A terapia con Luigi Zoja: “El contagio de Covid también es psíquico”- Entrevista de Héctor Pavón

Luigi Zoja, Ph.D. Diploma en Psicología Analítica, Instituto C. G. Jung, Zurich. Analista de Formación del Instituto C. G. Jung, de Zurich y del Centre Italiano di Psicologia Analitica. Autor de Drogas, Adicción e Iniciación (2003), Paranoia (2013) y La muerte del prójimo (2015). Tiene su práctica en Milán. El siguiente artículo fue tomado de la Revista Ñ Literatura, publicado el 30 Octubre 2020, en entrevista con Héctor Pavón.

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En medio de la segunda ola pandémica que azota a Europa, el psicoanalista italiano, referente junguiano mundial, caracteriza el nuevo vínculo con el paciente, la intimidad y las patologías que llegan en consulta.

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Es la hora del aperitivo en Milán, muchos italianos corren por un trago en este breve interregno antes de una posible nueva cuarentena por la segunda ola de Covid. La pandemia revisitada recorre Europa y no es solo de carácter clínico, hoy afecta fundamentalmente a la psiquis. Paranoia, angustia, depresión, melancolía, produce, entre otras cosas, este tiempo horroroso que deseamos, con ansiedad, que termine. Mientras tanto, el consultorio real, virtual, real y, ahora, nuevamente virtual del psicoanalista junguiano Luigi Zoja es testigo de un discurso que ataca la subjetividad, la trastorna. Zoja, con varios libros publicados en la Argentina concedió esta entrevista por Zoom en el contexto de la celebración de los 75 años de la editorial Fondo de Cultura Económica en Argentina.

El título de la conversación fue “Emociones en jaque” y en ellas se adentró ante una audiencia internacional que mostró, con sus comentarios, su preocupación pandémica global.

–¿El Covid golpea a todos por igual, o nos sacude de un modo particular a cada uno de nosotros?

–En términos geográficos y de actualidad, América Latina está siendo toda golpeada desde una perspectiva clínica pero también social y económica. La segunda parte de mi respuesta tiene que ver con las reacciones más estrictamente psicológicas e individuales, aún al interior de las tendencias colectivas y culturales. Aquí introduzco la distinción de Carl Jung “introversión, extroversión”. En general “nuestro mundo” “Occidental”, está más extrovertido que introvertido, globalización mediante. También Japón o China, en sus grandes procesos de industrialización, son países, culturas extrovertidos, acelerados. Así pasa también con las personas. En esta condición permanente los introvertidos sufrían bastante. Yo elegí mi profesión porque me permite emplear mi lado más introvertido. Esta oscilación mundial causada por la pandemia no es solo una ola clínica, va a tener consecuencias de todo tipo. Italia, que fue el primer país de Europa en ser golpeado, sufrió la pandemia más intensamente, por razones muy concretas, materiales, y al mismo tiempo empezó a salir de la primera ola antes que América e incluso que otros países de Europa. Se ve que la gente no volvió a las calles como antes con sus “rituales” laicos, como por ejemplo el del aperitivo que se hacía entre las 6 y las 8 o las 9 de la tarde. No hay casi aperitivos ahora, porque es peligroso por el contagio. Un paciente me dice que se dieron cuenta que no era necesario, que se toma demasiado y que las relaciones que surgen de los aperitivos son bastante superficiales, etcétera. También es peligroso por los conductores que luego andan por las calles alcoholizados. Desafortunadamente empezó una segunda ola muy violenta. La mayoría de Europa está en una segunda ola y yo cierro mi consultorio, vuelvo al Skype, al Zoom que son muy prácticos, pero nunca es lo mismo.

–¿Usted percibe que hay “nuevos síntomas”, “nuevas psicopatologías” que llegan al consultorio? ¿O en realidad la pandemia agudiza, profundiza lo que estaba presente, latente en cada uno de nosotros?

–Así como hablaba de la introversión y la extroversión, de la misma manera estamos todos entre dos polaridades: una depresiva y una maniacal, que es en general, una bipolaridad clínica. Se puede ver nuestro mundo occidental o simplemente posmoderno, que va en dirección general extrovertida, también en dirección maniacal. Al mismo tiempo hay una represión de los rasgos que no son solo depresivos: la melancolía y la depresión tienen algo en común. La depresión es una definición moderna y clínica, que ve solo el hecho patológico. Sin esta importancia de la melancolía nos faltaría mucho, y en general, los poemas, la música, las creaciones tienen mucho de melancolía. Hay una mezcla de depresión, pero también de melancolía e introversión que se juntan y que están activadas. Esto podría ser como decía San Agustín, “el bien en el mal”. Así se ve y creo que uno tiene que hacer distinciones. Son infinitos los matices individuales, también hay pacientes que se vuelven más tranquilos, que ven el lado positivo de parar un poco con los aperitivos, por ejemplo. Pero otros se deprimieron y no quieren volver a la oficina porque tienen miedo.

–La pandemia nos puso en una situación de interrupción. ¿Cómo nos afecta todo aquello que queda inconcluso, en suspenso: vínculos, amorosos, laborales, amistosos…?

–Se podrían ver acá algunos traumas terribles, las relaciones entre generaciones, por ejemplo. Yo soy extremadamente privilegiado porque trabajo, estoy activo, sigo con la mayoría de mis pacientes vía Skype, pero muchas personas de mi edad están jubiladas y en su vida los nietos son lo más importante. Tengo un amigo que es un muy buen demógrafo y él calculó que en toda la Unión Europea, Italia es el país donde los abuelos tienen menos distancia geográfica, viven cerca de los hijos, los nietos. Tengo pacientes con niños, nietos, y que empezaron a decirme tengo miedo al contagio y a contagiar porque en la escuela de mi hijo o de mi nieto hay casos. En las relaciones de pareja que se estaban iniciando, empezando un juego de seducción, un interés por construir una pareja, todo se transformó. Seguramente la Santa Madre Iglesia va a estar muy satisfecha porque se vuelve a una antigua forma de vinculación donde la sexualidad llega después de un largo proceso. Vamos a volver a 1900, 1800. Vemos cómo en las dos últimas décadas, según todas las estadísticas que llegan de países como Estados Unidos y Reino Unido, la sexualidad más tradicional estaba decreciendo y la edad del primer contacto sexual era cada vez menor: se hacía el amor cada vez más y se arrancaba en el juego amoroso cada vez más temprano. Ahora, con la pandemia, vamos a ver que hay una cantidad de jóvenes parejas que no hacen el amor. Se ve, incluso, con pacientes que están perfectos en todo sentido. Se han casado, viven con la persona perfecta y están demasiado ocupados con sus cosas cuando llegan a la habitación. Y ahora estoy hablando de las parejas. Por otro lado, también se especula con que puede haber reacción en el plano demográfico, un crecimiento de la natalidad.

–Y también hay gente que se divorcia…

–Sí. Esto puede ser porque las personas que tenían una situación difícil en su hogar, pero trabajaban en su oficina todo el tiempo, tenían menos ocasiones para pelearse. Va a haber divorcios nuevos o simplemente la constatación de dificultades que ya tenían antes, acentuadas durante el confinamiento. Es como una terapia de pareja muy larga para controlar las posibilidades de la relación. Algunos que no se entienden por qué no hablan bastante, ahora hablan un poquito más. Y otros que no hablaban, ahora se han peleado.

–¿Qué pasa hoy con el papel del psicoterapeuta? Uno, como paciente, puede creer que el analista está más allá de todo. ¿Acaso el profesional no necesita modificar su papel, ser un poco más flexible, acompañar de otro modo al paciente?

–Estás hablando de la contratransferencia, la transferencia del paciente en dirección del analista. El analista es también humano y tiene sentimientos, emociones. Claro que estamos todos afectados y el problema es que la situación ahora se percibe, en muchos casos, de un modo doble. El paciente tiene sus problemas psíquicos por los que buscó el análisis, y además teme al virus. Todos tienen miedos suplementarios, económicos, familiares, etcétera. Uno quisiera mostrar sus sentimientos a los pacientes, más de lo usual, porque la situación es muy excepcional. A veces puede pasar.

–La relación virtual con el paciente complica la posibilidad de la cercanía.

–Pero también surgió algo que no estaba previsto: una intimidad increíble. Yo veo la habitación, incluso el cuarto, muchas veces, si las personas contestan desde un departamento en el cual hay otras personas, se van a su dormitorio, se ve incluso la cama, o la falta de recursos… Y esto crea bastante intimidad. Ahora conozco la habitación e incluso rasgos bastante privados de la habitación de mis pacientes. De repente aparecen en la pantalla sus hijos pequeños, mascotas: están dentro de la sesión. Uno percibe cómo viven. Es interesante, también se pueden hacer chistes. Pero atención, la intimidad analítica que daba la presencialidad, es otra cosa.

–Si hablamos de intimidad, hoy vemos como crece la necesidad de exponerse en las redes sociales. En pandemia muchos se vuelven dependientes de ellas y al mismo tiempo, dan la posibilidad de estar “cerca”, de amigos, parientes, colegas. Hay un doble juego…

–Mamma mia… Debería reescribir una parte de mi libro sobre la paranoia. Claro que la tecnología es maravillosa en sí misma y sin tecnología no habría esa discusión ahora, pero también hay abuso. Veo padres preocupados por sus hijos adolescentes, por la exposición. En los 90, Internet empieza ofreciendo no un libro sino millones de libros. Pero no tenemos la evolución de un cerebro que pueda contener todo eso. Entonces hay un umbral, y muy rápidamente se sobrepasa ese umbral y aumenta nuestra consciencia y aumenta nuestra confusión. Ese es el lado problemático, el abuso de internet.

–La paranoia…

–Incluso en el encierro, algunas personas van a aprovechar para leer más, los que tienen hijos para conocerlos más, otros van a emplear aún más las redes de comunicación social de una manera más intensa. Leía que un día después de las elecciones en EE.UU., el 4 de noviembre, Facebook hará un chequeo de datos completo, para no fomentar noticias falsas. Todo es complot, hay un empleo paranoico en todos los medios a todos los niveles y en los últimos tiempos se volvió bastante peligroso. Y esto lo tienen que controlar los big boss de las redes sociales que tienen mucha gente para revisar contenidos y borrarlos. De modo automático no es tan fácil y es muy peligroso.

–Llegó la segunda ola a Europa pero en Oriente parecen haberla contenido, ¿no?

–Una periodista del New York Times se preguntaba por qué Inglaterra, un pueblo, un país tan conocido por su disciplina, que en la Segunda Guerra mundial resistió los ataques nazis, no logra que la gente haga caso. En la guerra, todos tenían que apagar las luces, y las apagaban, había una disciplina. Hoy, ante este fenómeno, no es posible controlar a toda la población. La periodista, que vive en Londres, se preguntaba por qué los ingleses no acataban el uso de mascarillas y otras disposiciones por el Covid.

–¿Son situaciones comparables?

–En el pasado se podía personificar el mal. También lo hacían los nazis o Stalin, apuntaban con su dedo el mal. Para los ingleses, era suficiente poner la cara de Hitler en un afiche, apagar las luces. Se podían identificar porque los nazis eran personas. El Covid no es un ser humano. Y no se puede identificar.

–¿Con qué enemigo se puede comparar?

–Hay un ejemplo bastante dramático. Hace unos cuatro años, más o menos, hemos tenido en la Unión Europea muchos ataques terroristas de fundamentalismo islámico. Mataron a centenas de personas, particularmente en Francia. Como especialista en paranoia me invitaban a mesas redondas, a la televisión, etcétera. Una vez, en un programa, un señor decía: “en los últimos tiempos, desde que hay ataques terroristas yo no salgo de casa”. Y yo le pregunté, “¿Y usted lee el database de la Unión Europea sobre el terrorismo? ¿Lo conoce?”. “No, no lo conozco bien”, me respondió. Y yo le dije: «¿Sabe cuántos muertos tenemos en Italia de terrorismo? Cero”. Todos los atentados y víctimas ocurrieron en Francia, en Holanda, en Alemania; en Italia, cero. Eso es otro problema. Hay diferentes teorías, pero bueno, es el lado bueno de nuestra gran experiencia con la mafia. A esta misma personas, después le pregunté si conocía el database del European Environment Agency, la Agencia Europea hecha por los científicos de 27 países, que miden la calidad del aire, que dicen cuántos muertos hay por la calidad del aire. Y ninguno lo consultaba ni sabía de sus estudios. Hay 450 mil muertes en Europa por año, por contaminación, que es el continente más “limpio”. En Italia hay unos 84 mil muertos. Yo le decía a esta persona: “usted hace algo lo correcto si no sale de casa, porque hay un enemigo terrible afuera, pero el problema es que el enemigo terrible no está personificado”. La polución del aire, como el Covid, no se ve, no tiene tu cara, mi cara, es mucho más fácil tener a un ser humano como enemigo. Es decir, esto es malo. Es un argumento psicológico. Tenemos –es arquetípico– la necesidad del malo y del enemigo, y por eso debemos ser muy cuidadosos cuando empezamos a señalar con el dedo. El Covid es simplemente un desastre, pero no se puede decir que hay un complot en el mundo. El contagio, esto es claro mi problema, es también un contagio psicológico. No se trata de buscar, de identificar a los malos, de desentrañar el complot. Sería demasiado fácil.

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