Ares, señor de la guerra, de la danza y de grandes amores

SYLVIA MELLO SILVA BAPTISTA

Ares2

Sylvia Baptista es Psicóloga y Analista junguiana, miembro de Sociedad Brasileña de Psicología Analítica (SBPA) y de la IAAP. El presente trabajo fue presentado durante el VI Congreso Latinoamericano de Psicología Junguiana, celebrado en Florianópolis, Brasil del 19 al 22 de septiembre de 2012, y su autora autorizó su publicación. Email: sylviamellobaptista@gmail.com. David Alves Limas es médico psiquiatra, graduado por la Facultad de Ciencias Médicas de Santso, y con una residencia Médica de Psiquiatría en Santa Casa de Sao Paulo.

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Ares,
De fuerza extraordinaria,
Conductor de la biga,
De yelmo dorado,
Valiente de corazón,
Portador del escudo,
Salvador de las ciudades,
De bronceada armadura,
Brazo fuerte infatigable,
Poderoso con la lanza.
Oh defensor del Olimpo,
Padre de la victoria bélica,
Aliado de Temis,
Severo gobernante de los rebeldes,
Líder de los hombres justos,
Rey con el cetro de la virilidad,
Que gira su feroz esfera entre los planetas
En sus séptuplos cursos a través del éter,
El cual su corcel flameante siempre
Te lleva arriba del firmamento del cielo;

 Óyeme, auxiliar de los hombres,
¡Donador de la gallarda juventud!
Vierte un gentil rayo sobre mi vida,
Y la fuerza de guerra,
Que yo pueda ser capaz de ahuyentar
La amarga cobardía de mi cabeza
Y de aplastar el doloso engaño en mi alma.
Retenga también la afilada furia de mi corazón,
La cual me provoca a recorrer
Los caminos de la disputa de pavorosa sangre.
Antes, el bendito,
Dame coraje para perseverar
Dentro de las inofensivas leyes de la paz,
Evitando la contienda y el odio
Y el violento
Espíritu maligno de la muerte

(Himno Homérico VIII – Ares traducido del griego
y  Adaptado por Alexandra Ellhnopoula)

 

Genealogía

Así es el Himno Homérico a Ares. Una elegía a los méritos, al coraje, a la bravura del gran divino, cantado como protector, mantenedor de la juventud e, invocado, inclusive, para ayudar a perseverar en el camino de la paz. Según Chevalier y Gheerbrant (1996, pp. 79, 80), ese himno es de una época muy tardía, tal vez del siglo IV d.C. El mérito de la composición reside en el hecho de que abre la posibilidad de una lectura que apunta el camino de la evolución espiritual de esa expresión arquetípica.

El Ares de la mitología griega es una divinidad de polémicos atributos, de origen dudoso y de causas polémicas. Probablemente su nacimiento esté en Tracia (región sur de la actual Bulgaria). Por ser un dios con características poco olímpicas, los historiadores y mitólogos creen que haya sido primariamente un daimon. Los así llamados daimones griegos eran fuerzas poderosas, instintivas, no necesariamente ligadas a las tinieblas. Brandão (1993) sugiere la hipótesis de Ares no ser un dios, sino solamente un “demonio” popular infiltrado en la epopeya, siendo, por ello, despreciado por las otras divinidades. Tal vez, se trate de un heredero poco afortunado de alguna divinidad pre- helénica.

Para desarrollar el texto de este personaje mítico, nos serviremos de informaciones constantes de los textos clásicos de mitología aquí citados: Brandão (1986; 1988; 1990; 1993); Graves (1990); Hesíodo (1993); Kerényi (1993; 2000); Menard (1997); Meunier (1994).

Kerényi (1993, p. 123) hace relatos minuciosos de las maternidades de Hera, confiriéndole la condición de concebir a sus hijos sin el concurso del padre. Para Stein (1973, p. 12), Hera, sintiéndose ofendida por Zeus, concibió a Hefesto, inicialmente y, a seguir, a Tifón y Ares. Cuenta el mito que Hera comunicó a los dioses, reunidos en asamblea, que tendría un hijo glorioso y concebiría sin procurar al marido, pero sin deshonrar su casamiento. Kerényi (2000, p. 122) también presenta diferentes versiones para el nacimiento de Ares. Él habría sido concebido cuando la diosa tocó una flor mágica, con gran poder de fertilidad, siendo que la misma versión es relatada por Graves (1990a, p. 50), que hace referencia a Eris como hermana gemela del dios guerrero, y concebida en la misma situación.

Para Homero, Ares es hijo de Zeus y Hera. Hesíodo, en la Teogonía, afirma que  Ares es el único hijo de la pareja divina. Homero no veía a Ares con mucha dignidad. Trajano Vieira comenta en su introducción a la Ilíada (Homero, 2001, p.10) que aunque Homero presente a la guerra de forma monumental, él siempre la considera un acontecimiento funesto y Ares, el dios de la guerra, jamás es loado por sus hazañas.

Brandão (1988) sugiere que el nombre de Ares puede estar relacionado a aré, que tiene el sentido de desgracia, infortunio. La raíz sánscrita Ara manifiesta el concepto de destrucción y venganza, y la raíz Mar forma el nombre de la divinidad védica Marut, que dominaba los huracanes y el fuego sagrado, en coincidencia con el Marte romano, primitivamente el dios de las tempestades, invocado para proteger a las plantaciones del granizo, de la lluvia fuerte, de la nieve etc. Un nombre anterior de Ares habría sido Ara, “maldición”. Su culto seria originario de Tracia, cuyo pueblo era considerado por los griegos como bárbaro, rudo e inculto.

Para Meunier (1994, p. 63), Ares habría sido, en épocas remotas, uno de los dioses de la tempestad. Con el tiempo, los terribles efectos de las borrascas súbitas fueron asimilados al furor de los combates, y la divinidad que transformaba el cielo, dilaceraba y aplastaba las nubes, se volvió el dios tumultuoso de la guerra, de masacres sangrientas. Para Brandão (1988, p. 106) el propio Zeus lo llamaba el más odioso de todos los inmortales que habitaban el Olimpo. Ni siquiera entre sus pares encontraba simpatía: A Hera irritaba; Atenea lo calificaba de “loco y la encarnación del mal”.  Era visto como un dios impulsivo, con más músculos que inteligencia, desastrado y apasionado.

Según Meunier (1994, p. 63), Ares sólo se sentía bien en plena masacre, de la cual hacia nacer todos los horrores. Dotado de un coraje ciego y de un furioso vigor, se precipitaba a los combates haciendo ruido y soltando gritos terribles. Amando la lucha en sí misma, por la alegría feroz de destruir, su entusiasmo no reconocía amigos, ni enemigos, y su furor no obedecía sino a la brutalidad de su instinto destructor. Sembraba la muerte por todos los lugares que pasaba.

Otra característica de este dios es su estatura desmedida, mayor que la de los demás divinos. Ares, el dios combatiente, lucha a pie, pero algunas veces aparece en un carro tirado por cuatro corceles, o, para Meunier (1994, p. 64), en un carro guiado por riendas de oro. Como un viento maléfico, desbarata las líneas de los combatientes, haciendo volar en pedazos los carros de guerra, y abatiendo las murallas que protegen las ciudades. Ares siempre está acompañado por sus hijos Demos y Fobos, de Enio, y de su hermana Eris, respectivamente el miedo, el terror, la devastación y a discordia.

Ares y Zeus

Ares, por su placer por la guerra, destrucciones y muertes, se granjeó el odio de los inmortales, principalmente el de Zeus. El divino olímpico no vacilaba en afirmar que las características de personalidad de Ares, eran herencia de Hera. A pesar de que Ares luchó al lado de los troyanos, incluso así fue despreciado por Zeus. Cuando fue herido en la batalla, por intervención de Atenea, fue a quejarse a su padre y protestó, reclamando por el tratamiento que su hermana le había conferido (Homero, 2001, Canto V, 871-880). Indignado, Ares enumera las acciones de Atenea, hasta oír de su padre la siguiente respuesta:

¡Inconstante! No te lamentes, sentado a mi vera, pues me eres más odioso que ningún otro de los dioses del Olimpo. Siempre te han gustado las riñas, luchas y peleas y tienes el espíritu soberbio, que nunca cede, de tu madre Hera, a quien apenas puedo dominar con mis palabras. Creo que cuanto te ha ocurrido lo debes a sus consejos. Pero no permitiré que los dolores te atormenten, porque eres de mi linaje y para mí te parió tu madre. Si, siendo tan perverso, hubieses nacido de algún otro dios, tiempo ha que estarías en un abismo más profundo que el de los hijos de Urano.

(Homero, 2001, Canto V, 889-898.)

Resulta importante resaltar el hecho de que Homero coloca en la boca de Zeus el reconocimiento de que Ares es su hijo, concebido con Hera, y de que si fuera hijo de otro dios, hace mucho estaría desterrado. Zeus reconoce la paternidad, pero no acoge las lamentaciones de su hijo. Más que eso, lo humilla y maltrata.

¿Cuál es la razón más convincente de ese odio de Zeus por Ares?

La descripción de Homero recuerda la visión de un padre descontento con los atributos de su hijo, expresados como la antítesis de los suyos. Parece ser unánime la visión de los autores en cuanto a que Ares está lejos de los ideales griegos, identificados en Atenea, en su inteligencia estratégica, totalmente contraria a la impulsividad y agresividad arianas. Esa diosa, hija predilecta del señor del Olimpo, posee características de distanciamiento emocionales diametralmente opuestas al dios de la guerra.

Ares en la mitología es depositario de las proyecciones sombrías de Zeus, incapaz de darse cuenta de las cualidades de su hijo. El niño Ares tal vez se haya presentado también de esa forma: no le gustaba estudiar y no era tan bien dotado como Atenea, agraciada con la competencia de la lógica. En las discrepancias entre los hermanos, Ares llevaba la peor parte y perdía con su hermana, siempre más inteligente, astuta. Ares, por su lado, era todo cariñoso; no guardaba odios ni rencores. Cuando lo poseía la ira, enfurecido, se lanzaba como un toro sobre el ofensor, pero después su ira pasaba. Ares era “cuerpo”, le gustaban los abrazos, los cariños físicos, y cuando no los recibía, reclamaba de su padre y de su madre, omisos y ausentes. Cuando perdía la pelea, siempre lloraba. Era sin embargo, el mejor jugador de juegos improvisados, competitivo hasta la última gota de sangre. Innegablemente, siempre fue leal en las peleas, pues no usaba golpes bajos. Ares siempre se presentó como independiente, arrojado, tomando decisiones sobre su propia  vida y también sobre la vida de otras personas. Se exponía en todas las actividades ejercidas, tal vez por no tener en quien contar, o las hacía de tal forma de que no contaba con los otros. Podemos desprender de esa descripción el comportamiento de una persona bajo esa regencia.

El hombre Ares es activo y emocional. Es aguerrido y se coloca en situaciones peligrosas, con la visión nublada por la pasión. Si trae, como en el mito, una herida materna y paterna de rechazo y se ve poco reflejado, se arma y acoraza para defenderse de los ataques de la vida. Pero internamente es siempre un niño herido. Si encuentra un ambiente favorable y acogedor, capaz de valorizar lo mejor que tiene, como el coraje, la bravura, la capacidad de vivir las relaciones con pasión, y concentrarse en el aquí y ahora, es capaz de desarrollarse bien y de tener su agresividad canalizada hacia cosas creativas. Sin embargo si se identifica con el lado negligente de los padres, puede volverse un agresor y abusador. Una mujer Afrodita puede darle el amor y la comprensión que necesita para volverlo dócil y entregado. En la relación amorosa, ese tipo de mujer es quien puede satisfacerlo más, sin que haya muchas amarras y énfasis en el vínculo duradero. Como un guerrero, es un dispensador de granos, y deseará serlo en la vida.  También en esa condición, es capaz de entrar en contacto con lo diferente e “in-corporar”, traer para sí el elemento nuevo, hacer de la conquista algo suyo.

La mujer Atenea puede enseñarle a ser más reflexivo, lo que lo ayudaría enormemente. Como cuenta Homero en la Ilíada, Aquiles fue llamado por la diosa para guardar su espada desenvainada y lista para matar al enemigo. Ella evaluó, a pesar del calor de la emoción del momento, por evitar la represalia, exhortándolo a esperar y posponer su acción. Aquiles atendió a  los pedidos de la diosa, y el presagio fue cumplido. Apolo y Hermes también son regencias que pueden auxiliar al hombre Ares a contener su impulsividad.

El espíritu de camaradería y el vigor en las reacciones corporales hacen del hombre Ares un candidato a los deportes atléticos, principalmente en grupo, donde encuentra y libera su expresividad afectiva, cuando está en un ambiente sintónico.

Cabe resaltar que su iniciación en la danza, ocurrió antes de ser instruido para la guerra. Según Kerényi (1993, p. 140), Hera escogió a Príapo para que fuera el preceptor de su hijo. Por haber sido así educado por una criatura fálica – hijo de Dioniso y Afrodita –, Ares estaría ligado a la fecundidad, a la virilidad y a la agricultura, del mismo modo que muestra alguna relación con el tipo de energía venida de Dioniso, el dios del vino y de la embriaguez, señor de los instintos, de las energías bestiales y sexuales que afloran en el ser humano. Es también Kerényi (1997) quien levanta otras semejanzas entre Dioniso y Ares. El primero, bajo el apodo de Enyalios (“el belicoso”) revela trazos combativos, y ambos muestran una tendencia a la exaltación: Ares en su furia agresiva, Dioniso en la “manía” de un espíritu emborrachado de naturaleza.

Se cuenta que Príapo ejercitó al niño para ser un eximio bailarín, y sólo después lo instruyó para que fuera guerrero. Como observa Stein (1973, p. 12), Ares, por influencia de Príapo, es también un masculino inseminador.

Tal hecho nos hace reflexiona sobre la necesidad de la incorporación de a ligereza y de la gracia – atributos de la danza –, por el dios que se inicia en las artes marciales. ¿Por que razón, cuestionaríamos, pareciendo tratarse de actividades tan distintas? Tal vez porque a guerra demande una consciencia y un conocimiento del propio cuerpo para la mantención de un eje interno, que evite el ataque mortal. La lanza debe ser la continuación del brazo del guerrero, y para tal efecto es necesario que él sepa exactamente como su cuerpo se mueve y como su esfuerzo se distribuye por sus músculos. Ninguna otra actividad puede conferir esa destreza y percepción – corporal y espacial – como la danza. Así, ese detalle nos enseña que a la fuerza bruta es necesario asociarle la ligereza y el movimiento, la flexibilidad y, por que no, la alegría.

La armonización de los contrarios estará más presente de lo que se imagina en ese dios. Quien lo vea apenas en la polaridad sanguinaria, estará dejando de lado otro aspecto ya anunciado en la inclusión de la danza en su enseñanza primaria. La danza es, también, la expresión del cuerpo en movimiento. Príapo, ese personaje tan implicado a la virilidad, la fertilidad y a la sexualidad, tiene los requisitos para tal tarea.

Esa fuerza y pujanza “priápicas” serán ingredientes poderosos para la constitución del guerrero en el combate con el enemigo, en la evaluación de las propias condiciones y limites, en el moverse en el espacio. Junto a esto, la lección está también en el respeto a lo diferente. Así, danza y lucha conviven.

Podemos considerar a Príapo, junto a Afrodita, como lo masculino y lo femenino iniciadores del proceso de humanización de Ares, aquellos que participan íntimamente del rito iniciático de este dios en dirección a sí mismo. A los dos se une la figura de Temis, descrita en el himno Homérico a Ares como su aliada. Vale recordar que esta diosa, representante de un femenino primordial, es también entendida como aquella que da buenos consejos, diosa de la norma y de la buena convivencia, que congrega hombres y dioses en asamblea. Es la madre das Horas, las que no traicionan, y su alianza con Ares indica un importante equilibrio que el dios guerrero debe buscar y conquistar. Configura otra faceta de lo femenino al modificar al dios.

El mito de Ares constela la emocionalidad desmedida del hombre, tan primitiva e instintiva y su actuación. Según Brandão (1988, p.106), sus constantes ausencias del Olimpo lo apuntan como un señor de la guerra extraño y poco adaptado a la religión griega. Hay poquísimos templos dedicados a él. Considerado por Esquilo como un dios que no es un verdadero dios – junto con Erinia, diosa tan poco semejante a los dioses –, carecía de la virtud de la benevolencia, esencial a los divinos. Además de ello, a pesar de ser el dios de la guerra, sus relatos traen constantes derrotas con inmortales, héroes y mortales. Existe la tesis de que los aqueos se complacían al demostrar la fuerza bruta e irreflexiva vencida por la inteligencia, expresando así la esencia del pensamiento griego.

Durante las batallas, los griegos invocaban a Atenea, diosa de la sabiduría y de la estrategia militar, inspiradora de los actos heroicos. Admiraban la guerra bien combatida y abominaban el uso inútil de energía. Ese hecho quedó muy claro cuando vencieron a los persas, los que estaban en número mucho mayor.

Ares, en la mitología griega, configura, en las versiones más conocidas, la pura manifestación del instinto contra la lógica, la matanza, la muerte sin sentido u honor. Los dioses, en la lucha, escogían siempre un lado y protegían a sus héroes. Ares, sin embargo, golpeaba a diestra y siniestra, no tenía héroes o protegidos, luchaba contra los dos bandos de la batalla. Su agresividad e instinto desenfrenados lo llevaron a vencer pocas luchas. No obstante, veremos aquí otras facetas de este dios, a lo largo de se camino.

Ares y Eris

Eris, en Brandão (1993), es el ardor en el combate, la lucha, la disputa, la querella, la rivalidad, la discordia. Etimológicamente existen controversias sobre su origen, pudiendo venir del verbo eréthein, de “provocar, excitar, irritar” (…) o del indoeuropeo erei, que tiene la connotación de acosar, perseguir. “En este caso, Eris sería de la misma familia  etimológica que Erinia, la perseguidora por excelencia” (p. 355).

Eris, la “Discordia”, vista como hermana  de Ares, es colocada en la Teogonía entre las fuerzas primordiales, en la generación de la Noche, teniendo como hijos Ponos (Fatiga), Leteo (olvido), Limos (hambre), Algos (Dolor) y Horcos (Juramento). En la Teogonía, Eris está representada como un genio femenino alado, semejante a las Erinias y a Iris. Hesíodo distingue dos Discordias en su obra Los Trabajos y los días: “una, perniciosa, hija de Nix; otra, útil, saludable, que despierta el espíritu de emulación y que Zeus colocó en el mundo como inspiradora de la competición entre los hombres”(Brandão, 1994, p. 233). Recordemos que fue ella, Eris, quien lanzó la “manzana de la discordia”, destinada a la más bella de las diosas presentes en las bodas de Tetis y Peleo, dando origen al juicio de Paris, y desencadenando la guerra de Troya. Junto a ello, es ella quien preside la separatio alquímica.

Si pensamos a Eris, en cuanto a hermana  de Ares, como un aspecto del dios de la guerra, es  interesante el hecho de que sus hijos son portadores o representantes de realidades ligadas a una alteración de la conciencia. Fatiga, olvido, hambre y dolor traen nieblas y empañamiento a la conciencia, y emergen también cuando la ira de Ares está cristalizada. Los hijos de Ares, igualmente representados como el miedo y el terror, tienen esa característica; hablan de faltas y lesiones sufridas por el ser humano cuando está en guerra con la naturaleza, con el otro, consigo mismo. A su lado, Horcos e Harmonía pueden ser vistos como la posibilidad de que ese dios alcance una conciencia más nítida.

Ese contraste nos hace reflexionar. ¡Un dios tan sanguinario dando origen a una virtud capaz de poner fin a la guerra!

El casamiento de Harmonía con Cadmo, fundador de Tebas, reino justo y pacífico por muchos años, deriva de un regalo dado al héroe. Cadmo, después de haber servido a Ares como esclavo, en expiación del crimen de matar el dragón guardián de la fuente de Ares, cuando buscaba agua para los ritos de purificación del local consagrado para la fundación de Tebas, se casó con Harmonía. He aquí, nuevamente, los dos personajes tocándose, y la emergencia de la humildad delante de los propios actos. Cadmo es el héroe cumplidor del mensaje del oráculo, aunque con eso haya infringido en dominios de otros, y de esa forma haya sido penalizado con ocho años de servidumbre. Aceptó, con resignación, la restricción de libertad y la pérdida del poder, cumplió su rito iniciático, y como premio recibió a Harmonía en casamiento. De esa forma, podemos pensar en un aspecto de Ares caminando hacia la humanización de su faceta sanguinaria e impulsiva en dirección a la justicia, al equilibrio y a la regencia íntegra.

Cuando armonizamos las polaridades conflictivas, apaciguamos lo que antes parecía irreconciliable. Para ello, hay que escuchar, trocar, considerar y, lo más fundamental de todo, renunciar al poder y a la pretensión de vencer a cualquier costo. Algo similar ocurre con ocasión de un juramento (Horcos). Para hacerlo, tenemos que estar de posesión de nuestra más perfecta conciencia, y nos sabemos. El juramento lanza un brazo a lo divino y reafirma el compromiso con nosotros mismos.

Ares, las amazonas e Hipólita

Según Grimal (2005, p. 49), Tracia es una región ruda, salvaje, rica en caballos e invadida constantemente por pueblos guerreros. Es también una región poblada por las amazonas, consideradas hijas de Ares. Son consideradas sacerdotisas, guerreras, cazadoras. Son autárquicas, no recurren a ningún hombre y no toleran su presencia, a no ser para les prestan servicios. Dicen que o mataban, o mutilaban a sus hijos hombres, cegándolos y dejándolos cojos. Se unían a los extranjeros de vez en cuando, sólo para perpetuar la especie, y cuando nacían hijas mujeres, éstas veían sus senos mutilados para que no se sintieran estorbadas en la práctica del arco y de la lanza.

Su diosa de referencia era Artemisa, a quien rendían culto. La diosa las protegía y las liberaba del jugo de los hombres. Las amazonas construyeron un templo en su homenaje, y también la fundación de Éfeso.

Según Chevalier (2000, p. 42), en la mitología griega, as Amazonas simbolizan as mujeres matadoras de hombres: desean tomar sus lugares, rivalizar con ellos al combatirlos en vez de completarlos. Esa rivalidad agota la fuerza esencial de la propia mujer, su cualidad de madre y amante, el calor del alma.

En la visión de Malamud (1997), la mutilación del seno derecho se relaciona a la negativa de lo puramente femenino, y a la integración de lo masculino en sus tareas y actividades. Eso podría representar psicológicamente a “la integración del animus en su forma de poder controlado, es decir, como voluntad de acción”. (p. 73)

La reina de las amazonas, Hipólita, tenía un cinturón dado por Ares como símbolo del poder que ella ejercía sobre su pueblo. Heracles fue encargado de robarle ese cinturón. Hipólita ya se disponía a entregarlo voluntariamente, cuando estalló una discordia entre las amazonas y el séquito de Heracles. Éste, creyéndose traicionado, mató a Hipólita. La leyenda añade que la pelea habría sido provocada por Hera.

Vemos, en ese pequeño episodio, a un héroe y una heroína luchando por la posesión de un símbolo de poder y, como paño de fondo, otra disputa divina: Ares versus Hera. Así como Heracles es el escogido de Hera, las amazonas parecen encarnar la fuerza guerrera de Ares. Además de ello, vale recordar que en la mitología hay otro importante cinturón, el de Afrodita, cuyo poder se relaciona a Eros. El dios de la guerra y la diosa del amor traen en su repertorio un símbolo de totalidad, el círculo, el anillo, capaz de atar y desatar, ligar y desligar. La intriga de Hera retrata, a nuestro entender, la dificultad del héroe Heracles de contener e integrar a un femenino anímico poderoso.

¿Su tarea podría ser cumplida solamente por la fuerza y usurpación?

¡Ciertamente que no! El femenino poderoso sombrío, expresado, en ese momento por Hera, repudia al masculino de la fuerza, haciéndolo perder su centro y tener su conciencia nublada. Eso hace de su acción un actuar impensado y violento. Se puede entender también una incapacidad de la emergencia de la dinámica patriarcal representada por Heracles en asimilar a un femenino imbuido de autoridad propia. Malamud (1997) ver el cinturón de Ares simbolizando el “vínculo entre la hija y el espíritu de guerra del padre” (p. 72).  Podemos entenderlo igualmente como metáfora de una alianza que une a lo masculino a su anima, o a lo femenino a su animus, en una búsqueda de comunicación. Vemos como Hipólita, en cuanto a imagen anímica de Ares, tiene una importancia, y en cuanto a su gesto de ofrecer el cinturón a Heracles sin resistencia evidencia una tentativa de paso de un femenino brutalizado hacia otro, que se propone a la colaboración y al diálogo. La violencia del hijo de Alcmena no soporta, sin embargo, esa transposición.

Ares, Diomedes, Atenea y Heracles

Este dios, tan combativo, irracional y emocional, tuvo que enfrentar la astucia de Heracles, y la inteligencia y sabiduría de Atenea; y no siempre salió victorioso.

Según Grimal (2005, p.40), en el campo de batalla, delante de Troya, Ares combatía al lado de Héctor, cuando se encontró con Diomedes. Inmediatamente lo atacó; pero Atenea, ocultada por el casco mágico de Hades, intervino para desviar el golpe de la lanza del dios, y lo hiere por intermedio de Diomedes. Este gran héroe de Etolia, hijo de Tideo y Deípile, participó de la Guerra de Troya como uno de los más valientes y temerarios, llegando a herir a Afrodita y a atraer en su contra y de su familia  la ira de la diosa. Otro Diomedes que está descrito en la mítica lleva el adjunto de  “tracio”, y es hijo de Ares con Pirene, poseedor de cuatro yeguas antropófagas, alimentadas con la carne de extranjeros muertos en tempestades. Ambos héroes se ligan al atributo de la agresividad del dios, el tracio de forma más indiscriminada que el etolio.

Se destaca la herida causada por Diomedes a Afrodita, amante de Ares, lo que hace, en determinado momento de la mítica, a la diosa referirse a Ares como “buen hermano”, hermanos en la herida. Esa condición parece crear un campo de encuentro del dios de la guerra con la diosa del amor. El reconocimiento de las propias heridas y dolores se vuelve un temenos para el diálogo en el coniunctio.

En otra situación, donde el dios fue vencido luchando con Atenea en la misma guerra, la diosa le dio una pedrada que lo dejó débil y aturdido. El combate entre los dos divinos es una constante en el mito. Cuando Heracles combatió a Cicno, el hijo de Ares, este quiso defenderlo. Atenea, en nombre de la razón, invitó a Ares, entonces poseído por la cólera y la violencia, a obedecer el destino que anunciaba la muerte de Cicno a manos de Heracles, sin que nadie pudiese matar al héroe. Su aviso fue inútil, y Atenea intervino directamente para desviar la lanza del dios. Heracles, aprovechando un descuido de Ares, lo hirió en el muslo. El dios de la guerra se refugió nuevamente en el Olimpo. Esta habría sido la segunda vez en que Heracles hirió al dios. En la  primera, en Pilo, él le arrojó la lanza y las armas. El dios, Ares, después de ser herido y sintiéndose desesperado, huye hacia el Olimpo, buscando la acogida de su padre. Zeus no lo reconoce. Su padre lo ve como el “peor de los olímpicos”, y ordena que los otros se ocupen de él.

Vemos aquí la repetición de un patrón: la diosa Atenea deja a Ares mareado y el héroe Heracles lo desarma. Tal vez las situaciones lo llamen a la necesidad de aceptar el daimon[1], vivir la pérdida, acoger la determinación del destino. Ares, sin embargo, representa el inconformismo y la lucha física y visceral contra lo que se interpone en nuestro camino. Sale en defensa de los suyos, y enfrenta el desafío con la conciencia nublada por la ira. Y así se descuida, hiriéndose.

La herida en el muslo no es casual. Es en el muslo que Zeus ubica al corazón de Dioniso Zagreo para que sobreviva al desmembramiento imputado por los Titanes; es también del muslo de Hera que nació Hefesto, prematuro. El mismo Hefesto deseó a Atenea, y en la lucha trabada, el dios faber derramó su semen sobre el muslo de la hija de Zeus. El semen, después arrojado a la tierra madre Gea, dará origen a un niño con cola de serpiente, de nombre Erictonio. Atenea asume sus cuidados.

El muslo parece traer el sentido de un vaso gestor. Junto a ello, trae también el simbolismo de lo no completado, de la acción inconclusa. Lo incubado, el grano reclamante de continente, verse expuesto y carente de abrigo.

¿Qué Ares podrá acoger y gestar en su muslo herido?

Tal vez la herida de esa parte específica del cuerpo lo obligue a darle atención a ese lugar simbólico, carente de cuidados. Recipiente de un posible embrión, nido para que una madurez llegue a puerto. Añádase a ello el hecho de que él es llamado en el Himno Homérico como “gobernante de los rebeldes” y “líder de los hombres justos”, “aliado de Temis”.

Según Brandão (2001), temi equivale a “tributo” o “limite”, y la diosa encarna a las leyes eternas de la justicia emanada de los dioses. A pesar de ser una Titánide, fue admitida entre los inmortales del Olimpo, y respetada por los servicios prestados a los dioses, en lo que se refiere a las leyes, ritos y oráculos (p. 417). Consta que Temis le habría enseñado a Apolo las técnicas del augurio. La alianza con Temis hace de Ares un dios definitivamente ligado a la cuestión del destino, mientras la ley divina sea respetada. Si por un lado Ares trae la expresión del guerrero incontinenti que se enfrenta todo y a cualquier adversario, su asociación con Temis le da la armonía que tanto necesita, proporcionando limites y sentido a una fuerza antes indiscriminada. Brandão (2001) os recuerda la idea de que la Guerra de Troya era atribuida a Temis, a fin de equilibrar la densidad demográfica de la tierra. Tal concepto corrobora la asociación de la Titánide y del dios, y lo que representan como aliados, además de hacernos mirar y considerar la guerra de un punto de vista inusitado y no prejuicioso.

El tema del rechazo parental es bastante frecuente en la mitología griega. El hermano de Ares, Hefesto, fue igualmente rechazado, según versiones, por su madre Hera, en otras por su padre Zeus. Ciertamente ese hecho marca al carácter y el destino del dios. Debemos entender a Ares como teniendo en cuenta a ese detalle. Así, el rechazo paterno tal vez le traiga al mismo tiempo cierta infantilidad por la busca de aprobación movida por la carencia de ser mirado, así como una animosidad que lo mueve a sus batallas. Le da características de puer. Pero no nos olvidemos de que ese divino fue capaz de generar al miedo a al horror, pero también a harmonía y amor.

Ares vulnerable

Ares es confundido por su propia ceguera e ingenuidad, y literalmente preso en tres situaciones. La primera, cuando es víctima de la red de Hefesto, con motivo de su envolvimiento con Afrodita.[2]

La segunda, cuando su hija, la amazonas Pentesilea, fue muerta delante de Troya por Aquiles. Ares desea venganza inmediata y no se preocupa por el destino, haciendo con que Zeus intervenga, lanzando un rayo contra el héroe. Según Malamud (1997), como ya fue mencionado anteriormente, hay un pasaje de la Ilíada en que Aquiles, enfurecido con Agamenón, reflexiona si debería revidar a las ofensas contra él dirigidas o usar su fuerza para dominarse a sí mismo. Aconsejado por Atenea, opta por la segunda alternativa. A nuestro entender, esa actitud es lo que le falta al dios-puer Ares desarrollar, y el mito nos indica el camino para ello. Atenea, la diosa del poder intelectual, coloca al héroe en sus carriles, lo hace reflexionar, y la fuerza bruta e impulsiva puede ser pospuesta y transformada en sabiduría. Aquiles, comprendido como un correlato del dios marcial, llama la atención hacia la necesidad de colocar murallas internas de contención de su propia ira. Esa actitud denota la incorporación de una ley patriarcal organizadora del caos interno, distinta a la sed de venganza matriarcal de que Ares es representante en los episodios de enredamiento sufridos. La ida en busca del auxilio y acogida paternos evidencia la no integración de ese aspecto, y la necesidad de modelos. Además de eso, hay en Aquiles una escucha al daimon –simbolizada por la diosa que sólo él ve –, y la aceptación del destino asociada a la decisión, hecho  completamente ausente en Ares.

Durante una tercera situación, Ares es preso por los Alóadas, que lo encierran en un pote de bronce. Según Grimal (2005, p. 22), los gigantes Alóadas son los hijos de Poseidón e Ifimedia, de nombre Oto y Efialtes. Irritados con Ares, que provocó la muerte de Adonis en una cacería, ellos encerraron al dios dentro de un pote de bronce, después de haberlo esposado. Lo dejaron así por trece meses, hasta que Hermes consiguió libertarlo, ya en un estado de extrema debilidad.

Las situaciones apuntan nuevamente hacia la necesidad de Ares rendirse al destino. Es necesario que Hermes lo salve, pues se dejó capturar, y se colocó en una posición bastante vulnerable. Una vez más el simbolismo del vaso está presente, siendo ahora el dios víctima, presa. Podemos ver esa situación como una metáfora de un aspecto depresivo en Ares. Ese dios extrovertido y pendenciero ciertamente tiene sus momentos de tristeza y abatimiento. Quedar encerrado en un vaso de bronce puede indicarnos una especie de ritual de iniciación por el cual ese divino necesitó pasar. Trece meses – un año entero y un mes más, un ciclo y otro que ya se inicia nuevamente – apunta hacia un significativo tiempo de recogimiento. Y podemos inferir que lo que le falta incorporar es justamente la flexibilidad y la capacidad de ponderación y ligereza que Hermes tiene como atributos. El bronce es el metal asociado a la guerra y al dios, y el confinamiento dentro de un recipiente de este material podría indicar que el aprisionamiento dentro del tema de la guerra deja al dios vulnerable y debilitado. Al lado de eso, el tema contenido-continente se va destacando en su historia. Necesita dar continente a su ira, y ser contenido por las redes y potes. Ciertamente, hay un aprendizaje del cual necesita extraer conocimiento.

El Areópago

Su violencia también está ligada al nombre Areópago, colina de Ares o colina del homicidio. Se trata de un sitio en Atenas, frente a la Acrópolis, donde se reunió un tribunal formado por doce grandes dioses, encargados de juzgar a Ares por el asesinato de Halirrotio, hijo impulsivo de Poseidón. Este joven intentó violentar a la hija del dios de la guerra, Alcipe. Como queda claro en su historia, Ares no admite que nada de malo le ocurra a un hijo suyo, y no mide fuerzas para vengarse. Fue absuelto, y el Areópago quedó conocido como el lugar donde se juzgan los crímenes de sangre.

La impulsividad de Ares indica una dinámica matriarcal activa, expresada en su incapacidad de posponer, en su inundación por las emociones y búsqueda de venganza sin treguas. No se somete a la ley patriarcal con las discriminaciones que le son peculiares. Su participación en ese tribunal puede indicar una aproximación aún tenue del mundo de las leyes, donde lo que sobresale es la revancha. ¡Ay de aquel que se interponga en su camino y hiera a uno de sus hijos o protegidos! Su ira no tiene límites.

Es interesante notar que tal pasaje coloca frente a frente a los dos dioses más intempestivos del Olimpo, Poseidón y Ares. La impulsividad de un aspecto de Poseidón, representado por su hijo Halirrotio, alcanzó a Ares, en  su manifestación en la figura de su hija Alcipe. En ese mitologema vemos a Ares hacer algo que no vio realizado por sus padres: salir en defensa de la hija. En su paso gradual hacia la integración de la dinámica patriarcal se encuentra, por lo tanto, el reconocimiento del vínculo amoroso del orden filial.

Ares y sus amores

            Militat omnis amans (Todo amante es guerrero – Ovidio)

Ares tuvo varios amores que resultaron en una prole numerosa. Con Pirene tuvo a Cicno, Licáon y Diomedes Tracio; con Dotis tuvo a Flegias; con Aglauro, Alcipe y con Afrodita a Fobos, Deimos, Harmonía y Eros. Este último es considerado su hijo si tomamos la versión constante en la Ilíada de Homero en que Afrodita es hija de Zeus y Dione. El destino de los hijos de Ares es trágico, pero las hijas llevan una existencia normal.

Cuando Afrodita y Ares se enamoraron, fueron causa de uno de los episodios más turbulentos del Olimpo. El instinto de la agresividad se une al amor; los principios masculino y femenino en su forma más manifiesta. Ares, aquí, se vuelve el señor del erotismo, de la expresión de la virilidad y de la libertad de Afrodita, que se casó contra su voluntad con Hefesto, el cojo y feo dios del fuego, y herrero del Olimpo. Afrodita se encontraba a escondidas con Ares, hasta que Helio sorprendió a los amantes. Hefesto fue inmediatamente avisado y preparó una red muy fina y absolutamente indestructible, prendiéndolos en flagrante. Llamó a todos los dioses para que testimoniasen el adulterio, abochornando y avergonzando a los dos. Una vez libertados, se separaron. Ares retornó a Tracia, y Afrodita se refugió en Asia Menor.

Este episodio muestra un lado de Ares capaz de ligarse a la diosa del amor y tener con ella momentos de gran placer. El amor no podría estar preso y restringido apenas a la labor. La inconstante y voluble Afrodita no podría dejarse inmovilizar en una relación fiel a Hefesto. Necesita experimentar también la impulsividad y el vigor del dios guerrero. Hefesto intenta literalmente contener y aprisionar a Afrodita con su red, y lo que ella representa; pero el amor es libre y necesita expresarse de muchas maneras.

Brandão (1994) nos recuerda que, antes de todo, Afrodita es una diosa de la vegetación, que necesita ser fecundada, sea cual sea el origen de la semilla y la identidad del fecundador (p. 218). Hay una versión que coloca inclusive a Hefesto como hermano de Ares, al lado de Hebe e Ilitia, todos hijos de Zeus y Hera. Así, Afrodita como expresión del amor, buscaría a los dos opuestos encarnados en los hermanos: la fealdad, lo defectuoso y lo sensible del herrero, y la belleza, la exuberancia física, la fuerza bruta del guerrero. El refugio del dios en Tracia sin que haya pagado la devolución de la dote de Afrodita a Hefesto, que la reclamó al descubrir el adulterio, muestra un dios guerrero aún comportándose como un muchacho asustado, incapaz de arcar con la responsabilidad de sus propios actos. Será principalmente con su hija Harmonía, y no apenas con su amante Afrodita, que irá a comprender e integrar un femenino más maduro. Pero sin duda, el encuentro de los dos “hermanos en la herida”, mencionado anteriormente, contribuye al camino de humanización de ese dios.

El tema de la “exposición” aquí se repite. Se hizo público en el Olimpo el encuentro entre el amor y la fuerza guerrera, entre la delicadeza y la brutalidad, entre la ligereza y la grandiosidad. Sin embargo, tal hecho sólo tiene lugar en el ámbito del secreto. En esa unión ilícita de opuestos, fueron generadas cuatro criaturas no menos significativas, como ya fue citado anteriormente: Demos, Fobos, Harmonía, y en algunas versiones también Eros. Su filiación adviene de opuestos que conviven. Ares encuentra en Afrodita la acogida que Hefesto no recibió. De los dos rechazados, Ares puede encontrar y generar el amor. Hefesto, como se sabe, cultivará la belleza a través de sus obras de arte manufacturadas. Junto con eso, podemos pensar en el aprendizaje de Afrodita en su relación con Ares, al poder agregar para sí el uso del amor como arma. El diálogo de esos dos divinos, aparentemente tan imposible, se revela como un terreno fértil de intercambios. [3]

Ares y sus hijos

Según Brandão (1993, p. 106), Ares tuvo muchos hijos, casi todos impíos y crueles, o devotados de suerte funesta, como Flegias, padre de Ixión y Coronis, la madre de Asclépio. Amante de Apolo, Coronis lo engañó, aun embarazada del padre de la medicina. Como Apolo o su hermana Artemisa la mató, Flegias intentó incendiar el templo de Delfos. El dios lo liquidó con flechazos y le lanzo la psique al Tártaro. Íxión, por su audacia al desear a Hera, fue condenado por Zeus a un terrible suplicio: mantenerse atado a una rueda de fuego, que giraba infinitamente, para siempre jamás.

Todavía según Brandão, Ares tuvo varios hijos con Pirene: Cicno, Diomedes Tracio, Licáon, Tereo, Alcipe. Cicno, violento y sanguinario, asaltaba a los peregrinos que se dirigían al Oráculo de Delfos. A pedido de Apolo fue eliminado por Heracles. Diomedes Tracio alimentaba a sus yeguas con carne humana, y fue igualmente eliminado por el mismo héroe. Licáon, rey de los cretonios, intentó bloquear el camino de Heracles, cuando el héroe se dirigía al país de las Hespérides, a buscar las Manzanas de Oro. Interpelado y atacado por Licáon, fue muerto por el hijo de Alcmena. Tereo, el tracio, fue otro de sus hijos y su mito se prende a las hijas de Pandión, Procne y Filomela.

Una repetición que se destaca es el camino de esos hijos de Ares atravesado por Heracles. El héroe puede ser entendido como una hipóstasis suya, así como Aquiles y Ajax. Son todos grandes héroes, portadores de una fuerza descomunal, cuyas historias se cruzan y muchas veces se confunden. Simbólicamente, Heracles representaría un aspecto de Ares que lucha para contener a la impulsividad destructiva del dios.

Ares y Marte

Los romanos se identificaron y absorbieron las virtudes guerreras de los griegos, así como su compleja religión. El dios masculino de la guerra, colérico y asesino, versado en agresividad no contenida y muchas veces sin motivo, sufrió modificaciones singulares, al ser asimilado.

Los romanos tendieron, durante la mayor parte de su historia, al conservadurismo: reverenciaban sus viejas tradiciones agrícolas, a sus dioses domésticos y sus hábitos rudamente belicosos. Sin embargo, deseaban también ser constructores, y no podían resistirse a las atracciones de la cultura y del lujo griegos. Durante algunos siglos, su grandeza se basó en una síntesis de esas diferentes características: respeto por la tradición, el orden y la bravura militar, juntamente con la urbanización y el cultivo del espíritu, derivados de Grecia. Esa síntesis no podría durar para siempre, pero mientras duró, la gloria griega fue sustituida por la grandeza romana. De los griegos, los romanos derivaron su alfabeto, varios de sus conceptos religiosos, y gran parte de su arte y mitología.

Marte y Roma

Romulus o Rómulo es según Grimal (2005, p. 408), el fundador mítico de Roma. Pasa frecuentemente por un descendiente de Eneas, por intermedio de los reyes de Alba. Es, como su hermano gemelo Remo, hijo de Rea Silvia (o Ilía), y nieto de Numitor. Según Virgilio, el padre de Rómulo y Remo era el dios Ares – Marte -, que sedujo a Rea en el bosque sagrado donde ella fue a buscar agua para el sacrificio, o entonces, la violentó mientras la joven dormía. Rómulo y Remo, desamparados, fueron recogidos por una loba que había acabado de tener sus crías y se apiadó de los niños. Se sabe que la loba es un animal consagrado a Ares, así como el pájaro carpintero, pájaro también enviado en ayuda de los gemelos. Después de algunas aventuras y del descubrimiento de su real filiación, Rómulo y Remo deciden fundar la ciudad de Roma el 21 de abril, día de las fiestas de la Parilia, en honor a Palas. Según la cronología, el año sería hacia el 754 a.C.

En Roma, como antes, en Grecia, Marte era una divinidad campesina. Si en Grecia había sido protector del ganado, en Roma lo era de los cultivos. Como señor de la guerra, el Ares griego pierde su carga negativa, y pasa a componerse como doble del venerado dios Marte, padre de Rómulo y Remo, hijo de Juno. Siendo Roma una potencia militar, cuyo poder estaba en buena parte fundamentado en la organización y disciplina del ejército, Marte no es apenas el guerrero salvaje y bestial, sino un dios integrado al restante del panteón, y ejerciendo papeles bien definidos. La violencia gratuita y antisocial de Ares gana un propósito y una utilidad. Bajo su protección se construyen las zonas militares, los campos de Marte. Las conquistas son la forma apropiada de expandir el imperio, y las victorias se celebran como fundaciones de las nuevas bases para el renovado mundo latino.

El gran dios Marte, al lado de su compañera Belona, conductora de sus carros de guerra (la antigua Enio de los griegos, “la que hace penetrar, la que perfora”), se convirtieron en divinidades muy positivas y ejemplares a partir del reinado de Numa Pompilio. Ahora los acompañaban Pavor, Pallor (la palidez), como antes lo habían hecho Deimos y Fobos en su tierra de origen. También estaban en el cortejo marcial Honos (el honor), Pax, Victoria, Vica Pota (la que arrebata) y Virtus, en una comitiva que describe la máquina de guerra y la absorción que el imperio había montado, no sólo para apoderarse de nuevas tierras, sino también para hacerse respetar y admirar dentro de los territorios conquistados. Aunque Marte sea el protagonista, la presencia de la paz hace que la victoria no sea humillante, al mismo tiempo que la existencia del honor y de la virtud vienen a compensar los dolorosos efectos del despojos arrancados a los vencidos. Cuando Virgilio relata la guerra de Troya, vuelve a aparecer el magnífico Marte en lugar del poco querido Ares, y su presencia es suficiente para que se haga automáticamente la exaltación de las virtudes militares, de los combates heroicos; nada resta de la postura distanciada y crítica de los autores griegos frente a la guerra, sea ella cualquier batalla de los mortales.

En el mito de las edades, propuesto por Hesíodo, Ares está asociado a la edad del Bronce, donde reina la Hýbris (la violencia). Según Brandão (1994):

Ares, el dios de la guerra, es llamado por Homero, en la Ilíada, (VII, 146) de khálkeos, es decir, “de bronce”. En el pensamiento griego, el bronce, por las virtudes que le son atribuidas, (…) está vinculado al poder que ocultan las armas defensivas: coraza, escudo y casco.

Mientras el brillo metálico del bronce traería terror al enemigo, el sonido del metal animado rechazaría a los sortilegios de los adversarios (p. 174). La lanza, atributo militar, se debe someter al cetro, atributo real de justicia y paz. Cuando eso no acontece, cuando esa jerarquía es quebrada, la lanza se confunde con la Hýbris (p. 175). Eso ocurre cuando el guerrero se vuelve totalmente hacia la lanza.

La peregrinación del dios de Grecia a Roma puede indicar un camino de humanización de ese arquetipo, cuando la unión del espíritu guerrero – ya no más sanguinario y sin dirección – se hace con el orden y organización de los ejércitos. En su movimiento conquistador, el Imperio Romano trajo la presencia de Ares como algo valorizado e incluso necesario para la expansión y demarcación de una nación. En ese tránsito desde una cultura a la otra, existe la incorporación de aspectos importantes de la dinámica patriarcal, donde los atributos del dios ganan un status positivo, necesarios al cumplimiento de metas como la conquista de territorios, y con eso el contacto con el otro, diferente de sí. Ese hecho abre la posibilidad de comprensión de ese dios, en cuanto a expresión de un arquetipo, como aquel que es capaz de colocar su fuerza y su impulso agresivo al servicio de la asimilación de lo nuevo, en un coniunctio transformador.

La tipología de Ares

En el Canto V de la Ilíada, donde se encuentra la gesta de Diomedes, Ares es instigado por Apolo a vengarse del héroe que había herido a Afrodita. Ares reacciona a la provocación, esparciendo ira y destrucción. Hera le pide autorización a Zeus para interferir y castigarlo debidamente. Zeus no sólo concuerda sino que también sugiere que la esposa incite a “Atenea predadora” contra Ares. …nadie mejor para punirlo.(Campos, 2001, Canto V, vs. 757-766)

La oposición entre Atenea y Ares es constante. Ambos son guerreros. A pesar de que Atenea, hija predilecta de Zeus, actúa con eficiencia y astucia, atributos que Ares parece no poseer. La oposición entre hermanos también se da en relación a la preferencia paterna: Atenea es la escogida, Ares el rechazado.

Al mismo tiempo, podemos pensar en Ares como portador de un atributo semejante al poseído por Atenea: la incitación del héroe. Resulta interesante destacar el hecho de que los dos dioses, comandantes de las guerras, son hijos de la pareja olímpica divina, generando, sin embargo, cada cual un tipo de energía diferente. Zeus, padre de Atenea, prudente y justa; Ares, hijo de Hera, colérico y violento. Ares actúa directamente, mientras que Atenea usa su pensamiento y estrategias al asociarse.

TIPOLOGÍA: La tipología de ambos aclara esa sutil diferencia. La persona con regencia de Ares es un tipo extrovertido, teniendo a la sensación como función principal, y como su auxiliar al pensamiento introvertido. En la clasificación de Myers, se encaja en el tipo ESTP. Personas con esa tipología son individuos prácticos y a los que les gusta la acción; no tienen paciencia para explicaciones largas, o digresiones. Aprenden haciendo. Son realistas y objetivos, y les gustan los hechos concretos. Se basan en sus sentidos para evaluar la situación que los cerca. Ya quien está bajo la regencia de Atenea, puede ser clasificado como un tipo ENTJ. Tipos psicológicos con ese perfil son líderes decididos, con habilidad especial para todo lo que involucre explicaciones y discursos inteligentes. Transforman posibilidades en planes con objetivos, y usan la lógica para detectar fallas en estrategias, regocijándose al poder actuar en su corrección. Usan la razón para controlar y organizar el mundo. Vemos, así, cuanto los dos dioses difieren en su forma de estar en el mundo. A pesar de que ambos son expresiones de una forma extrovertida, cada cual representa un aspecto distinto del ejercicio de esa energía; Ares por los sentidos, por el cuerpo y por la fuerza, y Atenea por la inteligencia, por el liderazgo organizador, donde el cuerpo casi no aparece. Esos dos hijos de Zeus son, así, bastante complementarios. Cada uno estará al lado de los héroes de maneras evidentemente distintas.

Resumen: Ares es el dios que representa y presenta características poco valorizadas en el mundo griego. Agresividad, impulsividad y fuerza física son algunos de sus atributos. En el mundo romano, bajo el nombre de Marte, fue inmensamente reconocido y tomado como el protector de Roma y de todo el Imperio Romano. Para Homero, Ares es hijo de Hera y Zeus. Fue un hijo rechazado y odiado por su padre, toda vez que Zeus valorizaba otros atributos como la sabiduría y la inteligencia, características presentes en su hija Atenea. Ares es retratado como teniendo grandes divergencias y diferencias con Atenea. A veces intenta reclamarle a Zeus por los excesos de la diosa, pero siempre es rechazado por su padre (Ilíada). Ares es cuerpo, danza, pasión, impulsividad, mientras que Atenea es inteligencia, estrategia, abstracción. Uno es muy físico mientras que la otra es mucha mente.

Sus relaciones afectivas y sus innúmeros hijos contribuyen a presentar aspectos transformadores de la psique, ya que consigue colocar su fuerza y su impulso agresivo al servicio de la asimilación de lo nuevo. Ares representa características de la psique que, si son bien usadas, son de extrema importancia para el desarrollo de la personalidad.

 

 

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NOTAS DE PIE DE PÁGINA

[1]Según James Hillman, 1997, en O Código do Ser, daimon esaquello que traemos impreso nuestra individualidad, dispuesto a desarrollarse

[2] Este episodio está descrito en detalle en el capítulo dedicado a la diosa, con informaciones adicionales en Hefesto.

[3] El tema de la conjunción de los opuestos entre los dioses de la Guerra y del Amor será explorado en el capítulo de Afrodita.

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