¿La cuarentena atrofió sus ganas de socializar? Es apenas normal – Diario El Espectador

Mientras que los espacios de reunión vuelven a llenarse y los esquemas de vacunación avanzan, muchas personas se sienten incapaces de salir de sus casas. Los sentimientos agorafóbicos son cada vez más comunes y tejer de nuevo las habilidades sociales perdidas en el encierro no será sencillo. Documento publicado por el Diario El Espectador, por la Redacción Salud, 14 ago 2021 – 9:00 p. m.

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Antes de que llegara el COVID-19, el miedo irracional a los lugares abarrotados o la idea de salir de su casa probablemente se atribuiría a una forma de agorafobia. Pero en 2020, todos esos miedos antes irracionales se volvieron racionales cuando quedarse en casa fue un mandato gubernamental y una estrategia de supervivencia contra el virus. Sin embargo, la vacunación avanza y a medida que las personas pasan de vivir encerradas a volver a ver a sus familias, amistades y colegas, muchas se ponen ansiosas y deciden continuar en cuarentena.

Algunos le llaman “síndrome de la cabaña”, que consiste en experimentar ansiedad al salir de casa, y aunque no es un diagnóstico admitido por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (de Estados Unidos) o la OMS, es una experiencia que se hace cada vez más evidente tras año y medio de pandemia.

Las razones pueden ser muchas: miedo al contagio o incomodidad al estar con otros. Mark Schaller, psicólogo de la Universidad de Columbia Británica, en Vancouver, encuentra una explicación a estos miedos en la prehistoria: antes del nacimiento de la medicina moderna, las enfermedades infecciosas habrían sido una de las mayores amenazas para nuestra supervivencia. La fiebre, por ejemplo, es clave para una respuesta inmunológica efectiva, pero gasta energía. “Enfermar y permitir que este maravilloso sistema inmunológico funcione es realmente costoso”, dijo a la BBC. Por lo tanto, cualquier cosa que reduzca el riesgo de infección en primer lugar debería haber ofrecido una clara ventaja de supervivencia. Por esta razón, desarrollamos un conjunto de respuestas psicológicas inconscientes —que Schaller ha denominado sistema inmunológico conductual— para actuar como una primera línea de defensa y reducir nuestro contacto con patógenos potenciales. “Dado que los humanos son una especie social, el sistema inmunológico conductual también modificó nuestras interacciones con las personas para minimizar la propagación de enfermedades, lo que llevó a una especie de distanciamiento social instintivo”, concluye.

Algunas investigaciones sugieren que esa sensación de incomodidad al regresar a las interacciones presenciales son más comunes de lo que creemos, y que es una manifestación del estrés después de un evento traumático (en este caso, una pandemia mundial y un encierro de meses, con sus diversas consecuencias).

Un estudio realizado por la Asociación Estadounidense de Psicología sobre el estrés, publicado a un año de la pandemia, en marzo de 2021, calculó que el 49 % de los adultos encuestados anticiparon sentirse incómodos al regresar a las interacciones en persona cuando termine la pandemia. Lo curioso tal vez es que el 48 % de quienes dijeron sentirse incómodos ya estaban vacunados contra el COVID-19. La investigación también calcula que tres de cada cuatro adultos reportaron un alto grado de estrés en el confinamiento.

En mayo de 2020, apenas unos meses entrados en pandemia, científicos de la Universidad de Columbia Británica publicaron un estudio en la revista Anxiety, en donde calculaban que las tensiones y pérdidas que vivimos afectarán seriamente la salud psicológica. Basados en conclusiones previas sobre estrés causado por desastres naturales, encontraron que el 10 % de las personas desarrollarían problemas psicológicos graves, como trastornos del estado de ánimo, trastornos de ansiedad o trastorno de estrés postraumático (PTSD, por su siglas en inglés). Pero el porcentaje podría ser mucho mayor.

A raíz del brote de SARS en 2003, varias personas desarrollaron PTSD. Un anáisis de seguimiento de cuatro años de setenta sobrevivientes de SARS, por ejemplo, determinó que el 44 % desarrolló PTSD. Incluso después de recuperarse del SARS, el trastorno de estrés postraumático persistió durante años en casi todos (82 %) de estos pacientes. Los síntomas del PTSD tendían a ser más severos en personas que tenían una alta amenaza de vida percibida (como personas pobres), bajo apoyo social, más parientes cercanos que sufrían o murieron a causa del SARS, que estaban en relaciones abusivas o coercitivas.

Los psiquiatras Steven Taylor y Gordon Asmundson también sospecharon que, una vez “aflojara” el encierro podría haber un aumento de hikikomori, un síndrome ligeramente similar a la agorafobia descrito por el psicólogo japonés Tamaki Saito, en 2010, como “un retraimiento social severo que dura seis meses o más”, que describe a las personas que, gracias a los avances tecnológicos, llevan una vida solitaria pero relativamente funcional desde el encierro en sus casas: “Es probable que COVID-19 aumente la prevalencia de hikikomori, ya que las personas ansiosas por su salud se retiran de un mundo exterior contaminado por el coronavirus a la seguridad de sus apartamentos u hogares. Hay tendencias, incluso antes del COVID-19, de que las personas trabajen cada vez más desde casa, vean películas en casa en lugar de ir al cine, compren en línea en lugar de ir a las tiendas, y pidan domicilios en vez de ir a restaurantes”, escriben los autores.

Hay otros efectos del encierro, además de la ansiedad. De acuerdo con el Centro de Estudios de Población y Desarrollo de la Escuela Médica de la Universidad de Harvard, todavía no hay mucha evidencia para respaldar una asociación clara entre los bloqueos pandémicos y un cambio en la memoria o las habilidades de pensamiento. Un pequeño estudio de 2020 encontró que el 60 % de las personas con deterioro cognitivo leve o enfermedad de Alzheimer experimentaron un empeoramiento de la cognición y el delirio durante el encierro. “Es algo que estoy viendo clínicamente. Algunas personas estaban bien antes de la pandemia y ahora tienen un deterioro cognitivo más rápido”, dijo el doctor Joel Salinas, neurólogo del comportamiento y miembro de esa facultad, a Harvard Publishing.

“En estudios de personas, el aislamiento se asocia con un mayor riesgo de demencia, aunque no está claro qué tan alto es el riesgo”, dice Salinas. “En animales de laboratorio, se ha demostrado que el aislamiento causa encogimiento del cerebro y el tipo de cambios cerebrales que se vería en la enfermedad de Alzheimer: conexiones reducidas de células cerebrales y niveles reducidos de factor neurotrófico derivado del cerebro, que es importante para la formación, conexión y reparación de células cerebrales”.

Cómo salir de la cabaña

Milton Murillo, psiquiatra, psicoanalista y docente de la Universidad del Rosario, reconoce que la pérdida de habilidades sociales y la ansiedad va mucho más allá del miedo al contagio: “Tiene que ver con cosas que ya estaban allí y que la pandemia hizo aflorar. Esto es un poco amplio, pero las fobias sociales y la activación de temores obsesivos se dieron más en el encierro. Digamos que se estallaron estas fragilidades y por eso parece difícil volver afuera”, explica.

En Colombia los efectos psicológicos de la pandemia en la población aún no han sido medidos y no hay mucha información al respecto. Sin embargo, Murillo recomienda buscar ayuda profesional en caso de que los síntomas de ansiedad comiencen a afectar la funcionalidad de una persona.

Una investigación sobre la resiliencia publicada en la revista Clinical Psychology Review, en 2018, sugiere que dos tercios de las personas serán resistentes al estrés causado por un evento traumático (en este caso, la pandemia por COVID-19). Algunas de estas personas experimentarán un propósito y un significado renovados en sus vidas, al ayudar a otros durante la pandemia.

Pero, a pesar de estas buenas noticias, existe la preocupación de que no haya suficientes recursos de salud mental para tratar a las muchas personas que quedaron sufriendo a raíz de la pandemia, ya sean las que tenían trastornos preexistentes relacionados con la ansiedad o quienes desarrollaron el síndrome de estrés COVID. El mensaje es claro: no todo está perdido.

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