargo, no es fuera si no dentro de sí mismo donde debe observar y analizar para comprender, pues “la raiz de la guerra habrá que ir a buscarla en la estructura bipolar del inconsciente”16 Y el inconsciente, precisamente, no pertenece a la racionalidad, ésta es sólo patrimonio del yo consciente.

Miguel Àngel Centeno en su obra War and Society nos explica que “la guerra es una reflejo y consecuencia de una estructura social, normas de grupo y relaciones. Como tal, la guerra puede ser estudiada usando los mismos principios y métodos que la ciencia social ha usado para entender otros fenómenos sociales como el matrimonio o el mercado de valores”17

Indudablemente la guerra es un acto violento organizado con ciertos fines bien definidos. Sin embargo, la violencia es una pasión y su naturaleza afectiva la hace irracional. En cambio, la organización de las batallas supone un principio lógico, pero ¿cómo puede organizarse lo irracional? De hecho, no se puede es una pura fantasía. El ser humano tiende a fantasear con un poder mágico que llegue controlar las fuerzas incontrolables de la naturaleza y del mundo. Esfuerzo vano, hasta ahora nadie lo ha conseguido. Consecuentemente la guerra es un fenómeno impredecible e incontrolable, dada su irracionalidad, incluso para quien la inicia. Tal vez por eso ante una guerra el ser humano experimenta la paradoja de su existencia.

Centeno en su obra expone esa ambivalencia. Por un lado, la estrategia y coordinación en la batalla y por otro lado, en cambio, sume a los individuos en sus más bajos instintos, por eso en la guerra todo puede ser posible. Si bien hay un cierto orden establecido, pues los soldados deben acatar unas normas y trabajar en equipo al dictado de los mandos militares que dirigen ataques o contraataques para reducir al enemigo, a su vez guerra significa propiamente caos, pillaje y cientos de violaciones de normas morales. En ese escenario todo eestá permitido, “la guerra refleja así nuestros instintos animales que pueden convertirnos en bestias”18

Mas todas esas contradicciones también están presentes en la mitología griega. La racionalidad de la guerra es propia de Palas de Atenea, nacida con casco y yelmo, objetos de defensa de la mente y el corazón. La sabia estratega Palas de Atenea ayuda a los héroes desde el justo raciocinio. Sin embargo, ella no tiene nada que ver con el caos orgiástico y perverso de Ares. En la guerra ambos arquetipos permanecen presentes. Aunque quien sirve a Ares no cuenta con la protección de Atenea y por ende, puede perder su razón y ahogarse en las pasiones. De ahí la necesidad de los rituales tribales que mediante invocaciones, oraciones, amuletos y sacrificios intentan proteger al guerrero en la contienda. No se trata sólo de que vuelva ileso, sino también se le necesita cuerdo.

El enemigo

Toda batalla necesita al menos de dos bandos bien definidos y opuestos en intereses. Para cada uno de ellos el otro será su enemigo. No importa que anteriormente sus miembros hayan colaborado, congraciado o intimado, desde el preciso momento en que se expresa una declaración de guerra, ya son enemigos. El fenómeno que los convierte en tales es la proyección de la propia sombra cultural que aglutina miedos, rechazos, rabia, deseos de venganza y destructividad ancestral, o sea lo peor de cada individuo y “estas fuerzas tienen la propiedad de ser proyectadas hacia el exterior y esto en proporción de la ignorancia que poseamos sobre ellas”19

Al ser la guerra algo que nace en el seno del inconsciente, si no se conoce, si no se sabe el por qué el ser humano actúa cómo actúa, a pesar de saber el detonante, no se puede parar ni amainar, no se puede nada más que asistir penosamente a la renovación bárbara de la orgía de muerte, sangre y dolor que la guerra conlleva. El individuo forzosamente vivirá lo irracional, sentirá lo irracional, reaccionará ante lo irracional aún a pesar de que eso le aporte lo peor de sí mismo. Y el sujeto receptor de tales proyecciones, queda investido por esa fuerza destructiva que emerge del inconsciente: él es el enemigo.

Desde el momento en que un ser humano es ungido como enemigo, pasa a ser interpretado como una amenaza para el grupo. No importa que arguya él en su favor, muy pocos o casi nadie le creerá. Las ideaciones paranoides van limpiando el camino de cualquier posible empatía o duda. Para atacar tiene que haber un cierto sentimiento de certeza, de necesidad y sentido de la acción. Cuando el sufrimiento sentido es mayor que el sufrimiento esperado, sólo queda la locura. La vivencia de la injusticia y la impotencia favorecen la creación de un enemigo fuera cuando no se pueden cambiar las cosas dentro, llámese extranjero, emigrante, refugiado o simplemente diferente.

Luigi Zoja en su obra Paranoia. La locura que hace la historia ofrece un análisis del panorama actual y advierte de cómo los delirios paranoides de unos pocos van haciendo mecha en los muchos basándose sólo en la realidad de la desconfianza y en un presentimiento de sospecha que no es más ni menos que “la convicción de la existencia de un complot oculto. Que por estar oculto nunca se podrá demostrar. Pero el hecho de que sea oculto lo vuelve aún más peligroso. Una vez aceptada por ser indemostrable, su existencia justifica circularmente el resto del razonamiento y legitima el castigo anticipado que se quiere infligir”20

El manejo de esas emociones, desde los poderes establecidos, favorecen la creación de un enemigo común que impide así la disgregación del grupo. Esa salida paranoide favorece la guerra. El enemigo es un ser indigno, depositario de toda la maldad y negatividad acumulada por frustraciones y pérdidas y también sujeto de cólera e indignación moral. Entonces, ahí salta el riesgo: “Si nos indignamos moralmente, nuestra indignación será tanto más venenosa y vengativa cuanto mayor sea la fuerza con la que arde el fuego prendido por el mal”21

Iniciación, reconocimiento y gloria del guerrero

El servicio militar es en muchos lugares un proceso de iniciación masculino. Un hombre se considera hombre cuando pone en peligro su vida preparándose para morir defendiendo lo que ama: su familia, el clan, su pueblo, su tribu o su nación. Ese es su gran sacrificio No en balde el porcentaje de mujeres soldados a nivel mundial sigue siendo muy bajo. La lucha es propiamente masculina y el soldado ejerce un rol seductor y erótico. Si bien Miguel Ángel Centeno en su análisis de la guerra considera esta figura como una creación social, que otorga inmortalidad y homenaje, garantía de que en el futuro residirá como héroe en la memoria de su pueblo, para el pensamiento junguiano esto representa únicamente la vivencia cultural del arquetipo, pues el guerrero es una forma de vivir la propia masculinidad del hombre22

Buscando cierta clarificación de estas cuestiones en la mitología, es sabido que a Eros entre los griegos también se le consideraba el dios del amor masculino, de esa atracción homosexual entre hombres, que gozaba incluso de más importancia que la relación heterosexual hombre-mujer, ya que ésta última quedaba estrictamente relegada a Afrodita. Ese amor entre los soldados desencadena innumerables pasiones: celos, embeleso, despecho o ansia de venganza, que son contenidas en el mismo par Eros/Anteros.

Además, era al dios Eros a quien los espartanos sacrificaban animales y rezaban antes de una batalla, para así asegurarse la victoria. Amor masculino y guerra unidos. En las batallas se necesita una acción conjunta, los soldados no sólo necesitan coordinación y trabajar en equipo, también se deben mutua solidaridad, por eso la expresión afectiva es tolerada y aceptada como algo positivo que cohesiona el grupo. Un ejemplo histórico fue el llamado Batallón Sagrado de Tebas, creado por Pelópidas y Epamonidas, dos amantes que hicieron del amor homosexual masculino el secreto de su ejército invencible. Plutarco cuenta de ellos que “amándose recíprocamente desde un principio con un amor sagrado, dirigían de común acuerdo sus coetáneos y sus triunfos al placer de ver a su patria elevada por ambos a la mayor grandeza y esplendor”23Lo erótico, propio de Eros, consecuentemente está eminentemente relacionado con la acción guerrera y el universo masculino.

La narración mítica refiere también a otros dos seres alados, Hypnos y Tánatos, hermanos gemelos relacionados con la muerte, presencia ineludible en cualquier guerra. Así vemos dos figuras siendo a su vez dobles, Eros/Anteros y Tánathos/Hypnos, que cierran la cuaternidad como polos opuestos que manifiestan la misma vitalidad del alma humana. Eros es quien clava las punzantes flechas del amor, causantes de que el herido muera en su razón mientras vive en la pasión, Anteros siempre mata por despecho y venganza. Mientrastanto, Tánatos, cuya antorcha apunta al inframundo, reino del Hades, lugar al que van a parar las almas de los difuntos, señorea una espada presta a segar vidas, se relaciona relaciona con Hypnos, quien se lleva las almas de las personas durante el sueño, que recuerda la muerte dado que es un retiro de la vida consciente.

Otro dato importante en esta saga mitológica: precisamente es Ares, dios de la guerra quien libera a Tánatos de los grilletes impuestos por Sísifo, aquel que posteriormente será castigado a una tarea eterna. La metáfora nos dice así que es la guerra quien libera la muerte y la destrucción hipnotizando a los humanos, atrapándolos en una atracción fatal vivida como un sueño de despecho y venganza. Mientras tanto la tarea inacabable del hombre, como el castigo de Sísifo, es justamente evitarla. El guerrero tiene pues también una tarea infinita, por eso debe entrenarse constantemente para estar dispuesto a luchar en cualquier momento.

Aunque sea como fuere la vuelta de la batalla es la vuelta de los infiernos internos y externos, porque el soldado no sólo ha vuelto de la muerte y de entre los muertos, sino que también sabe ahora que él es capaz de matar. Ha contacto plenamente con su demonio interno descubriendo la frontera tenue que separa la moralidad de la amoralidad. Estará ya para siempre tocado de un carisma porque había visto cara a cara la muerte. Precisamente para exorcizar esos demonios y descontaminar el alma, muchas tribus primitivas tenían un ritual de reincorporación del guerrero en el grupo. El ritual servía para su readaptación física, recuperación de fuerza y salud, y psíquica como contención de las terribles vivencias. Establecía un límite necesario y separador del antes y el después. Los vencedores eran recibidos con fiestas y música o agasajados con banquetes y regalos. Para los perdedores sólo quedaba el consuelo de sus familias, mezclado con la vergüenza y la rabia, ambas emociones instigaban las fantasías de una venganza futura.

Feminidad y masculinidad o diferencia sexual

Siguiendo la tradición que otorga diferentes roles según el sexo, los hombres van al combate mientras que las mujeres esperan apesadumbradas y llorosas su vuelta ansiando paz. Ésta, como otras diferencias de género, históricamente se justificaba en ciertas características físicas, tradición religiosa o preservación de la descendencia. Sin embargo, para Jung, esas distintas funciones no son inamovibles ad eternum, pues los arquetipos evolucionan a la par que la psique se hace más consciente. Ergo los roles de género se están redefiniendo siempre. Además, para Jung todo ser humano es masculino y femenino a la vez. Justamente porque la aspiración a su propia completitud y a pesar de que el cuerpo se exprese unilateralmente en una tendencia sexual, la psique es andrógina o hermafrodita.24 El problema estriba cuando masculinidad y feminidad se ligan exclusivamente a la diferencia sexual entre hombre y mujer. ¿Cómo atañe esto a la guerra? La respuesta se refleja en la experiencia de cualquier muchacho que no corresponda con el modelo social de belicosidad que se espera y en cambio exprese su faceta más sensible. Sin lugar a dudas éste joven será más proclive a convertirse en sujeto de burlas por sus compañeros. Es un ejemplo de confusión de una manifestación de los atributos femeninos con una falta de hombría. Viceversa también hay, pero menos. No hemos de olvidar que la lucha todavía se sigue considerando generalmente cosa de machos. Aunque una mujer pueda ser tanto o más agresiva y violenta que un hombre.

Sin embargo, dejando de lado la cuestión sexual, ¿qué rol juega lo femenino en medio de la barbarie de una guerra? Tal vez la respuesta se pueda encontrar también mirando a Grecia

La guerra como hecho que se impone en la vivencia psíquica del individuo

Sea como fuere la guerra es una realidad que se impone en la vida cotidiana. Un ser humano debería estar muy desconectado del mundo para no recibir actualmente ninguna información sobre el cómo y dónde sucede una guerra. En nuestra sociedad global donde pulsando un botón podemos trasladarlos a parajes lejanos y comunicar con otros humanos desconocidos, bombardeos de imágenes bélicas y destrucción llenan los informativos diarios, vistos desde la comodidad de cualquier hogar. Paradójicamente, a la vez los sentimos cercanos y ajenos.

Sus víctimas asaltan nuestras conciencias adormecidas por los pequeños problemas cotidianos y, a pesar de que deseemos mirar hacia otro lado, se nos hacen presentes a través de los de paisajes desolados, escenas de combates o atentados. Las víctimas emergen en nuestra vida perfilando las siluetas de muertos, heridos, sobrevivientes, huérfanos o refugiados, porque todos nosotros podríamos ser ellos. Esa latente posibilidad existe. El inconsciente colectivo, lo sabe y conoce por qué. Y cada víctima tiene un nombre, un sufrimiento y una historia, que hubiera podido ser la de cualquiera.

En esa realidad tan ambivalente de cercanía y lejanía psíquica hay personas. La contabilidad en cifras apoya una realidad empírica, susceptible siempre de diferentes interpretaciones según sean los intereses, miedos e ideologías. Sin embargo, los seres humanos nos aferramos a datos empíricos en un intento de comprensión de lo incomprensible de la guerra. En referencia a esos números, reporto que según el International Institute for Strategic Studies, las guerras dejaron en 2015 un saldo de 167.000 fallecidos25, a los que para ser más exactos tal vez se debieran añadir otras innumerables víctimas colaterales, no contabilizadas, muertos por escasez de alimentos, falta de higiene o medicinas.

Ojeando más datos empíricos, de acuerdo con la Armed Conflict Database en estos momentos hay activos en el mundo 40 conflictos armados de diferente índole26: guerras de alta intensidad, o sea de más de 3000 víctimas civiles o militares anuales, guerras de intensidad media con más de 300 muertos al año y conflictos de baja intensidad, o sea, que producen menos de 300 muertos, pero significativamente importantes porque detectan un problema latente, susceptible de ser reactivado en cualquier momento. Evidentemente, todos estos conflictos pueden ser internos o inter-estados y algunos de ellos han llegado ya a internacionalizarse. Esta es una pequeña radiografía bélica del mundo que nos ha tocado vivir. Pero ¿qué tienen todos esos enfrentamientos en común? ¿por qué surgen? ¿son algo connatural a la especie humana? ¿Cómo podemos entenderlos? Y podemos preguntarnos también, ¿llegado el caso de que los entendiéramos cómo podríamos evitarlos?

Desde la perspectiva junguiana, teniendo en cuenta la naturaleza dialéctica de la psique humana, es muy difícil imaginar un mundo sin conflictos, sin dolor, sin muerte. Lo negativo destructor es un componente esencial de la vida: “Los instintos belicosos del hombre no pueden ser erradicados. Por ello es impensable el estado de paz perfecta. Además, esa paz es sospechosa porque incuba la guerra”27

Jung considera que para entender el por qué, el cómo y el para qué de la guerra no podemos simplemente aplicar razonamientos lógicos desde la perspectiva que la guerra es un problema. No, la guerra no es un problema, ni puede estudiarse como tal. La guerra ocasiona problemas, porque es un hecho intrínseco a la humanidad y como hecho no puede evitarse. A menos que el hombre evolucione y se transforme psíquica y moralmente, seguiremos conviviendo con la guerra. Y por ahora el presente muestra que “la guerra es un comportamiento irracional que no se puede parar por una decisión de la voluntad humana. Ella se cierne sobre la humanidad como una fatalidad que sobrepasa la razón”28

En el devenir histórico los seres humanos nos hemos unido para luchar a favor o en contra de determinados grupos en nombre de conceptos abstractos que no refieren al mundo material. Los seres humanos hemos conformado nuestra historia, nuestros estados, nuestras naciones, nuestra cultura y nuestro poderío a través de conflictos, luchas, `peleas, combates o batallas. Los seres humanos hemos creado ideologías, religiones, técnicas o ciencias y hemos puesto el conocimiento aprendido y los conceptos acuñado al servicio de Ares, quien los ha usado actuando con toda su fuerza devastadora: “Nuestros dioses terribles no han hecho más que cambiar de nombre. Su nombre ahora rima con la terminación ismo”29

Así pues, de la misma forma que los seres humanos nos contagiamos unos a otros de cualquier virus o bacteria, ese contagio también puede alcanzarnos en las cuestiones anímicas, por ello Jung considera que “los movimientos de masas políticos de nuestra época son epidemias psíquicas, es decir, psicosis de masas. Son como demuestran las manifestaciones de inhumanidad que los acompañan, fenómenos espirituales anormales y me resisto a considerar normales tales cosas, incluso a disculparlas como perdonables errores”30

Evidentemente Jung no descarta la importancia de factores económicos y políticos para comprender por qué un conflicto estalla en un lugar del mundo y no en otro. El conocimiento de la conciencia explica que la guerra responde a disputas por territorios. recursos, salida al mar, dominio del mercado internacional con algunos productos… Sin embargo, nuestra racionalidad consciente es tan sólo una muy pequeña parte de la psique y los factores irracionales de ambición, necesidad de reconocimiento, venganza o delirios de grandeza, entre otros, son completamente imprevisibles. De ahí que las fuerzas inconscientes que actúan sean para la mayoría totalmente desconocidas, mientras para unos pocos resultan un conocimiento anhelado cual piedra filosofal para asegurarse un dominio absoluto sobre los demás. Sueño estéril de poder, porque el inconsciente es, por definición, incontrolable para la conciencia. Por eso Jung dice: “Cuando contemplamos la historia de la humanidad no vemos sino la superficie exterior de los acontecimientos, distorsionados además en el borroso espejo de la tradición. Pero lo que de verdad ha acontecido escapa a la mirada indagadora del historiador, pues, el verdadero acontecer histórico discurre profundamente oculto, vivido por todos y no observado por nadie”31 Jung defiende, pues, que sin la comprensión holística de lo que es el ser humano, jamás se podrá entender qué y cómo son causadas las guerras, y, lógicamente. tampoco se conseguirán herramientas intelectuales y emocionales para poder evitar sus devastadoras consecuencias físicas, sociales, ambientales, anímicas y espirituales. Y para ello es necesario seguir haciendo conciencia.32

Lisístrata, el arquetipo femenino trabajando para la paz

Escudriñando en la historia antigua, aparece una situación bélica altamente complicada, la inestabilidad política vivida después de la Guerra del Peloponeso. Esparta y Atenas se enzarzaron en contiendas interminables. En medio de esa situación de muerte, miseria y pavor Aristófanes escribe una de sus más famosas comedias: Lisístrata, voz de lo femenino escondido, que clama por la paz denunciando los negocios sucios y las atrocidades.
Lisístrata, una mujer de fuerte personalidad, desea poner fin a la sangría de vidas humanas y reúne a mujeres de ambos bandos para buscar una salida de paz. Las decisiones que toman son la de administrar ellas los bienes de la ciudad y la de rehusar todo contacto sexual con los hombres hasta finalizada la contienda.

Esta obra teatral expresa la fuerza del arquetipo femenino sufriente en millones de hombres y mujeres que durante toda la historia de la humanidad han ansiado la paz y han denunciado los excesos políticos, sociales y económicos de la guerra. No en balde Lisístrata denuncia el negocio de las armas y la vida miserable y desolada de madres, esposas e hijas de los que han ido a luchar porquee aunque indudablemente, las mujeres siempre han sido las víctimas sexuales en los conflictos armados, sin embargo su sufrimiento ha sido olvidado y a menudo menospreciado.

La obra se estrenó en la Atenas del siglo 411 a. JC. bajo el formato de una comedia. Pero, la importancia del mensaje es el llamamiento a la acción de Aristófanes, pues una guerra no es asunto exclusivo de los que la deciden en nombre de todos ni tampoco refiere sólo a la situación de los que están en el frente, una guerra revierte sobre la sociedad civil que metida, muchas veces, sin saber ni siquiera cómo, en la contienda, aguarda la tan esperada paz. En esta obra son las mujeres las que tomando la iniciativa hacen sentir su voz, sus deseos y su poder bajo la llamada de Lisistrata: “si se reúnen aquí todas las mujeres, las de Beocia, las del Peloponeso y nosotras, todas juntas salvaremos la Hélade”33

En la comedia se alude a ciertos asuntos, desgraciadamente comunes a los conflictos armados: pillaje, corrupción, escasez, miseria… De eso trata la conversación mantenida entre Lisístrata y el consejero, después de que las mujeres se hubieran hecho ya con la gestión económica de la ciudad para evitar el despilfarro de una guerra aparentemente eterna:

«CONSEJERO. (A las mujeres) Pues bien: lo primero que quiero saber de vosotras, por Zeus, con qué propósito clausurasteis nuestra Acrópolis con cerrojos.
LISÍSTRATA. Para poner a salvo el dinero y evitar que guerrearais por su culpa. CONSEJERO. Es, pues, del dinero la culpa de que estemos en guerra.
LISÍSTRATA. Todo se perturba por su culpa. Es para poder robar para lo que Pisandro y los que están en el poder siempre andan proponiendo revueltas. Pues bien, respecto a eso que hagan que quieran, pero a este dinero no van a ponerle ya la mano encima,
CONSEJERO. ¿Pues, qué harás
LISÍSTRATA. ¿Y tu me lo preguntas? Nosotras lo administraremos. CONSEJERO. ¿Vosotras administraréis el dinero?
LISISTRATA. ¿Por qué te extrañas? ¿No somos nosotras las que os lo administramos todo en casa?»
CONSEJERO. No es lo mismo LISISTRATA. ¿Cómo que no?
CONSEJERO. Con este dinero hay que hacer la guerra.
LISISTRATA. Lo primero es que no hay ninguna necesidad de guerras. CONSEJERO. ¿Y cómo nos salvaremos si no?
LISISTRATA. Nosotras os salvaremos. CONSEJERO. ¿Vosotras?
LISISTRATA. Nosotras, sí. CONSEJERO, Esto es demasiado.
LISISTRATA. Se te salvará, aunque tú no quieras»34

En esta conversación Lisístrata está plenamente segura de la eficacia femenina para detener la contienda. Afrodita ayuda a las mujeres, porque como hemos visto antes, sólo ella puede aplacar la desmesura de un loco Ares en el fragor de la batalla y sólo se puede combatir lo irracional desde lo irracional. Ahora bien, aquí irracional no significa necesariamente lo mismo que inconsciente, porque en semejante situación, se necesita la mirada analítica de la consciencia sobre las fuerzas irracionales y arquetípicas que actúan en todos y cada uno de nosotros para su segura y sana contención. Lisístrata es sabia, prudente, amorosa, locuaz, con gran razonamiento lógico y consciente de sus afectos positivos y negativos, por eso no se deja llevar, pesé a su dolor por la ira. Tan sólo busca la mejor y más práctica solución que restaure la paz, evitando un sufrimiento inútil. Ella simboliza la faceta reconciliadora del arquetipo femenino. Y el mensaje va contracorriente, porque:

“pese a la importancia de este arquetipo, la educación tradicional ha transmitido durante siglos tan solo los atributos negativos de esta acción pacifica de las mujeres respecto a la guerra, rechazando su lado positivo y ha sido mal interpretado socialmente, ergo la cautela femenina contra la agresividad significaba cobardía, debilidad o inseguridad y en cambio los guerreros representaban el heroísmo masculino que incluía un gran poder de decisión, inteligencia y valor”35

Pero, ¿cúal es el remedio que Lisístrata ofrece a los hombres para acabar con la contienda? Desde luego no es un mensaje totalmente pacífico, pues desea el castigo de los instigadores y manipuladores, creadores del conflicto, un castigo que es acorde con las penas de la época:

“LISÍSTRATA. Ante todo, como se hace con los vellones, habría que desprender de la ciudad en un baño de agua toda la porquería que tiene agarrada, quitar los nudos y eliminar a los malvados, vareándolos sobre un lecho de tablas, y a los que aún se quedan pegados y se apretujan para conseguir cargos arrancarlos con el cardador y cortarles la cabeza; cardar después en un canastillo la buena voluntad común mezclando todos los que la tienen sin excluir a los metecos y extranjeros que nos quieren bien y mezclar también allí los que tienen deudas con el tesoro público y además, por Zeus, todas las ciudades que cuentan con colonos salidos de esta tierra, comprendiendo que todas ellas son para nosotros como mechones de lana esparcidos por el suelo cada cual por su lado. Y luego, cogiendo de todos ellos un hilo, reunirlos y juntarlos aquí y hacer con ellos un ovillo enorme y tejer de él un manto para el pueblo.
CONSEJERO. Ya tiene narices que ovillen y vareen esto las que no participan en absoluto de la guerra.
LISÍSTRATA. Pues bien, grandísimo canalla, soportamos más del doble de su peso que vosotros. Ante todo pariendo hijos y dejándolos ir lejos a sevir como hoplitas»36

Aquí Lisístrata no sólo alude a los culpables, de los cuales quiere evidentemente deshacerse, sino también a las víctimas y a la gente de buena voluntad, como portadora de paz para construir entre todos una sociedad próspera, la mezcla es una metáfora de la mediación pues son tenidos en cuenta los deseos de todos ellos para tejer37 el futuro de una sociedad. Además, en la cita se recoge el doloroso grito de unas madres que, impotentes, ven morir a sus hijos en una guerra inútil.

Y la activación del arquetipo se está viviendo ya en nuestra convulsa época. Es un intento de la propia naturaleza humana para frenar su autoaniquilación, que se manifiesta, tal y como dice Lisístrata: “aunque tú no quieras” El inconsciente tiene leyes propias que desconocemos y tal vez está viniendo en nuestra ayuda para parar la posible hecatombe apocalíptica que algunos predicen. El inconsciente colectivo humano es más sabio que algunos individuos. Y como ejemplo están innumerables casos espontáneos. Fueron nominadas al Premio Nobel de la Paz un grupo de mujeres rusas: “Unas 300 mujeres que se juntaron en 1989 para protestar por el servicio militar obligatorio para sus hijos, presionando por el regreso de unos 180.000 jóvenes de diversos frentes de batalla”38 También en nuestra memoria quedan las imágenes de las Madres argentinas de la Plaza de Mayo o el movimiento Women in Black surgido durante la Guerra de los Balcanes39

El mensaje de Lisístrata ya se hallaba en el movimiento pacifista que surgió en U.S.A. en contra de la guerra del Vietnam, justamente estaba en el slogan “Haz el amor y no la guerra” que se hizo famoso gracias a John Lennon y Yoko Ono o en la famosa canción de los Beatles “All you need is Love” que marcó toda una generación de jóvenes. Tal vez esos mensajes sean simplones, pero no por ello han resultado menos enérgicos, ya que su exitosa eficacia ha sido demostrada empíricamente al usarse como medida de fuerza.

Ese es el caso de Liberia, cuando en 2003 Leymah Gbowee, Premio Nobel en 2011, junto con el grupo de activistas “Women of Liberia Mass Action for Peace” cansadas de una guerra de 14 años que consumía el país, decidieron actuar también usando una nueva forma de presión: la negación del sexo a sus compañeros hasta que llegara la paz. Otra de las medidas adoptadas por el grupo, muy especialmente por las mujeres de los líderes tribales en el momento de rubricar el acuerdo de armisticio, fue encerrar a sus maridos bajo llave dentro de sus casas y sentarse enfrente de la puerta para no dejarles salir de allí si no era para ir a firmar la paz40 O un ejemplo en Filipinas, en 2011, cuando las mujeres de Mindanao, después de una larga y convulsa situación de enfrentamiento entre dos ciudades, se declararon en huelga de sexo pidiendo el fin de las hostilidades41 Otro ejemplo es Togo en 2012 cuando las mujeres se apuntaron también a otra parada sexual como medida de presión para que sus maridos pidieran la dimisión del presidente.

Además, con el nombre de Lisístrata se bautizó un proyecto nacido en contra de la Guerra de Irak, sus ideólogas fueron las actrices Kathryn Blume y Sharron Bower, quienes promovieron la representación de la obra de Lisístrata en todo el mundo como un acto de pacífico de protesta y aunque los grandes medios de comunicación no se hicieron eco de la repercusión, porque estaban entretenidos pasando imágenes y noticias que justificaban el porqué de aquella nueva contienda. Pero, aún así, hubo más de 1.000 lecturas y representaciones de la obra de Aristófanes en todo el mundo42 De hecho, cada vez hay más hombres que se unen a las propuestas de las mujeres por la paz, un ejemplo es The Women’s March on Washington del 21 de enero de 2017, a la que se unen tanto hombres como mujeres, veteranos de guerra. para clamar por los derechos humanos y la igualdad43 No en vano el nombre de Lisístrata significa “la que puede disolver los ejércitos”44

Ese es el enorme poder de ese arquetipo, que refiere a una mujer precisamente y no a una diosa. Tal vez porque la incorporación de la mujer como sujeto activo en la sociedad, incluyendo las grandes esferas decisorias, pueda transformar unos valores anclados en las viejas leyendas de la fuerza bruta y la destrucción. Lysa Dollar, creadora de Lysistrataproject.org argumenta al respecto: “Lisístrata es un arquetipo, un emblema para las mujeres, para que se pongan de pie y sean”45 La reactivación de este arquetipo es un halo de esperanza, porque según las palabras de Jean Shinoda Bollen:

“La humanidad lleva un curso destructivo, de un modo u otro, y la vida del planeta peligra por culpa de ciertos seres humanos masculinos que poseen poder. Parece que al homo sapiens se le acaba el tiempo. En el terreno biológico, la continuación de la especie siempre ha sido cosa de mujeres. En la actualidad pienso que es cosa de ancianas (ancianas y hombres excepcionales que merecen tal nombre) el sacar adelante al sapiens (que significa sabio en latín) a tiempo para garantizar la continuación espiritual, psicológica e intelectual de la humanidad”46

A modo de conclusión

El camino es largo y hay mucho trecho de investigación, análisis y acción. Especialmente a esa acción aludía Jung cuando escribía en 1946: “¿Cómo es posible proteger al niño de la dinamita que nadie puede quitarle?”47
Desde una perspectiva esperanzadora todos esos movimientos surgieron y surgen como resultado de una reflexión autoconsciente de nuestro pasado, presente y futuro, continúan haciendo oír su voz de una manera u otra, sea a través de acciones presenciales o a través de Internet. En realidad, algo está cambiando, aunque se necesitan muchas conciencias juntas que hagan a su vez más conciencia. Y ese es el papel de la educación, no sólo en las aulas sino a través de todos los ámbitos posibles. Una educación basada en la observación, análisis y comprensión que permita el aprendizaje desde el inconsciente para crear más conciencia. Y eso no es ni más ni menos que participar en el proceso de individuación de las nuevas generaciones.

Citas de pie de página

1 Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
2 Una visión detallada al respecto nos la ofrece la obra de Garcia Caneiro, José y Vidarte, Francisco Javier Guerra, Guerra y Filosofía, Tirant lo Blanch, Valencia, 2002.
3 Un claro ejemplo es la obra de Sun Tzu, El arte de hacer la Guerra, Obelisco, 2009, escrita en el siglo VI a.C.
4 Jung, C. G. Civilización en Transición, Editorial Trotta, Madrid, 1995.
5 El arquetipo de la Sombra simboliza todo aquello que el ser humano considera malo y ajeno, aunque no lo sea.
6 Tales amores son narrados por Homero en el canto VIII de la Odisea
7 Es Ovidio en sus Fastos quien alude a la existencia de Anteros
8 Jung, C. G. Respuesta a Job, Fondo de Cultura Económica, México, 1964, p.120
9 Valois, Raynald, C.G. Jung et les racines de la guerre, Laval théologique et philosophique nº48, Québec, Junio 1992, p. 263
10 De Hipona, Agustín, Homilías sobre la primera carta de San Juan a los partos, Homilía séptima, www.augustinus.it/spagnolo/commento_lsg/index2.htm
11 Papa Francisco, Homilía en la basílica de Asis, Septiembre 2016. www.aciprensa.com/noticias/papa-francisco-la-guerra-viene-del-demonio-porque-quiere-el-mal-43413/
12 Jung, C. G., Respuesta a Job, op. cit. p. 90
13 Pinkola Estés, Clarissa, Explaining Evil en Terror, Violence and the Impulste to Destroy,
Daimond,Canada, 2003
14 Jung, C. G., Civilización en Transición, op. cit., p. 227
15 Phipps, Maurice, The myth and magic of star wars: a junguian interpretation,
https://archive.org/details/ERIC_ED315833, p. 9
16 Valoys, Rainald, Les racines de la guerre, op. cit. 265
17 Centeno, Miguel Angel y Enriquez, Elainer, War and Society, Polity Press, Cambridge, 2016.
18 Centeno, Miquel Angel y Enriquez, Elainer, War and Society, op.cit. p. 10
19 Valois, Raynald, Jung et les racines de la guerre, op. cit. p. 271
20 Zoja, Luigi, Paranoia. La locura que hace la historia, Fondo de Cultura Económica, Turín, 2011, p. 433
21 Jung, C.G. Civilización en Transición, op.cit. p. 191
22 Sobre el guerrero: Moor, Robert, King, Warrior, Magician and Lover, HarperOne, San Francisco, 1990
23 Plutarco, Vidas Paralelas, tomo II, Libreria de A. Mezin, Paris, 1847, p. 9
24 Es la coniuctio alquímica. Más información: Jung, C. G. Psicología y Alquimía, Editorial Trotta, Madrid, 2005
25 http://acd.iiss.org/
26 http://acd.iiss.org/
27 Jung, C. G. Civilización en Transición, op. cit. p. 217 28 Jung, C. G. Civilización en Transición, op. cit. p. 264 29 Jung, C. G. Civilización en Transición, op. cit. p. 226
30 Jung, C. G. Civilización en Transición, op. cit. pp. 224-225
31 Jung, C. G. Civilización en Transición, op. cit. p. 144
32 El proceso de individuación es el camino por el que el individuo adquiere más conciencia de sí y de los demás.
33 Aristófanes, Comedias III, Lisístrata, Ed. Gredos, Madrid, 2007, p. 26
34 Aristofánes, Comedias III, Lysistrata, op. cit. pp. 53-55
35 Domínguez Regueira, M. Mercè, Lysistrata, Woman’s voice to Peacekeeping and Peacebuilding, op. cit. 283
36 Aristófenes, Comedias III, Lisistrata, op. cit. pp. 61-62
37 La actividad de tejer era femenina. Palas de Atenea sabe tejer, pues es una buena estrátega y Ariadna con su hilo ayuda a Teseo. Alusión también a las Moiras o hilanderas, dadoras del destino, especialmente a Cloto que fabrica las hebras de la vida.
38 http://www.ipsnoticias.net/1996/10/rusia-madres-por-la-paz-ganaron-una-batalla/
39 http://www.womeninblack.org/en/peacekeeping.html
40 Tales testimonios quedan recogidos por Sevel, E.K. The Liberian Women’s Peace Mouvement Critical Half, Bi-Annual Journal of Women for Women International, vol. 5, number 2: Women’s Narrative, War and Peace Building, 2007, p. 18
41 http://edition.com.com/2011/WORLD/asiapcf/09/19/philipinnes.sex.strike/index.html.
42 www.worldpress.org/977.cfm y el documental de Michel Parick Kelly en 2006: Operation Lysistrata
43 www.veteranstodaynews.com/2017/01/03/veterans-mobilize-for-womens-march-on-washington/ 44 Según la traducción que refiere Christian Carandell en Lisistrata, Adesiara, Martorell, 2010, p. 9 45 http://www.lysistrataproject.org/aboutus.html.
44 Según la traducción que refiere Christian Carandell en Lisistrata, Adesiara, Martorell, 2010, p. 9
45 http://www.lysistrataproject.org/aboutus.html.
46 Shinoda Bolen, Jean, Las brujas no se quejan, Kayrós, Barcelona, 2004, p. 96
47 Jung, C. G. Civilización en Transición, op. cit. p. 234

Bibliografía

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Centeno, Miguel Angel, War and Society, Polity Press, Cambridge, 2016
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Url citadas

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