El proceso de individuación analista y paciente

Nairo de Souza Vargas

Nairo

Médico psiquiatra, Analista junguiano, Miembro fundador de la Sociedad Brasileña de Psicología Analítica (SBPA), Profesor Doctor del Departamento de Psiquiatría de la FMUSP, Profesor en el Postgrado y en la Maestría de Psicoterapia con orientación en Psicología Analítica de la Facultad de Psicología Analítica Junguiana, Facultad de Psicología de la Universidad Católica del Uruguay. Este documento corresponde a la ponencia que dictó durante el XIV Congreso Internacional de la IAAP en Florencia, Italia en 1998, cuyas conferencias fueron en torno al tema Destrucción y Creatividad.

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Un buen análisis junguiano es el resultado de una serie de variables, algunas constitucionales, otras adquiridas. Aquellas con base genética son la sensibilidad, el interés y el vínculo con los seres humanos. Añádase a éstas, el conocimiento técnico, el desarrollo ético y una amplia cultura humanista. Tales son los ingredientes básicos, probablemente, para la formación de cualquier buen terapeuta. Nuestra tarea es distinguir lo que sería deseable para un buen analista junguiano específicamente.

Lo que caracteriza al analista junguiano es el concepto que a través de los arquetipos que producen símbolos, el ser humano está buscando la individuación, tratando de alcanzar su potencial y llegar a ser uno mismo. El analista junguiano debe tener una mente abierta para todas las posibilidades de individuación sin ideas preconcebidas sobre lo que debería ser el proceso de individuación, o sobre la forma en que un individuo debe vivir.

Esta apertura que aporta una riqueza enorme a la Psicología Analítica, es no obstante, su punto débil. Por esta razón, más que cualquier otro, un analista junguiano debe tener un sólido entrenamiento profesional y ético, y se espera que tenga un agudo sentido de diferenciación. De otra forma, esta gran apertura y libertad se convertirán en una excusa para una actitud de que “todo vale”. Todo puede justificarse como “mi camino a la individuación”, o “mi momento”, o “en mi tipología”, o “siguiendo mis símbolos”.

La sensibilidad, el sentido común, la madurez, y un sólido conocimiento de psicoterapia pueden ayudar mucho, pero la comprensión del proceso como un todo, es siempre un proceso difícil y riesgoso. Más que los hechos, es el análisis cuidadoso de cómo, para quién, y cuándo se están viviendo- la personalidad y los símbolos del paciente como un todo- lo que nos dará las respuestas.

Un buen analista junguiano trabajará con un ojo en el inconsciente y otro en la mente consciente del paciente, e igualmente, uno mirará hacia sí mismo y el vínculo con el paciente. La ciencia y el arte más difíciles para un buen analista junguiano pueden ser la habilidad de mantener “el camino del medio”: no tomar posiciones unilaterales. Es una condición necesaria que uno sea capaz de expandirse, de respetar, valorar y vivir sus símbolos, para poder ayudar a los pacientes a hacer lo mismo. Es básico para un profesional calificado estar preparado para percibir, valorar, y manejar la transferencia bilateralmente. Para poder lograr esto, el analista debe haber pasado por un buen proceso de análisis y de supervisión, además de una educación formal. Por lo tanto, es importante que un buen analista junguiano tenga seguridad personal, un cierto grado de auto afirmación y satisfacción con la vida, para poder enfrentar las proyecciones de los pacientes, que pueden contener rechazo, agresividad y seducción. El analista debe tener también una mente abierta, junto con determinación y coraje para manejar la sombra de un paciente, la cual puede ser variable y destructiva.

Los buenos analistas junguianos difieren en sus enfoques teóricos y sus técnicas, algunos hacen más uso de los recursos disponibles a través de sus habilidades naturales, otros más a través de su entrenamiento profesional y técnico. Para caracterizarse uno mismo como un analista junguiano, sin embargo, uno debe reconocer en la vida de cada ser humano un proceso de desarrollo individual. Un proceso tal depende de los arquetipos potenciales y las peculiaridades genéticas como de los factores ambientales específicos en el mundo de cada persona, como también las experiencias psico emocionales y los contextos sociales y culturales. Este sorprendente complejo de variable no interactúa por azar. Hay un sentido de búsqueda que lleva al desarrollo del potencial de cada persona. Aunque esta búsqueda existe arquetipalmente en todo ser humano, no todos caen en cuenta y muy pocos la usan en su dimensión total, aunque es un factor importante en mayor o menor grado, en la estructuración de la vida de cada uno.

El bueno analista junguiano ayuda al paciente a su autoconocimiento, a trascender las defensas y síntomas: a adaptarse a una realidad mayor, a ser capaz de reconocer sus límites y no desear ir más allá de las posibilidades del paciente, sin quedarse corto sobre estas posibilidades. Un analista así, va a requerir estudiar mucho: aprender sobre biología humana y psicología al igual que adquirir un amplio conocimiento de la cultura humanística, para poder ver el ser humano como un todo que puede manifestarse y ser aproximado en una amplia variedad de maneras.

Un buen analista junguiano debe ser capaz de diagnosticar situaciones en las que el enfoque psicológico puede ser limitado, insuficiente, o incluso bloqueado, y cuando se necesita medicación o alguna otra medida: consejería, trabajo en equipo con otros profesionales como psiquiatras, terapeutas ocupacionales, médicos. La creatividad del analista de imaginación espontánea, de imágenes frescas que invaden de manera extraña, indignante, sorprendente y a veces impactante, pero que trae nuevos dramáticos cambios y escenarios a la vida de uno, al futuro, a sus capacidades, a la propia capacidad de amar –posibilidades de cambiar profundamente el propio sentido de uno mismo.

La formación debe ser tan subversiva como el análisis. Los individuos que han sido bien corrompidos en su análisis personal son los mejores candidatos porque ellos ya sospecha que la formación no debe tomarse literalmente, y tienen un principio de reconocimiento que un programa de entrenamiento representa la persona del instituto que da la formación, no necesariamente de su alma. Si el candidato entra a entrenamiento con esta actitud subversiva, entonces el proceso de formación será indudablemente una experiencia transformadora profunda –para cada buen programa de formación hay un berenjenal de paradojas, y así ofrece unas oportunidades maravillosas y aterradoras para que florezca la psique.

Algunas de las paradojas de la formación incluyen la eterna pregunta de cómo pueden los analistas ser objetivos al evaluar candidatos en un proceso que es esencialmente subjetivo: como establecer estándares colextivos en un programa diseñado para mejorar las diferencias individuales, cómo examinar lo invisible; cómo saber cuando un candidato está “listo” para terminar su formación cuando parece que no hay verdadero “final”.

Todos aquí hemos tenido entrenamiento. Quienes se desempeñan como formadores de otros saben que es prácticamente imposible hacer un buen entrenamiento –o incluso saber qué es entrenamiento. Afortunadamente, esto no nos ha impedido tratar de hacerlo. Y necesitamos continuar tratando de hacer lo imposible precisamente porque esta es una de las maneras en que continuamos la subversión necesaria de nuestras propias ideas y métodos y supuestos sobre el entrenamiento. La paradoja aquí es que, a través del entrenamiento, ayudamos a subvertir y prescindir de la consciencia dominante de ese programa, ese instituto, de la profesión, de la cultura. No importa qué tan válidas o apreciadas sean esas actitudes conscientes, en algún momento debe ser subvertidas y quizás incluso desechadas, pues de lo contrario nada nuevo podrá entrar. Sabemos por los mitos y los cuentos de hadas, que el rey moribundo debe ser reemplazado por un nuevo rey o reina, y el analista con el ojo subversivo va a reconocer que algunas veces la nueva actitud entra a través del desengaño, pero no por ello es menos vital y menos legítima.

Debemos estimular a los candidatos difíciles a ser difíciles. Debemos enseñar los candidatos a ser subversivos, a cultivar una doble vida, recordarles que la formación no es lo que parece y no siempre tratamos de hacer lo que requerimos. Debemos estimular los candidatos a seguir buscando en el lado inferior, el aspecto sombra de nuestro entrenamiento como también su propia psicología personal, y ver en esa oscuridad una rara oportunidad de instigar una pequeña revolución psicológica individual que pueda algún día qui9zás cambiar el mundo.

My padre fue un artista que dibujaba historietas para vivir. En los años 50 en Estados Unidos ésta era considerada una actividad subversiva. Los Estados Unidos estaban llenos de miedo sobre los complots comunistas para derrocarlos subvirtiendo a la juventud. En aquellos años había un poderoso comité en el Congreso llamado El Comité de Actividades no Americanas que decidió que los libros de historietas causaban delincuencia juvenil y volvían a la juventud vulnerable a la propaganda comunista. Leer historietas, decían los congresistas viejos, destruía la fibra moral y la inocencia de la juventud y volvía instantáneamente a los niños revolucionarios violentos y sin dios. Bien, como millones de otros niños, yo leía historietas como parte de mi dieta literaria, y puedo decirles, 40 años después, que el Congreso leyó de manera completamente equivocada la fuente de mi corrupción. Las historietas no tienen nada que ver con el hecho de que a la edad de 11 años, yo ya tenía fantasías creativas de derrumbar todo lo que me volvía loco: los códigos de vestuario en la escuela, el anti semitismo, toda la conformidad opresora en la que teníamos que vivir. Los mismos valores que el congreso estaba tratando de preservar me conducían psicológicamente al mundo subterráneo, en el que unos años más tarde, me encontraría en el análisis junguiano, mucho más corrompido por ese proceso que cualquier libro de historietas que leí.

Sé que puede sonar extraño, pero cuando muera, espero que la cuestión de si era o no un buen analista me sea medida por cuán subversivamente traté de vivir, y a cuanta gente logré corromper con éxito.

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