Recepción de la obra de Emmanuel Levinas en la psicoterapia de tradición junguiana.

Miguel Ángel Viu Masedo

Psicólogo Clínico. Adjunto jubilado de los Servicios de Salud Mental. Servicio Madrileño de Salud. Madrid, España. Email: viumma@telefonica.net

levinas

Emmanuel Levinas

“Es alarmante comprobar lo poco capacitado que está el ser humano para aceptar los argumentos del otro, a pesar de ser esa capacidad la condición básica indispensable de toda comunidad humana. Con esa dificultad general ha de contar todo aquel que se disponga a entablar una relación consigo mismo. En la misma medida en que no acepte al otro, tampoco concederá el derecho a la existencia al otro que hay dentro de sí mismo, y viceversa. La capacidad para el diálogo interior es un baremo para medir la objetividad exterior”. C.G. Jung, La Función Transcendente. (Obra Completa vol.8 para.187. Ed. Trotta)

“La separación de Mismo se produce bajo las especies de una vida interior, de un psiquismo. El psiquismo constituye un acontecimiento en el ser: él concreta una coyuntura de términos que de entrada no se definían por el psiquismo y cuya formulación abstracta encubre una paradoja. El papel original del psiquismo no consiste, en efecto, tan solo en reflejar el ser. Es ya una manera de ser: la resistencia a la totalidad. El pensamiento o el psiquismo abre la dimensión que esta manera requiere. La dimensión del psiquismo se abre bajo el impulso de la resistencia que un ser opone a su totalización; es el hecho de la separación radical.” E. Levinas, Totalidad e Infinito. ( p. 52. Ed. Sígueme)

INTRODUCCIÓN

El pensamiento de Emmanuel Levinas ha ido calando en nuestra cultura actual, que se ha hecho poco a poco más sensible a su llamada a la Ética.

“… Levinas ha dedicado su obra a preparar el camino por el que se haga posible pensar lo otro de nuestro mundo… Lo otro de nuestro mundo cotidiano, del mundo de la política y la historia superficial… del mundo de la técnica y la acumulación de informaciones, es la paz, el bien, la eternidad, el sentido, el hombre; el hombre y su prójimo” (García-Baró 2012, 313)

Su metafísica consiste en una apertura a lo invisible, al desconocido, al otro, lo único que puede darnos nuestra verdadera identidad. Levinas defiende respetar la diferencia del otro, su especificidad, … todo ello tratado con empatía, con respeto.

Toda su obra ha tenido un impacto también en la psicología de orientación psicodinámica, sobre todo en su praxis psicoterapéutica que se ha cuestionado muchos de sus presupuestos y se ha enriquecido mucho con sus planteamientos. Esta influencia ha sido percibida en el psicoanálisis freudiano, en el lacaniano, en la psicoterapia no directiva de C. Rogers, en todas las psicoterapias humanistas y en la psicoterapia de tradición junguiana sobre la que queremos centrar nuestro trabajo.

Donna Orange (2010) ha estudiado la obra de varios filósofos contemporáneos, entre ellos a Levinas, reflexionando sobre su aportación a la práctica clínica del psicoanálisis y de las psicoterapias humanistas.

Orange señala que Levinas llegó al convencimiento de que algo diferente del ser o del conocimiento debía ser fundamental. Ante la actitud de tratar al otro como un objeto de estudio, Levinas plantea  el valor del rostro, el encuentro cara a cara, que va más allá de la idea previa que tengo de él. Ese rostro habla de “no matarás” y “no me dejarás morir solo”.

Levinas desposee a Mismo de su soberanía, frente a la subjetividad heideggeriana de la posesión del propio sí mismo. Mi definición como un yo se basa en que estoy expuesto a los otros, a los que debo responder. La ética me exige destronar a mí mismo a favor del otro vulnerable. Yo debo responder por el otro sin esperar ninguna reciprocidad.

Levinas critica a Heidegger que la autenticidad del Dasein se alcance en un aislamiento respecto a los otros, no mediante un diálogo con ellos. Así se produce una ética ambigua en la que ni siquiera entra el “no hagas daño”.

El terapeuta que tenga en cuenta a Levinas debe tener presente que el rostro que me demanda desde el infinito no es una fachada que se pueda reducir a un sistema nervioso o a un centro de control. También tendrá que tener muy en cuenta la cercanía o distancia en nuestra relación con el otro, ya que el otro es cercano porque no tengo espacio para eludir mi obligación ética. Y por último tendrá la obligación de aceptar sufrir la suerte del otro, incluso arriesgando la vida para salvar al otro.

Orange “termina su revisión de Levinas destacando su humanismo ético, frente al antihumanismo moderno (de Heidegger)… Es un humanismo que nunca puede permanecer en la autosatisfacción, triunfante o confortable sino que conforta al afligido y aflige al confortable. Nunca puedo decir que he cumplido plenamente mi responsabilidad.” (Rodríguez Sutil 2010, 713)

El tema levinasiano del rostro ya fue recogido por James Hillman, el creador de la Psicología Arquetipal,  en su libro La fuerza del carácter(Hillman 1999). En él nos recuerda que para Levinas, el rostro del hombre es el medio por el que su parte invisible se hace visible y entra en relación con nosotros.

El rostro humano como fenómeno arquetípico lleva un mensaje: la absoluta vulnerabilidad. Por ello nuestro rostro nos es tan difícil de aceptar, porque exterioriza la individualidad singular de cada uno. El rostro expresa un poder sagrado.

“…Con el rostro comienza la ética y también la filosofía del altruismo radical de Levinas. La fuente de la existencia ética es el rostro del otro, su petición de respuesta. Ante ello respondemos y somos responsables instintiva y arquetípicamente” (Hillman 1999, 184-185).

El rostro nos exige un reconocimiento del otro. Ese rostro me llama fuera de mi ser. Descartes comienza con su propio ego interior, por el contrario Levinas empieza con el rostro de Otro, del que se sigue la ética de la justicia, de la compasión, de la vergüenza y de la honradez.

“El pensamiento de Levinas parece indicar que la ética no puede insuflarse en el carácter mediante preceptos morales, ni enseñarse, ni aprenderse, ni siquiera modelarse por la influencia de maestros superiores. El carácter ya es inherentemente ético y solo espera para exteriorizarse el encuentro con el rostro vulnerable del Otro”. (Hillmann 1999, 187)

1. La influencia de Levinas en la práctica psicoterapéutica.

Judith Pickering (2007) ha planteado también la importancia de tener en cuenta aspectos fundamentales de la obra de Levinas a la hora de tratar a nuestros pacientes en psicoterapia. Para ello parte de la revisión de algunos aspectos más teóricos de la psicología analítica para pasar a la propia praxis de la psicoterapia que se sitúa en la tradición junguiana.

Pickering señala que para Levinas, la ética empieza al aprehender el rostro del otro. El encuentro cara a cara es un icono de un contexto relacional en el que la responsabilidad, basada en hacer justicia a la humanidad y a la alteridad de otra persona es un imperativo ético.

Carl Gustav Jung insistió en la psique, en el sí mismo, en el proceso de individuación, etc. ¿Hay lugar en la psicología de Jung para una experiencia genuina de la alteridad, la absoluta otreidad de otra persona? ¿El tú del otro es algo que solamente se introyecta, que pasa a formar parte del sí mismo de forma solipsística?

Este planteamiento nos ayuda a hacer una revisión del enfoque de nuestra psicología. Si nos aproximamos desde un enfoque intersubjetivo y relacional, estamos planteando pasar de una perspectiva unipersonal a otra bipersonal (si no trinitaria), a un espacio intersubjetivo. Hay que ir más allá de nuestro “misterioso desconocido interior” y considerar la alteridad de la otra persona que viene ante mí, ese “desconocido exterior”.

Pickering cita aquí a un psicoanalista, Marcus (2007) que señala que una narrativa de la condición humana inspirada en Levinas apuntaría a un psicoanálisis que dejaría de ver al otro solo como una fuente de gratificación de las necesidades de relación de uno (compañía, amistad, amor, intimidad) para verlo como un sujeto, que tiene una forma de ser en el mundo muy diferente, en la que –desde la totalidad de su ser- declara como Abraham: “Henani”, aquí estoy.

Será necesario sustentar una tensión dialéctica entre la perspectiva del análisis intrapsíquica y la intersubjetiva.

“Para la filosofía de Levinas es central la idea de que la ética precede a la ontología. Yo creo que la ética acerca de cómo respondemos a la llamada del otro que viene ante nosotros, cara a cara, es ontología: confirmamos al otro en su ser a través de cómo respondemos a su afirmación implícita de Aquí estoy yo. Si nos encontramos con el paciente en una actitud de respeto, honrando su ser misterioso, eso le dará significado. Si ignoramos a los pacientes o no les comprendemos, pueden sentirse irreales, sin entidad. Si implícitamente esperamos que se acomoden a nuestra realidad, pueden desarrollar una falsa docilidad, un falso self o un sentido de vacío interno”. (Pickering 2007, 997)

“Para Levinas no es nuestro inconsciente lo que nos descentra, sino la otra persona que se presenta ante nosotros cara a cara. Es el “No-Yo exterior” más que el “No-Yo interior” lo que destituye nuestra posición de autocentramiento. El otro presenta una demanda ética a nuestra autonomía y narcisismo” (Pickering 2007, 998)

Este planteamiento nos ayuda a superar esa tendencia a creer que los demás son extensiones de nosotros mismos u objetos alienados que pueden ser manipulados, ignorados o eliminados. Nos ayuda a concebir al otro, no como un alter ego con propiedades distintas sino como alguien que es en todo lo esencial como yo.

La subjetividad para Levinas es ser un sujeto ante el Otro (Autrui). Pone el foco en nuestra habilidad para estar presente ante el otro, más que en una relación recíproca de mutualidad. Es como la relación asimétrica de la madre con el niño o del terapeuta con el paciente: la misión de la madre o del analista es intentar ver o comprender, sin pretender ser visto o reconocido como respuesta.

La alteridad puede ser un poderoso antídoto contra el solipsismo y el narcisismo.

Sobre este asunto de la superación del narcisismo es sobre lo que centra su trabajo otro psicoterapeuta junguiano, Kenneth Kimmel(2011) que insiste en que el encuentro con el rostro inefable de Otro nos golpea y nos deconstruye la mismidad (sameness) y el narcisismo que hay en el interior de nuestro eros, liberando al sujeto para que pueda asumir una responsabilidad duradera para el otro, con capacidades nuevas y transcendentes para amar.

La filosofía de Levinas nos ayuda a superar el narcisismo: el encuentro traumático con Otro, transcendente y absolutamente desconocido (encuentro que a veces comienza con una psicoterapia) puede demoler violentamente las ilusiones narcisistas que mantienen, entre otras cosas, la infinitud del individuo, las proyecciones y las fantasías eróticas vividas románticamente. La herida tiene por tanto un potencial, doloroso, incluso violento, pero redentor.

Levinas enfatiza la capacidad de este encuentro para descentrar el solipsismo del ego, la creencia de que el yo es la única realidad, lo único de lo que podemos tener certeza. Levinas intenta describir este cambio de una visión del universo egocéntrica y nos ofrece una toma de conciencia de los peligros de cómo los individuos pueden fácilmente caer en la visión de una utopía tiránica, a la que se refiere frecuentemente como “totalidad”.

Otro es incognoscible, inefable, inasible, enigmático, tormentoso, infinito, irreductible, sagrado. Su huella solo puede ser vislumbrada interpersonal o intersubjetivamente –un término que define una experiencia psicológica creada entre individuos.

Otro no se origina en la psique, es infinito; está ahí ya, antes de que existan el sujeto y el objeto, y nuestra conciencia subjetiva de ello viene a través del carácter primario de su impacto sobre nosotros. Transciende el ser subjetivo, desafía nuestros conceptos o categorías y no puede ser apropiado por el yo consciente. Jung pudo tener esta idea de Otro al hablar del Sí mismo (Selbst)  como inefable y diferente del ego, en el sentido de que transciende incluso la psique y es un misterio infinito que se va desvelando gradualmente en el tiempo.

La huella de Otro es vislumbrada en el irreductible “rostro del Otro humano” que se revela en su vulnerabilidad, sacralidad y desnudez.

La responsabilidad emerge del trauma que se siente ante el sufrimiento inútil de quien tengo ante mí. Se siente uno rehén de la culpa por sobrevivir cuando el otro está herido. Uno se siente incluso impulsado a desear sustituir al otro, ponerse en su lugar, pero es demasiado tarde. Es la “tormenta” de la que habla Levinas, la inevitable responsabilidad para con el otro, invocada por el demoledor otro. Es imposible eludir esta comparecencia, que te acusa y te lleva a preguntarte cuánta verdad puedes soportar.

En este paso de la ética de la justicia humana y la compasión a la psicología personal, uno puede observar cómo el impacto traumático de Otro desestabiliza y destroza el narcisismo del ego, despertando al sujeto de su duermevela. Un semejante “soplo” violento frecuentemente se aparece al ego en formas oscuras y sombrías o que amenazan con anular su orientación rígida y su necesidad de certeza o su deseo de que todo permanezca lo mismo.

Para Levinas, la necesidad del ego de apropiarse de la alteridad  -de la diferencia del otro- y reducirlo a lo mismo es el origen de toda violencia: el narcisismo es violencia. En los casos en los que este “encuentro demoledor” llega a buen término, acontece una reestructuración de lo esencial del hombre. Se desarrolla una cohesión interna que le posibilita ser un sujeto ético y sobrellevar las separaciones amorosas, las incertidumbres y el ansia, así como su propia intimidad.

Kimmel (2011) termina señalando de nuevo que el concepto junguiano de sí mismo se puede conceptualizar como una idea parecida y cercana al incognoscible Otro de Levinas. Ambos trascienden un ser subjetivo y los límites de la psique.

Betsy Cohen (2008) es una psicoterapeuta junguiana que ha abordadado la influencia de Levinas en su psicología, subrayando la importancia de nuestro autor al mostrarnos qué significa ser humano, al defender la humanidad en el siglo xx, lo humano en su profundidad (la naturaleza corporal) y en su altura (lo divino). Con Levinas hemos aprendido que el rostro del otro es la huella del rostro de Dios.

“La obra de Levinas me ha recordado que Freud y Jung son la punta del iceberg en la enorme historia del movimiento del alma. A través de la filosofía, la Torá y el Talmud, nos abre a la textura y a la riqueza de los cientos de décadas antes del estudio de la psicología, la psique y el inconsciente”. (Cohen 2008, 32)

Betsy Cohen nos muestra en su artículo un caso concreto de una paciente en tratamiento de psicoterapia durante años y todo el entramado de sentimientos, de cuidado del paciente, donde se van viendo muchas de las enseñanzas de Levinas, su nueva concepción radical de uno mismo y del otro, que crea una obligación ética a ambos y un movimiento de salida de ese auto-enfrascamiento en el rol de terapeuta.

La postura de Levinas hacia el otro como ética y como movimiento hacia Dios, profundiza y enriquece las posibilidades del encuentro analítico (p. 35). Su obra puede hacer una contribución significativa y radical a la psicología moderna. Nos ayuda a cuestionarnos nuestra aceptación ingenua del ego como dominante, de la autonomía y la madurez como la meta terapéutica. Cuestionando profundamente el egoísmo de la sociedad y de la cultura actual (la egología), el ego es llamado más bien a transcender sus propias obsesiones, compulsiones, adicciones, y a respetar y servir a los otros (p. 36).

En Totalidad e Infinito, Levinas (1961) describe un principio ético básico: nuestra responsabilidad con el otro es una obligación y un mandato divino. Totalizar es nuestra relación con Otro como “nada más que…”. Él “no es más que” un amigo, un paciente, un profesor,… Cuando categorizamos, diagnosticamos, encasillamos,… estrechamos al otro, estamos totalizando a esa persona, le estamos reduciendo a lo mismo, a algo como yo. No honramos la diferencia.

Lo infinito no puede ser reducido, es más de lo que nosotros podemos conocer y podemos hallarlo en el encuentro cara a cara con el otro. Aunque teniendo en cuenta que cuando estoy en relación con el infinito, no puedo aprehenderlo o abarcarlo. Se trata de la experiencia  de lo inefable. Las relaciones tienen un potencial infinito. Esto hay que recordarlo cuando nos sentimos “empantanados” con un paciente.

El ser para el otro es el fundamento de nuestra subjetividad en desarrollo. El requerimiento ético de que somos responsables del otro es inquietante. Por ejemplo Heidegger piensa la muerte en términos de “mi muerte”, pero para Levinas nuestra conciencia está determinada por la forma en que somos “poseídos” por la muerte del otro… El otro nos revela su muerte; su morirse es parte del proceso de envejecimiento, vemos el rostro que envejece, las arrugas, la realidad corporal del otro. Para Levinas, debo prestarle atención, pues soy el guardián de mi hermano (p. 36)

Según Levinas, Otro es más importante que uno mismo. Nunca debemos olvidar ser hospitalarios con el extranjero, la viuda, el huérfano. Nuestros pacientes generalmente comienzan el análisis como extraños y desconocedores de sí mismos, “enviudados”, han perdido toda conexión, “huérfanos”, sin una sólida conexión con lo materno.

Levinas no se concentra demasiado en comprender al otro, porque verdaderamente conocer a otro es imposible, sino más bien en relacionarse con el otro. Nosotros emergemos y adquirimos significado cuando nos relacionamos con otro y le respondemos. Así que Levinas es un auténtico “intersubjetivista”.

Para él el deseo más profundo es la transcendencia, una salida de uno mismo, del auto-enclaustramiento. El ser humano no está condenado a la opresión y a la depresión de estar absorto en uno mismo. (p. 38) Intentamos salir de nosotros mismos. Levinas nos ayuda a entender que no estamos condenados a ese destino.

Aplicar la filosofía de Levinas al modelo de la psicoterapia supone proponernos como meta la experiencia moral de una vida con obligaciones con los demás, sobre todo para el paciente que parece no poder salir de ese estado de estar absorbido por Mismo.

La vida del paciente en tratamiento debe llegar a estar mucho más “para el otro”, dando a aquellos que tienen menos, sin olvidar por supuesto que uno mismo debe primero ser “nutrido” para poder después nutrir a Otro.   Una tarea muy frecuente en la terapia es ayudar al paciente a considerar cuidadosamente sus obligaciones consigo mismo y con Otro.

“El alma es el otro en mí” (Levinas 1974).

“Levinas iguala lo materno con el Otro-antes-que-uno-mismo. Lo materno tiene que ver con la vulnerabilidad, con el Otro-en-mí, el cuerpo maternal que es el que acoge, da, nutre, carne de su carne, al Otro. El Otro está bajo nuestra piel.” (Cohen 2008, 38)

Lo materno es un buen ejemplo de lo que Levinas quiere decir por psiquismo: vida interior, el espíritu de la psique, lo que nos anima. Esta psique materna es más profunda y más alta que el egoísmo, comprometida con otros en su mismo ser. (p. 39)

Este psiquismo materno tiene que ver con el cuidado, que adquiere múltiples formas y que no debe entenderse solo en sentido literal, y que para Levinas es sensibilidad… no apoderarse de nada del otro,…investigar, buscar…sin la intención de desvelar. Tiene que ver con la ternura y no con la avaricia, el dominio o el poder.

El terapeuta crea un ambiente de “cuidado”, que básicamente consiste en afirmar la radical alteridad del paciente.

Para Levinas, aunque la ética es instintiva y arquetípica, es en la Torá donde empezamos a comprender la primera relación ética.

“La ética es algo primario, el comienzo, el fin, la esencia de nuestro ser, la filosofía primera, la guía y el sostén de lo que somos como humanos”. (Cohen 2008, 39)

La ética es la Torá, es el momento “Hineni” (en hebreo: Aquí estoy, estoy aquí).  La comprensión de la ética en Levinas tiene mucha influencia de las historias y comentarios sobre la Torá en el Midrash  y en el Talmud.

“Hineni”  es la respuesta de Abraham cuando Dios le pide el sacrificio de Isaac (Gen 2,21) y la respuesta de Moisés cuando es llamado por la voz desde la zarza ardiente (Ex 3,4). Hineni se da en la relación y significa estar plenamente presente, expectante y deseoso de implicarse. Nuestra llamada a ser persona supone ser buena persona y éste es el centro, el corazón, de lo que significa ser humano.Responder a la llamada de Otro, suspender nuestras teorías y permitir que Otro nos enseñe, a través de la epifanía del encuentro cara a cara, es lo que nos permite estar abiertos a la luz de Otro.

Toda la historia del pueblo de Israel, su respuesta positiva a la Alianza, como dice Levinas “con una lucidez sin incertidumbre”, su conciencia de que deberían servir a Dios y a la Torá, primeramente desde ese lugar profundo de la confianza y la fe, toda esa historia señala una verdad fundamental: la revelación de Dios solo puede ser descubierta en la relación con otra persona. (p.41)

Cohen (2008, 42) define su concepción del “encuadre” con el que trabaja con sus pacientes como la provisión de un ámbito sostenedor, fiable y consistente, una conexión emocional afectiva, en la que se puedan procesar las múltiples experiencias que ambos tienen durante la psicoterapia. Es pues más que una serie de reglas concretas. Esta concepción de Cohen tiene mucho que ver con la generosidad y la hospitalidad, con la ética…de Levinas.

“Emmanuel Levinas es un filósofo, no un psicólogo. La filosofía conforma la psicología pero ni rivaliza con ella ni la reemplaza. Construye a un nivel metapsicológico, conformando la actitud y la naturaleza del ámbito contenedor. El pensamiento de Levinas no se puede transformar con facilidad en una teoría o técnica psicoterapéutica. Su contribución a nuestro trabajo es acerca de la humanidad, del terapeuta como persona, un ser humano que tiene una responsabilidad ética ante el Otro que es siempre más que uno mismo. El Otro me habla, me enseña, me ordena desde su vulnerabilidad desnuda, nunca para herirle intencionalmente sino para nutrirle, mantenerle, sustentarle en su sufrimiento”. (Cohen 2008, 42)

2. El sí mismo (Selbst) junguiano como Otro.

Algunos psicólogos junguianos están reflexionando sobre el posible paralelismo entre la relación que Levinas plantea entre Mismo y Otro, y la relación entre el ego y el sí mismo de la psicología de Jung.

Brian W. Becker (2006) ha discutido en una ponencia en el Seminario que sobre “la psicología de Otro” se organiza anualmente en la Universidad de Seattle, otro trabajo de Lucy Huskinson (2002) en el que se hace un análisis para comprender el sí mismo de Jung como Otro, violento e inefable, dentro de la psique. Becker critica a Huskinson el no tomar más en serio el tema central de la exterioridad en Levinas, que ha dado prioridad a la relación intersubjetiva frente a la relación interior. Le critica que haya hecho un enfoque intrapsíquico.

El mismo Becker nos ofrece un resumen de los conceptos de ego y sí mismo (selbst en alemán, self en inglés).

Para Jung el ego es lo que “constituye el centro de mi campo de conciencia, que parece poseer un alto grado de continuidad e identidad” (Jung 1921 para.706).

Nos pasamos la primera mitad de la vida desarrollando el ego, a través de continuos esfuerzos para construirlo. Se identifica con cierta personalidad dominante que trata de emerger en la relación con la realidad externa.

El ego es el centro de la conciencia pero pronto descubre sus limitaciones, cuando se experimenta como siendo movido por una potente fuerza interna que Jung llamó lo inconsciente.

Hay para Jung un inconsciente personal que contiene aquellos elementos de la personalidad que no han logrado ser plenamente integrados en la conciencia, y un inconsciente transpersonal o colectivo, que alberga una experiencia interna de lo transcendente, una invitación a una forma de ser más integrada, que reconozca tanto los poderes inferiores como los transcendentes.

Estas fuerzas desconocidas surgen en la patología y ponen en duda la idea de una psique homogénea, con un ego que tiene el control del significado de los fenómenos intrapsíquicos.

Esta pluralidad interna nos plantea el lugar de lo otro dentro de la psique. Otro que se podría definir como aquellos elementos de la experiencia que se escapan a la comprensión del ego. Esta experiencia interna de Otro, trastorna al ego racional y es la fuente y la cumbre de la integridad psíquica.

El enfoque de Jung permite volver a plantear en la psicología esta singular experiencia de la otreidad. En la economía psíquica el ego racional no puede comprender lo inconsciente. Jung se refiere a este poder de la psique que es interior, transcendente, esta experiencia del No-Yo como el sí mismo. Según Jung, las imágenes del sí mismo son indistinguibles de las imágenes de Dios. A través del sí mismo emergen estas  imágenes de Dios, que reflejan la presencia de lo divino en la psique.

Al actuar como un puente entre lo consciente y lo inconsciente, el sí mismo nos permite movernos más allá de la unilateralidad de nuestro “carácter dominante” que trata de expresarse en el ego.

Becker cita a una analista junguiana conocida, Ann Ulanov que afirma que “el sí mismo se da a conocer como una presencia que es otra que el ego, aunque tenga unos efectos directos y personales de largo alcance sobre él. Por otro quiere decir aquello que es sentido como suficientemente diferente del ego como para ser experimentado como una persona objetiva que dirige sus propósitos, sus demandas o necesidades al ego… que se siente personalmente afectado por su presencia”. (Ulanov 1988, 46)

La posición de Huskinson es que de todos los adjetivos que se podrían aplicar al sí mismo, es el de “numinoso” el que mejor le define. Numinoso en el mismo sentido en que lo define R. Otto (2005) en su obra clásica Lo santo. La postura de Huskinson se resume en que el sí mismo se experimenta como otro violento, y en que el sí mismo esencialmente elude toda comprensión o definición. En esto basa los paralelismos entre la relación ego-sí mismo de Jung con la relación Mismo-Otro de Levinas.

Para Huskinson el sí mismo es otro violento para el ego. El encuentro del ego con el sí mismo destruye esa orientación egoica que tiene una conciencia equivocada de ser el centro de la vida psíquica. Agujerea la supuesta autosuficiencia del ego, causándole una sangría psíquica difícil de reparar, que en el caso de un desarrollo sano servirá para que ese maltrecho ego renazca, reconociendo el valor y el papel que juega el sí mismo.

La comparación del sí mismo de Jung con la noción de Otro de Levinas se basa en las conclusiones que éste saca del argumento de Descartes, mostrando que el ego es secundario y dependiente en su constitución de una causa transcendente.

Dada la prioridad de Otro transcendente sobre Mismo, es decir sobre el ego, ¿cómo se constituye la relación entre los dos? Otro nunca deja de ser absolutamente otro, pero hay un encuentro entre los dos y por tanto una verdadera relación, a la que Levinas llama “relación sin relación” y que se podría llamar también una relación sin posesión. El ego se relaciona con Otro, es conformado y transformado en ese encuentro, sin ser capaz de comprender, conformar o limitar a Otro.

Para Huskinson esta relación es violenta y para ello utiliza la filosofía de Levinas:

“El encuentro con Otro hace que Mismo tome conciencia de su impotencia; crea un plus de infinito dentro de Mismo que entonces afecta la totalidad y autonomía de Mismo. Mismo no puede integrar a Otro y entonces es recondicionado por él” (Huskinson 2002, 445)

Así el ego es forzado a llevar una existencia kenótica que es más capaz de acoger al extranjero entre nosotros.

Un posible efecto negativo de este encuentro del ego con el sí mismo es cuando el ego se identifica con el sí mismo, resultando un engrandecimiento narcisista. Semejante ego inflado no puede reconocer a Otro dentro de la psique e incorpora lo infinito en la mismidad de su ego. De esta manera elude la violencia del sí mismo y la desplaza dirigiéndola hacia otro. Mata al otro dentro y al otro fuera.

Otra consecuencia potencialmente dañina de este encuentro es que un ego frágil quede sumergido en lo infinito, como en una avalancha de locura (psicosis). Nadie puede ver el rostro de Dios y vivir. Por eso son necesarios factores mediadores, como los símbolos, que permiten que estos “peligros” puedan ser aceptados, que uno pueda someterse a ellos y “digerirlos”. De otra forma uno se expondría sin protección a la avalancha de lo inconsciente. Uno de estos símbolos de los que habló Jung podría ser la noción de “Rostro” de Levinas que actúa como un icono reflejando en el ego una experiencia de lo transcendente.

El sí mismo es inefable, definirlo es reducirlo a la mirada constitutiva del ego que crea un concepto idolátrico que actúa como espejo, reflejando al ego su propia mismidad.

Becker se plantea si la interpretación que hace Huskinson de la filosofía de Levinas aplicándola a la relación sí mismo-ego, hace justicia al carácter revolucionario de su planteamiento ético y a su crítica al enfoque ontológico de la filosofía occidental.

Para Becker, aunque Jung vincula el sí mismo con la experiencia de lo transcendente, en realidad le niega la posibilidad de verdadera exterioridad. Considera que la visión junguiana del sí mismo es fundamentalmente un fenómeno intrapsíquico, en línea con la visión moderna de la subjetividad autárquica. (Becker 2006, 6)

Es verdad que Jung huye de una visión egoísta de la conciencia, no acepta que un ego que funcione con salud sea la meta única de la persona, ni que el ego reflexivo sea la función más alta de la psique. En toda la obra de Jung más bien el ego queda descentrado para dar lugar a la idea de lo trascendente.

Pero –continúa Becker- el sí mismo de Jung nunca escapa de los confines de nuestra aparentemente impermeable psique. Como la bellota que llega a ser un roble, nuestra psique nace con todo lo que necesita para su transformación. El mundo externo es solo un catalizador de nuestra propia autorrealización. Para Becker esto es inaceptable desde un planteamiento como el de Levinas y critica a Huskinson que citando a Levinas, omita la importancia central que para él tiene la exterioridad.

Ligando el sí mismo con el otro y situándolo en lo inconsciente, Huskinson simplemente repite la egología del pensamiento occidental. Así nunca se encuentra la cara del otro que nos trasmite esta experiencia de lo divino, porque –para Becker- la psicología de Jung plantea que “el Reino de Dios está ya dentro de nosotros”.

Becker acepta el valor que pueda tener una alteridad interna (“inner-alterity”) pero siempre como algo secundario a la relación primordial encontrada en la alteridad externa entre el sujeto y eso que trasciende totalmente a la psique.

Ciertamente hay un proceso paralelo entre la relación ego-sí mismo y la relación Mismo-Otro. Mi responsividad ética al Otro exterior es determinante de cómo me relaciono con mi alteridad interna. Si mi relación con otro es homicida porque reduzco lo infinito a Mismo, entonces es muy probable que tenga dificultad en relacionarme con el misterio que se encuentra en mi propia psique.

En este sentido el psicoanálisis relacional ha hecho también una crítica a la teoría freudiana de las pulsiones que priorizaba lo intrapsíquico ante lo intersubjetivo. Para el psicoanálisis relacional, la relación es la unidad básica de estudio, más que aspectos intrapsíquicos puros como la libido.

La relación ego-sí mismo habría que entenderla como auxiliar a la relación más fundamental que tiene lugar dentro del campo intersubjetivo. (Becker 2006, 7)

3. Notas finales.

En mi opinión, la interpretación que hace Becker del concepto junguiano de sí mismo como algo autárquico, fundamentalmente intrapsíquico, “que nunca escapa de los confines de nuestra psique”, y por tanto que evade o relativiza el encuentro con el otro, y que se mueve en una línea ontológica,… es cuando menos cuestionable desde otros textos de Jung y otras maneras de entender el sí mismo en su obra. Otros autores han subrayado que el sí mismo atraviesa al individuo pero va más allá de él, es transpersonal, hace referencia a lo psíquico y a la realidad material, corporal,… y por tanto no está ajeno a la realidad de Otro.

Es verdad que muchos teóricos, dentro de la tradición junguiana, se han centrado en las formas intrapsíquicas de Otro,  el “No-Yo interior” o la otreidad del sí mismo, más que en la otreidad del otro, que es alteridad en un nivel interpersonal, intersubjetivo.

Jung argumentó que “en la misma medida en que no acepte al otro, tampoco concederá el derecho a la existencia al otro que hay dentro de sí mismo y viceversa” (Jung 2004 para. 187)

Ciertamente si nos tomamos en serio los movimientos relacionales e intersubjetivos en psicoanálisis, debemos mirar más allá de nuestro misterioso “extraño interior” y considerar la alteridad de la otra persona que viene ante mí cara a cara, “el extraño exterior”, como señala Pickering (2007).

Ann Ulanov dice sobre el sí mismo que “podemos vivenciar su existencia, pero no nos pertenece ni lo hemos originado nosotros; posee su propia vida independiente”. “…surge la vivencia de una conexión con un proceso de centramiento, no solo de nuestro ser más profundo sino de algo que se extiende más allá de nosotros, más allá de nuestra psique, hacia el centro de la realidad” (Ulanov 1999, 410)

“Jung habla de las imágenes de Dios como inseparables de aquellas imágenes del sí mismo que expresan su función como centro, fuente, punto de origen y contenedor. Empíricamente las imágenes del sí mismo y las de Dios no son diferenciables” (Ulanov 1999, 411)

“…el sí mismo no es solo el centro de la psique, sino que también simboliza el centro de toda la vida que existe fuera de nuestra psique”. (Ulanov 1999, 426)

Y para terminar, solo señalar que la psicoterapia en general y la junguiana en particular, están siendo sensibles al llamado ético de Levinas, a su consideración de que Mismo ha de tener en cuenta a Otro.

Esta urgencia por la ética es hoy más urgente que nunca, a la vista del desfondamiento ético de la sociedad actual. Inmoralidad en la política, en el mundo financiero y en el fondo de la mentalidad de la generalidad de los ciudadanos.  Ha ido calando la mentalidad capitalista que podría resumirse en una voracidad insaciable por ganar dinero, cuanto más y cuanto más rápido, mejor. Hemos caído en el olvido de Otro.

En esta situación de enfermedad social es imprescindible que al menos en el “Temenos” donde pueda recuperarse la salud mental, la psicoterapia, rija la Ley, se atienda el rostro de Otro, o dicho en términos junguianos, el ego tenga en cuenta al sí mismo.

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