Femenino y masculino y la individuación en el Siglo XXI

ANA DELIGIANNIS

Psicóloga, Bailarina, Router en formación como Analista Jungiana. El siguiente texto se basa, con algunas modificaciones, en una ponencia presentada en el IV Congreso Latinoamericano de Psicología Junguiana, celebrado en Punta del Este en septiembre de 2006, y reformulado en 2007. E-mail:anadeligiannis@yahoo.com.ar

 

En el desarrollo de la conciencia a lo largo de la humanidad, tanto a nivel filogenético como ontogenético, se produce un pasaje de la totalidad primordial, ourobórica, a una paulatina separación y diferenciación “yo no-yo”. La primera etapa remite al estado de fusión, de identidad sujeto-objeto (participation mystique de Levy-Bruhl) y al dinamismo matriarcal (Byington), y la segunda etapa -el surgimiento de la conciencia- remite a la separación de opuestos excluyentes, organizados jerárquicamente (dinamismo patriarcal), modelo heroico.

Como correlato de esta separación entre conciente e inconsciente, entre yo y no-yo, se producen -según Neumann- los siguientes esquemas de orientación en el mundo: por un lado, el yo, cabeza, arriba, cielo, luz y por otro lado, instintos, inconsciente, polo inferior del cuerpo, abajo, tierra, oscuridad.

En nuestra cultura, esta diferenciación, adquiere una connotación valorativa, asignando un signo positivo al primer eje (simbólicamente masculino) y un signo negativo al segundo (simbólicamente femenino).

En la historia de Occidente –con el surgimiento del patriarcado- se necesitó soterrar la naturaleza, lo femenino y junto con esto el cuerpo, lo emocional, lo instintivo, rompiendo la simbiosis primordial y logrando así la pretendida autonomía. Fue una etapa necesaria en la conformación de la conciencia de Occidente pero también llevó a excesos, desequilibrios y a cierta hybris(desmesura).

Una encumbrada diosa “razón”,
Una más ensombrecida diosa “naturaleza”

Podríamos decir que hubo un exceso del polo masculino, con su concomitante desconexión del polo femenino, principio que -en estos momentos de crisis, transición y transformación de la psique colectiva- es propicio recuperar.

Esto no implica una vuelta hacia atrás, ni un predominio exclusivo de fuerzas femeninas. Ya no podemos retroceder ni caer en los mismos excesos con signo contrario, sino (re)-integrar los valores femeninos (tanto en las mujeres como en los varones). Revalorizar el cuerpo, lo emocional, lo intuitivo, la imaginación, la creatividad, lo sutil, lo sagrado, el respeto por la Naturaleza y la diversidad.

Pero dado que la cultura patriarcal ha devaluado ciertos atributos de lo femenino, y que tanto varones como mujeres estamos impregnados de dicha cultura y entrampados en ella, nos vemos obligados a re-pensar nuestras miradas y nuestras actitudes al respecto. Para dar cuenta de que “el patriarcado afecta a la sociedad entera”, Coblier (2005) plantea con respecto al sometimiento, que ambos están sometidos: las mujeres, porque esto forma parte del ordenamiento natural y evidente del patriarcado, y los varones, porque tienen que mantener su masculinidad a ultranza para no perder su lugar de privilegio.

Necesitamos re-ver y re-pensar las categorías estereotipadas que esta cultura ha tallado en nosotros. ¿Desde dónde pensamos lo que pensamos?

¿Cómo encontrar nuevos lugares, nuevas voces, si estamos tan impregnados y todavía usamos viejos recursos? De hecho algunas formas de reaccionar o resistir a lo patriarcal, utilizan sus mismos métodos, al menos en su etapa inicial.

El intento patriarcal de buscar certezas, de sostener valores absolutos, de reclamar la verdad, hace que muchas experiencias tengan que existir sólo como inadecuadas, inexplicables, ilegítimas o equivocadas, y paralelamente impide tener en cuenta y más aún legitimar las experiencias particulares y singulares como varones y mujeres, o simplemente como personas.

¿Cómo crear una forma, un lenguaje que nos permita abordar esto y no caer en estereotipos, construcciones dicotómicas o trampas identitarias?

Es necesario superar las valoraciones de “bueno” o “malo” que la vieja ética ha adjudicado a cada uno, sabiendo que ambos –como toda fuerza arquetípica- tienen aspectos luminosos y sublimes pero también abyectos y destructivos.

En esta etapa de transición y confusión, donde tantas estructuras se han ido desmoronando, donde las unilateralidades tanto de uno como de otro ya no son tales, son diversos los modos de existencia y consecuentemente también las elecciones sexuales.

Existen características diferenciales entre varones y mujeres –no podemos negarlo ni minimizarlo- pero esto tampoco nos impide hablar de igualdad de derechos.
Pero, ¿cómo hacer para considerar las diferencias sin caer en las consabidas generalizaciones que nos conducen nuevamente a la dicotomía de lo Femenino y Masculino en estructuras estáticas y rígidas? Las generalizaciones –aunque a veces necesarias e inevitables cuando hablamos de diferentes grupos- tienden a estereotipar o simplificar a las personas, a exagerar las diferencias, y al mismo tiempo, minimizar lo que tienen en común o similar ambos grupos. ¿Igualdad o diferencia? Sostener la tensión entre ambas, creo que éste es el punto.

Cuando hablamos de las características o diferencias de uno u otro, tendemos a ser taxativos, por ejemplo, frente a la pregunta ¿qué es ser mujer? en lugar de dar una definición cerrada, tal vez sea preferible preguntarse: ¿quién soy yo en cada momento?, o incluir el verbo “estar” en lugar de “ser”. “Cada una de nosotras está habitada por infinidad de universos…» dice Rolnik [en Najmanovich (2005)] Hay muchas composiciones, muchas singularidades en cada una de nosotras, así que es muy difícil –sino imposible- hablar de “la mujer” .Lo mismo ocurre con el hombre. Así como cuando Jung plantea la Individuación, que lejos de los conceptos de la normalidad y la salud, los caminos que puede adoptar son diversos e incluso misteriosos.

Femenino, masculino son expresiones del alma que llevamos dentro –ambos- tanto varones como mujeres (esto remite al concepto de Ánima/Ánimus de Jung). Como el yin y el yang, lo dionisíaco y lo apolíneo, son fuerzas, energía, flujos que (nos) pertenecen a ambos. No quedar atrapados en las diferencias consideradas arquetípicas entre varones y mujeres. Lo arquetípico no es tan fijo e inmutable como se suponía, es mucho más fluido y cambiante. (Arquetipos como patrones de organización que emergen en el desarrollo de lo psíquico y el ambiente). También contamos con diferentes pautas culturales y variaciones de comportamiento de una época a otra.

Es bien sabido que existen diferencias biológicas entre los sexos y no podemos negar que el género es un tema crucial en la organización de la experiencia humana, pero existe una realidad psíquica en donde se entrecruza tanto lo biológico como lo socio-cultural.

En cuanto a lo vincular, tener en cuenta la interrelación circular recíproca entre ambos, evitaría la consabida unilateralización de causas culpabilizadoras.

En este plano de lo interpersonal, la analista junguiana June Singer (1987) dice que “hombres y mujeres necesitamos considerar las necesidades y cualidades especiales del otro género para que pueda darse una relación creativa entre ambos. Pero antes, cada género tiene que dejar conocer al otro sus necesidades”. Esto no sólo permite conocer y respetar al otro, sino también el que cada uno exprese su singularidad y su autonomía para evitar actitudes de dominio que convierten a las relaciones en destructivas, en relaciones de poder y no de amor.

Exacerbar las diferencias de género, endiosar unas, demonizar otras, conduce a una falsa polarización, que impide un estudio más minucioso y cuidadoso de la diversidad y la riqueza de la experiencia humana.

Aún estamos ante cuestiones problemáticas no resueltas, que tal vez no tengan soluciones simples, o no haya que buscarles una solución inmediata sino más bien transitar esta etapa de confusión e incertidumbre, sosteniendo la ambigüedad que nos plantea, estando atentos a lo que nos sucede y abiertos a su novedad.

Para poder transitar y metabolizar los procesos que estamos viviendo en estas épocas, es necesario poner en epojé el propio modelo identitario de organización de la subjetividad y desarrollar una nueva forma de escucha para poder sostener – a modo de atanor alquímico- lo distinto, lo nuevo y los estados de vulnerabilidad y fragilidad a los que quedamos expuestos frentes a estos cambios. Vulnerabilidad que en nuestra cultura es considerada como un defecto o una imperfección. Pero para que puedan ocurrir los cambios tenemos que estar sensibles para poder ser afectados por ellos. Spinoza habla de la “potencia de ser afectados”, parece una contradicción, pero esto ocurre con las paradojas: abren otro horizonte de posibilidades. Dice Denise Najmanovich (2005): “Para poder crecer, cambiar, inventar, evolucionar o crear es imprescindible poder ser afectados, ser vulnerables al otro, a la novedad, a la diferencia”. Esto se corresponde con la idea junguiana de Individuación, donde lo otro, lo nuevo, lo diferente, es entendido tanto como proceso subjetivo como intersubjetivo.

Conceptos como: complejidad, paradojas, sistemas de autoorganización, autopoiesis, tan en boga en estas épocas, fueron planteados de alguna manera por Jung en las primeras décadas del siglo XX, en conceptos como: la función trascendente como posibilidad de sostener la tensión de los opuestos, la auto-regulación, el poder creador del inconsciente, entre otros.

Dice Jung: “La conciencia debería defender su razón y sus posibilidades de autoprotección, y la vida caótica del inconsciente tendría que tener también la posibilidad de seguir sus impulsos, en la medida en que podamos soportarlo. Esto significa una lucha abierta y una abierta colaboración, al mismo tiempo”. (1939). La psicología de Jung abarca una perspectiva capaz de preservar al individuo de una sobre-valoración tanto del yo como del inconsciente. Esta apreciación podríamos hacerla extensiva a lo Femenino-Masculino.

Con respecto a la “Función Trascendente” (1916), este concepto surge del intento por comprender cómo acordar con el inconsciente, cómo sostener la tensión de los opuestos. Jung descubrió que hay un proceso innato, natural, que unifica las posiciones opuestas dentro de la psique. Atrae las energías polarizadas a un canal común, dando lugar a una nueva posición simbólica que contiene ambas perspectivas a la vez. No es “uno u otro” (como propone el pensamiento analítico siguiendo el principio del tercero excluido) sino “ambos / y”, algo así como un tertium, un tercer término que al entender de la lógica no existe, pero en la realidad del alma constituye una verdad viviente. La coexistencia de los opuestos, esa realidad paradójica que incluye tanto a uno como al otro, pero que en la práctica aparecen como un conflicto insoluble.

Esto remite a un postulado de la no-dualidad, que se opone al principio aristotélico del 3ro. excluido (tertio excluso) y al pensamiento cartesiano. Gilbert Durand va a plantear que el tertium datum es una mediación que no resuelve las contradicciones, sino que las mantiene vivas, en una coimplicancia donde los opuestos aparecen interpenetrados, vinculados.

Desde el punto de vista mítico-simbólico, podemos pensar en la figura del dios Hermes: como mediador, mensajero, conductor, capaz de comunicar los contrarios.

¿En qué medida podemos sostener la tensión de los opuestos, o las situaciones paradójicas? con toda la herencia cartesiana, de opuestos que se excluyen (A es A y no puede ser no A). Tal vez deba crearse una actitud psicológica diferente que de cabida a la paradoja (Stein, 2007).

¿Será el dinamismo de Alteridad (Byington) el que facilite este pasaje?, convirtiéndose tal vez en un nuevo paradigma de co-existencia e interacción, (del no-dualismo).

El dinamismo de la Alteridad, está estructurado y coordinado por el Arquetipo de la Coniunctio. Dinámica vincular de la conjunción, del proceso de reciprocidad y encuentro, aceptando las diferencias y permitiendo que los polos interactúen teniendo la misma oportunidad de expresión -tanto de las semejanzas como de las diferencias-, hasta incluso el poder cambiar de posición, es decir, ponerse en el lugar del otro.

La relación con el otro, que también es una manera de relacionarse con el inconsciente, se convierte en un lugar privilegiado de desarrollo no exento de conflictos y sufrimientos.

“¿Acaso se ha cerrado ya el gran ciclo de utilización del dolor, del conflicto como factor agonista, raíz viva de construcción de la propia personalidad?”, se pregunta Bodei al referirse a la subjetividad contemporánea centrada en compromisos que no comprometen y en ser infiel a todo, incluso a sí mismo.

Acostumbrados a que las cosas son de una manera y no de otra -pensamiento dicotómico- cuando abordamos la diversidad y la complejidad, nos descubrimos diciendo que: “entonces todo da igual’ o “nada tiene sentido”. Pensar de este modo es caer en una trampa desvitalizante que impide inventar nuevos modos de existencia, desde esta nueva perspectiva. Una trampa para seguir pensando de una sola manera, y pensando el caos como algo destructivo y terrible, y no como también algo creativo que abre a lo nuevo.

Estamos ante el desafío de una nueva etapa de la humanidad, en la que -por las experiencias vividas durante siglos y el advenimiento de nuevos paradigmas- podremos crear nuevos escenarios por donde la vida pueda expandirse creativamente. Pero al mismo tiempo, nos obliga al abordaje y construcción de una Nueva Ética que atenúe el imperativo categórico externo y excluyente de la vieja ética del bien y del mal y de los valores absolutos, y que, por el contrario, incluya las vivencias multifacéticos, la diversidad de puntos de vista de esta realidad cambiante, destacando la responsabilidad singular y el compromiso con el otro y con el medio ambiente, haciéndonos de este modo, más concientes de los riesgos y de las necesidades del mundo de hoy.

BIBLIOGRAFÍA

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