Adaptación, individuación y colectividad

«ADAPTACIÓN, INDIVIDUACIÓN Y COLECTIVIDAD:
Sobre un texto de Jung de 1916 «

Luigi Zoja

 

Luigi Zoja es graduado en Sociología y Economía, y posteriormente hizo la formación como Analista Junguiano, formado en el Instituto Jung de Zurich, del cual fue docente posteriormente. Expresidente de IAAP (International Institute for Analytical Psychology) y del CIPA (Centro Italiano de Psicología Analítica). Ha vivido y trabajado en Milán, Zurich, Nueva York y Buenos Aires. En la actualidad enseña, dicta conferencias y tiene consulta particular en Milán; es el Coordinador de la IAAP del programa de formación de analistas junguianos dirigido en Colombia por ADEPAC. Este artículo fue tomado de: Revista Aut Aut, n.° 229-230 – enero-abril de 1989 – n.° monográfico «Jung e la tensione del simbolo», pp. 125-133. La traducción del presente artículo fue autorizada por el autor.

Traducción del italiano al español por Santiago Perea Latorre


Luigi Zoja

En 1964 fueron descubiertos en Zurich dos textos mecanografiados, fechados octubre de 1916 y claramente relacionados, más importantes de lo que su brevedad y la ubicación que enseguida recibirían en las Obras de Jung permitirían presumir. Su texto (alrededor de cinco páginas), fue inicialmente publicado en inglés en la revista «Spring» con el título “Adaptation, Individuation, Collectivity” (1970) (1). La edición italiana de las Obras lo incluye en el apéndice del volumen 7 (2), contribuyendo probablemente a hacerlo pasar a un segundo plano. Estas páginas contienen la traza reflexiva que, a través de años de latencia, conduce al concepto de individuación; es la base discursiva sobre la cual, junto con otros aportes y atravesando diferentes reelaboraciones, se compone Del Yo al inconsciente (primera edición en francés, 1916; es decir, contemporánea a los apuntes de los que hablamos; edición definitiva en alemán, de 1928). Acaso a causa de la creciente preocupación por el psiquismo individual, el texto denuncia una valoración ambivalente y provisional del psiquismo dual: la transferencia (o traslación) analítica es registrada en términos prevalentemente patológicos, lo que deja traslucir una persistencia del modelo freudiano, mientras el vínculo de amor es visto como vehículo de trascendencia, entendiendo implícitamente su naturaleza diferente del primero y superando, de manera evidente, la idea de un «amor de transferencia» al que Freud precisamente en aquellos años se atenía (3).

A continuación resumiré el escrito sin excluir mi punto de vista, si bien permaneciendo fiel al esquema del original.

En la primera mitad, Jung toma posición sobre:

A) La adaptación (en inglés adaptation, no adjustment; Anpassung en el original). Esta se distingue en externa (juicios conscientes sobre el mundo) e interna (relación con la psique inconsciente).

B) La neurosis, que expresa un disturbio de la adaptación, identificada acá con la orientación unilateral hacia una adaptación interna o hacia una externa.

C) La energética de la adaptación. Si una de las directrices de la libido (introvertida o extrovertida) es inhibida, ella aparece de manera disfrazada en el campo opuesto (si, por ej., es inhibida la introversión, aparecen fantasías en el ámbito de las relaciones con el mundo externo).

D) La adaptación en el análisis. Cuando está en curso un análisis este tiende a constituirse como elemento principal en esa fase de la vida del sujeto. La tarea dominante se torna por ello la adaptación al análisis bajo dos aspectos: adaptación a la idea analítica y adaptación a la personalidad del analista. Esta tarea no parece ni imposible ni infinita. Sin embargo, los hechos muestran que a menudo «del inconsciente surge una exigencia que se revela ante todo en una extraordinaria intensidad de la traslación (…) Esta (…) parece (…) implicar la exigencia de una adaptación particularmente intensa al analista» (4).

El impulso hacia el médico no es registrado entre las formas afectivas, si bien la segunda sección del escrito se encuentra dedicada a ellas. Jung hipotiza que puede tratarse de una «hipercompensación de una resistencia al médico (…) Esta resistencia deriva de la exigencia de individuarse, la cual es contraria a toda adaptación a otros» (5).

El análisis encontraría por tanto en la transferencia una dinámica psíquica negativa o, mejor, ficticia, por ser una desviación del verdadero proceso. La individuación desde el punto de vista cognoscitivo es el reconocimiento de las propias necesidades; desde el punto de vista ético, fidelidad a sí mismos y, desde el punto de vista psicodinámico, salida definitiva del unanimismo colectivo que, tras haber uni-formado el sujeto a la madre, a la familia, al grupo, erige como su terreno extremo y terapéuticamente justificado la adaptación al analista.

La degradación de estas instancias anteriores en vista de la individuación constituye sin embargo un abandono de valores. «El primer paso en la dirección de la individuación es culpa trágica. La acumulación de la culpa exigeexpiación» (6). Esta última tendrá lugar sólo con la producción de valores sustitutivos. Sin ello el camino de la individuación no es más que una pose o un proceso autodestructivo.

En la segunda parte, Jung discute la pareja de contrarios individuación-colectividad. Estos se encuentran en una relación de culpa recíproca. Se entiende implícitamente, de manera evidente, que la neurosis puede ser concebida como culpa inconsciente hacia sí mismo, cuando el sujeto se haya dedicado totalmente a la reproducción de valores colectivos, descuidando su propia individualidad. Viceversa, el escrito afirma explícitamente que la individuación está permitida tan sólo a quien recompone la culpa que germina a partir de la soledad produciendo un valor «equivalente objetivamente reconocido» (7). El anclaje al elemento colectivo, sin el cual se da la soledad, luego el autismo, y finalmente la locura, está entonces asegurado, bien por la permanencia en el estadio de imitación, bien por una nueva y personal oferta de valores colectivamente aceptada.

La función colectiva está a su vez compuesta por sub-funciones: la una, referida a la sociedad; la otra, al inconsciente que, en su naturaleza compuesta, proporciona «la representación psicológica de la sociedad» (8). En el camino de la individuación se recorre una tierra de nadie, puesto que la culpa incumbe desde el comienzo, mientras la expiación se producirá sólo con el tiempo. El individuo será exiliado de la sociedad y de Dios, su metáfora polarizada. Para sobrevivir, confía su salvación al alma: pero más a menudo a un hombre, que advierte como contenedor o representante adecuado de aquélla.

Jung concluye el escrito deteniéndose en esta delegación del alma. Nótese que aquí, si bien desde un punto de vista técnico y económico parecería regresar el problema de la transferencia, está muy lejos de usar este término: es más, no parece siquiera tener en mente el análisis, que sin embargo podría ser descrito como una sub-especie institucionalizada de dicha delegación. Y aún más lejana parece acá toda referencia a la neurosis, en la cual sin embargo el escrito había encontrado su inicio. Aquella que yo llamo delegación del alma es descrita, en cambio, como amor, distinguiendo entre amor verdadero y no verdadero.


*****


Bajo la apariencia provisional e imprecisa de una serie de apuntes, el escrito (nacido en el período solitario a caballo entre la separación de Freud y la plena reaparición de Jung en la escena pública) concentra una gran riqueza de temas y prefigura dos contribuciones centrales de la obra junguiana: 1) la despatologización de la psicodinámica, y 2) la idea de individuación, introducida oficialmente sólo más tarde, pero aquí ya íntegramente trazada. Sólo por comodidad de comprensión podemos mirar hacia los dos puntos como si se encontraran separados.

Se puede incluir que de hecho la afirmación de las necesidades del individuo en el terreno psicodinámico (individuación) promovido en los años siguientes por la psicología junguiana no pudo evitar proceder en paralelo con una radical relativización de las categorías de mal psíquico en el terreno de la patología (de manera tal que en Jung muchas novedades de la antipsiquiatría estaban ya implícitas con dos generaciones de anterioridad). Y también se puede intuir que estas formulaciones no pueden ser separadas de un proceso de reformulación epistemológica en acto en especial en la cultura de lengua alemana y alrededor del giro del siglo: cada vez más, en este, se iban separando del saber fijo las oscilaciones históricas y culturales, mientras el estatuto previsto para estas últimas se tornaba cada vez más autónomo con respecto a las tradiciones de las ciencias naturales.

En este progresivo distanciamiento Jung, y en particular su idea de individuación, ocupan un papel no marginal (9). Si bien con algunas ambivalencias conceptuales, el conjunto del pensamiento junguiano se sitúa en efecto del lado de la nueva relatividad cognoscitiva, a tal punto que no se propone como sistematización teórica completa sino sólo como actitud de investigación que se ha de reinterpretar personalmente de manera progresiva (módulo de individuación aplicado al psicólogo, además de al paciente) acentuando en sentido filosófico y generacional, además de metodológico, la separación del psicoanálisis de Freud, el cual había nacido aún con propósitos de lectura categorial fija del mal psíquico.

Este breve escrito contiene entonces trazos de historia tanto personal como colectiva. Sabiendo que fue compuesto durante el período de elaboración de la separación del maestro, encontramos significativo que éste insista en la relatividad inducida por las condiciones culturales e individuales; no obstante, simultáneamente con la nueva idea de individuación, que implica flexibilidad y variabilidad infinitas, los conceptos utilizados conservan remisiones a estatutos generalizadores y fijos. Los ejemplos más evidentes se encuentran en el uso de la idea de adaptación y en la de transferencia.

Examinemos la primera. La adaptación externa y la interna son puestas en un mismo plano (10). (Tengamos presente que en estos años Jung está elaborando su teoría de los tipos psicológicos, cuya primera línea divisoria es aquella entre personalidad extrovertida e introvertida). Más adelante se alude a la individuación como caso particular del segundo. Ella es una «adaptación exclusiva a la realidad interior» (11): pero, siendo también el fin de la maduración psíquica, introversión y extroversión no residirían más en el mismo plano. Al parecer nos topamos, más que con una ambigüedad, con una provisionalidad conceptual. Se entrevé que el autor estaba a la búsqueda de tipos equivalentes, el extrovertido y el introvertido, pero también que esta equidistancia resulta dificultosa para él que abiertamente privilegia la búsqueda interior. La tipología constituirá la primera notable afirmación (1921) de la relatividad junguiana, pero de hecho favorecerá también una lectura de la personalidad en términos de nuevas categorías fijas: será la parte del pensamiento de Jung que más dejará huella en el ambiente académico, y de ella se obtendrá también un «test tipológico»; todo ello mientras en los escritos de Jung posteriores a 1921 la misma se torna marginal.

La idea de adaptación utilizada en el artículo del que nos ocupamos parece intencionalmente general, pudiendo cubrir tanto una conformación a las instancias de la colectividad (adaptación externa), como el proceder opuesto a lo largo de un proceso de individuación (adaptación interna y adaptación a las especificidades del análisis y del analista: de manera tal que resulta oportuna la elección del traductor inglés de no verterla con adjustment, palabra ya en uso para indicar una adaptación externa). También la no distinción entre este término y la individuación será superada en los años posteriores (12). En la flexibilidad de una acepción semejante de adaptación advertimos ya un distanciamiento de los conceptos de «cura» y de las categorías fijas de salud-enfermedad que son los agentes de orden del patrimonio de la medicina y de las ciencias naturales en general; notamos también un modelo explicativo atento a la orientación de las dinámicas psíquicas (para la «ad-aptación», implícitas en el movimiento-a-lugar del prefijo latino ad– y del original alemán an-) que se propone explicar no remitiéndose a las solas causas, sino abriéndose a una visión teleológica que en cualquier caso diferenciará al pensamiento de Jung con respecto al psicoanálisis originario.

También aquí está presente la tendencia del tiempo a separar las ciencias humanas de las naturales. La naturaleza «e-voluciona» especializándose, a partir de las condiciones que favorecen a una especie y marginan a otra. El hombre, por el contrario, en el momento mismo en que es estudiado como sujeto psíquico que medita y se abre a un fin, «ad-voluciona»: su proceso de adaptación a la dificultad no es sólo pasivo y «e-vitativo», sino que excava en el futuro con el fin de enfrentarla permanentemente. Quien, como Jung, produce una comprensión del hombre vinculada a sus fines, además de a las causas, pierde la tranquilidad de la regularidad normativa y del automatismo lineal implícitos en la explicación naturalista, aceptando el carácter no definitivo de la lectura a crédito, anticipada del futuro, así como el hecho de que responda a variabilidades sin fin: puesto que, si bien dichas causas de la actividad mental son limitadas, potencialmente infinitos, y por tanto no reductibles a la suma de las causas, son sus productos y sus metas.

Reviste cierto interés histórico el hecho de que la individuación (empeño central de Jung, repitámoslo, aquí aún en gestación) sea registrada como sub-categoría de la adaptación. Al pensamiento crítico, según el cual Jung privilegiaría la dirección vertical (intrapsíquica y simbólica) de la individuación, en desmedro de la horizontal (antropológica y social) (13), éste ofrece la huella genealógica que permite remontarse a una fase de elaboración en donde el interés de Jung se encontraba menos definido y correspondientemente era menos sectorial. Aprendemos aquí que la adaptación fue un concepto-puente a lo largo del camino que luego desembocaría en la individuación y en búsqueda teleológica. Aprendemos también que la preferencia por la «directriz vertical» se encuentra precedida por una fuerte conciencia de que dicha orientación de la individuación no sólo está lejos de constituir una elección privilegiada (14), sino que es una «deuda» (culpa) hacia la colectividad cuyo pago llega siempre al vencimiento.

En el esfuerzo de sustraerse a las ambivalencias del objeto de estudio, que se pueden advertir en particular en este escrito, Jung tenderá siempre más a elecciones de psicología pura, dejando de lado una sistematización teórica de sus continuas imbricaciones con la cultura y con el devenir histórico. Sin embargo, intersecando continuamente las referencias a la conciencia y el inconsciente del sujeto con las correspondientes ideas de conciencia e inconsciente colectivos, dejará abierto un pasaje potencial para estas conexiones en una medida mayor de lo que ocurre en Freud.

El nexo entre aspecto colectivo e individual adquiere relevancia también en la acepción de transferencia que Jung utiliza en este lugar. En esta fase aún no resulta obvia la forma de polémica anti reduccionista que irá adquiriendo su contraposición a Freud. Como en la lectura de los sueños, de la misma manera en la comprensión de los síntomas Jung se distanciará cada vez más del «nada más que» –con que el maestro los desmontaba presuponiendo un agente patológico subyacente–, para dedicarse en cambio al fenómeno tal y como se ha hecho disponible, interrogándose sobre su sentido e hipotizando una destinación (re)constructiva. En esta perspectiva transformada, el apego al analista ya no será previsible –porque, en el fondo, es una reedición del complejo edípico– ni patologizable como «neurosis de transferencia», sino que adquirirá el aspecto de etapa en el camino de la individuación, personal y parcial, en relación simbólica implícita con antiguos modelos culturales y, más aún, transculturales (15). Así, la obra de Jung posterior separará más abiertamente la transferencia de la psicopatología para incorporarlo en la metáfora cognoscitiva de la alquimia (estadio de la conjunción, interior a un proceso global transformador). En esta visión en clave arquetípica, la ad-aptación, es más, la fusión con el partner (analítico y no analítico) se transforma de obstáculo en etapa del proceso de individuación. Sabemos además que la obra de Jung en su conjunto valorarizará los impulsos del inconsciente como sustancialmente tendientes a una compensación. La naturaleza compensatoria de la transferencia, precisamente por su intensidad unida a irracionalidad, es, como se ha visto aquí, intuida por Jung, quien sin embargo lee esta dinámica todavía como forma patológica en lugar de correctiva. Cuando el reduccionismo será superado, ya habrá prevalecido en él aquella que ha sido llamada la directriz vertical de la individuación: la transferencia será entonces revalorizada, pero mirada como etapa metafórica de un proceso subjetivo. No será desarrollado un importante aspecto de su intuición, que aquí es dado advertir, si bien en negativo: es decir, que la transferencia pueda aludir a una compensación de desarrollo horizontal.

El impulso hacia una unión con el analista es un impulso compensatorio del inconsciente que, precisamente por ser tan multiforme, consistente y generalizado, podría a mi modo de ver no corregir sólo las directrices del sujeto, participando en sus necesidades de desarrollo individuante vertical, sino también los modelos de relación en la sociedad –que es al mismo tiempo una necesidad del individuo, y que como su función se manifiesta–, los cuales reflejan la constante elevación de los valores individuales. La conciencia de la relatividad cultural, constantemente implícita en especial en el Jung posterior en términos de estudio de otras épocas y civilizaciones, ha de ser aquí integrada por el lector. A la idea de individuación es preciso restituir una relatividad histórica y cultural precisamente en honor al desarrollo de conjunto del pensamiento junguiano y de su valorización epistemológica (16).

La prioridad de la coherencia consigo mismo (individuación) respecto de aquella con el grupo, que el análisis necesariamente favorece y exalta, no se consigue como la curación de un mal, según el modelo naturalista y fijo de la medicina, sino que está sujeta a su vez al principio de relatividad cultural por el que el reconocimiento de la infinita variabilidad de los valores ha sido protegido y promovido. En otras palabras, el análisis no es sólo una técnica de curación, universalmente idónea e invariable porque invariable y potencialmente ubicuo es el mal que ella está llamada a enfrentar. Ello presupondría concebir «la psique como un aparato de esquema rígido, formalmente no diferente de los aparatos que los médicos describen a nivel corpóreo» (17). En el diseño teórico de la psicología junguiana el análisis es, por el contrario, en primer lugar una formación cultural, y en calidad de tal participa en la cultura de Occidente, por la que no ha sido tanto inventada en cuanto objeto nuevo con un fin consciente, como gradualmente descubierta y construida a través de explicaciones, valorizaciones y re-adaptaciones de formas culturales relativas a la misma y ya en acto.

Siendo una suerte de subcultura especializada, el análisis posee un lenguaje propio, una ética propia, una fenomenología social suya y todo un estilo de vida, que es la coherente, si bien en parte no consciente, hegemonización de necesidades históricamente determinadas: la primera, la de favorecer la relación dual despotenciando la plural de los grupos más numerosos (siguiendo la evolución que en el protestantismo había conducido a la relación directa entre Dios y el hombre); luego, en tiempos más recientes, la de contrastar los obstáculos y curar los males que se interponen en el camino hacia el desarrollo individual, que veía reconocida la precedencia cuando se planteaba, por ejemplo, la elección entre un sufrimiento del grupo familiar y otro que afligía al individuo (también acá prolongando hacia el infinito el modelo de interiorización y des- institucionalización del protestantismo, en virtud de lo cual, en condiciones ideales, Dios hablaba como voz interior y sólo «faute de mieux» a través de un ministro del culto: de manera semejante a como la verdadera voz escuchada en el análisis viene del inconsciente, mientras que el analista es tan sólo un intérprete temporal y subjetivamente tolerado, más que técnicamente impuesto). Poniendo en perspectiva estas continuidades históricas, el análisis aparece como el hijo no casual de un mundo intelectual y egocéntrico que le ha dado celebridad emblemática a un trabajo teatral que culmina con las palabras «L’enfer c’est les autres».

En otras palabras, ninguna psicoterapia puede tomar la forma de una técnica estable, puesto que se aplica a entidades en transformación y se inspira en los valores de su tiempo. En particular, aquella forma extrema de psicoterapia dual que llamamos análisis no se construye en el vacío, sino sólo en un lugar condicionado por sistemas de valores de formulación occidental y, es más, euroamericana, todavía recientes, frágiles y a su vez relativos.

Si la «adaptación a la realidad interior» del individuo como meta de nuestros valores había sido anticipada en metáforas ya por los líricos griegos (Arquíloco, quien, en lugar de avergonzarse de ello, se ufana de haber tirado su escudo (18); Safo, quien sitúa la belleza de quienes ama por encima de los carros y de los ejércitos lidios (19), la onda larga de la capilarización cultural lo afirma difusamente sólo en el relativismo que sobrevive a las guerras mundiales: no de manera casual, entre la primera generación en la que el análisis se torna fenómeno de masas.

Una paradoja constructiva suya podría ser vista, a estas alturas, en una modelación compensatoria respecto del fin consciente: surgido para promover la independencia individual, el análisis, de manera no infrecuente, reconstruye vínculos más tenaces que los primarios. Antes de sentenciar que ello decreta su fracaso, sería preciso responder a la pregunta: ¿es de una mayor independencia individual de lo que tenemos necesidad? ¿O, más bien, de vínculos de un tipo nuevo, que compensen el aislamiento crecido a partir de un grado de independencia individual nunca antes registrado?

Acá se hace necesario recordar que sólo Occidente, y sólo entre generaciones recientes, promueve las figuras culturales duales del amor y de la relación entre un padre y un hijo individual y activo, frente a la preexistencia del matrimonio como cuña de una dinámica social y del rol de los padres a-específico, contraparte de una prole numerosa y objetualizada. A este punto la transferencia no resulta ya sólo una técnica interna a la técnica del análisis, ni una enfermedad que se le opone, sino una figura cultural como aquélla, no inventada sino descubierta, es decir valorizada a partir de una latencia, en cuanto expresión extrema del dualismo y compensación frente a las formas extremas de individualismo promovidas por Occidente: figura relacional entre dos y puente practicable entre el mundo perdido de los tantos y los peligros de la vertiente individualista.

En esta acentuación es problemático pensar la transferencia como neurosis (concepción a la que Jung en este estadio parece uniformarse todavía), mientras resulta instintivo reformular su relación con la individuación: en lugar de antagónicos, éstos resultan momentos integrados e interdependientes de la misma dinámica cultural, en un movimiento progresivo hacia formas extremas de individualismo.

Acaso al análisis se le pide que sea crítico al colaborar en dicho progreso. Ya en 1944 se podía leer (20) este juicio severo: «la célebre transferencia, indispensable para la terapia, y cuya resolución constituye –no de manera casual– el punto crucial (21) del análisis, la situación artificial en la que el sujeto operará –infausta y voluntariamente– esa anulación de sí mismo que en otro tiempo era el producto, felizmente espontáneo, de la devoción y el afecto, es ya el esquema de la conducta refleja que, bajo forma de marcha a las órdenes del jefe, liquida, junto con el espíritu, también a los analistas que lo han traicionado».

NOTAS DE PIE DE PÁGINA


(1) Hoy en Gesammelte Werke, 18, pars. 1084-1106.
(2) C.G. Jung, “Adattamento, individuazione e collettività” (1916), Opere, vol. 7, Boringhieri, Torino, 1983.
(3) Cfr. S. Freud, “Osservazioni sull’amore di traslazione” (1914), Opere, vol. 7, Boringhieri, Torino, 1975.
(4) Jung, “Adattamento”, cit., p. 310.
(5) Ibíd., pp. 310-311.
(6) Ibíd., p. 311. La densidad de la descripción junguiana se pierde en parte en italiano. Piénsese en el doble sentido del alemán Schuld (deuda y culpa), y en la unidad asociativa del binomio Schuld-Süne (culpa-expiación), que constituye por ejemplo el título alemán de la obra de Dostoyevski en los demás idiomas conocida como Delito [Crimen] y castigo.
(7) Ibíd., p. 313.
(8) Ibíd., p. 314.
(9) Sobre esta ubicación, que acá puede ser recordada tan solo de pasada, se ha expresado en diversas oportunidades Mario Trevi, Per uno junghismo critico, Bompiani, Milano, 1987, e Id., L’altra lettura di Jung, Cortina, Milano, 1988.
(10) Jung, Opere, cit., pp. 309-310.
(11) Ibíd., p. 311.
(12) Cuando la individuación será definida tanto en términos conceptuales (cfr. Jung, Opere, vol. 6, Tipi psicologici [1921], Boringhieri, Torino, 1969, cap. 11), como de recorrido simbólico (por ej., en el seminario de análisis del Zarathustra de Nietzsche 1934-1939).
(13) Cfr. Trevi, Per uno junghismo critico, cit., cap. II.
(14) Esta es más bien, dirá luego el pensamiento más maduro, una elección obligada. Cfr. El Yo y el inconsciente (1928), Boringhieri, Torino, 1968.
(15) Cfr., por ej., Jung, “La psicologia della traslazione illustrata con l’ausilio di una serie di immagini alchemiche” (1946), Opere, vol. 16, Boringhieri, Torino, 1981.
(16) Cfr., por ej., el cap. “Psiche e storia”, en La psicologia analitica nell’età della tecnica, de U. Galimberti (también en AA.VV., Presenza ed eredità culturale di C.G. Jung, Cortina, Milano, 1987).
(17) Ibíd., pp. 123-124.
(18) Dihels 6. Cfr. Anacreonte, Diehls 51.
(19) Dihels 27ª, Lobel-Page 16.
(20) T.W. Adorno, Minima moralia, Einaudi, Torino, 1954, p. 53.
(21) En el original crux, que debería más bien ser traducido con “tormento”, “cruz” (T.W. Adorno, Minima moralia, Reflexionen aus dem beschädigten Leben, Suhrkamp, Frankfurt, 1982, p. 73).

 

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