Cap. 2 – Matrimonio y Familia: ¿Instrumento de tortura social o una institución moribunda? – Guggenbuhl-Craig

Adolf Guggenbühl-Craig

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Analista junguiano suizo, nació en Zurich (Suiza) en 1923 y falleció en 2008 en la misma ciudad. Estudió Teología en la Universidad de Zurich, luego Filosofía e Historia en la Universidad de Basilea y después Medicina en la Universidad de Zurich. Luego de graduarse en Psiquiatría y Psicoterapia, inició la práctica privada en Zurich. Conoció directamente a Jung y fue muy influido por la psicología de Jung. Autor de Poder y destructividad en Psicoterapia. El siguiente texto es la traducción hecha por la psicóloga clínica venezolana María Luisa Fuentes ©, del Capítulo 2 de su obra Marriage: Dead or Alive (1986). Putnam: Spring Publication. Esta no es una traducción oficial sino una versión personal y se hace con fines pedagógicos para ADEPAC y otros centros de estudios junguianos.

Traducido del inglés por María Luisa Fuentes

 

CAPITULO DOS

No se requiere de un espíritu particularmente agudo u original para darse cuenta de que hoy día la familia y el matrimonio pueden estar en estado de disolución, aunque mucha gente todavía contrae matrimonio con gran entusiasmo. Pero en todos aquellos países donde las leyes no dificultan la obtención del divorcio, muchos matrimonios se están disolviendo. Aceptado, no existe todavía ningún país donde más de la mitad de los matrimonios termine en divorcio. Por supuesto no es sólo la restricción legal lo que impide a las parejas divorciarse; muchos matrimonios y familias se mantienen unidos por consideraciones puramente materiales. Para casi todas las clases sociales –a excepción de los muy ricos o muy pobres– un divorcio usualmente significa una disminución del nivel de vida para ambos cónyuges y para los niños. Con mismo ingreso, después del divorcio, se deben mantener dos hogares. En los grupos sociales donde el dinero no es una preocupación, donde un divorcio no trae un declive significativo en el nivel de vida, más de la mitad de los matrimonios termina en divorcio.

Aunque un matrimonio se haya convertido en algo miserable muchas parejas no se divorcian a causa de los niños. “Estamos esperando a que los niños crezcan” se dice. Y cuando los niños han crecido, ellos todavía no se divorcian, no porque la relación haya mejorado, sino porque los cónyuges están muy cansados y tienen miedo a la soledad, o creen que ya no serán capaces de encontrar nuevos compañeros.

A pesar la creciente tasa de divorcio, la mayoría de la gente experimenta el divorcio como un fracaso. Al momento de casarse se tiene la intención de permanecer juntos hasta que la muerte los separe. Si los tribunales hacen la separación, eso significa que las cosas no se dieron de la manera prevista.

Sería aburrido dar estadísticas de divorcio en varios países, culturas y estratos sociales. Es mucho más interesante para el individuo repasar a través de su mente, conocidos, parientes y amigos, quienes están sobre los cuarenta y cinco años de edad. Haciendo esto se dará cuenta con tristeza –o con secreta satisfacción si él mismo está divorciado– que muchos matrimonios que comenzaron auspiciosamente, ya no existen. A menudo los matrimonios terminan sin hijos después de varios años; con frecuencia ya había niños presentes. Todo el mundo sabe también de parejas que se disuelven después de quince, veinte, o veinticinco años de matrimonio. Esto puede involucrar parejas sin hijos o familias con seis niños. Y justo cuando uno ha llegado a la conclusión de que al menos aquel viejo amigo de la escuela Jack y su esposa Luisa, están disfrutando un matrimonio feliz, suena el teléfono y Jack comparte su decisión de divorciarse.

Todos estos divorcios no serían tan malos si uno pudiera al menos percibir felicidad y alegría completas entre los no divorciados. Pero este no es el caso. Se sabe, tanto a través de los estudios generales, como también por experiencia personal, que muchos matrimonios se las arreglan para mantener unida la familia sólo con gran dificultad, negándose a sí mismos todo lo que es querido para ellos. Aquí y allá sin embargo, uno conoce parejas quienes están genuinamente satisfechas una de la otra. Al menos ellos piensan que este es su caso. El observador objetivo tiene a menudo otra opinión: el matrimonio parece funcionar tan bien sólo porque al menos uno de los cónyuges sacrifica y abandona completamente su desarrollo. En ocasiones la esposa sacrifica sus demandas personales y culturales por la comodidad y los motivos profesionales de su esposo; caso contrario – y esto es cada vez más frecuente—el esposo está al servicio de su esposa y difícilmente se atreve a expresar sus opiniones en presencia de ella. El sacrifica sus amigos, sus oportunidades profesionales y prácticamente permite que su esposa adicta al poder, lo utilice como un criado. A menudo uno observa cuan interesante, ingeniosa y animada es una persona casada cuando está sola, pero luego cuando su pareja está presente, todo signo de vivacidad se desvanece. Muchas parejas quienes desde un punto de vista externo tienen un buen matrimonio, de hecho, en la práctica, se paralizan el uno al otro.

A pesar de la multitud de psicólogos y consejeros matrimoniales, no sólo los divorcios continúan ocurriendo con gran frecuencia, sino que los matrimonios que todavía existen, a menudo parecen no ser más que situaciones que retrasan el crecimiento. Psiquiatras y psicólogos extraen sus conclusiones a partir de esta desagradable situación: las dinámicas matrimoniales y familiares son explicadas a los pacientes. A menudo se duda si el matrimonio y la familia en su forma contemporánea, son todavía instituciones significativas. ¿No es el matrimonio, como los revolucionarios lo explican, más que todo un instrumento de la sociedad para controlar a la gente?

Aún los psiquiatras y psicólogos que no comparten este radical punto de vista, suman puntos cada día al expediente en contra del matrimonio y la familia. En los casos de los pacientes más neuróticos, la causa de su sufrimiento emocional es rastreada hasta los enfermizos compromisos matrimoniales de sus padres, a la madre deprimida, o al padre estúpido, según todo tipo de constelaciones familiares infelices.

Un psicoanálisis tiene dos metas: liberar a los pacientes neuróticos del sufrimiento, además ayudar a su completo desarrollo y a la búsqueda del significado de la vida. Con mucha frecuencia sin embargo, el psicoanálisis termina un matrimonio con un divorcio. Encontrar el significado de la vida implica, en este caso, determinar primero que todo, que el matrimonio no permite ningún tipo desarrollo significativo a favor del analizado.

Muchos escritores modernos describen el matrimonio como una institución enferma que se mantiene solamente con mentiras e hipocresía, decepción mutua y auto -decepción. La vida familiar, consistiría entonces, en una doble vía de tormento sin fin. La mendacidad y la hipocresía en el llamado matrimonio burgués es uno de los blancos favoritos de los autores modernos. Con esta mirada uno puede sentirse tentado a parafrasear el Hamlet de Shakespeare: En efecto algo está podrido¬— no en Dinamarca— pero sí en la familia y el matrimonio.

Si uno mira la institución matrimonial, con completa justicia e imparcialidad, emerge la siguiente imagen: si, utilizando una gran agudeza psicológica, uno pudiera imaginar una institución social, la cual es incapaz de funcionar en cada caso particular y está destinada al tormento de sus miembros, uno ciertamente inventaría el matrimonio contemporáneo y la institución familiar de hoy. Dos personas de diferente sexo, generalmente con imágenes, fantasías y mitos extremadamente diferentes, con fortaleza y vitalidad diferentes, prometerse el uno al otro, estar juntos noche y día, por así decirlo, para toda la vida. Se supone que ninguno de ellos va estropear la experiencia del otro, se supone que ninguno de ellos va a controlar al otro y ambos podrán desarrollar totalmente sus respectivos potenciales. Sin embargo este poderoso juramento es a menudo declarado sólo a causa de una abrumadora intoxicación sexual. Tal intoxicación es maravillosa, pero ¿es esto un trabajo preparatorio sólido para pasar juntos toda la vida?

Es bien sabido que la mayoría de las personas, incluso cuando emprenden juntos un viaje por sólo catorce días, se alteran los nervios el uno al otro. Después de unos pocos días, uno difícilmente puede siquiera ya expresarse, cada pequeña decisión se convierte en un quejumbroso combate de lucha libre. Ambos cónyuges, sin embargo, prometen vivir toda su vida (treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta años) juntos en la mayor intimidad física, espiritual y psicológica. ¡Y este compromiso para toda la vida, lo hacen en su juventud! Quizás en diez años ambos sean personas completamente diferentes. Ellos hacen esta promesa a una edad en que ni siquiera saben quiénes son ellos mismos, ni saben quién es el otro. Sobre todo no se sabe cómo el uno o el otro se va a desarrollar. La encantadora y adaptable joven mujer –¿quién podría suponerlo?– se transforma en una matrona embriagada de poder. El joven romántico, con grandiosos planes futuros, quizás más tarde se convirtió luego en un débil irresponsable.

Esto no sólo es permitido por una sociedad decente y responsable, sino que de hecho alienta a jóvenes personas en completa ignorancia a unirse permanentemente, con los problemas psicológicos que sus votos implican, parece incomprensible.

El incremento de una mayor expectativa de vida, hace esta situación aún más grotesca Doscientos años atrás la gente no llegaba a edades tan avanzadas y la mayoría de los matrimonios terminaba después de diez o veinte años con la muerte de uno de los cónyuges. Hoy hay matrimonios con cincuenta y aun sesenta años.

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