Proceso de Grupación: Reflexiones sobre el potencial de los grupos vivenciales

«PROCESO DE “GRUPACIÓN”:
REFLEXIONES SOBRE EL POTENCIAL DE LOS GRUPOS VIVENCIALES»

Laura Villares de Freitas

Laura Villares de Freitas es analista junguiana brasilera, formada en la Sociedade Brasileira de Psicologia Analítica (SBPA), con maestría y doctorado en Psicología Clínica, psicóloga y docente en la Universidad de São Paulo. Además de su trabajo como analista individual, enseñanza y supervisión de Psicología Analítica, desarrolla trabajos con grupos vivenciales y recursos expresivos plásticos y corporales. El presente trabajo fue presentado durante el IV Congreso de Psicología Junguiana, celebrado en Punta del Este, Uruguay del 2 al 7 de septiembre de 2006, y su autora autorizó su publicación. Su e-mail es: lauvfrei@usp.br

Traducción del portugués: Inés De la Ossa Izquierdo

 

Resumen: A partir de su experiencia en la coordinación de grupos de construcción de máscaras y personajes, la autora viene a compartir sus reflexiones respecto al potencial de elaboración psicológico que es dinamizado en los grupos vivenciales en nuestro contexto socio-histórico actual. Se presentan contribuciones de algunos autores de la psicología analítica y relaciones con algunos personajes de la mitología griega. Se sugiere la consideración de un self grupal, donde se articulan dinámicamente los símbolos grupales, de tal manera que es pertinente pensar en la experiencia vivida a lo largo de los encuentros como un proceso de “grupación”, en analogía al proceso de individuación propuesto por Jung y en interacción con las elaboraciones realizadas individualmente por los participantes.

 

Vengo a presentar algunas reflexiones sobre el potencial de elaboración psicológica que es dinamizado en los grupos vivenciales. Me apoyo en contribuciones de algunos autores de la psicología analítica, así como en personajes de la mitología griega. Sugiero la consideración de un self grupal, donde se articulan dinámicamente los símbolos grupales, de forma que es pertinente pensar en la experiencia vivida a lo largo de los encuentros como un proceso de “grupación”, en analogía al proceso de individuación propuesto por Jung y en interacción con las elaboraciones realizadas individualmente por los participantes.

Los grupos vivenciales son considerados favorecedores de la perspectiva de la alteridad, en la medida en que cada participante tiene en ellos la oportunidad de afirmarse y de ser confirmado, es decir, de expresarse, entrar en interacción y reflexionar. Además, ellos permiten la consideración de procesos vividos por el propio grupo, llevándome a sugerir la noción de “proceso de grupación”.

Desarrollé un trabajo de construcción de máscaras y personajes, con recursos expresivos corporales, plásticos y dramáticos, en el ámbito de los grupos vivenciales. Al investigar sobre la máscara en diferentes contextos históricos, me encontré con un fenómeno universal y de alta complejidad, hallado en todas las épocas y continentes. La máscara es siempre un agente de transformación, sea en el sentido de curación, cambio de estatus en la comunidad, o de comunicación, exigiendo que algo esencial se manifieste.

En la mitología griega, relaciono tres personajes con la máscara: la Gorgona, una cabeza-máscara, terrible y amenazante, potencia sobrenatural con el poder de seducir y petrificar, trayendo el pavor y la necesidad de descubrir maneras seguras de aproximación a él.

Artemisa, la segunda divinidad, incluye máscaras y mascaradas en su culto. Considerada la señora del mundo salvaje, vive en regiones pantanosas y fronterizas, estableciendo y velando por reglas rígidas. Guardiana del límite entre lo salvaje y lo civilizado, conoce y promueve el pasaje de lo primero a lo segundo, teniendo un papel importante en los rituales de niños y jóvenes, protegiéndolos y evitando que se desarticulen o se invadan mutuamente lo salvaje y lo civilizado.

Dionisios, a su vez, es considerado el dios-máscara y el dios del teatro. Asociado al vino, a las ilusiones y a los estados alterados de conciencia, trae a la cotidianidad reacciones impetuosas de lo diferente y de lo inesperado, constituyéndose en el dios de la alteridad. La experiencia dionisíaca, en lugar de integrarnos al mundo, nos proyecta fuera de él, eliminando barreras, disolviendo fijaciones y permitiendo el desenvolvimiento de procesos.

Desarrollé una manera de trabajar con grupos vivenciales donde contruímos máscaras y personajes, en una serie de encuentros que tienen como objetivo principal la exploración del potencial creativo de cada uno y de la vivencia en grupo. Idealmente, hay una etapa artesanal en que se construye una máscara y un personaje; una etapa dramática en que se experimenta vivenciar y presentar al grupo lo que fue creado, y una etapa final, de elaboración verbal. Las consignas tienen la intención de dejar brotar imágenes movilizadoras que servirán al proceso de elaboración, tanto en el ámbito individual como en el grupal.

Algunos grupos son visitados por la Gorgona: la máscara creada evoca algo pavoroso, a ser contactado y elaborado. La experiencia dionisíaca está siempre presente, llevando al encuentro de lo diferente, de la transformación y a un estado de conciencia más abierto, que incorpore el personaje. Pero Artemisa también es necesaria, ya que contextualiza la experiencia y permite los tránsitos, en los ámbitos grupal e intrapsíquico. Ella inspira consignas y favorece el difícil paso de algo sombrío a la conciencia.

Por su parte, los mitos griegos de Eco y Narciso focalizan la cuestión de la reflexión y de la expresión en diferentes matices. Eco, la ninfa que se evapora a la orilla del lago en que Narciso se observa fascinado, nos remite a la expresión, que puede ser repetitiva, estancada y llevar a la decadencia o, por otro lado, traer el contexto relacional y la dimensión erótica, de pasión, implicación y búsqueda de comunicación. Narciso, por su lado, nos conduce a un lugar donde la reflexión puede ser paralizada y paralizante, o , por otro lado, un medio de autoconocimiento y búsqueda de trascendencia del ego.

Es necesario cotejar expresión y reflexión, usando todos los recursos disponibles: el cuerpo, la convivencia, la interacción, la capacidad de estructuración de la conciencia a partir de las imágenes y la posibilidad del lenguaje oral, que inaugura un campo propio y especialmente favorable para la elaboración simbólica.

En un grupo vivencial, los aspectos narcisistas de la personalidad pueden tener una vivencia dionisíaca, que les permita movimiento, reconocimiento e integración. Y a los aspectos “ecoístas” les es dada la oportunidad de reflexión, experiencia narcisista, y de consecuente búsqueda de expresión y comunicación más eficaces.

 

Jung y los grupos

Jung no valoró los trabajos en grupo, pero enfatizó tanto en la totalidad como en la multiplicidad de la vivencia psíquica, la importancia de la interacción entre las polaridades opuestas y propuso como pilares los conceptos de individuación e inconsciente colectivo. Lo individual y lo colectivo se encuentran establecidos en su referencial teórico y, aunque la individuación implique la ampliación y constante estructuración dinámica de la conciencia, el individuo no es sinónimo o equivalente a la conciencia, y colectividad tampoco corresponde a inconsciente.

Whitmont (1974) considera que explorar el inconsciente en una experiencia grupal es tan importante como experienciarlo por la introversión a través de sueños o imaginación activa, y señala ventajas de lo que denomina “análisis en un setting grupal”. Él sugiere que valoricemos más la experiencia vivida que los preceptos establecidos, en una actitud de permanente búsqueda, en la cual la espontaneidad y la autodisciplina coexistan, en un constante autodescubrimiento y perfeccionamiento de relaciones basadas en confianza y aceptación mutuas. La comprensión intelectual continúa siendo importante, pero se torna crucial una evaluación afectiva, que incluya la dimensión concreta, corporal y de apoyo recíproco.

Los aspectos de la sombra pasan a ser vistos como equilibradores, en la medida en que poseen un potencial transformador indispensable. Las polaridades opuestas pasan a ser toleradas simultáneamente, en una búsqueda de integración e inclusión. La vida es tomada en las dimensiones de libertad y responsabilidasd, siendo legítimo alterar planes, improvisar, ensayar nuevas soluciones. El tiempo es vivenciado no tanto como una secuencia de períodos cronológicos mesurables objetivamente, sino como único, presente y referenciado en la percepción subjetiva, que trae sentido de oportunidad y búsqueda del momento adecuado.

Whitmont (1991) comenta el ritual, elemento importante, por promover contención y aceptación, control de la intensidad emocional y redireccionamiento de impulsos. Los rituales tradicionales, colectivos y de pasos preestablecidos, ya no tienen más eficacia, y el significado actualmente implica una búsqueda constante de la coexistencia de las diferencias, tolerancia y experimentación consciente, en lugar de represión. Se desplaza el foco del ego hacia el self y hacia la relación con el otro y con el grupo.

Además de los rituales que den cuenta de la dinámica intrapsíquica, son necesarios rituales interpersonales y grupales, en los que el elemento lúdico esté presente, en un clima de seriedad y compromiso, movilizando fuerzas de la personalidad, interrelacionando fantasía y pragmatismo e intercomunicando a los participantes. La vivencia corporal también es fundamental, pues apoya lo vivido en la experiencia que trasciende el conocimiento intelectual.

Talvez el autor junguiano que más ha buscado fundamentar el trabajo en grupo sea Zinkin (1998). Él considera que la colectividad, más que amenazar al individuo, crea la posibilidad del surgimiento de la individualidad, que debe existir primero en la cultura para que el individuo se configure en una persona.

Según Zinkin (1998), cada individuo es como un nudo en una red, que sería la matriz del grupo. Los arquetipos se constituyen y toman forma en situaciones de interacción, sólo tendiendo a funcionar como entidades independientes y autónomas en casos patológicos, pues en contextos compartidos, su función natural es facilitar la interacción y la comunicación.

Desde el inicio de la vida estamos en relación, y el mundo interno es una construcción que deriva de la comunicación interpersonal. Hemos de encontrarnos en el diálogo con otras personas antes de poder dialogar con nosotros mismos. El grupo es concebido como el ambiente natural en que el individuo se convierte en sí mismo.

Zinkin (1998), propone que consideremos el grupo tanto como continente como contenido. Inicialmente el terapeuta es el que cuida el setting, pero el propio grupo puede promover cambios significativos. En una interacción circular, el grupo y sus participantes son como sistemas en constante equlibración.

Zinkin comenta que Martin Buber, en respuesta a Carl Rogers (Zinkin, 1998: p.200), habría enfatizado que no basta mostrar la aceptación del otro, afirmándolo, sino que también es necesario manifestarse contra él, confirmándolo. En otras palabras, no es suficiente ser no-directivo y dejar claro que se entiende lo que el paciente está expresando, como propone Rogers. Para Buber, también es necesario comunicar el entendimiento que se da bajo la perspectiva de otra persona.

Así, el diálogo es concebido como un principio conciliador y la relación muestra que hay dos sujetos, en interacción, y el sentido de self de cada uno es favorecido precisamente por su incompletud sin el otro. El sujeto es descentrado, pero no eliminado. Aceptación mutua no significa concordancia, sino aceptación de las diferencias, y a partir de ella cada uno podráafirmar y confirmar al otro.

El potencial creativo de la vivencia, así como el de la multiplicación de diálogos e interacciones así concebidos, tal vez sea la mayor ventaja de los grupos vivenciales. Afirmar y confirmar se relacionan con la expresión y reflexión, comentadas anteriormente al hacer referencia a Eco y Narciso.

Paso ahora a hacer comentarios sobre Hestia, la diosa griega que enfatiza la interioridad y el anonimato, esbozando relaciones entre ella y la experiencia en los grupos vivenciales.

Representada comúnmente apenas por un círculo o una llama crepitante, Hestia no sale, sino que permanece alrededor de la chimenea, siempre prendida. Su espacio es redondo, caliente, acogedor, en lo que se puede divagar sin perderse, en un estado contemplativo. Ideas, imágenes y sensaciones acaban surgiendo, hasta que alguna obtenga nitidez. Hestia se relaciona con el focalizar; un proceso dinámico que recorta y destaca algo, llamando la atención hacia su especificidad, sin perder la situación global. Focalizar posibilita la creación y la vivencia de un campo emocional donde ellas coexistan (Kirskey, 1992).

Hestia trae calor. Calienta, envuelve, protege, acoge y apacigua. Le trae bienestar al cuerpo, que puede quedarse cómodamente y relajado (Castillejo, 1973). Crea un clima de sosiego y confianza, permitiendo una actitud abierta para algo nuevo. También favorece la remembranza de lo vivido, el tejer la propia historia, retomando inumerables veces las mismas imágenes.

El trabajo con grupos vivenciales consiste en la creación de un campo interactivo específico, en el cual se relacionan fuerzas dinámicas que ponen en contacto a todos los participantes y , simultánemente, se encargan del establecimiento de una cohesión tal, que considero posible y pertinente proponer los conceptos de conciencia grupal, sombra grupal y símbolos grupales. Es el campo simbólico constelado que acoge y conduce al concepto de self grupal, que asocio a Hestia: lugar, en un sentido que trasciende lo físico, de reposo, acogimiento, interacción, pertenencia, devaneo, creación de sentido, meditación y surgimiento de imágenes. El verbo preponderante allí es “estar”.

Hestia crea un clima emocional de fraternidad, tanto en la esfera doméstica e íntima como en lapública. El espacio se convierte en ambiente psicológico, adquiere alma, pasando a apoyar la interacción y armonización de fuerzas dispares y dinámicas. Hestia nos permite transformar una casa en un hogar, una ciudad en un espacio vivo.

Es interesante observar la relación del grupo con el espacio en que se dan los encuentros. Hay una interacción dinámica, caracterizada por la exploración, conquista y apropiación. Las características espaciales tienen una fuerza estructurante en el grupo, en la medida en que colaboran con la organización de las interacciones, posibilitando aproximaciones y distanciamientos entre los participantes y de ellos con el material expresivo y las producciones realizadas, en cada momento. Encontrar el propio lugar pasa a ser un desafío en cada situación vivenciada en el grupo. Generalmente, en la sala, está el rincón del compartir grupal, los lugares de reflexión y creación individual, los sitios para el almacenamiento y exposición del material creado. Cojines, pedazos de cinta crepé pegados en el piso, luces prendidas o apagadas, son elementos que ayudan a la transformación del espacio físico en un ambiente psicológico.

Como espacio centralizado, Hestia remite al fuego, al altar, a la chimenea, a la ciudad, a la Tierra y al universo. En el cuerpo, al corazón. La propia idea de centro es controvertida, es imposible imaginar la naturaleza humana teniendo un centro fijo, lugar de armonía, equilibrio y salud. El centro que Hestia nos ofrece es dinámico, organiza un espacio, redondo, simultánemente centrífugo y centrípeto, y todo un campo simbólico puede ser definido, dando continencia a aspectos diferentes que, en otros contextos, podrían ser contradictorios e incluso patológicos.

Hestia es la anfitriona afable. Provee hospitalidad, reuniendo a todos alrededor de la chimenea. Y, si es necesario, es capaz de proveer también hospitalización, pues los dolores, la cicatrices y los síntomas también pueden ser iluminados, focalizados, acogidos, para que entonces se puedan mover, reagrupar, re-significar y calentar (Kirskey, 1992). Ella nos ofrece un espacio psicológico en que nuestros restos fantasmagóricos, imágenes que se resisten a recibir un foco, se puedan transformar en imágenes que puedan ser acogidas y hospedadas.

La utilización de los recursos expresivos ha mostrado su gran valor para la emergencia de imágenes en una forma más precisa y contextualizada. Desde que no se den consignas muy restrictivas, hay una exploración espontánea del recurso y del material, que favorece la definición de lo que está listo para ser trabajado y ocupar el lugar de “figura” para la conciencia, y de lo que servirá como “fondo”, en un proceso dinámico de focalización, en cada momento o etapa del proceso del self grupal.

En un grupo vivencial, podemos ofrecer diferentes lenguajes para la expresión de los símbolos, como, por ejemplo, diseño, modelaje, palabras, gestualidad, los cuales pueden encontrar la mejor forma de presentarse a la conciencia. No hay reglas a priori. El coordinador está pendiente de mantener un campo fértil para la vivencia del self grupal, se pone, tal como Hestia, a la espera de lo que emergerá.

El tiempo asociado a Hestia no es el del reloj, del calendario o plazos. Ella permanece absorta en lo que hace, mucho más implicada por el tiempo que desafiada por éste, teniendo más afinidad con el tiempo Kairós que con el cronológico. Cuando estamos regidos por Hestia, es frecuente perdernos en la noción del tiempo, una experiencia que puede ser nutritiva y apaciguante de tensiones.

Hestia permanece oculta, en un silencioso auto-desarrollo. Su conocimiento se mantiene restringido a la intimidad, sin necesitar de reconocimiento público (Demetrakopoulos, 1987). Lano-personificación de la diosa también hace pensar en la postura del coordinador del grupo: cuida para que se den las condiciones para la creación y el mantenimiento de un campo simbólico, acoge y protege lo que allí se presenta, más que dirigir, opina o intenta vivir relacionamientos humanas. Él, paradógicamente, es casi nadie y tiene una presencia fundamental, al posibilitar el espacio para que la experiencia psicológica se de, para que las imágenes se presenten y sean focalizadas.

Estar bien con Hestia es tener a dónde volver. El self grupal es como tener una casa a la cual se retorna para compartir las actividades e incursiones realizadas en el mundo. Buena parte de lo que se hace en los grupos vivenciales es focalizar, acoger y expresar imágenes significativas. Otra parte consiste en interactuar con ellas: asociar, relacionarlas entre sí o con el ego. También pueden ser realizados ejercicios de imaginación activa. Y compartir con los otros participantes lo que se está vivenciando es un componente fundamental. La acogida, de la manera que fuese, trae el sentido de retorno al hogar, pues lo nuevo es presentado y relacionado con lo que ya fue compartido y compone la historia del grupo, pasando así a pertenecer al imaginario y al acervo simbólico del self grupal.

La técnica junguiana de amplificación, que consiste en remitir el símbolo emegente a un material de la cultura con contenido análogo, puede ser entendida como un tipo de focalización en la cual la imagen es el centro de donde salen y hacia donde nuevamente convergerán los movimientos de la conciencia.

Alrededor del fuego, los acontecimientos son comentados y también se hacen las paces y se perdona. Hestia da un sentido de unidad e integración a toda la humanidad. Calor humano, acogimiento, empatía, solidaridad, convivencia, son sus valores.

Hillman (1998) comenta que esa diosa escapa a la división radical entre “dentro” y “fuera”. Ella es totalmente interior, de dentro, y también es colectiva, el centro de la ciudad. La vida doméstica y la vida pública se articulan e interpenetran gracias a Hestia, para quien ciudad y hogar no son disociados, insight psicológico y actividad pública no son antagónicos, y tampoco self y comunidad.

Hestia parece asociarse a la posibilidad de que una experiencia psicológica suceda. Acogimiento, tranquilidad, calor, centralización, foco, nutrición, quietud y movilidad son condiciones básicas, que permiten el surgimiento de imágenes y sensaciones, reflexiones e intercambios. Kirskey (1992) afirma que, gracias a Hestia, despertamos psicológicamente y nuestra “alma puede soñar en paz”.

Sin Hestia, las imágenes no pueden venir a la conciencia; la fantasía queda inhibida y la vida psicológica queda comprometida. El pensamiento conceptual no es capaz de proveer las cualidades de Hestia, pues le falta intimidad, subjetividad, individualidad, calor. Sin ella todo es vivenciado como fugaz y transitorio, se dan movimientos de ida, mas no de regreso. Hestia garantiza el equilibrio entre la circularidad y la linealidad, permitiéndonos vivir movimientos en espiral, que caracterizan a los procesos psíquicos.

Los símbolos, cuando son vivenciados, permiten la implicación de la personalidad en sus dimensiones racionales e irracionales, incluyendo la tonalidad afectiva y emocional de lo que esté siendo vivido. No menos importante es la consideración del self relacional, sea éste individual o grupal, terapéutico o pedagógico, pues tales vivencias se dan siempre en campos interactivos, esto es, en la red de relaciones transferenciales y compartidas.

Jung hablaba de la constelación de un arquetipo, que llevaría a la formación de símbolos que serían enraizados en él en cada situación específca vivida. Hoy se usa mucho el términoconfiguración. Ambos expresan la consideración de algo fundamental, no fijo, pero factible de cambios, constantemente creado y recreado, y necesariamente contextualizado. El arquetipo es universal, atemporal, a-espacial. Es tan absoluto que se vuelve inaprehensible, pasa a ser presupuesto. El símbolo es histórico, esto es, siempre se presenta en un medio específico, a una conciencia específica, sea esta individual o grupal, en un determinado momento y lugar. Este no puede ser considerado independientemente del arquetipo que le sirve de raíz; tampoco puede ser recortado de la situación en que se presenta. Se da en el presente, mediador tanto de la conciecia con el inconsciente como del individuo con su medio, nunca teniendo un significado fijo, sino siempre necesitando del establecimiento de relaciones y del reconocimiento de las asociaciones que se le hacen. Su sentido se va definiendo de esa manera, que es ante todo vivencial, pues demanda a la personalidad entera y sucede en un campo de interacción, el selfmás amplio.

Hillman (1998) comenta que estamos caminando hacia una hipertrofia de Hermes, con innumerables posibilidades de conexión con el “allá afuera”. Para compensar tal desequilibrio, necesitamos, talvez más que nunca, de la cualidad centralizadora, intimista y circular de Hestia, que permite habitar nuestro cuerpo, nuestro tiempo, nuestro espacio, nuestra interioridad, nuestros significados, nuestra historia.

En los grupos vivenciales, la dimensión relacionada a Héstia es privilegiada, pues puede tanto acoger a cada participante como ser acogida, permitiéndonos usufructuar de su calor y de su capacidad de focalizar imágenes y, sobretodo, posibilitar que las experiencias psicológicas sucedan. Podemos observar allí las peripecias de los procesos de individuación, y también pensar en procesos vividos de manera compartida, que aquí tengo la osadía de llamar “procesos de grupación”.

 

Palabras-clave: grupos vivenciales, máscaras, self grupal, símbolo grupal, proceso de grupación. 

REFERENCIAS

Castillejo, I.C. (1973). Knowing Woman. New York: Putnam´s, 1973.

Demetrakopoulos, S.A. (1987). Héstia, deusa do lar – um arquétipo oprimido. Junguiana, 5, 127-142.

Hillman, J. (1998). In. Spring 63, 9-21.

Kirskey, B. (1992). Héstia: um fundamento de enfoque psicológico. In Hillman, J. Encarando os Deuses. São Paulo: Cultrix/Pensamento.

Whitmont, E. (1974). Analysis in a Group Setting, Quadrant, 16, 5-25.

___________ (1991). O Retorno da Deusa. São Paulo: Summus.

Zinkin, L. (1998). Dialogue in the Analytic Setting. London: Jessica Kingsley Publishers.

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