El complejo de Casandra: del descreimiento de lo femenino a la escucha de la propia voz – D. Ulloa

Daniel Ulloa Q.

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Daniel Ulloa Quevedo es psicólogo de la Universidad Javeriana, Máster en Psicología Analítica de la Universidad Ramon Llull y Máster en Psicología Clínica y de la Salud de la Universidad de Barcelona. Reside en la ciudad de Barcelona y trabaja como psicoterapeuta principalmente en la modalidad online con latinoamericanos residentes en el exterior. Escribe artículos sobre migración y psicología junguiana en su página www.psicoterapiajung.com.

Casandra: la princesa troyana

El mito de Casandra ha sido utilizado como metáfora de diversos fenómenos sociales y psicológicos haciendo referencia principalmente al silenciamiento o descreimiento por parte de figuras o instancias dominantes, de aspectos relacionados tradicionalmente con lo femenino como: lo no visible, la intuición, la imaginación o lo creativo.

El mito, que fue inmortalizado en la Ilíada de Homero, nos cuenta que Apolo, dios de la razón, la lucidez y la mesura, fascinado por la belleza de Casandra, le promete el don de la profecía a cambio de que se convierta en su amante. Casandra, hija de los reyes de Troya, acepta el don, pero rechaza a Apolo, quien ofendido la maldice haciendo que sus predicciones, aunque certeras, no fueran creídas ni tenidas en cuenta.

Al no poder evitar ni transformar los acontecimientos que preveía, entre ellos la caída de Troya y su propia muerte, el don se convirtió para Casandra en una fuente continua de dolor y frustración, siendo además excluida y estigmatizada por sus visiones.

El mito de Casandra nos habla del aspecto oscuro de Apolo, es decir, cuando la racionalidad que caracteriza al patriarcado, se olvida de sus raíces matriarcales y de manera arrogante se revela de manera misógina equiparando lo femenino a lo carente, lo débil y a lo que es susceptible de ser dominado, explotado o violentado.

El mito visibiliza entonces la necesidad de que el pensamiento lineal, lógico, analítico, cuantitativo y penetrante, que brinda soluciones pragmáticas y que se suele relacionar con lo masculino, con el cerebro izquierdo, se complemente con el llamado pensamiento del corazón, con la receptividad, con lo cualitativo, con la creatividad, con la síntesis y el acogimiento, relacionados tradicionalmente con lo femenino, con el hemisferio derecho.

La descalificación de lo imaginario en la modernidad

Dentro del contexto del materialismo científico, enmarcados en el paradigma newtoniano y cartesiano, diferentes aspectos reacios a suscribirse a la lógica instrumental y productiva como la intuición, la imaginación y todo el ámbito de lo no visible comenzaron a ser considerados como erróneos, oscuros, pueriles, supersticiosos y con nula legitimidad para aportar un conocimiento valido sobre lo humano.

El Mito de Casandra representa la tragedia y desequilibrio que conlleva la desatención y el desprecio del ámbito no racional, subjetivo e inefable de nuestra naturaleza.

Al interior de la propia ciencia, la física cuántica, cuyo objeto de estudio son las partículas más pequeñas de las que está compuesto el universo, esto es – lo infinitamente pequeño, lo no visible- ha invalidado la concreción absoluta que se presuponía para la materia desde el materialismo científico. Sus hallazgos han revelado un aspecto misterioso, paradójico e irracional de la materia que guarda contundentes similitudes y correspondencias con la naturaleza de la psique. Derrumba por ejemplo las pretensiones de objetividad, evidenciando la afectación del observador en lo observado cuando se experimenta con proporciones cuánticas.

El desprestigio y expulsión del alma en el mundo contemporáneo

Casandra fue confinada y expulsada de la vida colectiva porque sus palabras resultaban incomodas a las instancias de poder, al pensamiento dominante.

La popular expresión “es solamente psicológico” da cuenta del desdén hacia lo anímico y lo subjetivo, en clara subordinación a lo que se considera objetivo y físico.

El desprestigio y confinamiento del alma alude al proceso de deshumanización y desarmonía que se denuncia desde diferentes instancias, generado por el exceso de la tecnificación, racionalización e instrumentalización.

Hace referencia a la burocracia rígida que en vez de facilitar procesos pone trabas, no acoge los casos particulares ni tampoco el surgimiento de condiciones novedosas.

Alude a las prácticas médicas en las que predominan los intereses económicos sobre la salud de las personas, y en donde la subjetividad de los pacientes se desvanece en diagnósticos, protocolos y estadísticas; también a la medicalización de la tristeza y del inconformismo social.

Otras expresiones del confinamiento del alma son el culto a las apariencias, a los empaques, a la felicidad, a la juventud, a la rapidez y al crecimiento. Todas las anteriores unilateralidades que desatienden la complejidad, profundidad, ambivalencia y dinámica cíclica de la psique.

La invisibilidad, silenciamiento y marginación de lo femenino

La maldición a Casandra consistió en que las advertencias provenientes de sus visiones no fueran tomadas en cuenta, que sus palabras no fueron escuchadas, que sus contribuciones fueran negadas.

Una de las lecturas que se ha hecho del mito de Casandra es con respecto a la exclusión e invisibilidad de las mujeres en las sociedades patriarcales.

La sumisión y el silencio fueron en la Grecia antigua virtudes ideales para el comportamiento femenino y estas concepciones y practicas se han mantenido a lo largo del tiempo. Existen múltiples evidencias de que a pesar de haber estado en inferioridad de condiciones en el acceso al conocimiento, las mujeres han estado históricamente presentes de manera relevante en el ámbito político, artístico y científico, sin embargo, sus contribuciones han sido invisibilizadas o absorbidas por una figura de mayor legitimidad dentro de la lógica patriarcal como pudo haber sido su padre, hermano, esposo o amante.

En este mismo sentido existen también múltiples testimonios de como el conocimiento científico no solo ha avanzado a partir de la racionalidad y el empirismo sino a partir de intuiciones, visiones imaginativas y otros aspectos relacionados con el ámbito no racional, pero al igual que con la mujer, estos hallazgos son invisibilizados o tomados como simples casualidades.

La invisibilidad hacia las mujeres se presenta también cuando no son tenidas en cuenta en medios de comunicación o para actividades en las que se podrían desempeñar de manera eficiente, porque su edad, su figura o su apariencia no se adecua a las expectativas de cierta mirada masculina, desapareciendo así, como objetos de deseo.

Lo femenino como mercancía y propiedad

Una vez que Troya fue derrotada, Casandra fue secuestrada y tomada como botín de guerra. El cuerpo de la mujer ha sido y aún sigue siendo tratado como mercancía, como objeto de placer, como escaparate publicitario.

La lógica de la mercantilización y cosificación del cuerpo femenino se encuentra de base en la prostitución forzada, en la trata de personas, en la presión por la figura esbelta, en el auge de las operaciones estéticas, en las violaciones como arma de guerra. Esta lógica se encuentra implícita en mente del maltratador que considera a su pareja o su expareja como de su propiedad, por lo tanto, con la posibilidad de hacer uso de ella como le plazca.

La mujer que se pertenece a sí misma y el descreimiento estructural

A Casandra en algunas versiones del mito se le otorga el rol de sacerdotisa o virgen. Estos aspectos, en aquel contexto, simbolizan la resistencia de las mujeres a la subordinación y dependencia de los hombres, así como a las lógicas de dominación y poder que ellos personifican. Casandra representa entonces a la mujer que se pertenece a sí misma y no al padre o al esposo.

En las sociedades patriarcales a la mujeres beligerantes, a las que dicen lo que no se quiere escuchar, a las que transgreden los cánones impuestos por los varones, se las ha procurado silenciar, marginar o ridiculizar tachándolas de locas, brujas o “histéricas”.

En la actualidad muchas mujeres tienen que afrontar este descreimiento estructural en diversas circunstancias. Por ejemplo cuando luego de sobrepasar múltiples obstáculos y desventajas con relación a los hombres logran acceder a espacios de poder o reconocimiento más allá de tradicionalmente atribuidos a las mujeres (belleza, cuidado de otros, objetos de placer) y son deslegitimadas, descalificadas o no tomadas en serio.

El descreimiento se encuentra presente también cuando se presentan testimonios de abuso o acoso sexual y son en muchas ocasiones desacreditados como fantasías o provocaciones de la propia mujer.

Otra expresión del descreimiento es el caso de afecciones en las que no es posible encontrar un elemento visible y cuantificable en el organismo como pueden ser el dolor crónico, la fibromialgia o padecimientos anímicos, y las personas tienen que afrontar que se les cuestione sobre la veracidad o intensidad de su sufrimiento, o incluso de estar realizando conductas de manipulación.

Fisura entre mente y cuerpo: la animalidad extraviada

En algunas de las versiones del mito, la capacidad profética de Casandra se expresa como la facultad de entender el lenguaje de los animales. Los animales en la mitología y en nuestros sueños suelen ser representaciones de nuestros instintos, de las necesidades de nuestro cuerpo y de sus ritmos, de nuestras pulsiones básicas.

El mito de Casandra hace referencia a cómo el proceso civilizatorio, que ha encumbrado la racionalidad y el empirismo como dogmas, ha abierto una brecha con nuestra animalidad, con nuestra capacidad innata para la autorregulación, con la sabiduría inherente de nuestra naturaleza.

El distanciamiento con nuestra animalidad, con la sabiduría de nuestro cuerpo, se manifiesta como desorientación y disociación. Se puede expresar igualmente en sueños en los que hay animales enfermos, heridos o extraviados.

El complejo de Casandra: la minusvaloración internalizada

Las mujeres se ven abocadas a construir su identidad en un contexto en donde sus fuentes de identificación son valoradas de manera peyorativa, otorgándoles connotaciones de debilidad, victimismo, dependencia e irracionalidad. En muchas ocasiones la propia madre se constituye en el referente de lo que las mujeres no se quieren llegar a convertir. Los valores asociados a lo masculino por lo contrario son altamente valorados considerando al hombre como emprendedor, lógico, pragmático, descomplicado, objetivo, independiente, fuerte, valiente, poderoso.

Según Maureen Murdock, la denigración de lo femenino aunado a la sobrevaloración de lo masculino, promueve que muchas mujeres se identifiquen y busquen aprobación bajo valores patriarcales, dejando de lado o minimizando otros ámbitos fundamentales de su personalidad.

Así, la invisibilidad, la marginación, la desconsideración a las que se ven expuestas la mujeres, se va interiorizando constituyéndose en un factor psíquico interno del que emergen juicios y valoraciones negativos hacia sí misma.

La mujer se identifica entonces con la racionalidad y la búsqueda de las metas exteriores, buscando de manera constante la aprobación desde la mirada masculina. La desvaloración interiorizada se instala como un sentimiento de inseguridad y de minusvalía que se puede manifestar a modo de compensación a través de una búsqueda constante por demostrar lo eficiente y capaz que se puede llegar a ser, en muchas ocasiones bajo unos criterios de exigencia desbordada que sobrepasa los requerimientos del propio contexto.

La mujer puede entonces ser “poseída” por una obsesión por la perfección y la necesidad de tener el control en distintos ámbitos: el trabajo, su propio cuerpo, las relaciones; a la vez que rechaza o se distancia de otros aspectos de sí misma que tradicionalmente han sido relacionados con lo femenino.

Se va tornado sorda entonces a las señales de su cuerpo y de sus ritmos; a la posibilidad de reconocer los excesos o carencias que le acontecen. No le da credibilidad al sentimiento interior que la puede orientar sobre relaciones o actitudes que es necesario abandonar; ni a la voz que la promueve para el despliegue de su propia vocación, que la alienta a ser fiel a su propia verdad.

Lo femenino rechazado se configura como un complejo, es decir, un conjunto de emociones y pensamientos que operan desde lo inconsciente de manera autónoma como una subpersonalidad que busca mediante irrupciones sintomáticas su integración a la conciencia.

La necesidad de desplegar nuestros potenciales no vividos se puede manifestar en sueños en los que aparecen niños descuidados, a los que no se les presta atención o que no se les cree lo que dicen, lo que alude de alguna manera a las circunstancias vividas por Casandra en el mito.

Los niños o bebes en nuestros sueños suelen ser también representaciones del arquetipo del sí mismo: el factor psíquico que nos promueve a desplegar nuestra singularidad, nuestro aspecto más genuino. El sí mismo o Self es también el arquetipo de la conciliación de los opuestos aparentemente irreconciliables, el factor interno que promueve la compensación, la búsqueda de armonía y la homeostasis.

El despliegue paulatino de las necesidades más profundas de nuestra psique fue denominado en la psicología junguiana como proceso de individuación y se considera que cobra mayor relevancia en la segunda mitad de la vida, cuando las necesidades de adaptación al mundo exterior, la vanidad y la necesidad de reconocimiento comienzan a perder relevancia, a la vez que emerge como prioridad el desarrollo de nuestra interioridad.

El restablecimiento del equilibrio : la sanación de la herida de lo femenino y la escucha de la propia voz

Lo femenino y lo masculino desde una perspectiva compleja no son equivalentes a hombre y mujer, sino que hacen referencia a fases de un sistema dinámico de complementariedad y equilibrio. Tal como se desprende de la noción china del yin y yan. Cuando yan (lo masculino, el patriarcado) ha llegado a su extremo- se originara el yin (el retorno de lo femenino). Yin y Yan por lo tanto, no son elementos independientes sino dos fases de un mismo fenómeno, bajo una visión cíclica y relativa del universo.

En sintonía con esta perspectiva, para la psicología junguiana, el psiquismo posee también una tendencia hacia el equilibrio y la autorregulación, de esta manera, la unilateralidad de lo masculino conduce indefectiblemente a que lo femenino emerja a modo de compensación.

La emergencia de lo femenino, que se ha constituido en la sombra (lo rechazado, lo no vivido) puede irrumpir en forma de una crisis de sentido, un trastorno anímico o físico, un accidente o cualquier circunstancia que convoque a trascender la identificación con la racionalidad, con las metas exteriores, con la búsqueda de la aceptación de la mirada masculina, exigiendo acoger el ámbito de lo cualitativo, de la imaginación, de los procesos más que de los resultados, de lo intangible, de los sentimientos.

La reconciliación con lo femenino herido permite el reconocimiento y legitimidad de la propia voz, de la propia verdad que está más allá de creencias, ideologías o racionalizaciones. Es un conocimiento visceral o somático, por denominarlo de alguna manera, que nos permite tomar decisiones sobre aspectos de nuestra vida, sin que la necesidad de aprobación externa y la búsqueda se seguridad sean tan relevantes. Es una voz y una energía nos fortalece para poner límite a jefes, a parejas y también a los propios excesos; que nos aumenta nuestra capacidad para responder a las propias necesidades.

Escuchar la propia voz y ser consecuente con ella, implica traicionar expectativas de otros y propias, abandonar hábitos destructivos, fantasías infantiles de perfección o de potenciales ilimitados. Es un camino que implican transitar incertidumbres, estados de desconcierto y sentimientos de culpa, que a la larga nos conduce a dar mayor complejidad y armonia a nuestra personalidad.

La integración de lo femenino permite también desarrollar una actitud de receptividad, acogiendo de manera constructiva los diferentes aspectos que nos va proponiendo la vida y asumiendo que nuestras energías y planes no están totalmente bajo el control de nuestra conciencia y nuestra voluntad.

Las Casandras como mujeres mediales

Casandra es nombrada por el coro como la muy desgraciada y muy sabia, evocando la tradicional relación de la sabiduría que emerge del sufrimiento y de la frustración.

Para Newman, el proceso de la evolución de la conciencia colectiva en la cultura occidental ha pasado de la inconciencia matriarcal con predominancia de lo instintivo, el animismo y lo colectivo, al escepticismo patriarcal en el que ha primado la racionalidad y la individualidad. Para Newman la necesaria etapa patriarcal está viviendo su ocaso por agotamiento. El espíritu de la época corresponde entonces a la necesidad de una perspectiva en el que interactúen de manera armoniosa los dos principios, lo que implica una integración de lo femenino denostado y reprimido en esta ultima etapa.

La analista junguiana Toni Wolf plantea que hay un tipo de mujeres con una sensibilidad especial, que las hace servir de mediadoras entre el mundo interno y el mundo externo. Las mujeres mediales, como las denomina, se ven absorbidas y moldeadas por los que busca hacerse consiente en determinada época constituyéndose en portadoras de nuevos principios y valores.

La mujeres mediales captan y escenifican en los conflictos de su propia vida, en los dolores de sus propios cuerpos, lo que “se encuentra en el aire”, lo que la conciencia colectiva no acaba de admitir: la necesidad de integrar lo femenino denostado y reprimido.

A través de su arte, de sus sufrimientos, las Casandras dan luz al drama colectivo, de la necesidad de vincular eróticamente los aspectos masculinos y femeninos, que como un matrimonio sagrado actúen como opuestos complementarios sin ningún tipo de subordinación. Ellas se consagran de manera inconsciente, al servicio de un nuevo y encubierto espíritu de la época, como lo hicieron los primeros mártires. Su dolor se constituye en una guadaña para despojarnos de lo superfluo y para el hallazgo de lo más esencial y genuino.

La conciencia colectiva clama por un reconocimiento e integración del alma y de lo femenino, en las relaciones, en las instituciones, en el modelo productivo, en las instancias de poder. Es impostergable una participación en igualdad de condiciones de lo cualitativo, de lo no visible. Que la lógica conquistadora, productiva y competitiva se matice bajo la mirada integradora y acogedora de lo femenino, catapultando la incuestionable evidencia de la interdependencia de todos los pueblos y la hermandad que nos vincula a todas la personas como especie. Que devuelva también la sacralidad y respeto que merece el planeta, así como todos los seres que habitan en ella.

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